La verdadera resurrección pascual

Con alegría y gratitud, les escribimos con noticias directamente desde Mozambique. Nuestro primer mes pasó muy rápido, intenso y profundo. Desde el principio, fuimos recibidas con gran entusiasmo, por la gente de esta tierra que todavía sufre la injusticia y no tiene muchas esperanzas para el futuro. El pueblo Macua, realmente tiene un corazón grande y generoso, a pesar del sufrimiento en sus ojos.

 En este primer tiempo, donde todavía estamos tratando de entender dónde estamos, tuvimos un gran regalo, el de compartir con ellos, los cuatro días más importantes del tiempo de Pascua, desde el Jueves Santo hasta la Pascua de Resurrección. Salimos de casa el jueves por la mañana temprano y hasta el domingo de Pascua por la tarde, vivimos en el pueblo en estrecho contacto con ellos. Nos llevamos algunas cosas, lo imprescindible para pasar esos días. Evidentemente, en estas comunidades nos recibieron con los brazos abiertos; y vivir en la aldea con ellos significaba no tener agua, ni luz, dormir en el suelo con escorpiones, murciélagos, etc… sin todas las comodidades que ahora en Occidente damos por sentadas.

 

Para nosotras fueron cuatro días de verdadera esencialidad, de puro amor que nos permitieron amar aún más su historia y cuestionarnos sobre nuestra forma de estar cerca de los demás, sobre la importancia del estilo con el que estar en misión. ¡Cuánta riqueza recibimos, cuánto aprendimos de ellos una vez más, a vivir lo esencial en profundidad y riqueza que el Señor nos sigue regalando cada día! A partir de ahora, nuestras vidas están siendo moldeadas con una nueva forma, la que nuestros hermanos y hermanas nos enseñan cada día. Nuestras vidas están experimentando realmente una Resurrección Pascual, gracias a ellos y gracias a lo que el Señor nos enseña cada día gracias a su Palabra que es Vida y vivificante para hacer camino en su Voluntad (y no en lo que nosotras en cambio buscamos para satisfacernos, para dar respuestas a nuestro sentido de estar aquí ejecutando sólo proyectos). Para nosotras, incluso antes de venir, estaba muy claro que la belleza de la vida y de ser misión es precisamente compartir todo nuestro ser con ellos, en el mismo plano con ellos. Creo que este punto es fundamental para nosotras, y sobre todo es una forma de vida que cada uno de nosotros puede sentir en su interior, pero hace falta mucho valor para vivirla en la sencillez y en el amor al otro. Estamos firmemente convencidas de que el mayor testimonio que podemos dar es precisamente el camino y la actitud cristiana, no las palabras… en cambio, muchas veces nos perdemos en esto sin un verdadero testimonio de lo que somos, pero sobre todo de a Quién amamos.

Sentimos que esta presencia nuestra aquí está realmente acompañada por la presencia del Señor. Realmente hemos echado de menos volver a abrazar la pobreza, la esencialidad y el compartir total con los más solos y abandonados. Es un gran don vivir la misión porque es Vida, es alegría, es coraje, es salir de uno mismo para darse totalmente al Otro.

Por esta riqueza que estamos recibiendo en nuestras vidas, queremos agradecer a todas las personas que nos están apoyando, que nos están acompañando con la oración y con su estar cerca de nosotras, porque ésta también es una Iglesia en salida, donde el problema de una persona se convierte en el problema de una comunidad. Creemos firmemente en este sueño de vida, que el Señor ha puesto en nuestros corazones, y confiamos siempre en Él, que conoce mejor que nosotras el camino y la forma de construir una nueva manera diferente de estar en misión. Y recordemos siempre que: «si existo es porque el otro me hace existir» y este debe ser un punto fundamental sobre el cual construir puentes y no muros.

Os abrazamos con mucha estima, gratitud, afecto, y esperamos de verdad que toda nuestra alegría pueda llegar hasta vosotros para construir juntos algo diferente, donde también vosotros estéis en comunión con nosotras en este camino de la vida. Seguimos rezando por todos vosotros y llevándoos en cada uno de nuestros pasos, buscando siempre el Rostro de Dios; nosotros también contamos con vuestras oraciones. Hasta la próxima…

Con afecto Ilaria y Federica, LMC

Caminando con los pueblos originarios de la montaña de Guerrero

Por: P. José Casillas, mccj.
Desde Cochoapa el Grande, Gro.

