Cuatro pautas para el Año de la Oración

La Hna. Ruperta Palacios, misionera afromexicana de la congregación de las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa, nos propone cuatro pautas para el ‘Año de la Oración’ en preparación al Jubileo 2025.

ADN-CELAM

De camino a vivir el Jubileo 2025, «tiempo de gracia» hasta la apertura de la Puerta Santa, el Pontífice pide a los fieles «intensificar» la oración. Es por esto que anima a dedicar este año 2024 a una gran “sinfonía” de oración.

El Vaticano invita a las diócesis y comunidades religiosas a buscar caminos que lleven a redescubrir la centralidad de la oración. Por lo que invita a promover momentos de oración individual y comunitaria a través de acciones como: «peregrinaciones de oración» hacia el Jubileo o itinerarios de escuelas de oración con etapas mensuales o semanales, presididas por los obispos, en las que participe el Pueblo de Dios.

Redescubrir el valor de la oración

En atención a vivir de la mejor manera este momento íntimo con Dios, la hermana Ruperta Palacios Silva, una religiosa oaxaqueña y afromexicana que pertenece a las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa, nos da algunas pistas de como orar y educar en la oración.

Inicia resaltando que para orar es importante en primer lugar, dejar pasar por el corazón orante el llamado de Jesús de Nazaret, quien nunca dejó de orar a pesar de las circunstancias vividas. “Su oración no la apartaba del compromiso de los hermanos y hermanas, al contrario, lo lleva a un mayor servicio de los mismos. Jesús, siempre enseñó el valor de la oración e invitó a ser perseverantes e insistentes en ella”.

Asintió que el pueblo de Dios sabe orar a su manera, pero dijo que, en ocasiones las religiosas menosprecian la forma como lo hacen, “pareciera que nosotras somos las «expertas» en oración”, por ello, expuso, que Dios tiene su manera de conducir a los pueblos por el camino de la oración”.

La oración desde el ámbito de la amistad

Observa que como parte de la familia Carmelita a la que pertenece, ha tratado de asumir el modo de orar carmelitano, herencia tomada de Santa Teresa de Jesús, quien decía: «la oración es un trato de amistad con quien sabemos nos ama». A partir de esto dice que, “cuando se descubre el valor de la oración desde el ámbito de la amistad, cambia todo.

“Mi relación con Dios es como la de un amigo. Me relaciono con él de acuerdo a mi estado de ánimo, en las alegrías y tristezas de la vida, en este sentido voy creciendo en confianza y me abandono en Dios”, subraya.

La oración en la vida religiosa debe llevar a un cambio

Desde la mirada de la Vida Consagrada en el continente de América Latina y el Caribe, dijo que no se puede bajar la guardia y antes bien, se debe intensificar la invitación que se hace a vivir este año de la oración con iniciativas propias de su carisma. “Cada Congregación tiene una espiritualidad propia para ir guiando su camino espiritual: retiros espirituales, ejercicios espirituales cada año, oración diaria personal y comunitaria”.

Evocando de nuevo a santa Teresa de Jesús quien decía «la oración es para que nazcan obras», dijo que sería en vano multiplicar los tiempos de oración, si no hay un cambio en la vida de cada religioso(a) y en el compromiso serio con el mundo exterior en lo que se refiere a la justicia social y la cercanía con los más vulnerables.

“Si no hay una verdadera oración, no podrá haber un compromiso serio por las causas sociales, por la justicia, los desaparecidos, los migrantes, entre otros. La oración me tiene que llevar a ese compromiso. Si vivimos desde esa hondura nuestro caminar cristiano y nuestro testimonio será creíble para las nuevas generaciones de religiosos y religiosas”, anotó.

Concluyó refiriéndose a este tema indicando que “resulta imprescindible la exigencia de soledad y silencio de la vocación contemplativa, la necesidad de estar “muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (v 8,5). En una palabra, dijo “es necesario hacer la experiencia del desierto, dejando que un amplio espacio permanezca vacío y que un largo tiempo transcurra en silencio para que la presencia de Dios pueda ocuparlo”.

Hna. Ruperta Palacios - Año oración

Las tecnologías al servicio de la oración

Por otra parte, abordando el tema de la tecnología en un mundo globalizado, donde las personas están buscando respuestas inmediatas, señala, que esto “no es malo, pero no se puede caer en los extremos”. Agrega que, en parte la tecnología ha llevado a que se pierda el gusto por la oración y la espiritualidad, “sin pelearnos con ella”, advierte.

Con el propósito de acercar a las comunidades a través de los medios tecnológicos, la religiosa acertó en decir que la Iglesia se debe preparar para elaborar contenidos y ofrecer insumos que lleven a vivir momentos de reflexión y oración a nivel personal y familiar. “Valorar los espacios de silencio, oración y espiritualidad para formarnos y fortalecer nuestra vida como seguidores de Jesucristo, a través de estos medios de comunicación”.

Asimismo, agrega que “en la era digital no es tanto la soledad física lo que nos espanta sino el estar “desconectados”, incomunicados de esta especie de ‘anima mundi’ en que se ha convertido el mundo virtual de internet y de las redes sociales”. Asegura que esta ausencia de conexión (y no ya de relación) provoca angustia en el ser humano, “nos proyecta hacia atrás en una ineludible confrontación con nosotros mismos”.

Subsidios Año de la Oración

El Dicasterio para la Evangelización ha publicado algunos subsidios que buscan ayudar a los fieles y a las comunidades a vivir con fe este tiempo tan importante: está disponible online, y descargable gratuitamente en el sitio web, en versión digital de “Enséñanos a orar”. INGRESE AQUÍ

San José en la vida de Comboni

La figura de san José ha tenido un pues­to relevante en la vida y espiritualidad de san Daniel Comboni, gran misionero y fundador de los institutos de las Misio­neras y los Misioneros Combonianos. A través de sus escritos, podemos percibir cómo el esposo de María y padre adopti­vo de Jesús fue siempre un referente en su vida y en su obra misionera. A él acu­dió siempre para confiarle, no sólo las necesidades materiales de su vicariato, sino sus preocupaciones y dificultades.

