Como un cenáculo de apóstoles

Por: P. Rafael González Ponce

El 15 de marzo de 1972, las Misioneras Combonianas (guiadas por la hermana Emma Gazzaniga) abren, con gran fe y pocos recursos materiales, su primera casa de formación en Ciudad Granja, Guadalajara. Ahí estaban presentes Conchita Vallarta y Alejandra Lugo, las primeras combonianas mexicanas que habían sido formadas en el extranjero. Poco a poco, surgirían las fundaciones misioneras de Jalapa de Díaz, Teutila y Costa Chica, Oaxaca; Valle de Chalco y Chimalhuacán, Estado de México; Lindavista e Iztapalapa, Ciudad de México; Tlaquepaque, Jalisco; Tapachula, Chiapas; San Antonio, Texas, Estados Unidos; Guatemala; Costa Rica y Haití.

Los Laicos Misioneros Combonianos (LMC) nacieron alrededor de 1990, cuando un grupo que acompañaba al padre Octavio Raimondo en actividades de animación misionera en Guadalajara, sintieron el llamado a ser misioneros seglares. Más tarde, iniciarían los grupos en Ciudad de México; Sahuayo, Michoacán; San Francisco del Rincón, Guanajuato, y Monterrey, Nuevo León. Los LMC han realizado misiones prolongadas entre poblaciones indígenas de nuestro país y en Guatemala, El Salvador, Perú, Ecuador, Mozambique y Estados Unidos.

Cabe mencionar a los institutos o movimientos misioneros que nacieron bajo la inspiración carismática de algunos misioneros combonianos: Servidores de la Palabra, Apóstoles de las Palabra, Pequeños Hermanos de María, entre otros.

En conclusión, san Daniel Comboni luchó por una misión ad gentes con horizontes amplios. Según sus criterios, debía ser internacional (en toda la Iglesia), conjugar todos los ministerios (con obispos, sacerdotes, hermanos, religiosas, laicos, hombres y mujeres), y para servir en la evangelización y el compromiso social (de todo ser humano). Esto es lo que los combonianos han buscado favorecer durante 75 años de presencia en México, consolidando una familia misionera constituida por diferentes vocaciones.

Mención de honor merecen las Damas Combonianas y Madrinas, además de otros grupos parroquiales con tinte misionero, que, con su cariño, oración, trabajo y generosidad sin límites, siempre apoyan a los Misioneros Combonianos en su labor.

Por todo ello damos gracias a Dios y al pueblo mexicano.