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Séptima Peregrinación para Recordar al Padre Ezequiel Ramin: Un Profeta para la Amazonía Brasileña

Miércoles 27 de julio de 2022
Poco después del Encuentro de Santarém, que renovó vigorosamente el compromiso del Sínodo, la Iglesia en la Amazonía vivió otro momento de profunda intensidad: la memoria viva del Siervo de Dios Padre Ezequiel Ramin, asesinado durante una misión de paz. Luego de la fase más aguda de la pandemia de la Covid-19, que no permitió la congregación de muchas personas, la Diócesis de Ji-Paraná reunió nuevamente a las comunidades del estado de Rondônia, para celebrar la vida, la resistencia y la esperanza de los pueblo de Dios, en tiempos muy difíciles en Brasil.


Por: P. Dario Bossi – Vatican News

Vida, resistencia y esperanza fueron las palabras clave del lema de la 7ª Peregrinación del P. Ezequiel. El misionero comboniano fue asesinado hace 37 años, en Rondolândia, en una emboscada cuando regresaba de otro intento de apaciguar los conflictos entre invasores y terratenientes.

La opción del P. Ezequiel y la Iglesia diocesana de Ji-Paraná, dirigida en ese momento por el difunto obispo Antônio Possamai, era muy similar al sueño del Papa Francisco, de que hubiera tierra, techo y trabajo para todas las personas, especialmente para las más olvidadas, como familias campesinas y pueblos indígenas.

La peregrinación fue preparada por una gran celebración en la ciudad de Cacoal, donde el P. Ezequiel vivió. Cientos de personas se reunieron para una Eucaristía litúrgicamente rica en símbolos y testimonios, presidida por Monseñor Norberto Foerster, Obispo de Ji-Paraná, con la concelebración de Monseñor Roque Paloschi, Arzobispo de Porto Velho.

“Un amigo: el P. Ezequiel era un amigo de Dios, como Abraham en la lectura del Génesis, permitiéndose la audacia de negociar con el Señor por la vida de todos en Nínive. Y amigo del pueblo, como el amigo del Evangelio que molesta al otro en la noche, para que los que tienen hambre puedan conseguir un poco de pan”, reflexionó don Norberto.

En la madrugada del día siguiente, los dos obispos y numerosos representantes de las comunidades de la Diócesis viajaron a Rondolândia, el lugar del asesinato del sacerdote, ocurrido el 24 de julio de 1985. Allí se encontraron con personas venidas de otras regiones de la Amazonia y Brasil, marcados por el ejemplo del P. Ezequiel y por la opción eclesial y evangélica destacada por su vida y muerte.

Junto a los sencillos y profundos gestos de devoción popular, en la capilla dedicada al Siervo de Dios hubo testimonios conmovedores, como el de doña Geni, que donó una parte de su terreno a un espacio permanente para acoger a los peregrinos. O Carlos, un guacamayo indígena, presente con su familia en la celebración: “Él murió por nosotros. Todavía tengo su figura justo aquí en mis ojos. Murió porque quería protegernos”.

Después de casi tres kilómetros de caminata orante, alternando cantos, oración, escuchando textos del magisterio de la Iglesia en la Amazonía, la gente se reunió para un momento de compartir alimentos y también semillas criollas, en la valorización de la agroecología, contra los pesticidas y transgénicos. Finalmente, la Eucaristía al aire libre, bajo los árboles, junto al lugar de la emboscada. Dom Roque preguntó al pueblo de Dios: “¿Qué diría el p. Ezequiel en la Iglesia y en la sociedad actual? ¿Qué significa hoy vivir el perdón y la no violencia, opción clave para el sacerdote e incluso sus familiares, después del asesinato? ¿Cuál es mi, vuestro compromiso concreto, para que el ejemplo del P. Ezequiel siga viviendo a través de nosotros?

