Sanación y reconciliación como ministerio pastoral en las comunidades católicas de Gumuz después del conflicto

Desde hace más de dos años, el conflicto se desarrolla en torno a las misiones católicas de la zona de Metekel, en la región etíope de Benishangul-Gumuz. La Misión Católica Gublak fue la más afectada. Los Misioneros Combonianos y las Hermanas de San José de la Aparición se vieron obligados a abandonar temporalmente la misión en octubre de 2020. Quedaron solos en el lugar después de que todos los lugareños huyeron de sus hogares. A través de este artículo me gustaría compartir algunos pensamientos, esperanzas y sentimientos desde los ojos de un ministro pastoral postconflicto. [ P. Isaiah Sangwera, a la izquierda en la foto ]

Por: P. Isaiah Sangwera Nyakundi, mccj
Desde: Gublak, Etiopía

La comunidad comboniana de Gublak, después de evaluar seriamente la situación, decidió regresar progresivamente a la misión. Esto se hizo de forma temporal, a la espera del permiso oficial del Consejo Provincial. Esta medida se convirtió en una fuente de esperanza y aliento para la gente que ya estaba regresando gradualmente a sus propios hogares. Una vez de regreso a Gublak, los misioneros sintieron una gran y cálida acogida por parte de sus fieles que estaban dispersos desde hacía más de dos años.

La comunidad llegó a Gublak el 26 de septiembre de 2022, vigilia de la fiesta de la Santa Cruz, según el calendario etíope. Los fieles, reunidos para la misa de vigilia y la damera (la hoguera litúrgica), recibieron a los padres Cristo Roi Agbeko e Isaiah Nyakundi con cantos de alegría.

Cuando leemos el libro de Jeremías, nos damos cuenta de que, aunque el lamento del profeta estaba dirigido a las heridas del pueblo de Dios en Sión, Etiopía en general y la región de Benishangul-Gumuz en particular siguen siendo también escenario de guerra por las luchas políticas, socioeconómicas y libertades religiosas. ¿No existe ningún bálsamo para sanar las heridas del pueblo de Dios?

P. Isaías Sangwera Nyakundi.

hechos geográficos

El estado regional de Benishangul-Gumuz se encuentra en la parte occidental del país y limita con la región de Amhara al norte y noreste, con las regiones de Oromia y Gambella al sur y sureste, y con Sudán al oeste. La capital regional, Assosa, está a unos 679 kilómetros al oeste de Addis Abeba. Desde el punto de vista agro-climático, la mayor parte de la región se encuentra entre 580 y 2730 metros sobre el nivel del mar. La región está dotada de enormes recursos naturales, incluidos bosques, tierras agrícolas y agua.

El pueblo gumuz y la presencia misionera comboniana

Los Gumuz son un pueblo de origen nilótico, poco numeroso –unos 200.000– pero que cubre un gran territorio. Estuvieron al margen de la sociedad etíope durante muchos siglos. Ahora tienen sus derechos y el control de su propia tierra. También tienen derecho a “saber que Cristo también murió por ellos”.

Nuestra misión en el Vicariato Apostólico de Hawassa ha sido – y sigue siendo – nuestra principal tierra de misión en Etiopía. Iniciado en diciembre de 1964 con la llegada de los dos primeros Misioneros Combonianos, los Padres Bruno Lonfernini y Bruno Maccani, estuvo dirigido por los Obispos Combonianos hasta octubre de 2017, cuando un Salesiano de Don Bosco tomó el lugar del difunto Mons. Giovanni Migliorati, fallecido de cáncer el 12 de mayo de 2016.

La misión fue un éxito y finalmente los misioneros combonianos pudieron trasladarse a otros territorios de misión entre “las personas más pobres y abandonadas” del noroeste de Etiopía. La primera misión en este territorio fue iniciada por las Hermanas Misioneras Combonianas en Mandura en el año 2000. Los Misioneros Combonianos las siguieron y abrieron la comunidad de Gilgel Beles en 2003 y Gublak en 2011. Es realmente un territorio de primera evangelización y promoción humana.

Nuestro Proyecto de Evangelización quedó plasmado en su faceta principal en diversos documentos de nuestra congregación y encuentros provinciales en estos últimos años. “Como Misioneros Combonianos, estamos convencidos de que nuestro compromiso con los más pobres y abandonados es la fuente más importante de inspiración para una AM eficaz…” – dicen las Actas Capitulares de 2009 en el n. 182.

El Directorio Provincial de Etiopía MCCJ n. 3.2 subraya nuestra principal razón de ser misioneros de la siguiente manera: “Según nuestra tradición y siendo los Misioneros Combonianos miembros de un Instituto totalmente dedicado a la actividad misionera, la primera Evangelización en sus diversos aspectos es nuestra principal preocupación y parte esencial de nuestra identidad”.