Es muy probable que la devoción de Comboni por san José comenzara en su infancia, viendo en su propio pa­dre, Luigi Comboni, un reflejo del esposo de María. Comboni nació en el seno de una familia humil­de de campesinos en Limone sul Garda, un pequeño pueblo a orillas del lago de Garda, al norte de Italia. Fue el único hijo sobreviviente de un total de ocho que tuvieron sus padres. Las dificultades económicas y los esfuer­zos de su padre por sacar a la familia adelante dejaron sin duda una huella profun­da en el que sería después el gran evangelizador de África Central.

San José en la vida de Comboni

Ahí descubre unas imágenes que don Mazza había colo­cado en la capilla dedicada a san Carlos con la intención de in­fundir en sus alumnos la devoción por la Sagrada Familia. Junto a una imagen del Sagrado Corazón de Je­sús y otra del Corazón Inmaculado de María, se encontraba la imagen de san José. Estas tres imágenes debieron quedar grabadas en su memoria, porque en muchas de las numerosas cartas que Comboni es­cribió a lo largo de su vida hizo re­ferencia a san José y a los Sagrados Corazones de Jesús y de María.

Cuando el 8 de diciembre de 1870 el papa Pío IX proclama a san José como Patrón de la Iglesia universal, Comboni ve reforzada su devoción por este santo y co­mienza a venerarlo también como «protector de la Iglesia católica y de la Nigrizia». Esto se puede ver claramente en una carta dirigida al padre Sem­bianti, el rector de sus seminarios en Verona, en la que hace referencia a dos pequeños opúsculos sobre el Sagrado Corazón y sobre san José, que quiere recomendar a todos sus misioneros y misioneras. En dicha carta afirma: «desearía que cada misionero y cada hermana de Áfri­ca Central tuviera estos dos estu­pendos libros y se familiarizara bien con ellos para conocer bien las riquezas del Corazón de Jesucristo y la poesía de las grandezas de san José. Estos dos tesoros, unidos a la fervorosa devoción a la gran Madre de Dios e inmaculada esposa del gran Patrón de la Iglesia universal y de la Nigrizia, son un talismán se­guro para quien, ocupado en los in­tereses de las almas en África Cen­tral, ha de relacionarse con gente de ambos sexos en estos países, pues dan el coraje y encienden la caridad de tratarlas familiarmente y con desenvoltura para convertir­las a Cristo y a la Virgen».

Por otra parte, la devoción de Comboni por san José siempre va unida a la de los Sagrados Cora­zones de Jesús y de María. Su fe y confianza en lo que él llama la «triada santísima» o «los tres obje­tos de nuestro amor», serán el prin­cipal sustento espiritual en el que se apoyará en todo momento. Así lo expresaba, por ejemplo, en otra carta al padre Sembianti: «Al niño Jesús (que nunca se hace viejo), a su madre, la Reina de la Nigrizia, y a mi querido ecónomo san José (que no muere nunca, ni jamás da en quiebra, sino que sabe adminis­trar bien y con mucho juicio, y es un perfecto cumplidor), a estos tres queridos objetos de nuestro amor les voy a hacer una novena, para obtener la gracia de que antes de la fiesta de los desposorios de la San­tísima Virgen, o para ese santo día, el querido padre Sembianti esté instalado en su importante cargo de rector de los Institutos Africanos de Verana. San José, que es el pa­radigma del hombre bueno, nunca me ha negado ninguna gracia tem­poral; pero unido a Jesús y María, forma una tríada santísima que sin duda habrá de conceder esta gracia espiritual que pido».

San José y la Providencia

En esta carta se puede percibir también otra de las características de la devoción de Comboni hacia san José, a quien considera como «su ecónomo» y al que no duda en acudir particularmente en lo que concierne las inmensas necesidades económicas de su obra. Debido a su origen humilde y a la formación recibida en el Instituto Mazza, Comboni tuvo siempre claro que estaba en manos de la Providencia divina. Incluso en los momentos de mayor dificultad, no dejó de po­nerse en manos de la que él define como «fuente de caridad para los desdichados y protectora siempre de la inocencia y la justicia».

En una carta dirigida al carde­nal Juan Simeoni, entonces prefec­to de la Congregación para la Pro­pagación de la Fe, se expresaba en estos términos: «Pero como siem­pre se debe confiar únicamente en Dios y en su gracia, pues quien con­fía en sí mismo, confía (con perdón) en el mayor asno de este mundo, y considerando que las obras de Dios nacen siempre al pie del Calvario y que deben ser marcadas con el adorable sello de la cruz, he pensado abandonarme en brazos de la divina Pro­videncia, que es fuente de caridad para los desdicha­dos y protectora siempre de la inocencia y la justicia».

Este convencimiento de que la Providencia nunca le abandona, unida a su devoción por san José, hacen que desde el principio de su misión haya declarado a san José como el ecónomo de su obra, no dudando nunca de él. Así de claro lo expresa al cardenal Alejandro Franchi en 1876: «¿Cómo se podrá dudar jamás de la Providencia divi­na, ni del solícito ecónomo san José, que en sólo ocho años y medio, y en tiempos tan calamitosos y difíciles, me ha mandado más de un millón de francos para fundar y poner en marcha la obra de la redención de la Nigrizia en Verona, en Egipto y en el África interior? Los medios económicos y materiales para sos­tener la misión son la última de mis preocupaciones. Basta con rogar».

Y en otra carta dirigida a mon­señor Jerónimo Verzieri, obispo de Brecia, dice: «Le aseguro, mon­señor, que el banco de san José es más sólido que todos los bancos de Rothschild. De este modo, sin en­contrarme con un sólo céntimo de deuda, este estupendo ecónomo mantiene para la Nigrizia dos casas en Verona, dos en El Cairo, dos en Jartum y dos en El-Obeid, la capital del Kordofán, que tiene más de cien mil habitantes, y donde por prime­ra vez se celebró misa y se adoró a Jesucristo en 1872».

