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Nuevo arzobispo comboniano

Hoy el Santo Padre ha nombrado arzobispo metropolitano de la arquidiócesis de Gulu (Uganda) al comboniano Mons. Raphael p’Mony Wokorach, hasta ahora obispo de la diócesis de Nebbi. Mons. Wokorach sucede a Mons. John Baptist Odama, quien presentó su renuncia por motivo de edad.

Mons. Raphael p’Mony Wokorach, M.C.C.J., nació el 21 de enero de 1961 en Ojigo, en la diócesis de Arua (Uganda). Tras frecuentar el St. Charles Lwanga College de Koboko y el Seminario Menor de Arua, ingresó en el Instituto de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús, emitiendo los Votos Perpetuos el 12 de octubre de 1992. Estudió Filosofía en el Uganda Martyrs National Major Seminary de Alokolum y Teología en el Tangaza University College de Nairobi, obteniendo la licenciatura en Filosofía.
Fue ordenado sacerdote el 25 de septiembre de 1993.

Ha ocupado los siguientes cargos: ministerio parroquial en Uganda (1993-1994); misionero en la República Democrática del Congo, ecónomo de la comunidad comboniana de Kisangani y formador en el postulantado del Instituto (1994-2001); misionero en Togo y formador de postulantes combonianos (2001-2003); misionero en Chicago, EE.UU., y formador en el Teologado Internacional Comboniano (2003-2007); misionero en Nairobi, Kenia, Formador y Profesor en el Tangaza University College (2007-2015); miembro del Consejo Provincial de Kenia y Viceprovincial (2011-2013); visitador apostólico de la Congregación de los Apóstoles de Jesús (2015-2018) y desde 2018 Comisario Pontificio de la misma Congregación con sede en Nairobi, Kenia.
Fue nombrado obispo de Nebbi el 31 de marzo de 2021 y consagrado el 14 de agosto siguiente. El 22 de marzo de 2024 el Papa lo nombra arzobispo de Gulu para suceder a Mons. John Baptist Odama.

Alfabetizar es trabajar por la justicia y la paz

Les comparto el trabajo de un integrante de la comunidad ECOPAX: Josué Magaña Pérez, coordinador de medios de comunicación y formación bíblica. También es fundador del proyecto de alfabetización para personas de la tercera edad que participan en la pastoral de la parroquia de San Francisco de Asís, en el municipio de Tepeji del Río, Hidalgo.

Por: Hno. Joel Cruz, mccj

Este breve texto explicará por qué inicié en la pastoral de la alfabetización, cómo surge, quiénes la conforman y cuál es su objetivo. Hace meses, me encontraba dando clases de Sagradas Escrituras en la comunidad de San Mateo, en Tepeji del Río, puesto que estudio la Biblia con el teólogo Juan Carlos Rea Campos.

Con ayuda del profesor, supe que era mi deber cristiano compartir conocimientos con mis hermanos. Al impartir este curso, me di cuenta que muchas personas mayores no sabían leer ni escribir. Al principio esto no me preocupaba.

Yo era indiferente con sus deficiencias, me daba igual; simplemente quería cumplir con enseñar los temas propuestos en estos grupos. Pero no pude ignorar esta terrible realidad por mucho tiempo, porque comenzaron los cuestionamientos en mi mente. Me preguntaba, ¿realmente estoy evangelizando? ¿Estoy haciendo praxis? ¿Ayudo a estas personas en su vida? ¿Estoy haciendo presente el Reino de Dios en esta comunidad?

Un día, una mujer anciana, a quien le daba clase, se me acercó con toda ternura y llorando me dijo: «Joven, me gustan mucho sus clases, los padres de la diócesis no nos han enseñado todo esto, pero yo quisiera estudiar más por mi cuenta, quisiera leer directamente la Biblia, lo triste es que yo no sé leer ni escribir. Esto me avergüenza, siento que no valgo como persona y no merezco estar aquí con usted».
Después de escucharla, no pude dejar de pensar en ella por varios días. Si esto pasa dentro de la comunidad eclesiástica, ¿cómo será en la sociedad? Así que propuse abrir la pastoral de alfabetización para adultos mayores y comencé inmediatamente. Dios me presentó a esta gran mujer con su problema, su dolor y llanto, para que yo viera la situación excluyente y dolorosa que viven muchos por no tener las habilidades de lectura y escritura. Situación por la que se sienten ignorados, menospreciados y con baja autoestima.