Compromiso misionero comboniano en la zona de Metekel

Etiopía es notablemente un país multicultural, multiétnico y multirreligioso. Se ha ido extendiendo en el país un creciente sentimiento de pertenencia étnica, favorecido también por la actual política administrativa del país, la Federación de Estados. Esto llama a la Iglesia a fomentar aquellos valores evangélicos que motivan la comunión y la convivencia pacífica. También llama a los cristianos a crear unidad, destacando los elementos positivos que son comunes a todos los grupos y culturas.

En esta complejidad, la Iglesia debe desempeñar un papel de promoción de la unidad y la comprensión entre los pueblos, para ser instrumento de esperanza. Para favorecer el crecimiento espiritual y humano, es necesario dar énfasis a iniciativas de formación cristiana y humana en todos los niveles, ayudando a los fieles a profundizar su fe, su conocimiento de la Palabra de Dios y de las enseñanzas de la Iglesia católica, su estructura y tradición. Los Misioneros Combonianos están comprometidos a ayudar a la Iglesia local a madurar y a ser autosuficiente. En ambas misiones entre los Gumuz hemos puesto mucho énfasis y promovido la formación de líderes laicos y catequistas.

Nos comprometemos a contextualizar las sugerencias de los últimos Capítulos Generales en nuestra realidad (Actas Capitulares 2009, n. 59-66):

  1. Ver con los ojos de los pobres: Necesitamos crecer en la adopción de un estilo de vida más evangélico, en armonía con la realidad de la Iglesia local y del pueblo a quien ministramos (Actas Capitulares 1997, n. 20);
  2. Caminar con el pueblo: Hacer causa común con él, mostrándoles que estamos con él y para él (Actas Capitulares 2009, n. 58.3).

A nivel social

En el nuevo contexto sociopolítico de Etiopía, caracterizado por la fragmentación y proclive a la etnicidad, nuestra presencia promueve el entendimiento y la reconciliación. “Nuestra presencia es significativa cuando estamos cerca de grupos marginados o en situaciones de frontera”, proclaman las Actas Capitulares de 2015 en el n. 45.2. Una presencia siempre del lado de los menos privilegiados. Aunque trabajar en Etiopía, ser profeta puede ser realmente un desafío, estamos llamados a un compromiso más profundo en los campos de la justicia, la paz y la promoción de los derechos humanos.

El compromiso de larga data de la Iglesia en el área del desarrollo humano integral va de la mano con la formación catequética sobre la Doctrina Social de la Iglesia para promover líderes laicos capaces de contribuir y crear una cultura de vida, paz, justicia, desarrollo sostenible y respeto a la creación.

Los misioneros fueron realmente puestos a prueba

Durante los últimos tres años, nuestra madurez y músculos misioneros fueron puestos a prueba. Nuestras misiones atravesaron inseguridad, inestabilidad, saqueos, asesinatos y algunos fieles católicos se unieron a grupos rebeldes. Como misioneros, hombres y mujeres, en esta zona optamos por permanecer con el pueblo a pesar de todos los peligros. Soportamos las consecuencias de nuestras elecciones misionales. En los recientes ataques intertribales en las zonas de Gilgel Beles y Gublak y sus alrededores, hemos sido una gran fuente de aliento y refugio para nuestro pueblo.

Los misioneros también se convirtieron en sospechosos, en ocasiones citados por órganos de inteligencia de seguridad. Los misioneros combonianos que trabajaban en Gublak fueron arrestados en algunas ocasiones e incluso confiscados por un tiempo su vehículo de misión. Se sospechaba que transportaban bienes robados o, peor aún, que mantenían comunicaciones secretas con combatientes rebeldes.

Desafíos y oportunidades en esta misión de postconflicto

Inculturación: La inculturación del Evangelio se siente como una exigencia urgente. Sin embargo, este Evangelio aún debe influir positivamente en la vida de la gente. Nos faltan materiales suficientes y personal preparado para organizar cursos regulares que tengan como objetivo iniciar el diálogo entre algunas prácticas culturales negativas de los gumuz y proponer valores evangélicos.

Agradecemos a los primeros misioneros que han dado algunos pasos en esta línea. Continuaremos cooperando con la Iglesia local en la producción de materiales litúrgicos y catequéticos, adoptando la gramática y ortografía oficial propuesta por el gobierno para el idioma gumuz, con el fin de profundizar el encuentro del Evangelio con la cultura local (Actas Capitulares 2009, n. 57.3).