De estas cartas y de otras mu­chas, se desprende también la familiaridad con la que Comboni se dirige a san José, una fami­liaridad que no quita un ápice la devoción y el respeto que siente por su santo protector, pero que es también muestra de la gran confianza que tiene puesta en él. Así hablaba de él en otra de sus cartas: «Además he llamado al orden a mi ecónomo san José, y amenazándolo con dirigirme a su mujer si él no me hace caso, le he exigido que en el plazo de un año, a contar desde el pasado 12 de mayo, equilibre mi presu­puesto; pero no al estilo de Lan­za, Sella y Minghetti, o del actual ministro de economía italiano, Semits Doda; sino el verdadero equilibrio presupuestario; de lo contrario voy a su mujer».

Particularmente, es en los mo­mentos de carestía y dificultad que Comboni muestra su mayor confianza en san José. Durante la hambruna que padeció Sudán en 1878, Daniel Comboni escribe al cardenal Juan Simeoni contándole lo caro que está todo, en particular el pan y el agua, y cómo confía en que san José le ayudará a salir ade­lante: «En las barbas de san José hay miles y millones; y yo lo tengo tan atosigado y he hecho some­terlo a tal acoso de oraciones, que estoy segurísimo de que la crítica situación actual de África Central se trocará dentro de no mucho en prosperidad. El tiempo y las desdi­chas pasan, nosotros nos hacemos viejos; pero san José es siempre jo­ven, tiene siempre buen corazón e intención recta, y ama siempre a su Jesús y los intereses de su gloria. Y la conversión de África Central re­presenta un interés grande y per­manente para la gloria de Jesús».

Aquí se ve otro aspecto de la de­voción de Comboni hacia san José. Según él, José «ama siempre a su Je­sús y los intereses de su gloria». José es ese padre que siente que su hijo es parte de él, los intereses y deseos de su hijo se convierten en sus pro­pios intereses y deseos; y si Jesús quiere la conversión de África Cen­tral, san José hará todo lo posible porque ese deseo se cumpla. No es una paternidad física, pero sí espi­ritual y de corazón. El amor de José por su hijo Jesús se convierte en un amor paternal de José hacia toda la humanidad, por la que Jesús dio su vida en un acto supremo de amor. Así lo ve y así lo vive Comboni.

Fiel hasta el final

Pero, ¿de dónde puede venirle a Comboni esta devoción tan mar­cada por san José? iES sólo una pía devoción espiritual que nació con aquella imagen en la capilla del instituto de Don Mazza o hay otra razón? Si nos fijamos en la persona­lidad de Comboni, en su carácter, en su frenética actividad en los pocos años que tuvo de vida, sus via­jes, sus cartas, o en su obsesión por la conversión de África, diríamos con razón que poco tiene en común con el esposo de María, un hombre sencillo, humilde, del que apenas se habla en los Evangelios. Tiene que haber algo más en san José que llamó la atención de Comboni: ese algo es, posiblemente, su humildad y su fidelidad a Dios.

José no fue un gran personaje en la aldea de Nazaret, no tuvo ningún rango importante en la sociedad judía de entonces; no fue profeta ni sacerdote, no destacó en nada; fue un simple car­pintero que aceptó con fe el proyecto que Dios le pro­puso, y lo hizo de manera humilde y sencilla, desde el silencio y la discreción, pero con una fidelidad absoluta y una enorme confian­za en Dios. ¿Cómo si no hubiera podido acoger en su casa a María cuando ya estaba encinta por obra del Espí­ritu Santo? Visto de esta manera, po­demos afirmar que las figuras de san José y Comboni se asemejan; en la fidelidad a ese proyecto de Dios para sus vidas, una fidelidad que va más allá de los miedos, de las posibles críticas, de cualquier dificultad. Una confianza que va hasta el final. Comboni aceptó la misión que Dios le había encomen­dado y nunca dudó de ella, ni si­quiera en los peores momentos de dificultad o de incomprensión. Fue siempre adelante. Es más, fue en esos momentos de dificultad cuan­do se encomendó de manera parti­cular a san José.

San José, modelo en la vocación del hermano misionero

No podemos dejar de hacer una referencia a san José como modelo en la vocación del hermano misionero. Comboni quiso tener entre sus misioneros a hombres consa­grados que, sin ser sacerdotes, reali­zaran tareas tan importantes como la construcción, la agricultura, la medicina, etcétera. De hecho, en sus escritos y en las reglas de su Ins­tituto, se contempla esta figura de misionero. En una carta dirigida al padre Amoldo Janssen, fundador de los Misioneros del Verbo Divino, Comboni llega incluso a admitir que los hermanos tienen más relevancia en el apostolado que los propios sa­cerdotes: «En África Central los her­manos artesanos bien preparados contribuyen a nuestro apostolado en mayor medida que los sacerdotes a la conversión, porque los alumnos negros y los neófitos (la mayor par­te de los cuales, ya sea para apren­der el oficio o para trabajar, han de permanecer un espacio de tiempo bastante largo con los «maestros» y los «expertos», quienes, con las pa­labras y con el ejemplo son verda­deros apóstoles para sus alumnos) están con los hermanos laicos, y los observan y escuchan más de lo que
pueden observar y escuchar a los sacerdotes».

La labor de los hermanos en la misión, centrada en el trabajo material y profesional, es fun­damental para el éxito de la evange­lización. Su presen­cia es más discreta que la del sacerdote, pero no menos eficaz. Quizás por eso y por ser el santo un carpintero, un hombre de trabajos prácti­cos, san José ha sido siem­pre un modelo para los hermanos, que ven en él un ejemplo de humildad, servi­cio y fidelidad.

