Transformados por el Corazón del Buen Pastor

Muchas instituciones, grupos, asociaciones y parroquias tienen su fuente de espiritualidad o están consagradas al Sagrado Corazón de Jesús. Dada la importancia de la celebración quisiera ref lexionar en el ámbito vocacional sobre esta devoción que ha iluminado, sostenido y guiado a tantos santos en su misión.
Primero, tomemos como fundamento que el corazón es mencionado varias veces en las Sagradas Escrituras como lugar donde la razón y la emoción se encuentran; a partir de éstas (razón y emoción) se toman decisiones, por ello es una forma de simbolizar la conciencia de la persona. Tan es verdad lo anterior, que el mandamiento más importante es «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 27,37-39).
Los salmos 51 y 85 rezan «crea en mí un corazón nuevo» (Sal 51) y «mantiene mi corazón en el temor de tu nombre» (Sal 85). Por tanto, el corazón es el símbolo del amor, de lo más íntimo, del afecto, del cariño, de la entrega total. Cuando los enamorados se declaran dicen: «te amo con todo mi corazón» o «te guardo en mi corazón».
Jesús dice en los Evangelios: «donde está el corazón, ahí está el tesoro, ahí está el corazón de la persona» (cf Lc 12,34) y que «del corazón salen las cosas malas» (cf Mt 15). El corazón refiere a lo más íntimo que tenemos, a lo más escondido y vital; el «tesoro» es lo que tiene más valor, lo que nos da seguridad para el hoy y para el futuro. Por eso Cristo nos invita a aprender de Él, que tiene un «corazón manso y humilde» (Mt 11,28-30).
Pues bien, al hablar del corazón hablamos metafóricamente del amor. Y amar exige responsabilidad y compromiso, requiere un constante donarse a sí mismo, como una vela encendida que se consume en silencio para iluminar a los demás. Del mismo modo que una vela que no se enciende no sirve para nada, una vida sin amor, no tiene sentido.

Qué pena saber que muchos jóvenes han perdido esa capacidad de enamorarse de la vida, de entregarse de corazón, asumiendo los riesgos que eso pueda traer. Por eso debemos pedir que seamos transformados por la caridad, es decir, por el amor que brota del corazón de Jesús, pues al mirar al Crucificado entendemos cuál es la medida a la que es-tamos llamados: amar hasta dar la vida por el prójimo.
Toda vida puesta al servicio del Reino de la verdad y de la justicia, es una existencia que no se pierde, sino que se multiplica. En eso consiste la libertad que viene de Cristo, Él nos entrega su vida, y quien con Él sube a la cruz, «muere» por toda la humanidad; ese amor no excluye a nadie… Amar es siempre «un morir» para que otros tengan vida. Una vocación sólo puede realizarse realmente cuando se ama de verdad.
Quizá esta sea la paradoja de nuestro tiempo, querer amor sin antes amar, pedir sin antes ofrecer. Amar es un ejercicio que se aprende cada día. Cada vez que abrimos el corazón a la gracia de Dios y al prójimo, nos volvemos más sensibles al dolor del otro, y aunque no podamos resolver todos los sufrimientos ajenos, seremos solidarios con el prójimo.
Queridos jóvenes, abramos nuestro interior al corazón del Buen Pastor, para que cada instante de nuestra vida sea un constante «perder la vida» al amar a los más necesitados y abandonados… para que encontremos en el rostro de cada hermano que sufre el rostro del mismo Cristo, que desde la cruz tiene su Corazón desbordado y da su vida para que todos tengamos vida en abundancia (Jn 10,10).