Desde el inicio del proyecto, y hasta la fecha, he recorrido una senda con muchas piedras: in-diferencia e incomprensión de mi párroco, de las religiosas, de coordinadores de pastoral y feligreses. Siempre con comentarios negativos hacia este camino y a quienes lo conformamos.

Sin duda, en el crecimiento cristiano nos tropezaremos, y algunos no van a querer que nos levantemos, pero aquí seguimos, abriendo brecha por donde creemos que llegará la justicia, la paz y el gozo de quienes ahora se sienten menos por no saber leer y escribir. Este es el Reino de Dios, así lo dice san Pablo (Rom 14,17-19). Y hemos sido enviados a trabajar para que este Reino sea una realidad ahí donde estemos y para que caminemos con la gente.

He decidido escribir esta breve experiencia, puesto que aún seguimos en camino, a pesar de las dificultades. Impartir cursos de Sagradas Escrituras me hacía pensar que estaba evangelizando, pero las mismas personas me evangelizaron con su preocupación, angustia y desesperación por sentirse «menos» al no tener estos conocimientos.

Como Iglesia y como ciudadanos, creo importante promover la alfabetización para adultos mayores, porque es pieza clave para el desarrollo humano y social. Existen contextos de desigualdad y marginación que, históricamente, obstaculizan el acceso a la educación de grupos desfavorecidos, y que han impedido que inicien o concluyan este derecho básico, en consecuencia, que no cuenten con las herramientas y habilidades para su desarrollo.

De acuerdo con estadísticas del Censo Nacional de Población y Vivienda 2020, en México existen 4 millones 456 mil 431 personas analfabetas, de las cuales, un millón 693 mil 443 son adultos mayores, predominando dentro de este grupo, las mujeres y personas pertenecientes a pueblos originarios, como las más afectadas por esta condición.

Debido a diversas desigualdades, el analfabetismo en la vejez es resultado de la falta de acceso a la educación durante las primeras etapas de la vida. Esto genera gran desventaja social que puede impedir el desarrollo de habilidades y herramientas para ejercer derechos fundamentales, como el derecho al trabajo, a la salud, a la cultura y a la ciudadanía; por eso el analfabetismo es un problema social que impacta en diferentes esferas personales, limita el acceso integral a los bienes y servicios, así como perpetúa las estructuras de desigualdad que generan marginación y pobreza.

Con base en estos datos, es importante promover los grupos de alfabetización para transformar esta triste realidad; quizá no podamos ayudar a todas las personas del planeta, pero podemos empezar a sembrar pequeñas semillas en sus corazones y confiar en que la próxima generación seguirá este proyecto, a esto lo llamo «voluntad heredada».

Josué Magaña Pérez

Fuente:
https://www.gob.mx/inapam/es/articulos/alfabetizacion-en-la-vejez-pieza-clave-para-la-independencia-y-autonomia-de-las-personas-mayores?idiom=es

Etiopía: Ordenado sacerdote el primer comboniano de Haro Wato

La comunidad católica de Haro Wato, en el Vicariato Apostólico de Hawassa, en el sur de Etiopía, ofreció su primer sacerdote al Instituto Comboniano. El diácono Abebayehu Tefera Atara, originario de la zona, fue ordenado sacerdote el 16 de marzo de 2024, en la parroquia de Haro Wato, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción. El Obispo Seyoum Fransua. vicario apostólico de Hosanna, presidió la Eucaristía y confirió la ordenación en lengua guji.

Por: Padre José Vieira, mccj

Una gran multitud desafió el fuerte sol y se reunió en el campo de fútbol de la misión, buscando alivio bajo la sombra de los árboles adyacentes, para presenciar la primera ordenación sacerdotal celebrada en la parroquia. La ceremonia duró más de tres horas.

Hubo dos docenas de sacerdotes concelebrantes, entre ellos misioneros combonianos, miembros del clero local e institutos misioneros. También estuvieron presentes numerosas monjas misioneras combonianas, algunas Siervas de la Iglesia (un instituto local en Hawassa) y Franciscanas Misioneras de María (FMM). El gran coro parroquial contribuyó a solemnizar y animar cada momento.