La Iglesia de la Amazonía sigue conmemorando a sus mártires, cristianos que se encarnaron hasta el final, con la radicalidad del amor, la misión de Jesús y la búsqueda del Reino de Dios. P. Ezequiel es una luz de esperanza, resistencia y vida para muchas personas que se sienten amenazadas por la extrema violencia en la que se encuentra Brasil. ¡A su intercesión encomendamos el camino de las comunidades cristianas y de sus pastores, para que todo tenga vida en abundancia!

Acoger y acompañar refugiados en Centroáfrica

Texto y foto: P. Fernando Cortés
desde República Centroafricana

¿Qué sería de nuestras comunidades si nos faltara el ministerio de la animación misionera? Los cristianos que asumen este papel tienen la tarea de recordarnos que la vivencia de nuestra fe nos mueve a un mayor compromiso de cara a la sociedad, y a no mostrarnos insensibles frente a lo que pasa en cualquier parte del mundo, porque de cualquier modo termina por afectarnos. Nomás pensemos en la guerra de Ucrania que ha venido a desestabilizar la paz mundial, a encarecer los combustibles y los productos de primera necesidad, y a generar tantos refugiados que para salvar sus vidas han tenido que internarse en países vecinos.

En nuestra misión de Mongoumba, Centroáfrica, no somos ajenos a esta situación de refugiados que muchas personas viven. Luego del golpe de Estado, en 2012, muchos centroafricanos tuvieron que exiliarse en el país vecino de la República Democrática del Congo (RDC). Con el paso del tiempo, viendo que las cosas poco a poco se iban tranquilizado, han podido retornar a su país. Pues bien, nuestra parroquia es paso obligatorio para toda esta gente porque en Mongoumba, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) ha establecido centros de acogida temporal y de envío para atender y proteger a los refugiados. Nuestra comunidad apostólica mantiene una cercana relación con los dirigentes de la ACNUR, algunos son provenientes de otras naciones inclusive, que en nuestra fraternidad misionera han encontrado un espacio donde se sientan bien recibidos y con confianza para descansar de sus actividades.

Cabe señalar que no son pocos los cristianos de nuestra parroquia que también se encuentran en calidad de refugiados, aunque vivan en sus localidades con sus familias, porque una vez por mes deben presentarse en su campo de refugio, de RDC, donde alguna vez estuvieron en los momentos más difíciles, para mantener un estricto control de su situación y recibir una ayuda económica. Este fenómeno de los refugiados, que nació de una delicada situación sociopolítica, vino a generar mucho dolor y división en la sociedad, tanto así que los obispos del país han hablado reiteradas veces en los últimos diez años de trabajar todos juntos por la cohesión social, sin distingos de ideologías políticas ni de creencias religiosas. 

La dura realidad de los refugiados ha sido un tema recurrente en la formación de los animadores  misioneros, que desarrollan su ministerio en cada una de nuestras diecisiete comunidades de la parroquia, para que como cristianos no seamos indiferentes frente a numerosos hermanos nuestros que se han visto en la difícil situación de abandonar sus tierras e internarse en un lugar extraño para poner su vida a salvo. Y partiendo de esta compleja situación, que a nadie se le desea por los abusos a los que uno se ve expuesto hasta no recibir protección, es que insistimos en la necesidad de llevar la semilla del evangelio a todas las personas para generar una cultura de paz y de fraternidad, hasta no ver al otro como un semejante con quien de la mano se pueda avanzar buscando el mayor bien para todos.

Indudablemente, en cada uno de nuestros ambientes parroquiales nunca faltarán ciertos desafíos que demandarán de nuestra parte una atención especial. Veamos entonces tales desafíos no como problemas en sí mismos, sino como una oportunidad que el Señor nos presenta para medir el compromiso de nuestra fe cristiana y también para ver qué tan capaces somos, como animadores, de involucrar a otros a que tiendan una mano ahí donde tantos hermanos nuestros están a la espera siquiera de un poco de nuestra atención, justo ahí donde el Señor nos quiere ver, no en una de confort, sin más interés que el de alentar a otros con la gracia de su Palabra, sin olvidar lo que dijera aquel gran animador de comunidades que fue el apóstol san Pablo: “Todos nosotros debemos agradar a nuestro prójimo y hacer las cosas para su bien y para la mutua edificación” (Rm 15,2). En efecto, no hay mejor forma de animarnos que animando a los demás.