El misionero deja su tierra y su familia porque escucha la preocupación del Corazón de Dios que busca alguien a quién enviar a los pueblos olvidados y abandonados que se vuelven invisibles ante quienes deberían atender sus gritos y necesidades.

En el corazón y la conciencia del misionero resuena siempre la búsqueda de Dios: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? ( Isaías 6,8-13)… Al sentir y escuchar la búsqueda de Dios y los gritos de su pueblo, al misionero no le queda otra respuesta que decir AQUÍ ESTOY, MÁNDAME A MI…

Está es la razón por la que los Misioneros Combonianos estamos caminando y conviviendo con los pueblos originarios de las montañas del Estado de Guerrero, hasta que dejen de ser abandonados, olvidados y comiencen a ser más visibles por la Iglesia, la sociedad y el Estado.

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Misión comboniana en Metlatónoc, México

Por: Esc. Felipe Vazquez, mccj
Desde Metlatónoc, Guerrer
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La mirada de un misionero comboniano que por primera vez ve los pueblos originarios de la región mixteca del Estado de Guerrero, se encuentra con un ser humano que vive envuelto en ritos con elementos católicos y prehispánicos como escudo protector ante la adversidad y la inclemencia social hecha de marginación, exclusión, discriminación, invisibilizacion y olvido.

Las circunstancias generadas por esa inclemencia social lo hunden en el subdesarrollo y la pobreza. Esta es una de las razones por las que se ve obligado a migrar, dejar su tierra y su familia en la desolación para ir a buscar recursos o a estudiar lejos para mejorar sus condiciones de vida para él y para los suyos.

La Iglesia aparece en medio de estos pueblos como compañera de camino y de consuelo de este ser humano originario de estas tierras. Camina con él sin apresurar los pasos, con la única intención de que este ser humano y sus pueblos sientan a Dios cercano, como compañero de camino y de vida que busca junto con ellos caminos de liberación y salvación. Es decir, que tengan la experiencia de Dios como Emmanuel ( Dios-con-nosotros).

Esta experiencia de Dios que camina con los pueblos olvidados en las montañas, hace que recuperen y fortalezcan la actitud y capacidad de caminar juntos como necesidad y estrategia para crecer todos. Eso que ahora la Iglesia pide a todos los bautizados: redescubrir el camino sinodal como vía de salvación social.

El misionero sabe que, a veces, el ser humano al que acompaña en su crecimiento humano y espiritual, no siempre conoce a Jesucristo. Por eso, ayuda a estos pueblos a descubrirlo en medio de ellos, que está caminando junto con ellos, en medio de sus pueblos y comunidades… Porque, con frecuencia, sólo saben de la existencia de Dios, pero no saben quién es ni cómo es, solo le llaman DIOS.

La presencia del misionero hace que, caminando juntos, puedan conocer el Nombre de Dios, aprender a mirarlo como papá de todos y a descubrir a Jesús como el Camino, la Verdad y la Vida que se transforma en la vía más concreta de salvación personal y social: EL SER HUMANO FRATERNO.

El misionero sabe que la fraternidad social nace de la fe en un Dios que es papá, que quiere que sus hijos vivan dignamente y sean felices y que no se conforma sólo con ritos, rezos y sacrificios… que eso a veces le molesta y lo entristece, sobre todo cuando la justicia, la paz y la vida están en riesgo y no se actúa para mejorar a las personas y sus entornos, esperando que una intervención extraordinaria resuelva todo.

Estas son las implicaciones del anuncio del Evangelio que conocemos todos los misioneros y es lo que pretendemos que este ser humano conozca, asimile y lo haga carne ahí donde vive y convive.

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Misioneras de la dignidad humana, sembradoras de paz

El pasado 12 de mayo fallecía en Santa María de los Cayapas (Ecuador) la Hna. Amparo Flores Torres,  misionera comboniana mexicana (en el centro de la foto). En su memoria publicamos este pequeño artículo de otra comboniana, la Hna. Gabriella Botani, en el que nos comparte la realidad de la misión en la que vivió y murió la Hna. Amparito.

