¡Detente, analiza, decide!

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

HECHOS

Las informaciones nos invaden y nos saturan. El celular no cesa de sonar o de vibrar, ni de día ni de noche; si alguien lo extravía, se siente en el aire, perdido. Muchos viven al ritmo vertiginoso de cada día. Si no estás al tanto de todo lo que llega por las redes, pareciera que no tienes de qué conversar, que no vales; por ello, tienes la obsesión de estar informado de todo, no para hacerte mejor persona y ayudar a resolver problemas comunitarios, sino sólo para saber de todo. Casi nadie lee textos largos y libros; sólo mensajes y videos cortos, que se suceden sin control. Por ello, tanta superficialidad mental y conductual en adolescentes y jóvenes, y también en quienes ya no lo somos.

Afortunadamente, hay jóvenes adultos que le han encontrado sentido a su vida siendo servidores abnegados en su familia y en la comunidad. Permanecen solteros no por ser egoístas y comodinos, sino para estar más libres y servir. Una hermana mía decidió no casarse, a pesar de las varias oportunidades que tenía, para servir a mis papás, a la familia y a la comunidad. Me asistió en mis diferentes cargos eclesiales. Ahora ya es muy mayor de edad y con achaques propios de los años, pero ¡es una mujer realizada y fecunda! Sembró mucho amor, y ahora recibe cariño y apoyo de todos.

Pero hay jóvenes, y no tan jóvenes, que pasan los años y no deciden su vida; nunca terminan de estudiar; son eternos adolescentes, que hacen lo que les da la gana, casi siempre con el dinero de papá. No asumen responsabilidades. No quieren casarse por ninguna ley, menos por la Iglesia; su decisión es andar libres, tener dinero, viajar, divertirse y hacer lo que sus sentimientos les sugieren o lo que el mundo les propone. Son veletas a merced de los vientos culturales. Si se llegan a casar, o a juntarse, no quieren hijos, porque tenerlos exige dedicación, sacrificar tiempo, dinero y libertad. A unos los acostumbraron desde niños a ser egoístas, a sólo recibir y exigir lo que querían; no les educaron para ser corresponsables en el trabajo del hogar o de la comunidad; los papás y abuelos les cumplían todos sus caprichos. ¡Qué será de ellos cuando enfermen o envejezcan! Con estas juventudes, ¡qué presente y qué futuro nos espera!

No por presumir, pero yo desde los doce años tomé la decisión de ser sacerdote. Claro, a esa edad no se comprende todo lo que esto implica. Pero, a los 23-24 años, asumí esa decisión de por vida, y no me he arrepentido de ello. La mayoría de nosotros los adultos podríamos suscribir lo mismo, cada quien en su vocación. ¡Eran otros tiempos!

ILUMINACION

El Papa Francisco, cuya lenta recuperación celebramos, cuando aún estaba en el hospital, envió un mensaje para la LXII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, en que dice a los jóvenes:

“En nuestro tiempo, muchos jóvenes se sienten perdidos ante el futuro. Experimentan con frecuencia incertidumbre sobre su porvenir laboral y, más profundamente, una crisis de identidad, que es también una crisis de sentido y de valores, y que la confusión del mundo digital hace aún más difícil de atravesar.

Quiero dirigirles una invitación llena de alegría y aliento para ser peregrinos de esperanza, entregando la vida con generosidad. La vocación es un don precioso que Dios siembra en el corazón, una llamada a salir de nosotros mismos para emprender un camino de amor y servicio. Ustedes, jóvenes, están llamados a ser los protagonistas de su vocación o, mejor aún, coprotagonistas junto con el Espíritu Santo, quien suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida un don de amor.

Toda vocación, cuando se percibe profundamente en el corazón, hace surgir la respuesta como un impulso interior hacia el amor y el servicio; como fuente de esperanza y caridad, y no como una búsqueda de autoafirmación.

Queridos jóvenes, el mundo los empuja a tomar decisiones apresuradas, a llenar sus días de ruido, impidiéndoles experimentar un silencio abierto a Dios, que habla al corazón. Tengan el valor de detenerse, de escuchar dentro de ustedes mismos y de preguntarle a Dios qué sueña para ustedes. El silencio en la oración es indispensable para ‘leer’ la llamada de Dios en la propia historia y responder con libertad y de manera consciente.

