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Reconciliarse en Año Nuevo

Dentro de Etiopía hay más de 80 grupos étnicos que tienen sus propias lenguas o dialectos y costumbres, pero también tienen celebraciones nacionales que todos juntos festejan, como puede ser la celebración del Año Nuevo a principios de septiembre, después de las cosechas, al seguir un calendario agrícola.

Aun así, en la zona donde ahora me encuentro, llamada Sidamo, la gente sigue el calendario lunar que los lleva a celebrar el Año Nuevo en otra fecha. Los líderes locale (‘ancianos’, como son llamados), observan de manera astronómica la luna y las estrellas y, después de consultarse entre ellos, hacen saber cuándo es la fecha del inicio del nueve año.

Bueno pues esa fecha es el 6 de abril, el primer día del Año, llamada Chambelala en lengua Sidamo. Sin embargo, esta noche, la última del calendario Sidamo, también se celebra ‘fiche’, una reunión familiar que se realiza en cada casa con el fin de hablar de cómo vivieron el año, pero sobre todo para pedirse perdón y reconciliarse entre aquellos que han ofendido de forma ligera o profunda. La motivación es que todos deben comenzar el año nuevo sin ningún conflicto entre ellos, deben de iniciar el año estando en paz unos con otros. Una vez que lo hacen, con gran alegría comen juntos ‘cochxio’ (harina de árk de plátano con mantequilla, a veces con carne también) y jocoque.

Debido a que un amigo me invitó a ir al auditorio regional para ver bailes tradicionales charlas sobre la cultura Sidamo, (atendida por los principales personajes de la política local), antes de entrar al salón la cadena de televisión nacional me pidió si les podía dar mi opinión sobre el evento. Primeramente, los felicité por su fiesta en preparación al añc nuevo y luego les comenté el profundo valor humano que tienen entre ellos, los miembros de la familia, de llenarse de humildes para reconocer los errores cometidos y tener la valentía de pedirse disculpas unos a otros. Este es un valor y una tradición que muchos de nosotros podemos aprender de ellos, en vez de hacer muchas ‘barbaridades nosotros en nuestros ambientes, cuando celebramos el año nuevo del calendario gregoriano, en primero de enero.

Dios nos ayude a reconocer ese valor en la gente Sidamo y poder imitarlo en nuestras vidas al final de cada año (o cada día) que concluye. Así sea.

De Togo a Tapachula

María Reina Ametepé Adjovi Essenam es una misionera comboniana originaria de Togo, que acaba de llegar a México después de una primera experiencia misionera en Perú. Su destino es la comunidad que las combonianas tienen en Tapachula, Chiapas, para trabajar con los migrantes que llegan de Centroamérica y de Haití principalmente. Antes de viajar a su nueva misión hablamos con ella sobre su vocación, su trabajo en Perú y su futuro destino en Tapachula. Esto fue lo que nos contó.

Me llamo María Reina Ametepé, soy de Togo y vengo de la parroquia de Adidogome, donde trabajan los combonianos y las combonianas. Recibí el bautismo a los 13 años. Mi madrina me preguntó si no me gustaría ser religiosa, pero en aquel entonces yo ni siquiera sabía lo que era ser religiosa y no le dije nada. Más tarde, su sobrina me invitó a participar en el grupo de vocaciones de la parroquia y empecé a ir de manera esporádica. A ese grupo iban los misioneros a compartirnos sus experiencias. Poco a poco me iba interrogando y le preguntaba a Dios: «¿Qué quieres que sea en el futuro?».

Cuando obtuve mi bachillerato, que da acceso a la universidad, una comboniana me preguntó qué esperaba para decidirme a visitar alguna congregación religiosa. Le dije que el tiempo aún no había llegado y participé en un retiro en el Centro de Animación Misionera de los combonianos. Ahí, a punto de empezar la universidad, le pregunté de nuevo al Señor: «¿Qué quieres que haga de mi vida?».

En la capilla de los combonianos había una foto de san Daniel Comboni y en un momento de adoración ante el Santísimo, me crucé con ella y me marcó su mirada. Había leído algunos libros sobre su vida, los combonianos nos hablaban de él, sabía que era el único hijo sobreviviente de su familia y que dedicó su vida para ayudar a los africanos. No dejaba de mirar esa foto y esa mirada y al final empecé a llorar, no sabía qué me pasaba.

Empecé el camino vocacional con las combonianas en 2007. El cuarto domingo de Pascua, Jornada mundial de las vocaciones, me marcó mucho el texto del Evangelio que dice «la mies es mucha, pero los obreros son pocos». Empecé a dejarme acompañar por otras personas y eso me ayudó a ir descubriendo poco a poco mi vocación. También participaba en varios grupos, como animadora, coordinadora o secretaria, y eso me estimuló a ser un ejemplo y a dar forma a mi vocación.