Kenia: Las Mil Caras de la Comunidad Parroquial de Kariobangi


En la parroquia de Kariobangi, en las afueras de Nairobi, se han puesto en marcha un gran número de iniciativas para responder de manera concreta a las necesidades de la gente. La parroquia fue fundada en 1974 por los misioneros combonianos. El territorio parroquial comprende tres grandes áreas –Kariobangi, Huruma y Korogocho– con una población de más de 100.000 habitantes, de los cuales unos 20.000 son católicos.

Texto y fotos: P. Enrique Bayo



La parroquia de Kariobangi fue erigida en 1974 en la periferia de Nairobi, y en su territorio están presentes en la actualidad cinco congregaciones religiosas: los Misioneros  y las Misioneras Combonianos, las Misioneras de la Caridad, las Franciscanas Misioneras Hermanas por África y las Hermanas Misioneras Servidoras de la Palabra. Los religiosos y religiosas trabajan en comunión con una treintena de catequistas y muchos laicos.


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El territorio de la parroquia engloba tres grandes zonas –Kariobangi, Huruma y Korogocho– con una población superior a los 100.000 habitantes, de los cuales unos 20.000 son católicos. Korogocho uno de los slum o barrios de lata situados junto al vertedero de Dandora, el más grande de África oriental, donde ser recogen los desperdicios generados en Nairobi y en otras partes de Kenia. Las otras dos zonas de la parroquia –Huruma y Kariobangi– son barrios de periferias pobres, muy masificados, pero mejor organizados y abastecidos que los Korogocho. Mientras que la mayor parte de sus habitantes viven de la venta de los objetos que recuperan de Dandora, en Huruma y Kariobangi priman los trabajos ocasionales y el pequeño comercio. En cualquier caso, son muy pocas las personas que disponen de trabajos estables y bien remunerados.



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Evangelización

En este contexto social, desde la parroquia se llevan a cabo numerosas iniciativas y proyectos a favor de la vida, sin descuidar la labor pastoral, la liturgia y la preparación a los sacramentos. Los cuatro sacerdotes combonianos de la parroquia, apoyados por algunas religiosas y los catequistas, llevan a cabo este servicio esencial, en cuyo centro se sitúan las comunidades de base. Según el P. Andrew Wanjohi, párroco de Kariobangi, «son pequeñas Iglesias domésticas, formadas por varias familias, que se reúnen semanalmente para la formación cristiana y para dar respuesta a las primeras necesidades de ayuda a los enfermos y los pobres. Solo después se añaden el resto de hos proyectos animados desde la parroquia». Mención especial en este servicio evangelizador merece el trabajo llevado a cabo por las cuatro hermanas misioneras servidoras de la Palabra, tres mexicanas y una keniana, que han creado una red de grupos bíblicos que son, a la vez, equipos de apostolado. Una de ellas, la Hna. María de la Luz González, señala que «es importante tener la Palabra de Dios en el corazón porque sin ella no hay cambio en la vida y tampoco se vive, se sobrevive».


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Educación y sanidad

La parroquia gestiona cinco escuelas primarias y una secundaria, donde estudian unos 1.600 niños y niñas. Además de ofrecer el servicio de comedor, las tasas escolares son bajas para favorecer el acceso a la educación de los más desfavorecidos.

Durante los años 90 el sida tuvo un gran impacto en Kenia, con la aparición de una generación numerosa de huérfanos. Para acogerlos, los misioneros combonianos abrieron en Kariobangi la escuela Watoto wetu (nuestros niños) que hoy sigue funcionando como escuela. Por su parte, las misioneras combonianas fundaron en Korogocho el Comboni Health Programme (CHP) para acompañar a las personas seropositivas. El centro, gestionado ahora por los combonianos, acompaña a 671 personas, en su mayoría residentes en Korogocho. Asociado al CHP, en el recinto de la parroquia de Kariobangi, funciona dos días por semana un centro de fisioterapia para niños y niñas con problemas motores y parálisis.