El recogimiento permite comprender que todos podemos ser peregrinos de esperanza si hacemos de nuestra vida un don, especialmente al servicio de quienes habitan las periferias materiales y existenciales del mundo. Quien se pone a la escucha de Dios no puede ignorar el clamor de tantos hermanos y hermanas que se sienten excluidos, heridos o abandonados. Toda vocación nos abre a la misión de ser presencia de Cristo allí donde más se necesita luz y consuelo. Los fieles laicos, en particular, están llamados a ser ‘sal, luz y levadura’ del Reino de Dios a través del compromiso social y profesional” (19-III-2025).

ACCIONES

Joven: Si tú no te detienes, si no piensas, ni no analizas, si no decides, no vas a ser más que un juguete de la vida. Sé tú: reflexiona, analiza pros y contras, ventajas y desventajas, no sólo para lo inmediato, sino para los años siguientes. Construye tu vida; no dejes que otros te la hagan como quieran.

Papás: quieran mucho a sus hijos; y, por ello, no sólo denles todo lo que pidan, sino edúquenlos también para la corresponsabilidad familiar, para diversos servicios dentro del hogar y con una dimensión social más amplia hacia la comunidad. ¡Que lleguen a ser buenos servidores de los demás, en las diferentes vocaciones!

Tiempo de dudas

Por: P. Rafael Pérez Moreno, mccj
desde Guatemala

Cuando llegué a Guatemala en noviembre de 2022 me destinaron a Casa Comboni, una comunidad para la animación misionera y la promoción vocacional donde también tenemos un centro para la formación en temáticas actuales de los líderes parroquiales. Estoy comprometido un poco con todo, pero me pidieron de forma especial que centrara mi servicio en la promoción vocacional y, desde entonces, acompaño a jóvenes guatemaltecos con inquietudes misioneras. Siempre es bonito trabajar en el mundo juvenil, aunque sea necesaria mucha paciencia porque no siempre se ven los resultados de manera inmediata. Los jóvenes cambian mucho, lo que no quiere decir que sean contradictorios, sino solo que están atravesando un período en sus vidas donde son normales las dudas y las incertidumbres. Estando con ellos siento a veces que no sé por dónde me van a salir, pero también sé que mi presencia cercana puede ayudarles mucho y eso me da ánimos.

Una parte importante de mi trabajo consiste en recorrer parroquias, grupos juveniles y colegios, pero también participar en las expo vocacionales, que son encuentros eclesiales donde se presentan a los jóvenes las múltiples vocaciones que ofrece la Iglesia para vivir un compromiso cristiano, incluida la vida religiosa. Solemos ir religiosos y religiosas de diversas congregaciones para presentarnos y yo, como comboniano, siempre hablo del carisma misionero ad gentes. Las expo vocacionales son ocasiones magníficas para conocer a jóvenes e invitarlos a venir a las convivencias que organizo todos los primeros fines de semana de mes.

Conozco y hablo con muchos chicos durante mis visitas, pero la realidad es que son muy pocos los que responden positivamente a la invitación para participar en las convivencias, y menos todavía los que se animan a entrar en un proceso de acompañamiento más personalizado. Durante estos dos años he podido comprender que los guatemaltecos, y en general los pueblos latinoamericanos, están muy arraigados a la familia y a la tierra, por eso cuando decimos a los jóvenes que nuestro carisma exige salir fuera del propio país durante largos períodos de la vida, aprender otras lenguas, convivir con culturas diferentes y hacerlo con una mentalidad abierta, se van alejando poco a poco. No importa, aunque sean pocos los candidatos a la vida misionera que les propongo, todos los que participan en las convivencias reciben una formación humana y religiosa que estoy seguro de que les ayudará en sus vidas.

Durante el año realizamos dos o tres campos de misión con los jóvenes. Tienen lugar en Navidad y Pascua, pero también en Cuaresma, que son tiempos litúrgicos que en Guatemala se experimentan de una manera muy vivencial. Solemos ir a nuestra parroquia de San Luis de Petén, en el norte del país, e invitamos a los jóvenes a integrarse en las comunidades cristianas. No solo participan en los actos religiosos, sino que también visitan a los enfermos e incluso organizan encuentros con los jóvenes locales. Así se dan cuenta de que los combonianos somos de diferentes nacionalidades y trabajamos con un marcado estilo misionero.

