En camino hacia la Pascua-5

Por: P. Enrique Sánchez González, mccj

¿Quién es Cristo en mi vida?

Pedimos como gracia en este día:
Que podamos descubrir al Señor como el amigo que camina con nosotros siempre, hasta el fin del mundo.

Nos queda todavía un poco de camino por recorrer en nuestro peregrinar hacia la Pascua y hoy queremos detenernos a reflexionar sobre Jesús, a quien pretendemos seguir hasta el final de nuestro itinerario cuaresmal.

Como cristianos vivimos de la fe y de la identificación con la persona de Jesús. Nos reconocemos discípulos, es decir, seguidores suyos y tratamos de moldear nuestra vida siguiendo su ejemplo y nos esforzamos por adoptar su estilo de vida.

Compartimos con él su misión y por ello somos continuadores de su obra en este mundo.

En nuestro caminar hacia la Pascua en estas semanas vamos, poco a poco, acercándonos a él y vamos descubriendo lo que Dios ha hecho por nosotros a través de la vida y de la entrega de Jesús.

Hoy quisiéramos acercarnos un poquito más a su persona, para estar con él y para darnos cuenta que significa su presencia en nuestras vidas.

  1. – Ponernos en camino significa correr el riesgo de la fe.

            ¿Qué significa tener fe en Jesús?

La fe es mucho más que la adhesión de la inteligencia a una verdad que nos puede parecer lógica y aceptable. Tampoco es el abandono ciego o simplemente piadoso a algo o a alguien que nos podría parecer interesante.

El evangelio mismo nos enseña, por boca de Jesús, que no basta con decir Señor, Señor para hacerse merecedores del Reino de los cielos.

La fe implica una opción, un compromiso que envuelve toda la vida; es jugarse la vida por alguien que reconocemos como Salvador y Señor de nuestra existencia. Alguien en quien vale la pena confiar y poner en sus manos lo que somos, seguros de que no quedaremos defraudados.

Creer para nosotros consiste en adherir a la persona de Jesús haciendo opción por él.

Optar quiere decir dar una dirección y un orden a nuestra manera de existir y de situarnos en el mundo y en relación con los demás. En nuestro caso se trata de dar ese orden, esa dirección, poniendo delante a Cristo como el que nos guía y a través del cual queremos hacer pasar todo lo que somos y lo que nos pueda acontecer.

¿En qué consiste esta experiencia?

Dejemos que la Palabra nos conduzca.

Marcos 8, 27 – 38

2.- ¿Quién dice la gente que soy yo?

Por la gente aprendemos muchas cosas sobre Jesús. Unas cosas nos acercan a él, otras nos distorsionan su imagen y entre unas y otras nos toca hacer un discernimiento que durará los días de nuestra vida.

A Jesús no se le conoce de una vez por todas y no se le entiende de un golpe; tampoco se le ama y se opta por él en un momento dado. Conocerlo implica entrar en su misterio, involucrarnos en su historia, configurarnos con su persona, perdernos en él.[1]

La gente dice tantas cosas.

Hay quienes han hecho de Jesús un personaje lejano en la historia, alguien de quien se cuentan cosas increíbles. Es el Jesús interesante que al límite puede mover la curiosidad para conocer algunos detalles de su vida, pero que queda siempre lejano en el tiempo, ya pasó, y su vida y la nuestra caminan por vías paralelas. A lo más nos interesa para aumentar nuestra cultura general, pues queramos o no, es alguien que ha marcado la historia de la humanidad convirtiéndose en el punto de referencia.

  • Hay gente que dice que Jesús ha sido un gran revolucionario, un luchador que transformó el orden establecido. Es el líder sin miedos que les cantó sus verdades a los tiranos de su tiempo. Es el Jesús con quienes se identifican quienes se sienten llamados a ser voz de los oprimidos, de los sin voz de nuestra sociedad. Es el Jesús que se estampa en las playeras, al igual que se hace con las fotos del Che Guevara. Es el Jesús que nos sirve para proyectar nuestros sentimientos de rechazo de sistemas injustos y opresivos. Es uno más entre los muchos, hombres y mujeres que han soñado con una vida distinta para todos.
  • Para otras personas Jesús es el de los milagros, el de las soluciones a cualquier problema. Es al que se le puede exigir lo imposible y hasta lo impensable. Es alguien a quien fácilmente se espiritualiza y se le desencarna y que, casi sin quererlo, se acaba por manipular. Es el Jesús a quien hay que aturdir con nuestras alabanzas interminables, que se confunden con el concierto del último rockero de las listas del hit parade.
  • También hay gente que no dice nada. Personas para quienes Jesús no tiene ninguna importancia, no vale nada, pues están llenas de todo. Son los orgullosos y prepotentes de nuestro mundo. Son los indiferentes que viven al día y que se han contentado con llenar sus corazones de vanidades que no acaban de satisfacer.
  • Pero, sería injusto quedarse sólo con estas imágenes, seríamos muy parciales. Entre la gente tenemos que reconocer que existen muchas personas para quienes Jesús es el don de Dios, es la posibilidad de una vida que se destaca de lo ordinario de nuestro mundo. Jesús es el Mesías que redimensiona nuestra vida, que nos revela al Padre, que nos descubre una identidad y que nos hace hombres y mujeres nuevos.