De hecho, hemos experimentado de primera mano lo lejos que estamos de tocar la cultura gumuz de venganza y respeto a la vida humana. Un intercambio cercano con algunos católicos retornados de los grupos rebeldes revela mucho. Humanamente hablando son historias muy desgarradoras:

  1. En esta era de postconflicto, como misioneros, ¿cómo reconciliamos a un catequista cuya madre fue arrastrada a un tribunal rebelde, rápidamente condenada a muerte, porque se sospechaba que era una ‘ budda ‘ (bruja o de malos ojos)? Según el catequista, los ‘jueces’ estaban formados por algunos catequistas. La obligaron a beber veneno.
  2. Cinco enfermeras no gumuz fueron secuestradas y asesinadas a sangre fría simplemente porque no eran gumuz. Algunos de nuestros muchachos confesaron que eran parte del equipo ejecutor.
  3. Algunos de nuestros fieles fueron asesinados a sangre fría y ahora se conocen los nombres de los asesinos. No son residentes de Gumuz y viven en la ciudad de Gublak. Ahora que hay normalidad, como misioneros, ¿cómo se supone que debemos relacionarnos con ellos?
  4. Nuestra casa fue saqueada de muchas de nuestras propiedades. Un día, mientras paseábamos por el mercado local de Gublak, notamos que un hombre gumuz llevaba un alba que pertenecía a uno de nosotros. ¡Estábamos en el dilema de quitárselo o simplemente ignorarlo! Eligió dejarlo en paz.

Diálogo: El diálogo es la actitud básica que se debe mantener dentro y fuera de la comunidad cristiana. Tenemos el desafío de practicarlo dentro de la Iglesia-Familia de Dios así como hacia otras creencias religiosas. Debe tener lugar en tres niveles principales:

  1. Entre Obispo, sacerdotes, religiosos, agentes de pastoral y fieles laicos de la Iglesia local (Actas Capitulares 2015, n. 44.14). Esto nos transformará a nosotros, familia comboniana, en agentes de evangelización relevantes y significativos.
  2. Entre nuestras Iglesias locales y otras denominaciones o religiones cristianas (Actas Capitulares 2009, n. 58.8; Actas Capitulares 2015, n. 45.3). Hemos notado un nuevo fenómeno de construcción de nuevas mezquitas en muchos pueblos. Estos musulmanes parecen estar buscando agresivamente seguidores. Están utilizando diferentes tipos de ayuda para atraer a la gente a unirse a ellos, a diferencia de los misioneros católicos que brindaron ayuda humanitaria a todos incondicionalmente e independientemente de su inclinación religiosa.

Conclusión

La evangelización es una realidad compleja y dinámica. He subrayado algunos elementos que tal vez no den cuenta completa del misterio de la evangelización de la Familia Comboniana en Etiopía y entre los Gumuz, en particular, en este período de postconflicto. Corremos el riesgo de empobrecer el concepto de evangelización si no contemplamos la obra del Espíritu, protagonista de la evangelización, que sopla y actúa en diferentes realidades y siempre de maneras nuevas.

Por tanto, la principal actividad del evangelizador sigue siendo la oración en la contemplación de la obra de Dios. Esto ayudará a discernir cómo el Señor quiere que sea el misionero, en qué rango de acciones y a quién lo envió para que sea su testigo anunciando el Evangelio con todas sus fuerzas y amor. Es el Espíritu el que pone en nuestro corazón los mismos sentimientos de San Pablo: “La predicación del Evangelio no me da nada de qué gloriarme, porque estoy obligado, y estaría en apuros si no lo hiciera” (1 Corintios 9,16).

Es la fuerza del Espíritu la que guió a Daniel Comboni a decir: “En efecto, sería fácil y dulce sacrificar mi sangre y mi vida para cooperar a la realización de esta santa obra” (Comboni a Mazza 23-01-1861).

“Remad mar adentro –como Pedro y sus primeros compañeros confiaban en la obra de Dios– y echad las redes” ( Lucas 5,4-6). Estas palabras resuenan hoy para nosotros y nos invitan a recordar el pasado con gratitud, a vivir el presente con entusiasmo y a mirar el futuro con confianza. “Jesucristo es el mismo hoy como fue ayer y como será por los siglos” (Hebreos 13,8).

Nuestro trabajo, nuestro compromiso, nuestro camino y la búsqueda de nuevos caminos de evangelización continúan. ¡Que Dios nos guíe y nos bendiga!

comboni.org

Entrar a la casa de la gente como «Hermano»: Una experiencia personal

Cuando salí de México por primera vez, destinado a Colombia, para terminar mis estudios y realizar un primer contacto con las culturas y realidades misioneras, viajé con mucho entusiasmo para ir a trabajar en favor de los más abandonados y necesitados. Me imaginaba como ese gran misionero que iba a salvar a la gente. Salí con ese sentimiento heroico de un hombre que se convertiría en la estrella de la película. Me imaginaba grandes cantidades de personas escuchándome, dirigiendo grandes obras y proyectos en beneficio de los más pobres… en fin, un «mesías esperado» en esas tierras. Pero la realidad cambió mi manera de pensar y de actuar.