Hoy en día, seminarios, escue­las, hospitales, centros de formación, parroquias, y un sinfín de centros asistenciales que la Iglesia católi­ca tiene por todo el mundo, llevan el nombre de san José, patrón de la Iglesia universal y padre y protector de toda la humanidad. La decisión del papa Francisco de dedicarle este año es una magnífica oportunidad que se nos presenta a los cristianos -y en particular a los misioneros ­para que descubramos la profundi­dad y la importancia de este hombre que, de manera humilde y fiel cam­bió el curso de nuestra historia.

P. Ismael Piñón, mccj
Esquila Misional, marzo 2021

El desafío migratorio

Por: Felipe Cardenal Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

MIRAR

Desde que yo era niño, allá por los años cuarentas del siglo pasado, varias personas de mi pueblito emigraron. Unos pocos salieron para huir de conflictos ejidales de aquellos tiempos por la explotación de la madera. Varios más se fueron a trabajar a los Estados Unidos, la mayoría sin documentos, y ha mejorado su calidad de vida; casi todos han construido buenas casas en la comunidad para su familia y para ellos cuando pueden venir. Muchos han salido a estudiar o a trabajar en ciudades cercanas. Esta migración, en general, ha sido benéfica para ellos y para mi pueblo. Cuando llegan las fiestas patronales, o si hay alguna necesidad comunitaria, ellos colaboran significativamente.

Cuando serví como obispo en Tapachula, (1991-2000), pasaban algunos migrantes, no tantos como ahora, sobre todo de Guatemala, El Salvador y Honduras, y la diócesis, desde mucho antes de que yo llegara, procuró atenderles en lo posible, construyendo albergues para ellos. La mayoría usaban el tren La Bestia, que en aquellos años unía las fronteras México-Guatemala. El huracán Stan destruyó muchos puentes ferroviarios y, desde entonces, se suspendió esa conexión. Entonces, el reto mayor eran los casi 55,000 guatemaltecos refugiados, que habían huido de la guerra civil en su país. Siguiendo lo hecho por mi antecesor, se les ayudó no sólo con asistencia ocasional, sino también promoviendo que tuvieran trabajos adecuados; les acompañamos después en su retorno programado a Guatemala.

Como obispo en San Cristóbal de Las Casas (2000-2018), me tocó atender el aumento migratorio que se intensificó allá, pues muchos migrantes procuraban llegar a Palenque, donde podían abordar el tren que allá subsistía, para intentar llegar a los Estados Unidos. ¡Cuántos sufrimientos padecían! ¡Cómo eran extorsionados, explotados, vejados, tanto por polleros, como por autoridades migratorias! Hicimos cuanto fue posible, y la diócesis prosigue este servicio a tantos hermanos que no cesan en su intento de llegar a su objetivo.

Ahora las caravanas de migrantes han aumentado tánto que nos han rebasado a las diócesis, a los organismos de ayuda y a las mismas autoridades. Estas insisten que se atiendan las causas desde sus países de origen. Esto es muy correcto, pues si en el propio lugar no hay condiciones de seguridad y de trabajo, la gente no se detendrá, aunque le pongan más muros. Sin embargo, esas ayudas no han sido suficientes. Por presiones del gobierno norteamericano, nos hemos convertido en un país represor y expulsor de migrantes indocumentados ¡Es un gran desafío para todos!

DISCERNIR

Los obispos de la frontera entre Texas y México emitieron un importante documento sobre esta realidad. En la primera parte, analizan con datos el fenómeno. En la segunda, hacen un profundo discernimiento. En la tercera, proponen unas recomendaciones. Transcribo algo de lo que dicen:

“Nuestra perspectiva católica sobre los migrantes y refugiados tiene su raíz en la Sagrada Escritura y en la Sagrada Tradición, con la guía del Magisterio de la Iglesia. La Biblia habla sobre la experiencia de la migración. Por ejemplo, el Libro del Éxodo dice: “No maltrates ni oprimas al extranjero, porque ustedes también fueron extranjeros en Egipto” (Ex 22,20). José, María, y el niño Jesús emigraron temporalmente a Egipto para escapar de los violentos planes del rey Herodes (cf. Mt 2, 13-23). Jesús mismo enseña que, al acoger al forastero, en realidad lo estamos acogiendo a Él, que dirá en el Juicio Final: “Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa” (Mt 25,35). Jesús nos visita en los migrantes, que se convierten en nuestros compañeros de viaje. En ellos recibimos como huésped al que nos prepara casa en el cielo, que es nuestra patria.

A lo largo de la historia, la Iglesia, que como una madre ha estado atenta y solícita a los problemas de la humanidad, mediante su doctrina social ha promovido y defendido el derecho natural e inalienable que toda persona humana tiene de migrar o no migrar. También ha reconocido el derecho de los estados de controlar sus fronteras y el deber de acoger y velar por los derechos del migrante, quien a su vez debe respetar el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, obedecer sus leyes y contribuir a su desarrollo.

La Iglesia enseña que toda persona tiene derecho de encontrar en el propio país oportunidades económicas, políticas y sociales que le permitan alcanzar una vida digna y plena. Eso requiere que cada país, mediante una atenta administración local o nacional, garantice un comercio más equitativo y una cooperación internacional solidaria, y asegure a sus propios habitantes la libertad de expresión y de movimiento, así como la posibilidad de satisfacer vivienda y la educación”.

ACTUAR

¿Qué hacer? Los mismos obispos proponen: “Independientemente de su situación legal, la vida, la dignidad y los derechos de los migrantes deben ser reconocidos, respetados, promovidos y defendidos, lo mismo que sus respectivos deberes. La Iglesia reafirma la necesidad prioritaria de un estado de derecho que proteja a las familias, en particular de los migrantes y refugiados, que son agraviados por nuevas dificultades. El Estado debe ser garante de la igualdad de trato legislativo y, por tanto, debe proteger todos los derechos de la familia migrante y refugiada, evitando cualquier forma de discriminación en el ámbito del trabajo, la vivienda, la salud, la educación y la cultura.