comboniane.org

 “Madre”. Oí repetir esta palabra cientos de veces mientras visitaba la comunidad de las Hermanas Misioneras Combonianas en Santa María de los Cayapas. La comunidad de las Hermanas es un lugar de encuentro, un espacio para ser escuchado, para encontrar a alguien en quien confiar. A Santa María, en el río Cayapas, se llega en poco más de dos horas de canoa a motor. Las Hermanas Misioneras Combonianas llegaron aquí hace más de cincuenta años y desde entonces se dedican a la formación de la comunidad cristiana, formando líderes comunitarios como catequistas y diáconos permanentes, promoviendo la educación y la salud, y prestando especial atención a las mujeres. No lejos de la frontera con Colombia, la región está habitada por las comunidades indígenas del pueblo Chachi y afrodescendientes, que han vivido pacíficamente en este territorio durante cientos de años. Esta tierra es rica en agua, vegetación y minerales.  En este contexto, que hoy está profundamente marcado por la falta de oportunidades para los jóvenes, la contaminación de las aguas debido a la explotación ilegal de las minas, los combonianos continúan su presencia misionera privilegiando su compromiso con la pastoral educativa formal en la escuela: que acoge a alumnos de primaria y estudiantes hasta la graduación de bachillerato, con dos cursos superiores de perito agrícola e informático. En estas zonas de difícil acceso, el principal reto es ofrecer una escuela de calidad que permita a los alumnos acceder a estudios universitarios. Escuchar los sueños de los jóvenes de la escuela Santa María es maravilloso: Yo sueño con ser veterinaria, yo profesora de idiomas, yo azafata…. Y pensar que hasta hace unos años, los jóvenes de aquí no soñaban. Hay muchos alumnos de Santa María que han ido a la universidad, entre ellos muchos de los profesores de la escuela. Otros dos éxitos registró esta pequeña escuela en 2023/24: un alumno obtuvo el primer puesto como mejor estudiante de todas las universidades católicas del Ecuador; la escuela, por el curso de perito agrícola, ganó un importante premio por un proyecto que hizo autónoma a la ciudad de Santa María para la producción de esquejes de cacao, un cultivo particularmente apreciado en la región.

Estamos en el vicariato de ‘Esmeraldas’, que corresponde al distrito administrativo, cuya capital y sede episcopal lleva el mismo nombre del distrito. Llegué aquí bajando de los Andes ecuatorianos hacia la costa norte del país. Estamos en la “provincia verde esmeralda”, de ahí el nombre de esta región Esmeraldas. Aquí llegaron las Hermanas Misioneras Combonianas a mediados de los años cincuenta para colaborar con los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús, a quienes el Papa Pío XII había confiado el vicariato.

Con vistas al océano Pacífico en la costa norte del país, hasta la frontera con Colombia, esta tierra está habitada por descendientes de africanos traídos a estas tierras como esclavos y por comunidades indígenas, que han coexistido pacíficamente durante siglos.

Desde sus inicios, los Padres, Hermanos y Hermanas Combonianos han recorrido el territorio en canoa, a pie, en coche y otros medios de transporte para organizar comunidades cristianas y formar catequistas, respetando la realidad cultural local. La familia comboniana ha marcado la formación de la Iglesia y la Sociedad en Esmeraldas: San Daniel Comboni es reconocido como el padre fundador de la Iglesia y las Misioneras y Misioneros como verdaderos testigos del Evangelio, mujeres y hombres comprometidos con el anuncio de la Palabra de Dios y la promoción del desarrollo humano integral, construyendo escuelas y centros de salud, e impulsando procesos para contrarrestar la discriminación que vive la población afrodescendiente. Hoy, las Hermanas Combonianas viven el gran desafío de la creciente violencia causada por la penetración de grupos armados y del narcotráfico en el territorio, continuando con el mismo compromiso y pasión. La presencia de las “Madres”, mujeres del Evangelio, es una presencia profética, testigos y sembradoras de paz.

Gabriella Botani, smc
Coordinación General de Misiones

El sentido maternal de las Misioneras Combonianas

«Pías Madres de la Nigrizia» es el nombre oficial que usamos las Combonianas en Israel. En documentos oficiales y a la entrada de nuestra casa en Betania, junto al muro que divide Israel y Palestina está escrito el nombre, Pie Madri della Nigrizia. Parecería un poco arcaico, pero este nombre nos confiere más que nunca una misión y nos da identidad. San Daniel Comboni entendió la nigrizia como la representación de la pobreza y el abandono extremos en el mundo, y en respuesta, nos quería presentes y cercanas con corazón de madre en esas realidades desgarradoras.