Por: Hno. Joel Cruz, mccj

Un misionero «comilón, borracho y amigo de pecadores» (Mt 11,19)

Tal vez te escandalices, pero debo decirte la verdad: ahora me voy a comer con la gente, me tomo una cerveza con algunos, me quedo en fiestas organizadas en las casas y en los vecindarios y, para colmo, tengo amigos que no tienen buena fama, e incluso me quedo a dormir en sus casas. Ciertamente no pocos piensan que soy un misionero que le encanta la fiesta, divertirse y desperdiciar el tiempo conviviendo con gente que no va a la iglesia y que no tiene nada de «moral». ¿Qué escándalo, verdad? Lo cierto es que las fiestas me aburren, me estresan… todo ese alboroto y ruido que llaman baile y música, me hacen mal. No todas las comidas me gustan, porque soy medio especial, pero como todo lo que me dan. Me encanta tener comodidad y privacidad, pero con la gente me toca quedarme en una colchoneta en el piso, donde otros también duermen, en medio del alboroto de la familia, de los vecinos… y aunque no lo creas, la cerveza no me gusta.

Como uno más entre la gente

¿Entonces, porqué lo hago? Lo aprendí en Bogotá, Colombia, donde estuve casi cuatro años. Me pidieron ir a evangelizar a un sector periférico totalmente abandonado. Al principio, quise comenzar como en las películas misioneras: «sonando la campanita» para que la gente llegue a la misa y a la catequesis. Pero no le daban importancia al Evangelio y mucho menos al misionero. De hecho, me quedaba solo con el sacerdote y cuatro viejitas que nos escuchaban. Por eso decidí hacerle caso a Jesús: entrar en las casas de la gente, quedarme ahí y compartir. Lo podía hacer porque soy Hermano, alguien común y corriente. 

Entendí por qué Jesús le daba mucha importancia a la casa de las personas. Ahí es el lugar de la confianza, de la intimidad, de la libertad… donde se puede hablar de lo que no se habla en los lugares públicos y sagrados. Es el lugar donde, tomando un café, comiendo o tomando una cerveza, damos forma a los sueños, anhelos y esperanzas de la gente.

Luego, estas conversaciones se van concretando en organizaciones, en proyectos familiares y comunitarios. De este modo además de pasarla bien, perdí el miedo, como Jesús, a ser uno más entre la gente, semejante a ellos casi en todo, menos en la lejanía de Dios (Filp 2). Descubrí la belleza de ser un hermano más entre ellos, tan igual, pero al mismo tiempo tan diferente; y que podía ser luz en la oscuridad de su cotidianidad.

Anunciar el Evangelio en la normalidad de la gente

En el trabajo de los barrios periféricos de Bogotá, descubrí la belleza y utilidad de anunciar el Evangelio en la normalidad de la vida y en los espacios familiares y comunitarios. Comencé a creer lo que Jesús decía con su práctica concreta. Es decir, ese pasar con la gente, comiendo, conversando, contando chistes, cuentos, parábolas, historias… Y en esos espacios y lenguajes, ayudar a que la gente pueda ver la realidad con sus propios ojos y no desde ideas o visiones de otros; a que puedan caminar con sus propios pies; ayudarlos a que adquieran la capacidad de escuchar a otros y no piensen que son los únicos que tienen la verdad o la razón. Ayudarlos a convivir con el diferente y se solidaricen con proyectos barriales para el bien de todos los vecinos.

En ese ambiente familiar y libre, poco a poco se van expulsando esos sentimientos de odio, recelo, desconfianza, ignorancia, inferioridad, orgullo… Eso que Jesús llamaba demonios o espíritus malignos que mantenían como encadenadas las mentes y los corazones de las personas. Ese acompañamiento amistoso que personaliza el anuncio del Evangelio y tiene como destino a personas concretas en sus propias casas: Simón, Andrés, Mateo, Jairo, Lázaro… de los cuales unos terminaron siguiendo sus pasos, sus discípulos; otros se hicieron sus amigos, y otros, eternos agradecidos por el bien que les hizo.

Ahí aprendí que el Hermano misionero anuncia la Buena Nueva de modo personalizado, cuyo canal es el sentido familiar, fraterno y la amistad como puerta que permite el encuentro afectivo entre la persona y el Evangelio. Entendí que la casa es el lugar de curación, ese sitio donde Jesús hace la mayor parte de los milagros, donde cura al ciego, al mudo, al paralítico, a los encorvados, resucita a los muertos… donde sana las dolencias.

Pero también aprendí que entrar y quedarse en la casa de la gente requiere de la sagacidad, astucia y precaución de la serpiente junto a la sencillez de la paloma. No es permanecer ingenuo, significa estar con todos los sentidos despiertos para captar el movimiento de los «espíritus malignos» que aprisionan a la gente (Mt 10,16). Jesús, entre regaños, milagros, conversaciones, parábolas… iba cambiando la mentalidad y la vida de la gente. En estos barrios aprendí a ser como este Jesús: hermano de casa, el familiar, el pariente, el amigo: el Emmanuel (Dios-con-nosotros).

Textos que orientaron mi vida

Para que veas que no te estoy cuenteando y puedas creer que la casa de la gente es el lugar privilegiado para la curación de todos los males, puedes mirar los textos del Evangelio que me orientaron en esta primera experiencia misionera: Jesús que resucita a la hija de un jefe judío (Mc 5,22; Mt 9,23), la comilona en casa de Mateo (Mt 9,30); visitas a las casas de los pecadores para quedarse con ellos (Mt 9,9-26; Mt 10,11-12; Mt 13,36; Mt 21,17); que se va a la casa de los excluidos y rechazados (Mt 26,6); que va a la casa de sus discípulos para curar (Mc 1,29-34).