Se necesita por parte de todos –dice el papa– un cambio de actitud hacia los inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación a una actitud que ponga como fundamento la ‘cultura del encuentro’, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor. Jesús ha dicho: ‘fui forastero y me hospedaste’ (Mt 25,35). Resulta actual y urgente la invitación a practicar una hospitalidad que no puede limitarse a la mera distribución de ayudas humanitarias, sino que debe llevar a compartir con quienes son acogidos el don de la revelación del Dios Amor, ‘que tanto amó al mundo, que nos dio a su Hijo único’ (Jn 3, 16)”.

Bendiciones en casos especiales

Por: Felipe Cardenal Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

Foto de Jon Tyson en Unsplash

MIRAR

Gran revuelo ha causado la Declaración Fiducia supplicans del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, aprobada por el Papa Francisco, sobre la posibilidad de impartir una bendición a personas en situaciones llamadas irregulares (porque no viven según la regla católica inspirada en la Biblia). Son quienes viven en unión libre sin sacramento del matrimonio, los divorciados vueltos a casar y, en particular, las parejas del mismo sexo que conviven maritalmente. Se explican las razones para estas bendiciones y las condiciones para darla. ¡No sé por qué tanto ruido, si eso se ha hecho muchas veces!

Tengo unos sobrinos que se casaron por la Iglesia (yo presidí su boda), pero luego se separaron de su pareja y ahora viven con otra mujer. Con frecuencia me piden una bendición y nunca he tenido problema de conciencia para concedérsela. No están pidiendo una convalidación de su nueva unión, no les doy la comunión sacramental, sino que sólo les encomiendo a Dios para que les libre del mal y les vaya bien. Ellos y todas las personas saben que no estamos celebrando un nuevo sacramento matrimonial, sino pidiendo a Dios que les conceda su favor. ¡Esto lo he hecho siempre! Nunca les niego el bautismo de sus hijos. Aún más, al final de ese sacramento, como está indicado en el Ritual del Bautismo de Niños, con la fórmula litúrgica que indica el mismo ceremonial de la Iglesia desde hace muchos años, doy la bendición a la mamá, al papá y a los presentes. Esta bendición litúrgica no es equivalente al sacramento del matrimonio, y todos están conscientes de ello. Lo mismo hacemos con personas que viven en unión libre. Si es posible, les exhortamos a que formalicen sacramentalmente su unión, pero nadie entiende que, por bautizar a sus hijos y dar la bendición a sus padres, eso sea equivalente al sacramento matrimonial.

La cosa se complica con parejas del mismo sexo que conviven maritalmente. La Declaración del Dicasterio es muy clara cuando afirma en varias ocasiones que bendecirles no es un sacramento, no es una aprobación de su situación, no es bendecir el pecado en que jurídicamente están, sino sólo una súplica hecha en forma espontánea, no litúrgica, para que Dios les ayude, les libre del mal y les acompañe. Esto a nadie se puede negar. Aunque no es equiparable el caso, bendecimos a borrachitos, a drogadictos, incluso a narcos, y no por ello aprobamos su vida. Bendecimos animalitos, casas, vehículos, comercios, etc., y las personas valen mucho más. Hace tiempo, pidieron a un sacerdote que bendijera un local comercial; lo hizo sin problema; pero luego se enteró de que era un prostíbulo… ¿Se puede borrar la bendición? No se bendice la práctica de la prostitución; ojalá que la bendición ayude a quienes viven de ello a que se arrepientan y cambien de vida.

Un sacerdote muy amigo tiene un sobrino nieto que vive en Francia. Hace poco vino a visitar a sus padres y a la familia, pero es gay y trajo a su pareja, de la misma tendencia,  con quien convive. Aunque la familia y el sacerdote no aprueban esa unión, no lo pueden rechazar, pues es su hijo o sobrino. Cuando regresó a Francia, le pidieron a Dios que le vaya bien. Esto no es legitimar esa unión, sino sólo suplicar la misericordia de Dios.

DISCERNIR

Comparto algunas frases del documento citado, ratificadas en una posterior nota de prensa: “La presente Declaración se mantiene firme en la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio, no permitiendo ningún tipo de rito litúrgico o bendición similar a un rito litúrgico que pueda causar confusión. Y es precisamente en este contexto en el que se puede entender la posibilidad de bendecir a las parejas en situaciones irregulares y a las parejas del mismo sexo, sin convalidar oficialmente su status ni alterar en modo alguno la enseñanza perenne de la Iglesia sobre el Matrimonio  (Presentación).

“Son inadmisibles ritos y oraciones que puedan crear confusión entre lo que es constitutivo del matrimonio, como «unión exclusiva, estable e indisoluble entre un varón y una mujer, naturalmente abierta a engendrar hijos», y lo que lo contradice. Esta convicción está fundada sobre la perenne doctrina católica del matrimonio. Solo en este contexto las relaciones sexuales encuentran su sentido natural, adecuado y plenamente humano. La doctrina de la Iglesia sobre este punto se mantiene firme” (4).

“Dado que la Iglesia siempre ha considerado moralmente lícitas sólo las relaciones sexuales que se viven dentro del matrimonio, no tiene potestad para conferir su bendición litúrgica cuando ésta, de alguna manera, puede ofrecer una forma de legitimidad moral a una unión que presume de ser un matrimonio o a una práctica sexual extramatrimonial” (11).

En su misterio de amor, a través de Cristo, Dios comunica a su Iglesia el poder de bendecir. Concedida por Dios al ser humano y otorgada por estos al prójimo, la bendición se transforma en inclusión, solidaridad y pacificación. Es un mensaje positivo de consuelo, atención y aliento. La bendición expresa el abrazo misericordioso de Dios y la maternidad de la Iglesia que invita al fiel a tener los mismos sentimientos de Dios hacia sus propios hermanos y hermanas (19).