Como promotor vocacional doy mucha importancia a la capacidad de escucha y a la empatía, que es un actitud humana que nos hace capaces de ponernos en la piel de los de-más y darnos cuenta de lo que están viviendo. Cada joven es diferente y hay que tener mucha paciencia, darle tiempo y no juzgar demasiado rápido. Los jóvenes están un poco saturados de información y un poco descentrados, por eso intento ayudarles a crecer en lo que yo llamo «criterio propio», para que sean críticos a las realidades de la vida y se den cuenta de que no todo vale. Me gusta empoderarlos y decirles que tienen muchos valores y virtudes, que sepan explotarlos y que no piensen solo en lo más cómodo y gratificante a corto plazo.

Si todo va bien, en febrero podrían entrar en el postulantado comboniano de Costa Rica tres jóvenes guatemaltecos a los que estoy acompañando: José, Julio y Nelson. Cada uno es diferente, pero todos han hecho un bonito camino. El curso aquí termina en diciembre, mes en el que escribo. Si todos aprueban y los exámenes psicológicos son favorables, la decisión será suya.

José viene de una familia muy sencilla. Dejó de estudiar para echar una mano en el negocio familiar, una pequeña tienda de frutas y productos perecederos. Un día me dijo: «Quiero ser como usted», y yo me quedé extrañado. Cuando le pregunté qué quería decir, me respondió que tenía muchas ganas de ayudar a la gente y hablarles de la Palabra de Dios, pero que sabía que no tenía la preparación necesaria y su familia no tenía recursos para ayudarle con los estudios. Comenzamos un proceso juntos, hablé con su familia y al final consiguió compaginar el trabajo con los estudios. Ahora está a punto de obtener el graduado de acceso a la universidad para adultos.

Aunque Julio y Nelson son de ciudades distintas, es curioso que ambos están estudiando para ser contables. Julio vive en Retalhuléu y Nelson en Alotenango, dos departamentos lejanos a la capital, lo que no les impide participar en las convivencias. Julio tiene facilidad para interactuar con los demás, tiene inquietud y es bastante religioso. Nelson es muy bromista, jovial y sabe ver lo positivo en todo, lo que no es una cualidad menor. Visito periódicamente a sus familias y paso días enteros conviviendo con ellas para conocerlas y que ellas me conozcan a mí. Ojalá sigan adelante con fe y esperanza, sorteando todas las dificultades y lleguen a ser buenos misioneros combonianos.

¡Vayan y anuncien al Señor Resucitado!

Después de instruir a sus discípulos, Jesús los envía a sanar a los que están enfermos, a expulsar a los demonios y a comunicar que el Reino está cerca (Mc 16,15).

Por: P. Wédipo Paixão, mccj

Impulsados por este mandato y debido al camino emprendido para seguir a Jesús, algunos católicos (jóvenes y adultos) fuimos durante Semana Santa de campo misión a los rincones más remotos de nuestro país para compartir nuestra experiencia de fe y amor.

En el encuentro con «los otros» descubrimos al Maestro, y al compartir con ellos, nos enriquecimos mutuamente. Pero esta riqueza no sólo puede experimentarse durante una semana y una vez por año, sino que debe vivirse cada día. Nuestro compromiso con Cristo no descansa y, a donde quiera que vayamos, llevamos con nosotros esta identidad de discípulos y misioneros.

El mundo necesita escuchar nuevamente: ¡El Señor está vivo y camina con nosotros! Avanza con nosotros, porque nuestra vida es dinámica y pasamos por diversas experiencias, algunas buenas y otras no tanto, pero siempre iluminados por el Espíritu de Aquél que venció a la muerte, para que nosotros también superemos los desafíos de nuestra vida.

Somos invitados, es decir, llamados a anunciar siempre esta Buena Noticia de vida y plenitud. En la Evangelli gaudium, el papa Francisco nos dice que «somos discípulos de la mañana de domingo, de la alegría del Resucitado» (EG 2). Así se confirma una vez más nuestra vocación a la vida, al llamado que el Señor nos hace para transformar nuestra existencia en don para los demás, como Él lo hizo.

En el testamento que Jesús deja a sus discípulos, Él dice: «Aquél que ama, entrega su vida al servicio de los demás (cf Jn 15,13); esta renuncia de sí mismos no acontece de forma metafórica, sino que se manifiesta en la vida cotidiana, pues el amor es un desprendimiento consciente de sí hacia otras personas.

