En camino hacia la Pascua – 3
Para estar con él

En nuestro caminar hacia la Pascua queremos detenernos a reflexionar sobre la invitación que Jesús nos hace a seguirlo convirtiéndonos en discípulos suyos.
Su llamada es un modo de compartir con nosotros su misión, su pasión por el Reino y la alegría de ser personas nuevas estando con él.
En su misión y en su compañía encontraremos un lugar, nuestro lugar, para responder a aquello que nuestro corazón anda buscando como la razón última de su felicidad. Estando con él redescubriremos nuestra identidad y podremos llenar nuestra vida de su paz.
Permaneciendo con él simplemente seremos personas nuevas, personas llamadas a convertirse en testigos de su amor.

Nos recogemos un momento dejando a un lado todo aquello que cargamos en nuestro interior y que pueda ocupar nuestra atención. Queremos dedicar este tiempo al Señor, a estar con él.

Hacemos un momento de silencio y agradecemos a Dios todo lo bueno que hemos recibido de él en estos días. Pedimos la sabiduría que viene de Dios para poder acoger su Palabra.

Invoquemos al Espíritu Santo

Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía Señor tu Espíritu y todo sera creado y se renovará la faz de la tierra.

 La Palabra de Dios

“Subió después a la montaña, llamó a los que él quiso y se acercaron a él. Designó entonces a Doce, a los que llamó apóstoles, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar a los demonios. Designó a estos Doce: a Simón, a quien dio el sobrenombre de Pedro; a Santiago, el hijo de Zebedeo y a su hermano Juan, a quienes dio el sobrenombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el que lo entregó”. (Mc 3, 13-19)

La verdadera conversión en nuestra vida es la que nos lleva a hacer la opción por Jesús. Nos damos cuenta que nuestra vida no es plena sin él y organizamos de tal manera nuestra existencia que nos convierte en seguidores, discípulos suyos.
Vivimos de él, con él y por él, como repetimos todos los días al celebrar la eucaristía.

Pero, ¿quién está con quién? ¿De dónde parte el movimiento para que se dé ese acercamiento? ¿Quién es el protagonista de la búsqueda?

En la historia de cada encuentro entre Dios y los hombres se sigue siempre el mismo esquema, la misma pedagogía. Dios toma la iniciativa, es él quien da el primer paso, quien sale de su mundo para venir a entretenerse con nosotros; entretenerse que no quiere decir divertirse, sino “tenerse con”, man-tenerse.
Dios siempre llama, provoca e inquieta nuestro corazón para moverlo y orientarlo hacia él y al mismo tiempo Dios se revela delicado, respetuoso, apostador por la libertad.
Dios no hace nada forzando, ni violentando. Él, que todo lo puede, no realiza nada sin el querer y la disponibilidad humana.
Es esa libertad que nos puede mover para ir a su encuentro o nos puede alejar para hundirnos en nuestras indiferencias, sin que esto cambie en absoluto el querer de Dios. El nos sigue amando y esperando. Dios llama y espera con la paciencia que sólo en él existe. Dice San Pablo:

“Si morimos con Cristo, viviremos con él; si permanecemos firmes, reinaremos con él; si lo negamos, él también nos negará; si somos infieles, él permanece fiel porque no puede negarse a sí mismo”. ( 2 Tim 2,11-13)

A nuestra respuesta  le sigue la donación de Dios que no se aguanta de estar lejos de nosotros. Dios se entrega y nos involucra en sus proyectos.

Sigamos este texto de Marcos que ha quedado plasmado en su evangelio como la carta, el documento, que nos permite entrar en los detalles de ese acontecimiento que todos hemos vivido en un momento de nuestra vida, el ser llamados a formar parte de esos Doce, amigos, discípulos, hermanos, testigos, familia de Jesús.

1.- “Subió después a la montaña”

La montaña es el lugar por excelencia de Dios, es el espacio en donde se manifiesta, en donde se le puede encontrar cara a cara.

Es lugar sagrado, apartado y escogido a donde el desciende y a donde el hombre tiene que hacer el esfuerzo de subir. La montaña implica esfuerzo, fatiga, desprendimiento. No se puede llegar a la cima de un brinco, ni corriendo; se necesita calma, perseverancia y constancia.