No obstante, la estructura sanitaria de más envergadura de la parroquia es el dispensario gestionado por las misioneras combonianas en Kariobangi, donde cada día cientos de personas reciben atención médica.


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Korogocho

Otro ejemplo de las iniciativas que desarrollan en Kariobangi es la Sociedad Deportiva San Juan, que el comboniano P. Daniele Moschetti inició en 2003. En Korogocho no existe ningún parque público o centro deportivo donde los jóvenes puedan encontrarse para desarrollar actividades que los alejen del permanente peligro del alcohol y las drogas. Por eso, en el espacio de la capilla de San Juan se construyeron un campo de fútbol y una pista de baloncesto y voleibol. Además, se habilitó un edificio de la capilla para la práctica de otros deportes como boxeo, kárate o taekwondo. Solo hubo que abrir las puertas para que estos espacios se llenaran de jóvenes, chicos y chicas, con ganas de superarse. Aquí se formó la boxeadora Elizabeth Akinyi, que representó a Kenia en los juegos olímpicos de Tokio 2020.

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Si el deporte mueve a los jóvenes, también lo hace la música. En 2007, los misioneros combonianos participaron en la fundación, también en el espacio de San Juan, de la Ghetto Classics Music Programme, una escuela de música que ha formado a cientos de chicos y chicas en Korogocho y que es reconocida a nivel nacional e internacional. Otro ejemplo es la biblioteca de San Juan, que dispone de unos 300 puestos de lectura y que pone a disposición de sus usuarios miles de volúmenes escolares para consulta.

Todas estas iniciativas sociales nacieron con el objetivo de unificar y crear lazos entre las personas en un lugar donde las divisiones étnicas son manifiestas y que en momentos de crisis, como algunos comicios electorales, han sido escenarios de actos de violencia.


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Cuidar la vida

La atención hacia los más vulnerables, en todas las etapas de la vida, define el compromiso social de la parroquia de Kariobangi. El programa Prolife (Provida) lleva 30 años ayudando a las jóvenes que sufren violencia doméstica o están embarazadas. Dos educadoras sociales especializadas, Ann y Georgina, trabajan a tiempo completo en la escucha de estas chicas y en la concieciación en escuelas y familias. Para los casos más graves de chicas que deben dejar sus familias, las misioneras de la Caridad disponen de un espacio para acogerlas en su comunidad de Huruma. Las seguidoras de Santa Teresa de Calculta también acogen a niños abandonados con problemas neurológicos o enfermos mentales.

Otro desafío de la parroquia es el fenómeno de los niños y niñas en situación de calle. Muchas familias no pueden asegurar el alimento o los gastos escolares de sus hijos y algunos deciden buscarse la vida por su cuenta, con frecuencia en el vertedero de Dandora, donde descubren la dureza de la vida. En este contexto, es frecuente que muchos de ellos terminen consumiendo alcohol y drogas. Para tratar de recuperar a esta juventud herida, las franciscanas y los combonianos han creado programas especializados, a través de los que acompañan a centenares de ellos.

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Las misioneras combonianas, por su parte, gestionan desde 1992 el Kariobangi Women Promotion Training Institute, una escuela profesional para chicas con problemas de integración social. El centro ofrece tres opciones formativas: corte y confección, peluquería y belleza o restauración. Al terminar su formación, las jóvenes reciben un título oficial del Gobierno keniano que les permite afrontar la vida con más posibilidades de éxito.

En esta mención no exhaustiva de iniciativas a favor de la vida, destaca también el Kariobangi Cheshire Home, gestionado por las hermanas franciscanas. Es un hogar que acoge actualmente a 26 ancianos, aunque tiene capacidad para 40. Además, las franciscanas ofrecen tres días por semana alimento a otras 260 personas ancianas que viven en los barrios de la parroquia.