Hoy, en esta realidad marcada por tantos desafíos, tenemos la oportunidad de reflexionar: ¿Somos conscientes de que también nosotros damos la vida por otros? En verdad, de eso se trata la vida, de entregarla conscientemente, como podamos y en donde vivimos: en el trabajo, en la escuela, en la casa, con los amigos, en el tiempo libre… en lugar de estarla desperdiciando sin motivo, sin beneficio ni sentido alguno.

Amar a los demás nos conduce a preferir decisiones más allá de nuestros propios intereses, a tomar en cuenta el bien común. Cuando se trata de una vocación, sobre todo a la vida misionera, sacerdotal o religiosa, no debemos quedarnos paralizados por el miedo; temor que se traduce en nuestra falta de confianza en Dios que nos pide ser felices y dejar a la familia y el apego a los bienes, para ir más allá de las fronteras.

Esto no difiere de lo que los discípulos sintieron, por ello Jesús nos dice: «No tengan miedo, soy yo… estoy con ustedes» (cf Mt 28,10-20). Cuando sintamos miedo, Cristo nos invita a lanzarnos a la misión y a confiar en su amor y su presencia, para hacer del Reino de Dios un plan personal de vida.
El Señor nos invita, nos consagra y envía para responder a ese llamado de ser discípulos del Resucitado, y para ir al encuentro de quienes han perdido la esperanza, incluso la fe en Dios y en la vida misma. Entonces, ¿por qué no escoger el camino misionero para ir por el mundo y anunciar a todos el amor de Dios?

Hna. Conchita Vallarta, primera comboniana mexicana

La hermana Concepción Vallarta Marrón fue la primera comboniana de origen mexicano, cuando aún la congregación religiosa no aterrizaba en nuestro país. Entonces, ¿cómo llegó a convertirse en misionera? Esta es una entrevista a la hermana Conchita, como la conocen familiarmente, quien nos invita a adentrarnos a su aventura evangelizadora en tierras extranjeras, regalándonos así, un mensaje misionero para cada uno de nosotros.

Entrevistó: Hno. Raúl A. Cervantes Rendón, mccj
Las fotos son del archivo personal de la Hna. Conchita.

Ella nació el 4 de julio de 1935 en la Ciudad de México. Realizó su profesión de votos en 1962. Llegó a Eritrea, su primera misión, el 3 de octubre de 1963. Actualmente reside en la casa de las Misioneras Combonianas en la Ciudad de México, y hasta ahí fuimos a conversar con ella.

¿Cómo comenzó su interés por la vida misionera?

– Hasta los 23 años, con la revista Esquila Misional, yo dije, quiero ser misionera. Entonces, ya estaba el padre Pini, que en paz descanse. Mis papás querían saber más de la congregación y todo. Mi papá era abogado y mi mamá era ama de casa. El padre Pini me dijo: «Bueno, entonces vamos a ver con las madres». Me dijeron que me fuera a Italia a hacer la formación, porque aquí en México estaban sólo los combonianos. También invitaron a mis papás a comer, para que conocieran la congregación. Ellos me dijeron: «Mira, tú ve y prueba. Si sientes que es tu vocación, pues ya, te ayudamos». Fui a Verona en 1960, y ahí hice el postulantado y noviciado. Yo quería ser misionera, pues mis papás eran muy católicos. Ellos fueron a mi profesión religiosa a Italia.

La Hna. Conchita con sus papás, el día de su profesión religiosa.
¿Cómo fue su primera experiencia misionera?

– Me mandaron a Eritrea. Teníamos universidad y me destinaron a la biblioteca, que era muy grande. Yo trabajaba con las muchachas que venían para consultar libros. Las ayudaba. Me gustó mucho la misión de Eritrea. Íbamos a visitar a las familias. También enseñé, por ejemplo, español, porque como era universidad, teníamos actividades académicas.

En la nave “África”, en el mar Rojo. Octubre 1963.
¿Qué idiomas aprendió?

– Nada más el italiano, porque el tigriña es muy difícil. Ya en aquel tiempo ninguna hermana hablaba tigriña, es decir, sólo las nativas; la universidad era italiana. Tampoco nos favorecían tanto (en esos años), no me dieron chance para aprender un idioma muy difícil. No se acostumbraba que las europeas aprendieran el tigriña. Entonces, no aprendimos porque como estábamos en la universidad, teníamos que hablar inglés o italiano.

Asmara, 26/01/1967. Inauguración de la Universidad de Asmara. La Hna. Conchita recibiendo la toga de manos del emperador Haile Sellassie I.
¿Qué es lo que más le gustó de Eritrea?