Es significativo el pasaje evangélico elegido por el diácono Abebayehu para su gran momento: la triple profesión de amor de Pedro hacia Jesús (Jn 21,15-19). Durante la homilía, Mons. Seyoum elogió el trabajo de los misioneros combonianos durante los últimos 29 años en Haro Wato. Luego añadió: “La ordenación de Abebayehu es uno de los primeros frutos de esta obra misionera”. Refiriéndose al mandato misionero de Jesús, el obispo dijo al futuro sacerdote: «Ve, pues, a todas partes, proclama la Buena Nueva y celebra los sacramentos. El Señor que te llamó, estará siempre contigo”. Gran emoción y prolongados trinos de júbilo acogieron la “entrega” que el padre del ordenando, Tefera, y su madre, Alemitu Gedeccho, hicieron de su hijo, acompañándolo hasta el altar para la ordenación.

Al finalizar la celebración eucarística, el padre Asfaha Yohanes, superior provincial de Etiopía, después de agradecer a todos los presentes, anunció que el nuevo ordenado viajará próximamente a Mozambique, donde ha sido destinado para su primer ministerio misionero. Luego añadió: “Un sacerdote es un servidor del Evangelio, con la fuerza de Dios. Oren por él”. La celebración finalizó con una comida ofrecida a todos.

El padre Abebayehu tiene 36 años. Es el mayor de nueve hermanos: seis niños y tres niñas. Hizo su noviciado en Namugongo (Uganda) y concluyó su formación teológica en Nairobi (Kenia). Tras su ordenación diaconal, el 28 de agosto de 2023, ejerció el diaconado en su parroquia de origen.

El padre Abebayehu dijo: «Para mí, ser sacerdote no significa simplemente cumplir los deberes típicos de la autoridad religiosa. Es un camino de desarrollo espiritual, de servicio desinteresado y de comunión con la comunidad y con el Todopoderoso. En última instancia, ser sacerdote es una vocación santa y compleja, que requiere un fuerte sentido de responsabilidad social, un compromiso constante con el desarrollo espiritual y una voluntad total de dar amor y compasión sin reservas”.

El hermano Desu Yisrashe, animador vocacional de la provincia, preparó la primera ordenación sacerdotal en Haro Wato con una semana de encuentros con jóvenes.

La Misión Haro Wato fue iniciada en 1995 por los misioneros combonianos, como rama de la misión Qillenso, en las montañas de Uraga, entre las poblaciones Guji y Gedeo. Allí abrieron una escuela secundaria. Las combonianas llegaron aquí dos años después para abrir un dispensario e iniciar un programa para la emancipación de la mujer. También dirigen una escuela (desde jardín de infantes hasta octavo grado) en la cercana ciudad de Sollamo.

La misión de Haro Wato cuenta con 49 capillas, agrupadas en ocho áreas. El registro bautismal contiene más de 19.000 nombres.

San José en la vida de Comboni

La figura de san José ha tenido un pues­to relevante en la vida y espiritualidad de san Daniel Comboni, gran misionero y fundador de los institutos de las Misio­neras y los Misioneros Combonianos. A través de sus escritos, podemos percibir cómo el esposo de María y padre adopti­vo de Jesús fue siempre un referente en su vida y en su obra misionera. A él acu­dió siempre para confiarle, no sólo las necesidades materiales de su vicariato, sino sus preocupaciones y dificultades.

Es muy probable que la devoción de Comboni por san José comenzara en su infancia, viendo en su propio pa­dre, Luigi Comboni, un reflejo del esposo de María. Comboni nació en el seno de una familia humil­de de campesinos en Limone sul Garda, un pequeño pueblo a orillas del lago de Garda, al norte de Italia. Fue el único hijo sobreviviente de un total de ocho que tuvieron sus padres. Las dificultades económicas y los esfuer­zos de su padre por sacar a la familia adelante dejaron sin duda una huella profun­da en el que sería después el gran evangelizador de África Central.

San José en la vida de Comboni

Ahí descubre unas imágenes que don Mazza había colo­cado en la capilla dedicada a san Carlos con la intención de in­fundir en sus alumnos la devoción por la Sagrada Familia. Junto a una imagen del Sagrado Corazón de Je­sús y otra del Corazón Inmaculado de María, se encontraba la imagen de san José. Estas tres imágenes debieron quedar grabadas en su memoria, porque en muchas de las numerosas cartas que Comboni es­cribió a lo largo de su vida hizo re­ferencia a san José y a los Sagrados Corazones de Jesús y de María.