Quien pide una bendición se muestra necesitado de la presencia salvífica de Dios en su historia, y quien pide una bendición a la Iglesia reconoce a esta última como sacramento de la salvación que Dios ofrece. Buscar la bendición en la Iglesia es admitir que la vida eclesial brota de las entrañas de la misericordia de Dios y nos ayuda a seguir adelante, a vivir mejor, a responder a la voluntad del Señor(20).

Es Dios que bendice...  Nosotros para Dios somos más importantes que todos los pecados que nosotros podamos hacer, porque Él es padre, es madre, es amor puro, Él nos ha bendecido para siempre. Y no dejará nunca de bendecirnos(27).

ACTUAR

Tengamos un corazón como el de Dios. Nos bendice siempre, pues somos sus hijos, aunque no aprueba ni bendice nuestros pecados. Jesús es cercano y misericordioso con los pecadores, pero siempre nos invita a convertirnos, a dejar de pecar, para vivir como hijas e hijos del Padre Dios. El evangelista Marcos dice que la primera predicación de Jesús es: “Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Que el Espíritu Santo y la Virgen María nos ayuden.

Libro sobre el cardenal Pironio

“Pironio, profeta de esperanza” es una publicación que retrata el testimonio y enseñanzas del purpurado, conocido como el obispo ‘Servidor de la patria grande’, vinculado a los orígenes del Celam y, de modo particular, a la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín (Colombia), en 1968, que propició la recepción del Concilio Vaticano II en el continente.

Monseñor Lizardo Estrada, obispo auxiliar del Cusco (Perú) y secretario general del Celam, señaló que hay personas que “son un verdadero regalo de Dios y el cardenal Pironio, profeta de la esperanza, es una de ellas”. Resaltó que Pironio, siendo muy joven, testimonió la Iglesia pascual – alegre y esperanzada – en medio de los dolores de Latinoamérica. Las almas que viven en Dios – decía – son serenas, optimistas y alegres.

Pironio fue secretario general del Celam en el periodo 1968 a 1972, luego se convierte en presidente de este organismo de 1972 a 1974. Esta publicación podrá descargarse gratis y podrá ser reproducida en todo y en parte citando la fuente, sin autorización del Celam.

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Sínodo de la Sinodalidad: Una experiencia de vida y esperanza

–Presencia en el Sínodo de la Sinodalidad–
Quiero compartir la experiencia vivida desde el 30 de septiembre hasta el 29 de octubre de 2023, como delegada invitada al Sínodo de la Sinodalidad. Una experiencia que considero un tiempo de esperanza, de conversión. 

Por: Hna Dolores Palencia, hsj *
Fotos: Synod.va

1. La preparación: oración, aportes y búsqueda
El papa Francisco dijo al inicio de la preparación del Sínodo de la Sinodalidad y lo repitió varias veces: «Sin oración no habrá Sínodo» y esta convicción marcó el camino de construir sinodalidad, fraternidad, comunión, diálogo y escucha.

Todos fuimos convocados a orar por el Sínodo y a implicarnos en la preparación de los temas prioritarios para esta Asamblea, desde nuestra oración, reflexión y participación, en nuestros lugares, grupos, iglesias, desde nuestra vocación específica, y sobre todo desde nuestra conciencia de bautizados y bautizadas que nos hace responsables de participar en igualdad y activamente en el camino eclesial.

En los diversos continentes, en grupos locales, diocesanos, nacionales, se compartieron encuestas y se recogieron los frutos y la colaboración de todos los niveles; a través de las Conferencias Episcopales se redactaron las síntesis que se enviaron a los organismos eclesiales como el CELAM, y desde ahí, a la secretaría del Sínodo. La secretaría sintetizó estos primeros aportes y reenvió el documento de la etapa continental. Nuevamente se devolvió de diversas maneras al pueblo de Dios y en el caso de América Latina y El Caribe se hicieron cuatro asambleas regionales: CAMEX, CARIBE, BOLIVARIANOS Y CONO SUR, en las cuales, en grupos internacionales, con delegados enviados por cada país, siguiendo el método de la conversación espiritual, buscamos consensos y disensos de prioridades, puntos a profundizar y propuestas o intuiciones.

El CELAM recogió la síntesis del continente, junto con varios aportes de teólogos, pastoralistas y participantes, y se unió a las otras síntesis: África y Madagascar, Asia, Europa, América del Norte, Oceanía, Oriente Medio –Iglesias Orientales– y el aporte del Sínodo Digital. Toda esta consulta y participación dio origen al Documento de Trabajo (Instrumentum Laboris), que fue publicado en la página del Sínodo para que estuviera al alcance de toda persona. La sinodalidad, es decir, hacer juntos el camino, empezó desde la preparación, donde se invitó a la mayor participación posible del pueblo santo de Dios.

2. Preparación espiritual: oración ecuménica y retiro de tres días
Los participantes sentimos fuertemente el llamado a orar y la responsabilidad de poner nuestra vida, capacidades, límites y todo lo que vivimos cada día, ante Dios nuestro Padre-Madre, en seguimiento de Jesús y pidiendo la luz, la fortaleza y la guía de su Espíritu al servicio de su Reino como Iglesia.
La cita era el 30 de septiembre en la plaza de la basílica de San Pedro para una velada ecuménica, en la que participaron varios representantes de diferentes confesiones cristianas, de las Iglesias orientales, de otras religiones y el Papa. Asistieron también muchos peregrinos venidos a Roma para confirmar y acompañar con su oración esta Asamblea, que desde el principio fue vista por varias personas como un Kairos, un tiempo de gracia para todo el pueblo fiel a Dios.

Había en la plaza varios grupos de jóvenes con camisetas alusivas y con frases significativas: «una Iglesia de todos, todos, todos…». Un deseo profundo y una urgencia para que sea posible ese camino de un yo, a un tú, a un nosotros, ampliando el espacio de nuestra tienda, de nuestros corazones, sin prejuicios, con amor y reconciliación.