No me preocupo si algunos me critican por ser un «comilón, un fiestero y amigo de pecadores», por el modo de vivir y convivir con la gente (Mt 10,24-25); esta experiencia me enseñó que el Hermano misionero es de la familia, de la casa. Y ahí, a ejemplo de su Maestro, se celebra la Pascua. Desde el sentido familiar y de amistad, Él va formando a la gente en la experiencia de pasar de la muerte a la vida (Mt 26,18ss). Como decía san Daniel Comboni a sus misioneros: «una piedra escondida» que no busca ser la fachada de las obras de evangelización, sino parte de los cimientos, pero que si faltan, se derrumba todo. Jesús tiene la razón cuando le dice a los beneficiarios de su bien: «Que nadie sepa» (Mt 9,30). Sí, que nadie sepa, para que los aplausos y reconocimientos los reciba Dios.

Hno. Andrés Gaspar: «Mostrar a Cristo a través de nuestras obras»

El hermano Andrés Gaspar Abarca es un misionero comboniano originario de Chilpancingo, Guerrero, enfermero de profesión. Lleva más de 15 años en Sudán del Sur, trabajando en el hospital de Mapuordit, en el estado de Lagos, en el centro del país. Aprovechando sus vacaciones en México, le pedimos que nos hablara un poco de este pequeño país africano y nos compartiera su experiencia misionera.

Entrevistó: P. Ismael Piñón, mccj

–¿Cómo está ahora la situación en Sudán del Sur?

En este momento la situación política es estable, porque las dos etnias enfrentadas, los dinka y los nuer, llegaron a un acuerdo, pero siempre vivimos con incertidumbre, porque en cualquier momento puede estallar de nuevo el conflicto, ya que ninguno de los dos quiere ceder. Por otra parte, la guerra en Sudán nos ha afectado mucho; la gente que es del sur y estaba en el norte ha regresado. También nos afecta a nivel económico, porque mucha mercancía venía de Sudán, y ahora tenemos mucha escasez de suministros. Existe un acuerdo con China sobre el petróleo, pero ahora escasea y la devaluación de la moneda nacional es muy grande. En tiempos de la independencia, un dólar costaba dos libras sursudanesas, ahora un dólar cuesta mil 700 libras.

Yo trabajo en una región dinka. La situación conflictiva ahora está un poquito mejor, aunque entre ellos mismos sigue habiendo divisiones. Hace unos años aún era común ver a la gente con armas. En Mapuordit, donde estoy, salías a la calle y veías a toda la gente con armas. Los asaltos eran muy frecuentes, yo fui asaltado dos veces; una de ellas nos dispararon, pero gracias a Dios salimos vivos, aunque un padre fue herido. A veces me preguntaba, «¿qué hago aquí?». Hace unos dos años cambiaron al gobernador y llegó uno muy rígido que ordenó matar a los delincuentes. Eso hizo que haya menos asaltos. Para mí vivir esos momentos de conflicto fue bastante difícil. Al menos con la llegada del nuevo gobernador todos esos conflictos cesaron y ahora vivimos con cierta tranquilidad, aunque la gente sigue sufriendo por la situación económica.

¿Y en el campo sanitario?

–Todavía tenemos que trabajar mucho en la concientización de la gente en lo que se refiere a la prevención. Por ejemplo, no comprenden ni aceptan la cuestión de las vacunas, especialmente a los niños. Estamos intentando hacer una profilaxis contra la malaria, pero no lo entienden ni lo aceptan. A parte de eso, el gobierno invierte muy poco en sanidad y en educación. La mayor parte del dinero lo gasta en armamento.

En el hospital de Mapuordit se pide a la gente que pague sólo un dólar por la consulta, los análisis y las medicinas; pero evidentemente eso no cubre los gastos del hospital, que son cubiertos en su mayor parte por la diócesis y los combonianos. Hay un acuerdo con el gobierno por el que la diócesis cubre el 60 por ciento de los gastos y los combonianos contribuimos con un 30 por ciento gracias a las donaciones que recibimos. El gobierno debería cubrir el 25 por ciento de los salarios y contribuir también con medicinas, pero ahora, con la devaluación, apenas llega al 5 por ciento, el resto lo deben pagar la diócesis y los combonianos. Por eso la gente tiene muy poca confianza en las autoridades; ya no sólo en el campo de la salud, sino también en la educación, incluso los militares tienen salarios insuficientes. Por miedo, nadie protesta contra estas situaciones.

–Con todas estas dificultades, ¿dónde encuentras la fuerza y la motivación para aguantar y mantenerte ahí?