Cuando el 8 de diciembre de 1870 el papa Pío IX proclama a san José como Patrón de la Iglesia universal, Comboni ve reforzada su devoción por este santo y co­mienza a venerarlo también como «protector de la Iglesia católica y de la Nigrizia». Esto se puede ver claramente en una carta dirigida al padre Sem­bianti, el rector de sus seminarios en Verona, en la que hace referencia a dos pequeños opúsculos sobre el Sagrado Corazón y sobre san José, que quiere recomendar a todos sus misioneros y misioneras. En dicha carta afirma: «desearía que cada misionero y cada hermana de Áfri­ca Central tuviera estos dos estu­pendos libros y se familiarizara bien con ellos para conocer bien las riquezas del Corazón de Jesucristo y la poesía de las grandezas de san José. Estos dos tesoros, unidos a la fervorosa devoción a la gran Madre de Dios e inmaculada esposa del gran Patrón de la Iglesia universal y de la Nigrizia, son un talismán se­guro para quien, ocupado en los in­tereses de las almas en África Cen­tral, ha de relacionarse con gente de ambos sexos en estos países, pues dan el coraje y encienden la caridad de tratarlas familiarmente y con desenvoltura para convertir­las a Cristo y a la Virgen».

Por otra parte, la devoción de Comboni por san José siempre va unida a la de los Sagrados Cora­zones de Jesús y de María. Su fe y confianza en lo que él llama la «triada santísima» o «los tres obje­tos de nuestro amor», serán el prin­cipal sustento espiritual en el que se apoyará en todo momento. Así lo expresaba, por ejemplo, en otra carta al padre Sembianti: «Al niño Jesús (que nunca se hace viejo), a su madre, la Reina de la Nigrizia, y a mi querido ecónomo san José (que no muere nunca, ni jamás da en quiebra, sino que sabe adminis­trar bien y con mucho juicio, y es un perfecto cumplidor), a estos tres queridos objetos de nuestro amor les voy a hacer una novena, para obtener la gracia de que antes de la fiesta de los desposorios de la San­tísima Virgen, o para ese santo día, el querido padre Sembianti esté instalado en su importante cargo de rector de los Institutos Africanos de Verana. San José, que es el pa­radigma del hombre bueno, nunca me ha negado ninguna gracia tem­poral; pero unido a Jesús y María, forma una tríada santísima que sin duda habrá de conceder esta gracia espiritual que pido».

San José y la Providencia

En esta carta se puede percibir también otra de las características de la devoción de Comboni hacia san José, a quien considera como «su ecónomo» y al que no duda en acudir particularmente en lo que concierne las inmensas necesidades económicas de su obra. Debido a su origen humilde y a la formación recibida en el Instituto Mazza, Comboni tuvo siempre claro que estaba en manos de la Providencia divina. Incluso en los momentos de mayor dificultad, no dejó de po­nerse en manos de la que él define como «fuente de caridad para los desdichados y protectora siempre de la inocencia y la justicia».

En una carta dirigida al carde­nal Juan Simeoni, entonces prefec­to de la Congregación para la Pro­pagación de la Fe, se expresaba en estos términos: «Pero como siem­pre se debe confiar únicamente en Dios y en su gracia, pues quien con­fía en sí mismo, confía (con perdón) en el mayor asno de este mundo, y considerando que las obras de Dios nacen siempre al pie del Calvario y que deben ser marcadas con el adorable sello de la cruz, he pensado abandonarme en brazos de la divina Pro­videncia, que es fuente de caridad para los desdicha­dos y protectora siempre de la inocencia y la justicia».

Este convencimiento de que la Providencia nunca le abandona, unida a su devoción por san José, hacen que desde el principio de su misión haya declarado a san José como el ecónomo de su obra, no dudando nunca de él. Así de claro lo expresa al cardenal Alejandro Franchi en 1876: «¿Cómo se podrá dudar jamás de la Providencia divi­na, ni del solícito ecónomo san José, que en sólo ocho años y medio, y en tiempos tan calamitosos y difíciles, me ha mandado más de un millón de francos para fundar y poner en marcha la obra de la redención de la Nigrizia en Verona, en Egipto y en el África interior? Los medios económicos y materiales para sos­tener la misión son la última de mis preocupaciones. Basta con rogar».

