«Quemar el último cartucho»

P. Juan de Dios Martínez, desde Maputo, Mozambique

Deseo compartirles mi experiencia misionera de estos tres últimos años en Mozambique. En 2018 regresé para, como decimos en México, «quemar el último cartucho» en ese país. Fui destinado al seminario filosófico como asistente y segundo formador.

Nuestro postulantado está en Matola, muy cerca de Maputo, la capital. Aunque la casa tiene como actividad principal la formación, los fines de semana apoyamos en la pastoral de las comunidades de la parroquia que atendemos los combonianos. Los seminaristas de segundo y tercer año van todos los sábados y domingos para realizar su labor pastoral.

En 2020 llegó la pandemia provocada por el Covid-19, y que afectó nuestra vida misionera; ya no podíamos salir. El provincial les dio a escoger a los seminaristas entre permanecer en el postulantado o regresar a sus casas. De los 33 muchachos, 15 decidieron regresar a sus casas y los 18 restantes decidieron quedarse. Con los que se quedaron tuvimos que reacondicionar el trabajo para atenderlos durante todo el día. Gracias a Dios, todos los que se fueron a sus casas regresaron; estuvieron fuera seis o siete meses.

El seminario cuenta actualmente con 34 postulantes. Integrábamos el equipo de formadores cuatro combonianos, pero uno falleció a causa del Covid-19. Quedamos tres: dos padres y un hermano. Y ahora se me ha pedido ir a ejercer como párroco, con lo que sólo se quedarán dos formadores para una labor muy delicada.

Además, tenemos 25 jóvenes que están en el propedéutico, listos para ingresar el año próximo al postulantado. Esto supone un gran reto, pues la casa no tiene capacidad para tantos seminaristas y el número de formadores también se ha reducido. En el postulantado se les exige mucho, tanto en la vida de oración como en el estudio personal, y eso hace que sufran sobre todo durante el primer año, pero en general superan muy bien la primera etapa, porque son jóvenes muy capaces y entusiastas.

En mayo regresé y ahora veré qué es lo que me depara el destino. Está la propuesta de hacerme párroco, pero aún hay que afinar detalles. Hace años que los combonianos estamos atendiendo esa parroquia. Ahí colaboran los del postulantado y los de la casa provincial en Maputo. Son comunidades muy extensas y muy vivas, con mucha participación de la gente. La parroquia constaba antes de diez comunidades, pero fue dividida y hoy son cinco en un gran territorio. Todas ellas tienen sus responsables y animadores, catequistas, cantores, proclamadores de la palabra, ministros de la Eucaristía, etcétera. Algunas co- munidades funcionan muy bien, otras necesitan apoyo, porque los catequistas son jóvenes. La gente es muy buena, sencilla y generosa, como la de México.

Con el Covid-19 se perdió mucho, porque se redujo el número de participantes. Poco a poco se han ido retomando las actividades y esperamos que este año se tenga más presencia y participación. A mí me marcó mucho tener que pasar la Semana Santa en casa. Nunca había vivido algo así, y tuvimos que hacerlo durante dos años.

No sé por qué hay tantas vocaciones, incluso el seminario diocesano tiene muchas vocaciones. Hay dos seminarios filosóficos: uno en el norte, en Nampula, y otro aquí, en el sur. Debido al número de seminaristas y a las restricciones por la pandemia, se tuvieron que hacer dos grupos, con horarios diferentes, lo que creó algunas dificultades de organización, pero este año ya se normalizó todo.

Especialmente en las ciudades es más difícil que surjan vocaciones. En todos estos años que hemos estado en Matola o Benfica, sólo hay un muchacho en el seminario. Todos los demás vienen del campo. Es como si nuestra presencia en la ciudad no impactara en los jóvenes. Quizás sea porque no trabajamos específicamente en la pastoral vocacional. La mayoría de nuestros seminaristas vienen del norte del país, de la etnia macúa o de parroquias donde no estamos los combonianos. Económicamente son de familias pobres, con muchas dificultades para dar la contribución que se les pide, aunque sea meramente simbólica. También son familias muy desintegradas, en el sentido de que los jóvenes crecen y son edu- cados por parientes o por amigos y vecinos. Es un mundo diferente y complejo.

Antes de entrar en el postulantado tienen seguimiento en sus casas y parroquias de origen durante un período. Luego van al propedéutico, que está en Nampula, al norte del país, donde pasan unos ocho meses. Aprenden a vivir juntos, a usar los libros de oración y a preparar algunas materias. Luego pasan al postulantado, donde estudian la filosofía durante tres años. Al terminar pasan al noviciado.

Poco a poco, la Iglesia va tomando fuerza, ahora con vistas a una cuarta asamblea pastoral a nivel nacional y con la preparación del próximo sínodo sobre la sinodalidad, donde se toma en cuenta la participación de los laicos, que son muy comprometidos y participativos. La mayoría de los obispos son de origen mozambiqueño, salvo dos o tres extranjeros.

Violencia

La situación en Cabo Delgado, al extremo norte del país, es muy delicada. El obispo, de origen brasileño, fue transferido por el Papa a Brasil porque sus palabras y gestos proféticos ponían en peligro su vida. Todo el norte del país sufre violencia y terrorismo a causa de sus riquezas. Hay gas, petróleo, carbón, oro, diamantes y muchos minerales. También hay que considerar la riqueza que suponen los más de 3 mil kilómetros de costa que tiene, fuente de capital pesquero y marítimo. Todo lo anterior codiciado por los países ricos que se quieren aprovechar, lo que genera violencia, muerte y mucha corrupción. Los grupos terroristas quieren expulsar a la gente de sus tierras, queman sus aldeas y han matado a muchos, por lo que la gente se va a otros estados del país como desplazados internos, que aquí se llaman «deslocados». La Iglesia de Nampula les brinda un gran apoyo.

Mozambique es un país en el que siempre ha habido una gran presencia de musulmanes que llegan desde Pakistán o Afganistán. Llevan mucho tiempo presentes en el país. De hecho, ellos manejan la economía y el comercio. Son diferentes a los que están llegando ahora como terroristas islámicos.

Respecto al cambio climático, desde 2019 han sucedido una serie de ciclones y tormentas que devastaron mucho al país, sobre todo en el centro y al norte. El último ciclón arrasó la región de Carapira, donde estamos. Es una realidad que afecta seriamente.

Por otra parte, vemos que las mujeres son muy activas y participativas en la vida social. Ocupan cargos y ministerios en la parroquia (son catequistas, ministras de la palabra o de la eucaristía). Forman parte del consejo parroquial. También hay muchas que ocupan cargos en el gobierno del estado o en el municipal.

Finalmente, les pido que recen por nosotros. Ayuden con oraciones, con obras de caridad y todo el servicio que puedan. Las necesidades materiales son muchas y también se necesita de la ayuda económica para mantener viva nuestra obra de formar sacerdotes y hermanos para seguir con la misión de san Daniel Comboni.

En el seminario se lleva una vida muy austera. Como decía Comboni, los candidatos a misioneros deben estar preparados para todo, incluso para la muerte. Él apostó todo por los africanos, y éstos son nuestros jóvenes, el futuro de nuestra congregación. El rostro de la congregación se irá «tiñendo de africano» cada vez más. Si queremos ser fieles a Comboni, nosotros también debemos confiar en ellos.

Si quiere ayudar al padre Juan de Dios para la formación de misioneros en Mozambique, puede ponerse en contacto con nosotros en este enlace: DONATIVOS