Po: Hna Cecilia Sierra, smc

Desde 1872, año de nuestra fundación, san Daniel Comboni nos llamó Pie Madri della Nigrizia o «Piadosas Madres de la Negritud». San Daniel Comboni entendió la nigrizia como la representación de la pobreza y el abandono extremos en el mundo, y en respuesta, nos quería presentes y cercanas con corazón de madre en esas realidades desgarradoras.

Inspiradas por el carisma de nuestro fundador, abrazamos nuestra vocación como madres compasivas, llevando consuelo y esperanza a quienes más lo necesitan en las nigrizias contemporáneas: las partes más pobres y abandonadas de nuestro mundo. De ahí que por opción y por vocación estemos presentes en las periferias, fronteras y lugares, donde en tantos casos, somos la única presencia de Iglesia.

Comboni nos propuso a las mujeres del Evangelio como el modelo clave de seguimiento a Jesús. Como María y las mujeres que seguían a Jesús y permanecieron junto a Él en su ministerio, sufrimiento y muerte en cruz, las Misioneras Combonianas estamos presentes en las situaciones difíciles ofreciendo consuelo y esperanza.

Como madres, compartimos el dolor y el exilio del pueblo sudanés. Debido a la guerra, en mayo de 2023, todas las combonianas tuvieron que abandonar el país después de más de 150 años de presencia. Como miles de sudaneses, nuestras hermanas dejaron atrás colegios, dispensarios, clínicas, casas, parroquias, sin perspectivas de retorno a corto plazo. En una carta a la Madre General, el papa Francisco elogió su valentía, «le agradezco por el testimonio valiente de amor que sus hermanas han manifestado hacia sus hermanos en contextos bastante difíciles y arriesgados para su integridad física».

Así como las mujeres estuvieron al pie de la cruz y muy de mañana se encaminaron al sepulcro, nos hacemos compañeras de camino, pan partido en las alegrías y tristezas de pueblos y comunidades donde la esperanza y la fe languidecen. La comboniana, Rachele Fassera, por ejemplo, persiguió valientemente a los secuestradores del Lord’s Resistance Army (LRA). Eran 139 las chicas secuestradas del Colegio St. Mary’s de Aboke, Uganda, dirigido por nuestras misioneras. Nuestra hermana los siguió por los montes y, desesperadamente, tocó todas las puertas diplomáticas en África, Estados Unidos y Europa.  Su persistencia logró la liberación de la mayoría de las estudiantes. Su compromiso y amor, así como sus reuniones con autoridades políticas y religiosas dieron fuerza a la lucha contra el uso de niños en conflictos armados.

Como María Magdalena, Salomé y las mujeres que acompañaron a Jesús durante su ministerio, las Combonianas acompañamos a personas y pueblos en su viaje de fe, siendo testigos de la esperanza y la transformación que trae el Evangelio. En mis 34 años de vida misionera, he conocido hermanas con corazón de madre, como Odette, egipcia en Sudán del Sur, quien sabiamente guiaba la comunidad y era consejera del obispo en tiempos de guerra, además de valerosa y emprendedora.

En la celebración del Día de la mujer de marzo pasado, el presidente de Egipto honró a la comboniana Samiha Ragheb, directora de la Escuela de San José, en Zamalek, por sus más de 50 años de servicio educativo en Egipto, y por recibir varios premios, certificados de aprecio y honores de foros locales e internacionales. La Escuela de San José fue establecida por las combonianas en 1888. Debido a la revolución mahdista, combonianos y combonianas tuvieron que abandonar Sudán y se refugiaron en Zamalek, en El Cairo. La hermana Samiha ha contribuido a la educación de cientos de niñas durante sus 50 años de generoso y cualificado servicio.

Hay otras madres en los evangelios que también ofrecen lecciones valiosas. Por ejemplo, la madre del joven endemoniado, que buscó desesperadamente la ayuda de Jesús para liberar a su hijo. Francisca Sánchez, misionera comboniana en República Democrática del Congo, destaca en su labor maternal por rescatar a niños rechazados, señalados como «brujos». El centro Saint Laurent recibe a niños de la calle, muchos acusados injustamente, ofreciéndoles educación y apoyo emocional. A través del teatro y la música, les brinda medios de expresión y fortaleza.

Otra madre es la viuda de Naim, cuyo hijo fue resucitado por Jesús. De manera similar, las combonianas aportamos esperanza y vida a comunidades que han sido golpeadas por la pobreza, la enfermedad y la violencia. En el hospital italiano de El Cairo, la comboniana Pina De Angelis brinda ayuda a las familias afectadas por la violencia en Gaza. En sus 38 años de servicio, se esfuerza por dar apoyo a quienes lo necesitan. El hospital, fundado en 1903 y único en África (con una iglesia y una mezquita) continúa recibiendo a niños palestinos heridos.