Mi madre me decía: «quédate ya en la parroquia, dile al padre que te haga una casa y ya te quedas ahí», porque siempre estaba en las actividades parroquiales. Me fui dando cuenta de que mi felicidad estaba en realizar actividades al servicio del Señor y fui tomando conciencia de que si consagraba mi vida a Dios, tendría más tiempo para servir a los demás. Eso y el lema de Comboni de «salvar África con África», fue la chispa que me ayudó a decidirme para ser un instrumento africano y ayudar a mis hermanos africanos.

Tras cinco años de acompañamiento con las combonianas y una vez que obtuve mi licenciatura en Sociología de la Educación, entré en el postulantado, en República Democrática del Congo. Luego hice el noviciado en Uganda. Después de los votos me enviaron a Ecuador, donde llegué en octubre de 2017 para estudiar español y en junio de 2018 fui destinada a trabajar en Perú.

Perú

Mi primer trabajo fue en un proyecto de educación social de los jesuitas, de educación básica para jóvenes que no tuvieron oportunidad de terminar la secundaria. Estábamos en la periferia de Lima, una zona muy poblada por gente de todas las regiones del país que huyen de la violencia o el terrorismo.
La gente sobrevive con trabajos mal pagados, los niños llegan a casa y sus papás no están porque van a trabajar, muchos están en la calle. El programa «Casita» tiene como finalidad reagrupar a estos niños, ayudarles a hacer sus tareas escolares, realizar talleres de autoestima, etcétera. Yo iba a visitar a las familias para conocer sus realidades. Poco a poco la gente se iba abriendo y me contaban sus preocupaciones e inquietudes. Según lo que ellos me contaban iba elaborando los temas de formación.

Cada año, en época de verano daba un curso de misionología a los catequistas a partir de los documentos de la Iglesia. También atendía a grupos de infancia y adolescencia misionera, especialmente trabajaba con las mamás, porque estaba convencida de que hay que empezar en las familias. Asimismo, colaboré con Cáritas, distribuyendo ropa visitando a los enfermos y con lo que llamábamos las «Ollas comunes» durante el tiempo de la pandemia, preparando comida para mucha gente.

En diciembre de 2022 fui a Italia, a prepararme para los votos perpetuos, que hice el 2 de septiembre pasado en mi parroquia, en Togo. En la preparación coincidí con dos hermanas mexicanas, Ana Rosa Herrera y Lourdes García, que también hicieron los votos perpetuos. Después, debía regresar a Perú, pero me cambiaron el destino por México.

Lo de «salvar África con África» en Perú lo viví con alegría. Yo esperaba quedarme en mi África natal, pero me he encontrado a África en Perú. Aunque no tienen la piel negra, para mí es mi África, en ellos encontré el motivo por el que consagré mi vida.

Tapachula

Ahora con mi nuevo destino a Tapachula, Chiapas, siento que debo volver a empezar; es un nuevo trabajo, nueva gente, otra realidad. Me dijeron que Tapachula es una comunidad abierta al trabajo con los migrantes. Voy muy abierta para saber lo que el Señor quiere de mí. Para mí es un gran desafío y a veces incluso siento impotencia, porque uno no puede satisfacer todas las necesidades que tienen. Aún no sé cuál será mi labor, porque además estoy completando algunos estudios y de vez en cuando tendré que ir a Guadalajara para algunas clases. Para mí es importante ir entrando poco a poco en la realidad y conocer el plan de la comunidad para ver mejor qué puedo hacer.

Lo único que me exijo a mí misma es estar abierta para ver qué es lo que puedo ofrecer o qué puedo dar. Voy con muchas ganas de aprender y con mucha alegría. Una nueva realidad como la de Tapachula exige tiempo para escuchar a la gente, a la comunidad, a mí misma; un espacio para aprender. Necesito darme tiempo de observación, dejarme enseñar por la gente. Es el Señor quien me envía y yo me pongo a su disposición. No me esperaba el cambio, pero como dicen en Perú, «por algo será», y estoy contenta de ir. Los caminos de Dios no son los nuestros, tenemos que ponernos a su disposición con apertura.

