«Dios está en todas partes»

«Dios está en todas partes»
«Dios está en todos lados». Es el lema que a lo largo de estos meses me ha acompañado y del que he buscado empapar a quien me rodea. Mi nombre es Axel, originario de Los Reyes La Paz, Estado de México, y este último año he vivido una experiencia mixta, entre la entrega a mi vocación misionera y a la vida laboral, buscando siempre ser responsable en ambos lados. Sobre todo, enriqueciendo y fortaleciendo mi llamado a partir de las experiencias que he vivido y quiero contarte en estas páginas.

Por: Axel López

Para ponerte un poco en contexto, debo explicar que mi primer llamado lo sentí al salir de la secundaria. Tras un acompañamiento vocacional de un año, previo a concluir mis estudios, ingresé al seminario en la etapa del aspirantado, que anteriormente se encontraba en San Francisco de Rincón, Guanajuato.

Ahí estuve durante tres años, concluí mis estudios de preparatoria y cuando era el momento de pasar a la siguiente etapa, que en ese momento era un año de propedéutico en Cuernavaca, hablé con mis formadores en turno y les comenté mi inquietud de estudiar una carrera, porque quería obtener conocimientos en áreas que la misión quizá no tiene aún fortalecidas. También les dije que tenía ganas de conocer el mundo y aprender de él, pues ingresé a los 14 años. Para ese entonces ya tenía 17, así que estaba en una edad de querer empaparme del mundo que había detrás de las bardas del seminario.

Siempre con la sincera intención de fortalecer mi vocación o de entender hacia dónde Dios me había llamado. Aceptaron, me dieron un par de consejos y antes de regresar a mi tierra le pedí a san Daniel Comboni que jamás me abandonara y me ayudara a saber si me quería como fiel servidor en tierras de misión o tenía para mí una encomienda allá afuera; así concluí mi primera etapa y pasé a una segunda: estudiar una carrera.

Fue la mejor decisión, conocí increíbles personas en la universidad, que al día de hoy son grandes amigos, y al enterarse de mi regreso al seminario fueron los primeros en apoyarme. Tuve que trabajar y estudiar al mismo tiempo para sustentar mis gastos, y eso, más la disciplina del seminario, me ayudaron a valorar muchas cosas. Concluí mis estudios en Arte Digital con especialización en Videoarte.

Pero es hora de dar un salto hasta el leitmotiv para reunirnos a través de estas páginas. Mi amor por la misión jamás desapareció, al contrario, a lo largo de estos años he vivido en tres diferentes ciudades, y en todas he participado en grupos juveniles de la Iglesia, en ellos siempre los empapé y hablé sobre la belleza de encontrarse con Dios a través de la misión y, por supuesto, del carisma comboniano.

Decidí retomar mi camino en la vocación y comencé a llevar un proceso de discernimiento, el cual fue aún más complejo que la primera vez, pues en esta ocasión había de por medio otras situaciones, como el hecho de contar con un trabajo bien establecido y, sobre todo, en un área que me encanta: la música. Pero también estaba el hecho de ser hijo único y el sostén de mi madre. Situaciones que en un primer momento me hicieron dudar mucho sobre si era lo correcto o si Dios y Comboni me querían para consagrarme a ellos.

Me mantuve firme en mi decisión y recordé lo que mi padre siempre dice: «Dios proveerá», así que, con mucha oración y platicando con amigos sacerdotes y mi promotor vocacional, emprendí el camino para preparar mi regreso. Con mi fe puesta en Dios, este año viví el preseminario, en donde se me propuso una modalidad nueva, ya que aún tenía que arreglar unos papeles y cerrar ciclos antes de irme de lleno nuevamente.

Me invitaron a iniciar los estudios de Filosofía en línea, a la par que trabajaba y concluía lo pendiente. Además del apostolado como ministro de la eucaristía en mi parroquia, también apoyé al padre Wédipo Paixão (mi promotor) en la promoción vocacional.

Estudiar, trabajar, vivir un apostolado y velar por mi vocación no ha sido fácil. En ocasiones no me rinde el día, pero los caminos de Dios no son fáciles, si no, todos andaríamos en ellos. Pero no me quejo, es un tiempo de mucho crecimiento y aprendizaje.

Hace un mes, concluí un acompañamiento a jóvenes en situación de «Anexo». Conocí a muchachos de entre 13 y 35 años con una familia que los esperaba afuera. A chicos de «buena familia» que cayeron en las drogas y el alcohol por falta de amor de sus padres; a un vendedor de drogas que sobrevivió a ocho navajazos y que estaba en la calle antes de llegar ahí. Seré franco, la primera vez que me paré ante ellos pensé que no me tomarían en cuenta, serían groseros o sólo estarían ahí por la fuerza. Sin embargo, no fue así, me recibieron con los brazos abiertos, rezaron a todo pulmón conmigo, se mantuvieron atentos y preguntaban con genuino interés. En nuestras reuniones hicimos un hilo de comunión y concluimos con tres interesados en saber más de las misiones y de Dios.

En otra ocasión, el padre Wédipo, dos vocacionados y yo fuimos a Comalapa, Veracruz, a unas rancherías para apoyar al padre Memo. Recuerdo bien la última misa en la que estuvimos. Antes de entrar, amablemente nos ofrecieron de comer en la casa de una servidora de la capilla. Nos contó cómo su sobrino tuvo una experiencia cercana con la muerte y cómo Dios le dio otra oportunidad gracias a la fe y a que rezaron día y noche. Su sobrino había caído de un puente en la moto y no reaccionaba, los médicos habían hecho todo lo posible, sólo quedaba esperar un milagro y jamás voy a olvidar sus palabras: «Yo le pedí al Señor que como fuera su voluntad, pero que le permitiera seguir entre nosotros, que, así como la mujer cananea, yo me conformo con las migajas que caigan de la mesa, pero permítele seguir aquí». Salí con un nudo en la garganta y una muestra de su gran fe y amor por Dios. En ese momento escuché en mi mente a mi padre decir, con su típica sonrisa y mirando al cielo: «Dios proveerá». Vaya que tiene razón.

Podría seguir escribiéndote experiencias similares de estos meses y otras épocas, pero elegí estas dos porque son las que más han fortalecido mi fe y mis ganas de seguir en el camino del Señor. Como ya he dicho, actualmente me encuentro estudiando Filosofía en línea. Soy un seminarista en familia (SEMFAM). Primero Dios, en julio de 2024 me reintegraré con mis compañeros que en este periodo están de lleno en el seminario.

En tanto, mi misión se encuentra aquí, porque mi corazón desea un día estar en África, como nuestro santo fundador. Estas experiencias me permiten entender que también hay necesidades y una labor muy grande en nuestras comunidades. Dios tiene planes para cada uno de nosotros y el hecho de que este año no pudiera entrar de lleno, pero ofrecerme esta modalidad mixta, es una señal de que «Dios está en todos lados», desde el joven que busca componer su camino en el «Anexo», hasta en la ferviente creyente que es feliz con las migajas que Dios le dé y acepta su voluntad, sea cual sea.

También está en mí, que me llena de amor y hace que mi corazón arda de pasión por Él, para compartirte estas líneas y decirte que nunca es tarde para decirle «sí» al Señor. Que habrá situaciones que parezcan imposibles de resolver o que te aten, pero no es así, Él siempre nos dará la respuesta y nos pondrá en el camino con las herramientas que necesitemos.

¿A qué le tienes miedo? Con Dios en tu camino nada te falta, recuerda que «…en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre» (Sal 22).