– La gente es muy sociable, muy buenas personas que te ayudan también para el idioma, y te ayudan mucho. Son generosas. Estuve como veintitantos años ahí. Como de los 60’s a los 80’s.

¿Cómo fue su contacto con las combonianas de México?

– Por ejemplo, Rosa María Basavega, la segunda comboniana mexicana. Ella está aquí, en esta casa. Y luego, ¿qué otras? Algunas ya fallecieron. Así, las que más me acuerdo son Rosa María. Se me va borrando la memoria.

¿Qué se siente ser la primera misionera comboniana de México?

– Mucho orgullo, ¿no? De pertenecer a las «Hermanas Misioneras Pías Madres de África». Ahora nos dicen Misioneras Combonianas, pero eran «Pie Madri». A mí me gustó mucho, mi formación y todo. Eso era lo que me tocó vivir, la experiencia de las combonianas. Tenemos que adaptarnos al tiempo y a las personas y a todo. Y yo he sido muy feliz en la vida misionera, aunque con muchas lagunas, porque no sabía el idioma.

Asmara 1977
¿Qué le inspiró Comboni en su vocación?

– Una entrega a los más pobres y abandonados. Es lo que fue mi ideal, ayudar. Hay mucha gente pobre y nosotras ya estábamos con la que necesitaba nuestra ayuda, sea en la escuela, en diversos campos. Así que, más o menos, así es mi vida. Uno tiene que adaptarse a lo que te tocó vivir, a lo que te destinaron. Es bonito que uno esté abierto a otros idiomas, a otro continente. Me gustó mucho mi experiencia misionera. ¿Estoy frustrada? No.

¿Cuál sería su mensaje para las jóvenes que están en formación o que no saben qué hacer con su vida?

– Que no tengan miedo de enfrentar cualquier estado de vida, en matrimonio, o solteras, o en el trabajo. Uno tiene que echarle ganas. Hay que tener un ideal. No se puede nada más así, a ver qué. Si tú tienes el ideal misionero, entonces te abres camino. Luchas, no te dejas vencer, sino que hay que luchar por el ideal. Y si alguna joven siente que Dios la llama, tiene que echarle ganas: hay que luchar.

Muchas gracias, hermana Conchita. ¿Quiere agregar algo más?

– Hay que ser valientes. Si Dios te llama a la vida misionera y consagrada, uno tiene que luchar por ese ideal.

El día de sus votos. 29/09/1962
Profesión religiosa. 29/09/2962. Con su papá.
De izquierda a derecha: Hna. Emma Gazzaniga, Hna. Conchita, su papá, P. Agustín Pelayo, P. Héctor Villalva.
La Hna. Conchita durante la entrevista. Vive en la casa de las Misioneras Combonianas de la colonia Lindavista, en la Ciudad de México.

Llamados a soñar y responder generosamente

Los años 60s, 70s y 80s se caracterizaron en la historia por los innumerables movimientos juveniles de todos los ámbitos que pretendían cambiar el mundo, ya fuera por medio de la cultura, la religión, la educación, la economía, etcétera. Un mundo marcado por una transformación sociocultural, avances tecnológicos, cambios de modelos políticos… Por ello, en diversos puntos del planeta emergía una juventud que soñaba, casi de manera utópica, un mundo mejor.

Por: P. Wédipo Paixão, mccj

Muchas de las conquistas en el campo de los derechos humanos se deben a esos movimientos. Obviamente, no podemos mirar el pasado y querer hacer lo mismo, porque el contexto histórico es otro, aunque hay asuntos que permanecen iguales. Lo que sí podemos, es preguntarnos: ¿Los jóvenes perdieron la capacidad de soñar? ¿Ya no tienen esperanza en un mundo mejor? ¿Dónde están nuestros movimientos juveniles católicos?

Los jóvenes siguen soñando, y muchos temen «lanzarse» para concretar sus proyectos. Muchas veces, porque la misma sociedad «vende» una idea de vida perfecta, donde no hay dolor ni fracasos, donde todos son «fuertes y bien dotados»; además de mantener los patrones de «cuerpo perfecto y de belleza».

¿Cuántos jóvenes (y no tan jóvenes) se sacrifican para corresponder a esos falsos «ideales» y experimentan inseguridad, vacío y frustración? La vida y los sueños «aterrizan» en la realidad, donde nos descubrimos seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios, y donde estamos llamados para amarnos.