La montaña exige silencio para no perderse, para escuchar lo que esta a nuestro alrededor y lo que habla dentro. Silencio para no perder el aire que es vital para seguir caminando.

La montaña es lugar de Teofanía, es donde Dios habla a Moisés, en donde se le aparece al profeta Elías. Es lugar de Alianza, de prueba para Abraham, de sacrificio y oblación.

En el monte es en donde Jesús llama a sus discípulos, se transfigura ante ellos y les revela su rostro como Mesías y Salvador. Es en el monte del calvario en donde les da la prueba última de su amor. Es en el monte en donde los convoca antes de subir al cielo para que de ahí salieran al mundo entero como testigos de su misterio.
Con todo esto, Marcos nos dice que el llamado de los discípulos, de los Doce, no es una elección cualquiera, es un momento no sólo especial, sino sagrado. Es a partir de una experiencia fuerte de Dios que se puede iniciar el camino para seguirlo y mientras esta experiencia no se dé seguramente andaremos dando vueltas sobre el mismo lugar.

2.- “llamó a los que el quiso”

Esta llamada de Jesús puede ser interpretada de dos maneras. La primera, podemos decir que se trata de una elección fundada sobre la preferencia. Jesús elige entre muchos. Y de hecho los discípulos que lo seguían eran un gran número y entre ellos reconoceremos varios grupos.
La multitud, un tanto anónima, sin una identidad precisa. Es la masa que se mueve sin saber lo que anda haciendo y que se deja llevar por los decires de los demás. Existe el grupo de los 72 discípulos que serán enviados por Jesús de dos en dos y que harán maravillas en su apostolado.
Y existen los Doce, el grupo cercano y familiar a Jesús, los que, de alguna manera, apartó, pero sin sacarlos del mundo.
Jesús elige, pero no crea situaciones de privilegio, ni de distinción.
Otra manera de interpretar ese “querer” de Jesús, lo podemos muy bien leer bajo la óptica del amor.
Jesús llama a los que quiere con su corazón, a los que ama profundamente, a aquellos con quienes ha establecido una relación de intimidad y de cariño, de cercanía no sólo física, sino de ideas, de vida.

3.- Y se acercaron a él

La invitación, el llamado es tal solamente cuando encuentra una acogida, una aceptación en el destinatario. El Señor da siempre el primer paso, pero espera la respuesta para seguir caminando.
Los que se acercan a él son quienes manifiestan la voluntad de entrar en esa propuesta, son quienes saben arriesgar.
No se sabe a donde llevará ese primer paso, ese acercamiento, pero en alguna parte se intuye que llegará lejos. Dios no puede hacer en nosotros su obra si primero no encuentra un mínimo de disponibilidad.

4.- Designó entonces a Doce a quienes llamó apóstoles

Doce es un número determinado, son personas que tienen un nombre, que son conocidas, que llevan consigo sus historias personales, su carácter, su personalidad, sus cualidades y sus límites.
No son extraterrestres ni robots, son personas de carne y hueso. Y más adelante veremos que son personas que Jesús llama por sus nombres, no quedan en el anonimato.
Son personas que seguirán creciendo y desarrollando sus talentos y luchando con sus miserias y sus incredulidades. Pero lo importante es que estas personas en la medida que irán creciendo se harán únicas y merecedoras de un nombre nuevo.

5.-  Para que estuvieran con él

Cuántas veces nos hemos desilusionado y confundido pensando que la vocación, el llamado que Jesús nos hace es ante todo algo funcional. Muchas veces hemos subrayado el “para” pensando de manera utilitaria.
Eso es lo que ha transformado a muchos cristianos, consagrados, sacerdotes y religiosos/as en simples funcionarios de las cosas sagradas. En empleados del templo y administradores de una gran transnacional que vende sus productos y organiza sus ferias y exposiciones. Eso ha sido también la fuente de muchas frustraciones y de vidas amargadas.
Se le han aplicado las normas del mercado y la mentalidad de consumo. Se han trabajado estadísticas y cálculos de probabilidad, se elaboran planes y se proponen proyectos a futuro.
San Marcos, sin embargo, nos dice con muchísima sencillez que Jesús llama en primer lugar para que hagamos la experiencia de estar con él.
Ese estar es lo que le dará calidad y profundidad a nuestra existencia. Es lo que nos permite comprender que nosotros no somos los protagonistas en la historia de Dios.
El tiene sus planes y los puede realizar con nosotros y sin nosotros. Lo que le importa es que estemos con él y es de la calidad de ese estar que depende todo nuestro futuro.