Y en otra carta dirigida a mon­señor Jerónimo Verzieri, obispo de Brecia, dice: «Le aseguro, mon­señor, que el banco de san José es más sólido que todos los bancos de Rothschild. De este modo, sin en­contrarme con un sólo céntimo de deuda, este estupendo ecónomo mantiene para la Nigrizia dos casas en Verona, dos en El Cairo, dos en Jartum y dos en El-Obeid, la capital del Kordofán, que tiene más de cien mil habitantes, y donde por prime­ra vez se celebró misa y se adoró a Jesucristo en 1872».

De estas cartas y de otras mu­chas, se desprende también la familiaridad con la que Comboni se dirige a san José, una fami­liaridad que no quita un ápice la devoción y el respeto que siente por su santo protector, pero que es también muestra de la gran confianza que tiene puesta en él. Así hablaba de él en otra de sus cartas: «Además he llamado al orden a mi ecónomo san José, y amenazándolo con dirigirme a su mujer si él no me hace caso, le he exigido que en el plazo de un año, a contar desde el pasado 12 de mayo, equilibre mi presu­puesto; pero no al estilo de Lan­za, Sella y Minghetti, o del actual ministro de economía italiano, Semits Doda; sino el verdadero equilibrio presupuestario; de lo contrario voy a su mujer».

Particularmente, es en los mo­mentos de carestía y dificultad que Comboni muestra su mayor confianza en san José. Durante la hambruna que padeció Sudán en 1878, Daniel Comboni escribe al cardenal Juan Simeoni contándole lo caro que está todo, en particular el pan y el agua, y cómo confía en que san José le ayudará a salir ade­lante: «En las barbas de san José hay miles y millones; y yo lo tengo tan atosigado y he hecho some­terlo a tal acoso de oraciones, que estoy segurísimo de que la crítica situación actual de África Central se trocará dentro de no mucho en prosperidad. El tiempo y las desdi­chas pasan, nosotros nos hacemos viejos; pero san José es siempre jo­ven, tiene siempre buen corazón e intención recta, y ama siempre a su Jesús y los intereses de su gloria. Y la conversión de África Central re­presenta un interés grande y per­manente para la gloria de Jesús».

Aquí se ve otro aspecto de la de­voción de Comboni hacia san José. Según él, José «ama siempre a su Je­sús y los intereses de su gloria». José es ese padre que siente que su hijo es parte de él, los intereses y deseos de su hijo se convierten en sus pro­pios intereses y deseos; y si Jesús quiere la conversión de África Cen­tral, san José hará todo lo posible porque ese deseo se cumpla. No es una paternidad física, pero sí espi­ritual y de corazón. El amor de José por su hijo Jesús se convierte en un amor paternal de José hacia toda la humanidad, por la que Jesús dio su vida en un acto supremo de amor. Así lo ve y así lo vive Comboni.

Fiel hasta el final

Pero, ¿de dónde puede venirle a Comboni esta devoción tan mar­cada por san José? iES sólo una pía devoción espiritual que nació con aquella imagen en la capilla del instituto de Don Mazza o hay otra razón? Si nos fijamos en la persona­lidad de Comboni, en su carácter, en su frenética actividad en los pocos años que tuvo de vida, sus via­jes, sus cartas, o en su obsesión por la conversión de África, diríamos con razón que poco tiene en común con el esposo de María, un hombre sencillo, humilde, del que apenas se habla en los Evangelios. Tiene que haber algo más en san José que llamó la atención de Comboni: ese algo es, posiblemente, su humildad y su fidelidad a Dios.

José no fue un gran personaje en la aldea de Nazaret, no tuvo ningún rango importante en la sociedad judía de entonces; no fue profeta ni sacerdote, no destacó en nada; fue un simple car­pintero que aceptó con fe el proyecto que Dios le pro­puso, y lo hizo de manera humilde y sencilla, desde el silencio y la discreción, pero con una fidelidad absoluta y una enorme confian­za en Dios. ¿Cómo si no hubiera podido acoger en su casa a María cuando ya estaba encinta por obra del Espí­ritu Santo? Visto de esta manera, po­demos afirmar que las figuras de san José y Comboni se asemejan; en la fidelidad a ese proyecto de Dios para sus vidas, una fidelidad que va más allá de los miedos, de las posibles críticas, de cualquier dificultad. Una confianza que va hasta el final. Comboni aceptó la misión que Dios le había encomen­dado y nunca dudó de ella, ni si­quiera en los peores momentos de dificultad o de incomprensión. Fue siempre adelante. Es más, fue en esos momentos de dificultad cuan­do se encomendó de manera parti­cular a san José.