Inspiradas por el carisma de nuestro fundador, abrazamos nuestra vocación como madres compasivas, llevando consuelo y esperanza a quienes más lo necesitan en las nigrizias contemporáneas: las partes más pobres y abandonadas de nuestro mundo. De ahí que por opción y por vocación estemos presentes en las periferias, fronteras y lugares donde, en tantos casos, somos la única presencia de Iglesia.

La solicitud de María en las bodas de Caná, donde pide a su hijo un milagro para resolver una necesidad práctica, refleja la actitud de las misioneras de buscar soluciones concretas a los problemas que enfrentan las comunidades. Esto lo evidencia la gran trayectoria de otra comboniana: Adela González, enfermera española de gran corazón y muy versátil. Ha estado en México, Ecuador, Sudán del Sur y Kenia. Una vida de entrega en diversos dispensarios en la misión y, últimamente, en un hospital en Lomin, frontera con Uganda, donde, desde la post guerra, atiende con corazón de madre a quienes lo han perdido todo.

Además, la figura de la madre de los hijos de Zebedeo, quien buscó un lugar prominente para sus hijos en el Reino de Dios, nos inspira a abogar por la igualdad y la superación profesional a través de la educación. El 28 de febrero de 2023, el Ministerio de Educación de Etiopía premió a los mejores estudiantes y escuelas secundarias del país. Unos 273 alumnos fueron reconocidos por su desempeño sobresaliente, cinco de ellos, de la Escuela Secundaria Superior Comboni. Su directora, la hermana Lucia Disconsi, recibió el premio en nombre de la comunidad. Este logro refleja nuestro deber de mejorar la educación en Etiopía y en otros países.

La historia de la Siro-fenicia, una madre que imploró a Jesús curara a su hija enferma, encuentra eco en el compromiso de las combonianas de interceder por quienes sufren. Son muchas nuestras hermanas ancianas y enfermas, quienes después de años en África, Asia y América regresan a Italia y continúan su misión perseverante en su búsqueda de justicia y sanación para los marginados y oprimidos a través de la oración.

El lema de Comboni «Salvar África con África» se encarna en las combonianas africanas que se hacen hermanas y madres de jóvenes nativas. Benjamine Kimala, de Chad, tras 21 años de misión fuera de su país, hoy acompaña a 20 chicas en su educación universitaria en medio de las dificultades. Su trabajo también aborda la prevención de la trata de personas, una problemática relevante del país. Además, se dedica a la orientación vocacional, la animación misionera y al desarrollo de la juventud local.

Como lo expresan nuestras Actas Capitulares, las combonianas nutrimos el «sentido del misterio», contemplando a Cristo y su Palabra con amor, «deteniéndonos en sus páginas y leyéndolas con el corazón». Esto se hace realidad en nuestros centros de espiritualidad en Limone Sul Garda, en el Monte de los Olivos, en Uganda, en Ciudad de México y otros sitios. El abandono a Dios también se forja a través de la formación de nuevas misioneras, como el caso de Maite Rivera, Rosita y otras religiosas en casas de formación en Italia, Texas, Zambia, Uganda y Eritrea. La comboniana mexicana Ylenia Ramos se dedica en Zambia a formar futuras misioneras. Su experiencia previa incluye labor en Uganda, donde se desempeñó como educadora de jóvenes y en la prevención del tráfico de niños.

En el último Capítulo General reafirmamos nuestra misión de «ser alimento para quienes tienen hambre de pan, de justicia y paz, y compartir las esperanzas y el sacrificio de tantos pueblos al ofrecer la Palabra de vida que puede hacer nuevas todas las cosas». Desde esta perspectiva maternal y compasiva, en diversos espacios –educación, cuidado de la salud, apoyo a refugiados y promoción de la justicia social–, nos comprometemos a continuar el legado de san Daniel Comboni.

Nuestro sentido maternal encuentra su raíz en el ejemplo de las mujeres del Evangelio, que acompañaron a Jesús con amor y dedicación hasta la cruz y al sepulcro, y fueron testigos de la resurrección. Así como las mujeres del Evangelio, queremos ser madres compasivas en medio de las nigrizias contemporáneas, llevando consuelo, esperanza y amor a quienes más lo necesitan en nuestro mundo. Y con ellos esperamos y celebramos la resurrección.