Esta vigilia orante fue el primer momento de encuentro con los diferentes participantes: cardenales, obispos, miembros de dicasterios o de comisiones, delegados elegidos, invitados, delegados fraternos (re-presentantes de otras confesiones cristianas); oramos juntos por el Sínodo y también por la paz y por la unidad de los cristianos. Pedimos para todos la presencia y la guía del Espíritu y la apertura y disponibilidad de cada uno de los participantes para dejarnos llevar y salir de nuestro confort e ir al encuentro del otro y en especial de quienes están en las periferias existenciales.

Terminada la vigilia, esa misma noche fuimos a las afueras de Roma para comenzar el retiro espiritual de tres días. Los responsables de animar este retiro y de acompañar espiritualmente durante todo el mes a la asamblea, fueron el padre Timothy Radcliffe, op, y la hermana María Ignacia G. Angelini, osb. Cada mañana, sus aportes nos orientaban para la oración personal y para entrar en las temáticas propias que el documento de trabajo del Sínodo nos había presentado. Las comidas nos permitían socializar, conocernos, acercarnos unos a otros, esforzándonos con los idiomas para darnos a entender, para hacer sentir a los demás nuestro deseo de comprensión y escucha.

Durante las tardes empezamos con ayuda de las y los facilitadores a practicar el método de la «conversación espiritual» en grupos pequeños. Un primer momento para conocernos, saber nuestros orígenes, de dónde veníamos, nuestra vocación y ministerio, cómo deseamos que nos nombraran. Situar a cada persona y nombrarla con respeto y cercanía, fue un primer paso fundamental, un camino sencillo de empatía, para romper el hielo y acercarnos.

En pequeños grupos compartíamos lo central de nuestra oración a partir de una pregunta sencilla; no era importante dar ideas, teorías ni clases, sino compartir el paso de Dios que reconocíamos en los sentimientos, movimientos, intuiciones e inquietudes que nos habitaban… Se fue dando la escucha atenta y respetuosa, con cierto límite de tiempo para permitir que todos se expresaran y un tiempo de silencio al terminar de escuchar, para acoger y sentir, cómo Dios, desde la palabra de los otros, toca nuestra vida, nuestros puntos de vista y suscita preguntas.
En un segundo momento –no en debate para convencer a otros– compartimos aquello que aparece como nuevo, lo que nos transforma, nos confirma y nos enriquece; lo que nos inquieta o es difícil comprender o aceptar. Al terminar esta ronda, nuevamente hicimos silencio para recoger lo que el Espíritu nos dice. Finalmente, tratamos de hacer entre todos, con la ayuda de un secretario y del facilitador, una pequeña síntesis de los consensos, los puntos divergentes o las diferencias, así como las inquietudes.

Cerramos cada día con la eucaristía. Tuvimos también la oportunidad de vivir, si lo deseábamos, el sacramento de la reconciliación. Deseábamos ser vasijas nuevas, para vino nuevo.

Esta metodología de la «conversación espiritual», que estuvo presente desde las asambleas regionales en América Latina y El Caribe, fue la manera de trabajar los temas del Sínodo; fue un camino de discernimiento, de conversión que implica salir de uno mismo, de libertad interior, de pasar del «yo» de mis posiciones y puntos de vista, para encontrarme con un «tú», con el pensamiento y la visión del otro con su experiencia de Dios, para caminar juntos y guiados por el Espíritu hacia un «nosotros».

3. Primera etapa: comunión, participación y misión
El 3 de octubre por la noche regresamos a Roma y nos prepa-ramos para vivir al día siguiente la eucaristía inaugural del Sínodo en la Plaza de San Pedro, presidi-da por el papa Francisco. Una experiencia marcada por la celebración de san Francisco de Asís. La plaza estaba adornada con flores y plantas, recordando nuestra responsabilidad y convivencia en la Casa Común con toda la creación, la urgencia de defenderla y cuidarla. Presenciamos el anuncio de la Laudate Deum, la continuidad de la Laudato si´. Fue un hermoso día para poner en manos de Dios nuestro camino eclesial. El Sínodo de la Sinodalidad, tiene tres temas importantes: comunión, participación y misión.

La experiencia diaria de la Asamblea estuvo marcada por la oración. Al inicio del día, algunos Salmos del Oficio, acompañados por tres hermanos de Taizé que habían hecho la propuesta; al término de la mañana casi siempre el Ángelus a María. En ocasiones, al iniciar la tarde, realizábamos la oración compuesta especialmente para el Sínodo, Adsumus Sancte Spiritus, o alguna otra, dependiendo del ritmo de trabajo. Algunos días, nos desplazamos juntos para participar en el rezo del rosario por la paz, o para la oración por los migrantes ante el monumento que los hace presentes, o para acompañar a los peregrinos de la plaza. El Papa también nos invitó en dos ocasiones a vivir, junto con todos los cristianos, el ayuno por la paz.

Desde el 4 octubre, con la presencia del Papa en el Aula Paulo VI, comenzamos a trabajar en grupos, los temas recogidos a través de las síntesis de las Asambleas continentales en el Instrumentum Laboris o Documento de trabajo. Se realizaron 35 mesas redondas con 12 personas cada una. En cada mesa había una persona que era facilitadora, así que el resto éramos delegados con voz y voto. Estos grupos cambiaban cada vez que empezaba un nuevo tema, así participamos en cuatro mesas diferentes.

El arreglo de esta aula, conocida por muchos obispos y cardenales, fue la primera sorpresa y un símbolo de un cambio importante. No había lugares de jerarquía, todos nos sentamos alrededor de la mesa, con los mismos materiales: tableta electrónica, micrófono, audífonos de traducción, libro para las oraciones, cuatro pantallas centrales para seguir de cerca a las personas que tomaban la palabra y una gran pantalla al fondo en la que podía verse todo lo que sucedía. Alrededor de las mesas estaban los expertos, teólogos o canonistas, los ayudantes de secretaría, los tecnólogos y los aparatos de traducción.