Yo siempre tengo esperanza. Cuando llegué a Mapuordit todavía era Sudán, aún no se había declarado la independencia de Sudán del Sur. Ya se había hecho el referéndum y la situación estaba bastante tranquila. Fue una época muy bonita para mí. Venían muchas personas al hospital y era muy gratificante ayudar y estar con la gente. Por desgracia todo cambió después de la independencia, cuando estalló el conflicto armado entre las dos etnias, especialmente en 2015. Todo el mundo andaba armado. En ese tiempo, me dije que ya me regresaría para México, pero aguanté. Ayudar a la gente es lo que me hacía sentir mejor. Ahí vivíamos con la esperanza de que algún día volvería la paz. Con la llegada del nuevo gobernador y sus métodos autoritarios, volvió la paz y la gente viene de muchas partes del país para ser curada en el hospital.

–¿Cómo vives tu vocación misionera de Hermano en este campo de la salud?

Trato de vivir con esperanza y dar buen ejemplo. La gente se da cuenta. En los tiempos de conflicto, muchos voluntarios se fueron porque no querían arriesgar sus vidas. Nosotros, sin embargo, decidimos quedarnos para seguir trabajando por la gente. Mostrar a Cristo a través de nuestras obras, de nuestro trabajo, a veces no es fácil, pero hacemos el esfuerzo de ayudar y decimos a la gente que no somos nosotros los que estamos ayudando, sino que es Cristo quien nos envía para ayudarles; eso es lo que nos ha dado la fuerza para trabajar como Hermanos.

–¿Qué le dirías a tus paisanos mexicanos?

En primer lugar, que sigan rezando por Sudán del Sur, porque estamos aún muy lejos de la paz y esperamos llegue pronto, además, que se estabilice la situación económica para que la gente ya no sufra más. Les diría también que sigan haciendo oración por nosotros y que no dejen de apoyar a la misión, también materialmente, porque cuando lo hacen están apoyando nuestro trabajo y ayudando a la gente. Y si hay alguno que es médico o enfermero y quiere venir como voluntario, el hospital está abierto y da la bienvenida a quien quiera venir a colaborar. Allá lo esperamos.

Fiesta de San Miguel y del Santo Cristo de Acebes

El padre José de Jesús nos habla sobre el nuevo obispo, monseñor Mikel Garciandía Goñi, que recibió la ordenación episcopal el pasado 20 de enero en la catedral de San Antolín, Palencia. También comparte su experiencia en la Unidad Pastoral de Frechilla y las parroquias que la constituyen: Frechilla, Guaza de Campos, Mazuecos de Valdeginate y Autillo de Campos.

Por: P. José de Jesús García
desde Palencia, España

El pasado 8 de mayo fue la fiesta patronal de San Miguel Arcángel, en Frechilla. Para iniciar la novena, monseñor Miguel nos honró con su presencia, presidiendo la misa en la ermita de San Miguel, a dos o tres kilómetros fuera del pueblo. Posteriormente se transportó en procesión la imagen de San Miguel hacia la parroquia. A petición de los habitantes del pueblo, el obispo bendijo los campos, en los que se sembró cebada y trigo. Nuestro nuevo obispo es devoto de san Miguel y también lleva su nombre. En casi todas las familias de Frechilla hay alguien que lleva ese nombre. El padre José Antonio Ovejero y su servidor acompañamos el novenario y conclusión de la fiesta con una misa solemne.

Continuando con las fiestas patronales, nos preparamos para Pentecostés, que coincide con la fiesta del Santo Cristo de Acebes, ermita ubicada a 3 kilómetros de distancia, en las afueras del poblado de Guaza de Campos. Dicha ermita es una construcción del siglo XVI. En su interior tiene un bonito retablo, obra del pintor español del renacimiento Pedro Berruguete, realizado en 1501. La ermita del Cristo de Acebes se encuentra en el campo, donde hoy no hay casas. Según cuentan los vecinos, tiempo atrás había un pueblo y, por alguna razón, la gente se fue a vivir a otro lugar.

La fiesta del Cristo de Acebes se celebra el día de Pentecostés. Nueve días antes comienza la novena. Suelen venir familiares de los vecinos de Guaza desde diferentes lugares de España para participar. El primer día los vecinos traen en procesión la imagen del Cristo de Acebes. Lo hacen en oración y silencio, trasladándola a la parroquia de Guaza. La procesión va acompañada por un grupo musical llamado Dulzaina, de música tradicional castellana, especial para estos momentos religiosos.

Para revivir el tiempo pasado y hacerlo presente para las nuevas generaciones, se conserva una hermosa tradición. Se cuenta que cuando había más habitantes en Guaza, se daba pan, cebollas y queso, pero sólo a los niños que participaban en la misa. Es una tradición que nació de los pastores y agricultores, pues estos productos son de esta zona. Hoy, esta fiesta tiene un sentido más tradicional y de bendición para continuar reavivando la fe. Los vecinos participan para recordar a sus seres queridos, con la certeza de que, si estuvieran vivos, por ninguna razón faltarían a la fiesta del Santo Cristo de Acebes.