Veinticinco años difundiendo el Evangelio al servicio de la sociedad de Macao

El 1 de mayo celebramos el 25 aniversario de la fundación de la Parroquia de San José Obrero. La arquitectura moderna de la iglesia es muy inusual en comparación con otras iglesias más antiguas de Macao. Encima del altar, en el centro del enorme mosaico en forma de cruz, está la imagen de Cristo resucitado ascendiendo al Cielo, con los brazos abiertos

Solemos preguntar a los visitantes qué significa para ellos la imagen de Cristo con los brazos abiertos. La mayoría lo ve como un gesto cálido y acogedor: “Cristo les está invitando al banquete de la Eucaristía, a una comunión más profunda con Él, a echar sobre Él todos nuestros miedos y preocupaciones”.

Otros, lo entienden como un envío misionero, como se describe en el Evangelio de este domingo de la fiesta de la Ascensión: “vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura”, dijo Jesús antes de ser llevado al cielo (Mc 16, 15-20). Al final de cada Eucaristía, alimentada con el Pan de Vida y llena del Espíritu de Cristo resucitado, la comunidad cristiana es enviada al mundo (es decir, a sus familias, a sus lugares de trabajo, a sus escuelas, etc.) para testimoniar la Buena Nueva de Jesucristo con palabras y, sobre todo, con hechos.

Ambas interpretaciones de los brazos abiertos de Jesús, acogida y envío, han sido igualmente relevantes para la vida de la Parroquia de San José Obrero. Hace treinta años, la parte norte de Macao, especialmente el distrito de Iao Hon, adyacente a la Puerta de la Frontera, se consideraba una zona insegura para vivir, incluso para pasear, sobre todo por la noche. La cercana Areia Preta (Hac Sa Wan) tenía entonces muchas fábricas textiles, y muchos inmigrantes vinieron a vivir a esta zona, que se convirtió en una de las más densamente pobladas del mundo, con un nivel de vida generalmente pobre y un alto índice de delincuencia. Tanto desde el punto de vista social como cultural, era sin duda un ambiente diferente al de otros barrios históricos y más renombrados de Macao.

Como no había iglesia en la zona, a principios de los 90 los primeros católicos empezaron a reunirse en una sala del Centro Pastoral del barrio, y poco a poco se fue convirtiendo en una comunidad cristiana vibrante y llena de vida. Tras la inauguración de la iglesia recién construida en 1999, dedicada a San José Obrero debido a la presencia de tantos trabajadores en el barrio, la comunidad siguió creciendo y atrayendo a más y más gente, especialmente a través del servicio de muchos laicos que ofrecieron tiempo y energía para los esfuerzos evangelizadores de la recién creada parroquia. La celebración del 25 aniversario es un homenaje a ellos y una acción de gracias a Dios por el crecimiento que hemos presenciado a lo largo de todos estos años.

En los últimos 25 años, la realidad social, económica y cultural del Distrito Norte ha cambiado mucho, y han surgido nuevas necesidades y desafíos. La misión se ha vuelto más exigente en esta compleja época de la historia. Esto no debería sorprendernos. Hace muchos años, el Papa Juan Pablo II subrayó que “la misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está todavía muy lejos de completarse […] Una visión de conjunto del género humano muestra que esta misión no ha hecho más que comenzar y que debemos comprometernos de todo corazón a su servicio. La actividad misionera renueva la Iglesia, revitaliza la fe y la identidad cristiana, y ofrece un nuevo entusiasmo y nuevos incentivos. ¡La fe se fortalece cuando se entrega a los demás! […] Pero lo que me mueve aún más a proclamar la urgencia de la evangelización misionera es el hecho de que es el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada persona y a toda la humanidad en el mundo moderno, un mundo que ha experimentado logros maravillosos, pero que parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la existencia misma” (Redemptoris Missio 1, 2).

En esta celebración del 25 aniversario, que cada uno de nosotros escuche la invitación de Cristo, en realidad un “encargo”, a continuar la misión que Él confió a los Apóstoles y, a través de ellos, a cada uno de nosotros.

Que el Señor y San Daniel Comboni bendigan a todos los Misioneros Combonianos que durante estos 25 años han compartido su vida y su experiencia de fe con la gente de Macao y de China.

P. Víctor Manuel Aguilar Sánchez, mccj

comboni.org