«Quemar el último cartucho»

P. Juan de Dios Martínez, desde Maputo, Mozambique

Deseo compartirles mi experiencia misionera de estos tres últimos años en Mozambique. En 2018 regresé para, como decimos en México, «quemar el último cartucho» en ese país. Fui destinado al seminario filosófico como asistente y segundo formador.

Nuestro postulantado está en Matola, muy cerca de Maputo, la capital. Aunque la casa tiene como actividad principal la formación, los fines de semana apoyamos en la pastoral de las comunidades de la parroquia que atendemos los combonianos. Los seminaristas de segundo y tercer año van todos los sábados y domingos para realizar su labor pastoral.

En 2020 llegó la pandemia provocada por el Covid-19, y que afectó nuestra vida misionera; ya no podíamos salir. El provincial les dio a escoger a los seminaristas entre permanecer en el postulantado o regresar a sus casas. De los 33 muchachos, 15 decidieron regresar a sus casas y los 18 restantes decidieron quedarse. Con los que se quedaron tuvimos que reacondicionar el trabajo para atenderlos durante todo el día. Gracias a Dios, todos los que se fueron a sus casas regresaron; estuvieron fuera seis o siete meses.

El seminario cuenta actualmente con 34 postulantes. Integrábamos el equipo de formadores cuatro combonianos, pero uno falleció a causa del Covid-19. Quedamos tres: dos padres y un hermano. Y ahora se me ha pedido ir a ejercer como párroco, con lo que sólo se quedarán dos formadores para una labor muy delicada.

Además, tenemos 25 jóvenes que están en el propedéutico, listos para ingresar el año próximo al postulantado. Esto supone un gran reto, pues la casa no tiene capacidad para tantos seminaristas y el número de formadores también se ha reducido. En el postulantado se les exige mucho, tanto en la vida de oración como en el estudio personal, y eso hace que sufran sobre todo durante el primer año, pero en general superan muy bien la primera etapa, porque son jóvenes muy capaces y entusiastas.

En mayo regresé y ahora veré qué es lo que me depara el destino. Está la propuesta de hacerme párroco, pero aún hay que afinar detalles. Hace años que los combonianos estamos atendiendo esa parroquia. Ahí colaboran los del postulantado y los de la casa provincial en Maputo. Son comunidades muy extensas y muy vivas, con mucha participación de la gente. La parroquia constaba antes de diez comunidades, pero fue dividida y hoy son cinco en un gran territorio. Todas ellas tienen sus responsables y animadores, catequistas, cantores, proclamadores de la palabra, ministros de la Eucaristía, etcétera. Algunas co- munidades funcionan muy bien, otras necesitan apoyo, porque los catequistas son jóvenes. La gente es muy buena, sencilla y generosa, como la de México.

Con el Covid-19 se perdió mucho, porque se redujo el número de participantes. Poco a poco se han ido retomando las actividades y esperamos que este año se tenga más presencia y participación. A mí me marcó mucho tener que pasar la Semana Santa en casa. Nunca había vivido algo así, y tuvimos que hacerlo durante dos años.

No sé por qué hay tantas vocaciones, incluso el seminario diocesano tiene muchas vocaciones. Hay dos seminarios filosóficos: uno en el norte, en Nampula, y otro aquí, en el sur. Debido al número de seminaristas y a las restricciones por la pandemia, se tuvieron que hacer dos grupos, con horarios diferentes, lo que creó algunas dificultades de organización, pero este año ya se normalizó todo.

Especialmente en las ciudades es más difícil que surjan vocaciones. En todos estos años que hemos estado en Matola o Benfica, sólo hay un muchacho en el seminario. Todos los demás vienen del campo. Es como si nuestra presencia en la ciudad no impactara en los jóvenes. Quizás sea porque no trabajamos específicamente en la pastoral vocacional. La mayoría de nuestros seminaristas vienen del norte del país, de la etnia macúa o de parroquias donde no estamos los combonianos. Económicamente son de familias pobres, con muchas dificultades para dar la contribución que se les pide, aunque sea meramente simbólica. También son familias muy desintegradas, en el sentido de que los jóvenes crecen y son edu- cados por parientes o por amigos y vecinos. Es un mundo diferente y complejo.