Todos sabemos que en donde hay violencia no hay vida.

¿Cómo estamos con él?

Podemos estar a fuerzas, porque no tenemos el coraje de lanzarnos a seguir otras alternativas, porque nos preocupa lo que pueden decir los demás que nos han conocido como cristianos.

Podemos estar por inercia, porque ya nos acostumbramos a hacer esta vida y porque nos da flojera pensar en algo nuevo. Seguimos adelante diciendo, vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer. Pero la inercia asfixia y acaba por matar.

Podemos estar por comodidad. Aquí se está bien, se tiene el techo y la comida asegurados, bien que mal esta vida ofrece ciertas seguridades.
Pero la comodidad y el aburguesamiento acaban por cansar el alma y la vida se convierte en un tormento.

Pero podemos estar con el Señor también por puro gusto. Por el placer de gastar nuestra vida con él, aprendiendo de su vida y dejándonos llenar de su presencia.
Podemos estar con el viviendo gratuitamente el don de nuestra existencia, como algo que recibimos sin merecer y algo que estamos llamados a dar con alegría.

7.- Y para enviarlos a predicar con poder de expulsar a los demonios

Cierto que Jesús nos llama para confiarnos una misión, una tarea en la transformación del mundo, pero esto pasa a segundo término, pues si no estamos llenos de él, si no nos hemos configurado con él, si no hemos hecho de él el centro y la fuente de nuestra vida, simple y sencillamente no tendremos el valor de lanzarnos a ninguna parte.
Jesús nos envía a predicar y esto quiere decir, partir a anunciar su Palabra, a anunciarlo a él, la Palabra que se ha hecho uno de nosotros.
Todos sabemos que predicar no consiste en repetir lecciones o en recitar frases de la Biblia aprendidas de memoria. La predicación a la que estamos llamados pasa a través del testimonio de “lo que hemos visto y oído”, como dice San Juan (I Juan, 1, 3).
Predicamos auténticamente no cuando somos capaces de citar a los últimos autores de teología o cuando exponemos con claridad los últimos esquemas de exégesis. No se trata de elocuencia, de habilidades para articular un discurso.
Predicar quiere decir anunciar con la vida la presencia de quien llevamos dentro de nosotros, anunciar la verdad que va haciendo de nosotros personas nuevas y libres. Personas capaces de sembrar una esperanza en el corazón de quien nos escucha, pero conscientes de que no se trata de una esperanza que viene de nosotros, sino de Aquel que nos ha llamado y enviado.
Y justamente nos envía con poder para expulsar a los demonios, lo cual no quiere decir ir a engrosar las filas de tantos charlatanes y manipuladores de la Palabra de Dios que ven demonios hoy por todas partes.
Se nos envía con poder para desenmascarar todos los artilugios del mal que manipula y maltrata a tantos hermanos y hermanas que se dejan enredar en promesas tontas e ingenuas de felicidad. Se nos envía a poner en evidencia las fuerzas del mal que pretenden reducir a nuestros hermanos en títeres de sus pasiones y de sus egoísmos.
Expulsar los demonios es la parte de nuestro ministerio y de nuestra vocación que nos obliga a ser signos de confianza y de esperanza en medio de una humanidad que no sabe a donde dirigir sus pasos. Es a los discípulos de Jesús a quienes nos corresponde iluminar el mundo con su presencia.

Para la reflexión personal

+ ¿Cómo estoy con Jesús?

+ ¿Cuáles son mis alegrías y mis temores en su presencia?

+ ¿Qué busco estando con él?

+ ¿Qué esperan los demás de mí como testigo/a de Jesús?

Textos de la Palabra para nuestra oración

Mateo 10, 1-4

Lucas 6,12-16

P. Enrique Sánchez González, mccj