Por ello, podemos entender al joven rico del que nos habla el evangelio de san Lucas. Él cumplía con todos los preceptos y, al acercarse a Jesús para preguntarle qué más podía hacer para ganar la vida eterna, la respuesta fue: «Vende todo, reparte al pobre, ven y sígueme» (Lc 18,30). Al joven le faltó la capacidad de desprenderse y dejar libremente la zona de confort para descubrir y experimentar una vida con sentido, con una meta orientada hacia la construcción del Reino, junto al Maestro.

La actualidad, como otras épocas, tiene sus propios desafíos y dificultades, pero también posibilidades que nos invitan a proyectar un mejor futuro. Aquí entra el papel fundamental de la fe en nuestra existencia, pues por medio de ella entramos en comunión con Jesús, que renueva nuestros sentidos: ver, oír, hablar y sentir a partir del Evangelio, es decir, de la Buena Noticia del Reino de Dios.

Este Año Jubilar nos da la oportunidad de experimentar con mayor intensidad nuestra fe, y hacer un profundo discernimiento sobre el llamado que el Señor nos hace. Como peregrinos y mensajeros de esperanza estamos invitados a salir al encuentro de quienes nos necesitan.

La vocación, ese llamado del Señor para «cada uno en el mundo de hoy», es gracia; es un «don gratuito» que, al mismo tiempo, es un compromiso para ponerse en camino, para salir y llevar el Evangelio; una tarea que es «fuente de vida nueva y de alegría verdadera», como lo recordó el papa Francisco en su mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones de 2023.

Estamos invitados a generar iniciativas que refuercen la sensibilidad vocacional en las familias, en las comunidades parroquiales y en la vida consagrada, así como en las asociaciones y movimientos eclesiales. «Capaces –dice el Papa– de llevar la vida a todas partes, especialmente ahí donde hay exclusión y explotación, indigencia y muerte. Para que se dilaten los espacios del amor, y Dios reine cada vez más en este mundo».

Un llamado que pide abrirnos a Dios y a los demás: «Dios llama amando y, agradecidos, nosotros respondemos amando». Un llamado, aclara el Santo Padre, que «incluye el envío», porque «no hay vocación sin misión, y no hay felicidad y plena realización de uno mismo sin ofrecer a los demás la vida nueva que hemos encontrado».
El papa Francisco cita la exhortación apostólica Evangelii gaudium, en donde explica que todos los bautizados pueden decir: «Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo». Cada vocación específica se muestra plenamente con su propia verdad y riqueza, porque «la Iglesia es una sinfonía vocacional, con todas las vocaciones unidas y diversas, en armonía y a la vez “en salida” para irradiar en el mundo la vida nueva del Reino de Dios».

En nuestras familias, parroquias, escuelas y universidades hay muchos jóvenes creativos y generosos: «¡Que cada uno y cada una se sienta llamado y llamada a levantarse para ir sin demora, y con el corazón ferviente!».

P. Felipe de Jesús Vázquez, nuevo sacerdote comboniano

Texto y fotos: Hno. Raúl Cervantes, mccj

El 18 de enero pasado, el misionero comboniano Felipe de Jesús Vázquez Hernández fue ordenado sacerdote rodeado de familiares y amigos, en La Guásima, Papantla, estado de Veracruz, de donde es originario. La celebración, presidida por Mons. José Trinidad Zapata Ortiz, obispo de la diócesis de Papantla, y con la participación de la Familia Comboniana, fue un momento que todos guardaremos en la memoria y en el corazón, sin olvidar la importancia de ese día para Felipe.

Sabiendo que el destino del nuevo sacerdote es Sudáfrica, el obispo le dijo: «Debes tener una visión amplia. Siendo misionero comboniano, donde quiera que estés en el mundo tienes que ser servidor del rebaño de Jesús y tienes que cuidarlo», pero, subrayó, «no debes olvidar cuidar también de ti mismo».
El pueblo quiso hacer suya esta ordenación y lo demostró poniendo en juego todos los elementos culturales y espirituales de la región, con el orgullo de sus raíces «totonacas» (indígenas), su lengua, sus danzas, sus costumbres y sus rituales.

Los habitantes de “La Guásima” entregaron con orgullo a uno de sus hijos a la misión y se mostraron agradecidos a Dios. Fue una fiesta para todos, para sus padres, para sus hermanos, para la diócesis y para los combonianos. Felipe está muy agradecido, sabe que detrás de él tiene mucha gente que lo apoya en su vocación misionera.