Antes de entrar en el postulantado tienen seguimiento en sus casas y parroquias de origen durante un período. Luego van al propedéutico, que está en Nampula, al norte del país, donde pasan unos ocho meses. Aprenden a vivir juntos, a usar los libros de oración y a preparar algunas materias. Luego pasan al postulantado, donde estudian la filosofía durante tres años. Al terminar pasan al noviciado.

Poco a poco, la Iglesia va tomando fuerza, ahora con vistas a una cuarta asamblea pastoral a nivel nacional y con la preparación del próximo sínodo sobre la sinodalidad, donde se toma en cuenta la participación de los laicos, que son muy comprometidos y participativos. La mayoría de los obispos son de origen mozambiqueño, salvo dos o tres extranjeros.

Violencia

La situación en Cabo Delgado, al extremo norte del país, es muy delicada. El obispo, de origen brasileño, fue transferido por el Papa a Brasil porque sus palabras y gestos proféticos ponían en peligro su vida. Todo el norte del país sufre violencia y terrorismo a causa de sus riquezas. Hay gas, petróleo, carbón, oro, diamantes y muchos minerales. También hay que considerar la riqueza que suponen los más de 3 mil kilómetros de costa que tiene, fuente de capital pesquero y marítimo. Todo lo anterior codiciado por los países ricos que se quieren aprovechar, lo que genera violencia, muerte y mucha corrupción. Los grupos terroristas quieren expulsar a la gente de sus tierras, queman sus aldeas y han matado a muchos, por lo que la gente se va a otros estados del país como desplazados internos, que aquí se llaman «deslocados». La Iglesia de Nampula les brinda un gran apoyo.

Mozambique es un país en el que siempre ha habido una gran presencia de musulmanes que llegan desde Pakistán o Afganistán. Llevan mucho tiempo presentes en el país. De hecho, ellos manejan la economía y el comercio. Son diferentes a los que están llegando ahora como terroristas islámicos.

Respecto al cambio climático, desde 2019 han sucedido una serie de ciclones y tormentas que devastaron mucho al país, sobre todo en el centro y al norte. El último ciclón arrasó la región de Carapira, donde estamos. Es una realidad que afecta seriamente.

Por otra parte, vemos que las mujeres son muy activas y participativas en la vida social. Ocupan cargos y ministerios en la parroquia (son catequistas, ministras de la palabra o de la eucaristía). Forman parte del consejo parroquial. También hay muchas que ocupan cargos en el gobierno del estado o en el municipal.

Finalmente, les pido que recen por nosotros. Ayuden con oraciones, con obras de caridad y todo el servicio que puedan. Las necesidades materiales son muchas y también se necesita de la ayuda económica para mantener viva nuestra obra de formar sacerdotes y hermanos para seguir con la misión de san Daniel Comboni.

En el seminario se lleva una vida muy austera. Como decía Comboni, los candidatos a misioneros deben estar preparados para todo, incluso para la muerte. Él apostó todo por los africanos, y éstos son nuestros jóvenes, el futuro de nuestra congregación. El rostro de la congregación se irá «tiñendo de africano» cada vez más. Si queremos ser fieles a Comboni, nosotros también debemos confiar en ellos.

Si quiere ayudar al padre Juan de Dios para la formación de misioneros en Mozambique, puede ponerse en contacto con nosotros en este enlace: DONATIVOS

Nueva web comboniana sobre la pastoral afromexicana

Los Misioneros Combonianos de Colombia acaban de lanzar una página web sobre el próximo encuentro de Pastoral Afro que tendrá lugar en Puerto Escondido, en México, el próximo mes de octubre. La página ofrece una amplia información sobre la realidad del pueblo afromexicano, su historia, su cultura y las actividades de pastoral afromexicana que ya se están realizando.

Pueden ver la página AQUÍ.