Hoy se da el pan, queso y cebolla a las personas que participan de la misa o que llegan a la fiesta. Al estar repartiendo esos alimentos, la gente nos dice: «deme para mi mamá que no pudo venir porque hoy no está bien de salud. Me dijo: “ve a la fiesta, haz oración por mí y si hay pan, queso y cebolla tráemelos porque son del Santo Cristo y están benditos, los comeré y me harán bien”».Dios escuche nuestras oraciones y nuestras plegarias por cada persona de cualquier parte del mundo que nos pide rezar por ellas, por sus necesidades materiales y espirituales.Doy gracias a Dios por cada testimonio de fe que he visto y veo en esta gente. Es una bendición de Dios, y da gran alegría conocer la religiosidad y las tradiciones populares de los pueblos que integran la milenaria diócesis de Palencia.

Me despido de los bienhechores, amigos y familiares, y les pido sus oraciones para continuar el trabajo misionero que se nos ha encomendado en esta diócesis.

¿Qué es la misión, si no es conectar a la gente?

Por: LMC, Kenia

Aquí estamos, LMC de Kenia, en la reciente fiesta de los Amigos de Comboni en Utawala, el día de la Ascensión, para despertar el entusiasmo de la gente sobre el trabajo misionero, sobre lo que significa ser LMC, ya sea en Nairobi, o en West Pokot, o donde quiera que estemos. Construir puentes entre nuestra misión en Kitelakapel y esta parroquia comboniana dentro de Nairobi, y todos los Amigos de Comboni allí reunidos.

A medida que seguimos llegando a nuevas parroquias con nuestras animaciones misioneras, cada vez más gente nos conoce, abraza nuestra causa, se implica, nos apoya espiritual y económicamente y, lo que es más importante, aumenta nuestro número. Ahora somos tantos que estamos buscando un nuevo lugar para nuestras reuniones mensuales, pues ya no cabemos en la casa de huéspedes que hemos estado utilizando hasta ahora.

La misión es una pasión, que puede impulsar a cada uno de nosotros a contribuir a su manera: a los que están en el campo, en el extranjero o haciendo servicio en el lugar donde viven, a los que apoyan económicamente cerca y lejos, a los que dedican su tiempo y servicio a recaudar fondos, a dar a conocer nuestro trabajo y carisma, a construir relaciones, a involucrar a nuevos miembros y formarlos, a conectar con las otras ramas del LMC y permanecer unidos.

Y mientras agradecemos a la familia comboniana por involucrarnos en este ejercicio, queremos enviar un mensaje de ánimo a todo el LMC: ¡no perdamos la esperanza y sigamos llegando a nuevos lugares, física y virtualmente (¡medios sociales!) con nuestra animación misionera! La única herramienta para que sigamos creciendo, en número y en fuerza, para que no se desperdicie el buen trabajo que estamos haciendo en todas partes del mundo, y especialmente en las comunidades internacionales donde tanta falta nos hacen más misioneros.

¡¡¡Que el Espíritu nos dé ese ánimo!!!

LMC Kenia

Aceptar ser discípulo para crecer…

Una experiencia vivida en los llanos orientales de Colombia

Por: Hno. Joel Cruz, mccj

Muchas veces, uno piensa que la vida misionera tiene que ver con el hacer muchas cosas para que los más alejados y abandonados en el mundo, tengan las condiciones necesarias para una vida digna. Pero quiero contarte otra experiencia misionera que el Señor me permitió realizar durante el tiempo que estuve en Colombia.

Durante los tiempos largos que tenía de vacaciones, por los estudios en la universidad, me asignaron una comunidad indígena en los llanos orientales de este país. Las primeras veces que fui para establecer un primer contacto con este grupo indígena que aún no había escuchado hablar del Evangelio y de Jesucristo, los vi como unos seres primitivos que necesitaban ser “civilizados”. Pero una vez más el Señor me introdujo en una serie de circunstancias que me hicieron cambiar mi modo de pensar y de acercarme a un pueblo diferente al mío.

Al principio entré con muchas ideas buenas en esa comunidad indígena. Pensaba que era fundamental llevarles el agua al centro de la aldea para que no fueran a buscarla en los barrancos lejanos que eran – según yo – muy peligrosos para las mujeres y los niños. Mi instinto paternal afloraba frente a lo que yo consideraba que era un sufrimiento y cansancio para esta gente.  Y de hecho, mi perspectiva de desarrollo y de promoción humana occidental, hizo que obligara a que la gente se moviera para que trabajaran poniendo una bomba y la tubería, que había conseguido con personas de buena voluntad, para llevar el agua al pueblo. Lo cierto es que nadie de la comunidad se movió para eso. Por eso tomé la iniciativa de hacerlo con unos voluntarios que vinieron de la ciudad. Con mucho esfuerzo y gasto de dinero, logramos llevar el servicio que según yo, este pueblo estaba necesitando.