Las mesas tenían número y había mesas de italiano, inglés, español, francés y portugués. Las personas que necesitaban traducción al alemán podían recibirlo, aunque estuvieran en otro grupo de idioma. El cardenal Czerny diría al final del Sínodo, en una entrevista, que las mesas redondas eran el ícono del Sínodo de la fraternidad.

Todo estaba preparado de la mejor manera para dialogar, para escucharnos, para facilitar una comunicación profunda y verdadera; escuchar juntos lo que el Espíritu quería decir al pueblo fiel de Dios, a su Iglesia.

Al iniciar cada tema, recibíamos una orientación espiritual muy valiosa por parte del padre Timothy Radcliffe, y de la hermana María Ignacia G. Angelini, así como los aportes de algún experto o experta en teología o en otro campo y los testimonios de personas que, por su compromiso y claridad, iluminaron nuestra reflexión desde su experiencia.

Cada tema se trabajó en los círculos menores (los grupos de cada mesa). Al terminar los tres momentos de la conversación espiritual, se entregaba a la secretaría general el aporte votado por el grupo, con los consensos o no consensos y las propuestas. Cada persona quedaba en libertad de presentar su propio aporte y entregarlo firmado. Los aportes de los círculos se leían en lo que llamábamos «congregación general», de manera que, con la traducción simultánea, todos los participantes pudimos seguir el aporte de todas las mesas.

Al término de esta relatoría, se abría un espacio para compartir con libertad un aporte individual a toda la asamblea, inscribiéndonos para pedir la palabra, que se iba dando por turno, de preferencia a las personas que no habían hablado antes. Todo esto se pudo organizar gracias a una tecnología muy avanzada.

El Papa no estaba todos los días presente, tenía otros asuntos y encuentros, pero casi siempre estaba al inicio del tema y al final cuando se presentaban en la Congregación General todos los aportes. Llegaba temprano para saludar, permanecía como todos en una mesa redonda, junto a quienes conducían la asamblea. Alguna vez hizo una aportación que de acuerdo al tema le pareció pertinente.

Finalmente, se llevó todo a la comisión de redacción, cuyos miembros fueron propuestos previamente por cada asamblea continental y a la que el papa Francisco añadió tres personas más, entre ellos, a una mujer.

Se presentó a la asamblea sinodal el texto de la Carta al Pueblo de Dios y se recibieron todas las propuestas de correcciones y modificaciones, que produjeron un nuevo y hermoso documento, que podemos orar y reflexionar como un envío (el texto está a disposición en el sitio del sínodo: www.synod.va).

La redacción de la síntesis de todos los temas y propuestas que surgieron requirió mucho más trabajo y tiempo. Pero el 28 de octubre se pudo votar párrafo por párrafo, de manera individual y secreta, la síntesis del trabajo de esta asamblea. Consta de una introducción y tres partes; en total 20 números, y en todos ellos el mismo formato: «convergencias», «cuestiones que afrontar» y «propuestas» (el texto se encuentra en varios idiomas en el sitio del Sínodo).

4. El camino para todos los bautizados y bautizadas
Tenemos que leer, profundizar y dialogar sobre estos temas de la Síntesis; toca varios temas importantes: el rostro sinodal de la Iglesia, hacia una Iglesia que escucha y acompaña, la Iglesia es misión; ser discípulos misioneros, la centralidad de los pobres, las Iglesias orientales y latinas, el rol de la mujer en la Iglesia, la vida consagrada y los movimientos laicales; el rol del obispo y del Obispo de Roma, la misión digital, el clericalismo, la renovación en la formación en seminarios y las primeras etapas de vida consagrada, las estructuras de participación y varios temas más.

Ahora corresponde compartir ampliamente estos textos al pueblo de Dios, vivir en salida y al encuentro. Acercar la experiencia sinodal a las periferias para que su voz se escuche directamente, a quienes se han alejado de la Iglesia y a los jóvenes; favorecer que las voces no escuchadas y sus grandes cuestionamientos lleguen a la segunda etapa del Sínodo y, nuevamente, aportar desde la oración, desde la conversión personal, pastoral, ecológica, y desde el discernimiento.

Toca también practicar la conversación espiritual, como un medio para profundizar los temas, para dialogar las diferencias y diversidades, para la toma de decisiones; debemos ampliar el espacio de nuestras tiendas, desde la escucha y el acompañamiento mutuo, y dar nuestros aportes y reflexiones; en las «propuestas», ver si algo puede intentarse o empezarse a vivir. No importa que nos equivoquemos o nos ensuciemos, dice el Papa, hay que intentarlo con audacia y discernimiento, con compromiso y pasión por el Reino.

Durante toda esta etapa del Sínodo, el Concilio Vaticano II fue muy recordado y citado, se volvió a sus textos, a su manantial, como un llamado todavía vigente en muchos aspectos; pero no para hacer una memoria del pasado, sino para iluminar el presente, que nos impulse a vivir el futuro con confianza en el amor (texto del Papa sobre santa Teresa del Niño Jesús: «C’est la Confiance», Es la Confianza, su camino espiritual). Jesús nos acompaña siempre, sea en el camino de la oscuridad y confusión como a los discípulos de Emaús, y sea como a las mujeres del alba en la resurrección.

A todos nos corresponde escudriñar la aurora y, con pasión y valentía, salir al encuentro, anunciar la esperanza y participar activamente en el camino sinodal de la Iglesia, para que el Reino de Dios, la vida en abundancia, vaya siendo una realidad para toda la humanidad y la Casa Común.

Esquila Misional, enero 2024, pp. 21-28

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* La hermana María de los Dolores Palencia es religiosa mexicana de la congregación de las Hermanas de San José de Lyon. Es la responsable del Albergue Decanal Guadalupano, para migrantes en paso, ubicado en Tierra Blanca, Veracruz. Fue una de las presidentas delegadas del Sínodo de la Sinodalidad que tuvo lugar en Roma en octubre pasado.