San José, modelo en la vocación del hermano misionero

No podemos dejar de hacer una referencia a san José como modelo en la vocación del hermano misionero. Comboni quiso tener entre sus misioneros a hombres consa­grados que, sin ser sacerdotes, reali­zaran tareas tan importantes como la construcción, la agricultura, la medicina, etcétera. De hecho, en sus escritos y en las reglas de su Ins­tituto, se contempla esta figura de misionero. En una carta dirigida al padre Amoldo Janssen, fundador de los Misioneros del Verbo Divino, Comboni llega incluso a admitir que los hermanos tienen más relevancia en el apostolado que los propios sa­cerdotes: «En África Central los her­manos artesanos bien preparados contribuyen a nuestro apostolado en mayor medida que los sacerdotes a la conversión, porque los alumnos negros y los neófitos (la mayor par­te de los cuales, ya sea para apren­der el oficio o para trabajar, han de permanecer un espacio de tiempo bastante largo con los «maestros» y los «expertos», quienes, con las pa­labras y con el ejemplo son verda­deros apóstoles para sus alumnos) están con los hermanos laicos, y los observan y escuchan más de lo que
pueden observar y escuchar a los sacerdotes».

La labor de los hermanos en la misión, centrada en el trabajo material y profesional, es fun­damental para el éxito de la evange­lización. Su presen­cia es más discreta que la del sacerdote, pero no menos eficaz. Quizás por eso y por ser el santo un carpintero, un hombre de trabajos prácti­cos, san José ha sido siem­pre un modelo para los hermanos, que ven en él un ejemplo de humildad, servi­cio y fidelidad.

Hoy en día, seminarios, escue­las, hospitales, centros de formación, parroquias, y un sinfín de centros asistenciales que la Iglesia católi­ca tiene por todo el mundo, llevan el nombre de san José, patrón de la Iglesia universal y padre y protector de toda la humanidad. La decisión del papa Francisco de dedicarle este año es una magnífica oportunidad que se nos presenta a los cristianos -y en particular a los misioneros ­para que descubramos la profundi­dad y la importancia de este hombre que, de manera humilde y fiel cam­bió el curso de nuestra historia.

P. Ismael Piñón, mccj
Esquila Misional, marzo 2021

193 años del nacimiento de Comboni

Este 15 de marzo se cumplen 193 años del nacimiento de San Daniel Comboni, fundador de los Misioneros Combonianos y de las Misioneras Combonianas.

Daniel Comboni nació el 15 de marzo de 1831 en Limone sul Garda, Italia. Recibió su primera educación en el Instituto Mazza de Verona, donde descubrió su vocación misionera para anunciar el Evangelio a los pueblos de África.

Tras su ordenación sacerdotal fue enviado a las misiones de Egipto y Sudán, pero a causa de las enfermedades se vio obligado a regresar a Europa. En 1864, junto a la tumba de San Pedro, tuvo la inspiración de su famoso “Plan para la regeneración de África”, cuyo elemento central fue lo que se convertiría en el lema principal de su misión: “Salvar África con África”.

Tras ser consagrado como Obispo de África Central, continuó su obra de evangelización y de liberación de esclavos hasta el día en que, como tantos de sus compañeros que se dejaron la vida en la misión, murió a causa de las terribles fiebres tropicales. Tenía apenas 50 años. Murió en la tierra donde se entregó por completo el 10 de octubre de 1881, en Khartum, Sudan.

Hoy, sus herederos de la Familia Comboniana (Misioneros Combonianos, Misioneras Combonianas, Misioneras Seculares Combonianas y Laicos Misioneros Combonianos), siguen manteniendo vivo su carisma y trabajan en más de 40 países en todo el mundo llevando el Evangelio a aquellos que no lo conocen y dedicándose en cuerpo y alma a los más pobres y abandonados.

Más información sobre este gran santo misionero AQUÍ.