Mi sorpresa fue que las mujeres y los niños continuaron yendo al barranco lejano para traer el agua para su casa. La toma y la fuente que habíamos construido en el centro de aldea, sirvió solo para las vacas de los campesinos mestizos que vivían por ahí cerca. Ciertamente quedé decepcionado y enojado con esta gente mal agradecida. Ya en ese enojo, decidí no hacer nada por ellos, como una especie de venganza contra esta gente que no apreciaba el esfuerzo del misionero que venía de lejos para servirles.

Decidí solamente estar en una choza con otro hermano, observando, rezando entre nosotros, visitando y aprendiendo algunas palabras del idioma propio de ellos. Por las noches encendía una vela y me ponía a leer la Biblia un momento, y luego a poner por escrito las palabras y frases que aprendía durante el día. Podría decir que asumí una actitud de pasividad intencional para ver si esta gente reaccionaba. Pero sucedió lo contrario: fui yo quien fue tomando conciencia de un modo nuevo y diferente de anuncio del Evangelio que Dios me estaba proponiendo.

Al dejar de hacer cosas, las miradas de los indígenas se centraron en lo que hacíamos, lo que vivíamos a diario, y comenzaron a vigilar de cerca todos nuestros movimientos, gestos, actitudes… nos convertimos en el centro de la atención y de los comentarios de ellos. En nuestras visitas me daba cuenta cuánto bien les hacía reírse de nosotros porque no hablábamos bien y no entendíamos su lenguaje. Me fui dando cuenta de lo orgullosos que se sentían enseñándonos cómo se hacía una flecha, un arco, y cómo se manejaban… cómo se sembraba la yuca, el plátano… era como si se sintieran los padres de un hijo que recién estaba aprendiendo a decir las primeras palabras y a dar los primeros pasos en un mundo desconocido.

Pude percibir que dejándome enseñar estaba levantando la autoestima y dignidad de un pueblo que no sabía lo que era ser respetado, reconocido, valorado… esto me hizo reconocer y aceptar la importancia del bajar de las nubes y poner la tienda en medio del pueblo (Jn 1, 14), así como Dios: nacer pequeñito, sin saber nada, débil, necesitado en todo sentido… para convertir al ser humano despreciado y humillado, en un maestro y forjador de profetas. Sí, con estos detalles, aprendí que es fundamental hacerse como niños para poder ser constructor del Reino de Dios en medio de los pueblos (Mt 18, 1-5).

Al ir aprendiendo el idioma, el significado del simbolismo y comportamientos de la gente, fui también entrando en el corazón de la religiosidad, la filosofía y teología propias de un pueblo que ya conocía a Dios. De hecho, durante las noches, cuando prendía la vela y sacaba la Biblia para leerla, se acercaban los ancianos a hacer preguntas, y eso se convertía en una conversación sobre nuestros Dioses. Era como si la Palabra de Dios se dejara escuchar desde el saber de este pueblo y desde el saber de la Biblia. Era un diálogo de saberes.

Así fui aprendiendo que la misión no es otra cosa que un encuentro de sabidurías que Dios quiere darnos a conocer, y quiere que el misionero ayude a los pueblos a descubrirlo en esa sabiduría que las circunstancias históricas han forjado y se mantienen en sus relatos tradicionales. Así aprendí que el misionero no lleva a Dios a los pueblos, sino que Dios lleva al misionero al encuentro de otros pueblos donde Él ya está y quiere que seamos hermanos.

Al final de esta experiencia, me di cuenta que en la misión, lo que cuenta no es tanto la obra material que tú puedas hacer. Más bien, comprender el corazón de los pueblos, escudriñar, conocer, revelar… el mensaje que el Señor ha escrito en el núcleo filosófico y teológico de estos pueblos, para que todos podamos decir: “ahí está”, “es el señor”, ánimo no tengan miedo.  Sí, a pesar de la violencia de la guerrilla, de los paramilitares, el ejército, del narcotráfico… ¡No tengan miedo! Yo estoy con ustedes hasta el final de los tiempos. Estar ahí, en medio de ellos, con ellos, para que los violentos puedan ver que Dios no abandona a su pueblo, que está ahí para que no los maten, para que los respeten, para que se les reconozca su dignidad.

Aprendí a considerar como primer paso para cambiar la realidad en cualquier lugar del mundo, la encarnación, esa actitud que nos hace no solamente accesibles a la gente, sino también humildes y sencillos, que nos hace discípulos y no maestros que creen saberlo todo (Jn 1, 14).

Creo que una figura bíblica que puede resumir esta experiencia es la del maestro Nicodemo, que va de noche a preguntar al Señor qué hacer para entrar en el Reino de Dios. La respuesta ya la conocemos: “hay que nacer de nuevo” (Jn 3, 1-9). Y esto implica, como todo nacimiento, comenzar desde la pequeñez en todo sentido. Y así, otra vez el Señor me desarmó y entendí que el misionero es grande precisamente porque acepta con gusto o con sufrimiento, ser pequeño para que los otros crezcan (Jn 3, 27-30) y alcancen la dignidad de hijos de Dios.