3.- Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?       

Todos somos muy hábiles para hablar de los demás, para descubrir sus límites y sus defectos, para decir que no son como nosotros. Nos gusta preguntarnos: ¿por qué los demás no son perfectos como yo?

Pero Jesús no se deja atrapar en nuestras astucias y deja caer esta pregunta que no da espacio a escapatorias.

Tú, yo y cada persona que llega a conocer a Jesús tiene que pasar necesariamente por la confrontación con él. Hay que estar con él o contra él. Hay que tomar partido.

Nuestra tentación puede ser la de responder como Pedro, de un golpe, para impresionar o para deshacernos de la pregunta, ignorando lo que la respuesta implica. Podemos decir que Jesús es nuestro Mesías, nuestro salvador, ¿y luego?

El evangelio nos enseña que el itinerario para reconocer a Jesús como el Señor de nuestras vidas pasa por muchos momentos y por circunstancias muy diversas.

Decir que Jesús es nuestro Señor al inicio de nuestra vida cristiana no es lo mismo que decirlo el día que acogimos nuestra vocación como bautizados o en el momento en que nos consagramos a su servicio o en la vocación específica que hemos recibido.

No es lo mismo decirlo a los 18 años, cuando vemos la vida con ojos llenos de ilusiones, de proyectos, de sueños de jóvenes, que a los 50 años cuando los desencantos, las frustraciones y desilusiones se han ido acumulando; cuando el realismo de la vida nos va enseñando que no es lo que hayamos hecho lo que cuenta, sino lo que hemos permitido que se hiciera en nosotros.

Mientras más el tiempo pasa, si crecemos en sabiduría, aprenderemos a ir descubriendo que somos conducidos en la vida y que somos muy poco conductores. Que lo que somos se recibe como don y gracia y no se arranca con voluntad férrea.

¿Quién es el Señor?

El que nos va moldeando cuando encuentra una arcilla dócil, el que nos forja cuando nos hacemos maleables. Es el que nos trabaja desde dentro, con paciencia, ternura y respeto. Es el que no precipita los tiempos y que no se desespera ante nuestros tanteos. Es el que perdona los errores y tiende la mano para ponernos de pie cada vez que caemos. Es el que carga sobre sus espaldas con nuestras tonterías y pecados, sin asustarse de nuestras fragilidades.

Jesús es el que no esconde su identidad de Hijo del Hombre, quien habla claro de su programa de salvación que pasa por el sufrimiento, el rechazo y la muerte; pero sin ocultar también su triunfo el la resurrección. El es nuestra posibilidad de conocer al Padre.

Como Pedro, también nosotros, tenemos la tentación de llevarlo a parte, de darle nuestros puntos de vista, nuestros consejos. Queremos hacerlo a nuestra medida y conveniencia para que siga respondiendo a nuestros caprichos.

Es el Jesús “Light” que acaba por no interesarnos, que seguimos sin pasión y sin entregarle el corazón. Es el Señor por quien no hemos acabado de optar y seguimos tratando de conciliar nuestros intereses con las exigencias de ser auténticos discípulos.

4.- “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, tome su cruz y me siga”

En el caso del discípulo, la renuncia no es un accesorio, sino un imperativo.

Ahora bien, renunciar en este punto es algo que debemos entender positivamente. No se trata de reprimir o negar, sino de abrirse a algo que conviene.

Renunciar es optar por alguien que descubrimos digno de seguir, en quien podemos poner nuestra confianza, en quien nos podemos abandonar.

Es en la capacidad de renunciar que se juega todo nuestro futuro y la posibilidad de conocer verdaderamente al Señor.

Se trata de una opción, como lo decía al inicio, que implica cruz, sufrimiento, dolor. Se deja algo bueno para alcanzar algo todavía mejor.

Y, finalmente, a Jesús se le conoce siguiéndolo. Poniéndose en camino con él. Transitando sus mismos caminos.

En el camino es en donde arden los corazones y se descubre su rostro, como  sucedió a los discípulos de Emaus. [2]

Para la reflexión personal y la oración

  • ¿Cómo descubro presente a Jesús en mi vida?
  • ¿Quién ha llegado a ser Jesús  para mí?
  • ¿Existen algunos signos en mi vida que manifiestan que he optado por Jesús?
  • ¿Qué escucho decir hoy a la gente sobre Jesús? ¿Comparto sus opiniones?

Textos para acompañar la oración

Mc 8, 31-38
Col 1, 15-20
Efesios 1, 1-14
Lc 24, 13-35
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[1] El apóstol Pablo dirá: “ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí”. Gal 2,20
[2] Lc 24, 13-35 (v.32 “entonces se dijeron uno al otro: “¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”)