Los Misioneros Combonianos abren una clínica de cuidados paliativos en Port Sudán

Comboni College de Jartum

El Arzobispo de Jartum, Mons. Michael Didi, bendijo el pasado 3 de abril la nueva clínica de enfermería que el Comboni College of Science and Technology ha abierto en colaboración con AISPO y la Parroquia de Port Sudan en el marco del proyecto “Ciencias de Enfermería en el Comboni College”.
La clínica de enfermería es principalmente una plataforma para organizar las actividades de los voluntarios de cuidados paliativos que apoyarán a las familias que tienen personas con enfermedades crónicas o terminales en casa.
la Hna. Fatima Salih (AISPO), la Provincial de las Misioneras de la Caridad, Hna. Anne Longina, el P. Pious Anyaja, párroco, el Sr. James Joseph, director de la Escuela Secundaria Comboniana y el personal del CCST implicado en el proyecto también asistieron al acto junto con 22 profesionales sanitarios de Port Sudan que siguen el curso de Cuidados Paliativos para Profesionales Sanitarios.
Estos profesionales de la salud tuvieron su tercera sesión de formación, dedicada al tratamiento del dolor.

@kindugebre3

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♬ One Side – Iyanya

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Las puertas del desierto

Por Hna. Expedita Pérez, desde Al Azarieh (Israel)

Nuestra comunidad de Al Azarieh se encuentra muy cerquita de Jerusalén, en el lugar que en tiempos de Jesús se llamaba Betania. Desde aquí, solemos ir los sábados a visitar algunas comunidades beduinas de Cisjordania, pero dejamos de hacerlo una temporada debido a la inseguridad que nos rodea desde el pasado 7 de octubre.

Un sábado, muy temprano, decidimos que era el momento de reiniciar nuestras visitas y nos pusimos en camino. Cuando nos vieron llegar, las mujeres y los niños no cabían en sí de alegría. Algunas de ellas nos dijeron que los pequeños se quedaban esperándonos todos los sábados y que, cuando veían caer la tarde, decían con tristeza: «Tampoco hoy vienen las hermanas».

En estas visitas trabajamos con las mujeres haciendo bordados típicos palestinos en las pañoletas y ofreciéndoles clases de inglés. También jugamos con los niños, aunque, siendo sincera, creo que lo que más les gusta son los regalos que reciben si consiguen ganar en alguna actividad de las que hacemos con ellos. En cualquier caso, tanto con las mujeres como con los niños nos divertimos muchísimo.

Las mujeres nos dijeron que llevaban desde el estallido del conflicto sin salir de su poblado por miedo a los colonos. De hecho, para llegar a uno de los cuatro poblados que visitamos ese primer día, tuvimos que dar un rodeo por el desierto porque los colonos habían cerrado dos de las entradas más cercanas. Algunas de las mujeres nos confesaron también que apenas habían dormido durante las primeras semanas por el miedo a ser atacadas.

Los niños estuvieron más de un mes sin escuela. El primer día que reabrieron las aulas, emplearon unas tres horas para entrar y otras tres para salir de Jericó. Allí se encuentra la escuela de la ONU para los beduinos que viven en el campo de refugiados y para los que lo hacen en el desierto cercano. Aquel día, obviamente, no llegaron a tiempo a clase. Gracias a Dios, el responsable de la escuela ha llegado a un acuerdo con los soldados israelíes que controlan la entrada de Jericó y ahora dejan pasar inmediatamente el autobús escolar.

Me contaba una señora que uno de los niños de la guardería hace todos los días la misma pregunta a su madre: «¿Hoy hay guerra o guardería?». Si la madre le dice que va a la guardería, se levanta inmediatamente muy feliz, pero si la respuesta es que no va a hacerlo, se queda en la cama triste y en silencio porque intuye que está en peligro. Así son los niños.

En los cuatro poblados que visitamos aquel sábado, las mujeres nos contaron lo difícil que es el momento que están atravesando. Viven con miedo y, además, sus maridos están en casa sin trabajo porque no pueden entrar en Israel ni en los asentamientos donde trabajaban antes, en el desierto de Judea. La alimentación, ya de por sí muy sencilla, se ha vuelto todavía más sobria.

Cuando nos despedimos, casi todas las mujeres nos preguntaron si íbamos a volver la semana próxima. Nos dijeron que para ellas es muy importante nuestra presencia, porque les ofrecemos la posibilidad de vivir un día diferente, relajado y alegre, más allá de que puedan aprender inglés y la técnica de los bordados. Para nosotras, misioneras combonianas, es también muy importante estar y caminar con ellas, especialmente en este tiempo tan doloroso y difícil. Les dijimos que sí, que volveríamos. Además, acompañamos nuestra respuesta con palabras de ánimo, porque tenemos encendida en nuestros corazones, cada uno desde nuestra fe, seamos musulmanes, hebreos o cristianos, la esperanza de poder vivir como hermanos, en paz y justicia.

Mundo Negro

Las reliquias del beato P. Ambrosoli llegan a la Casa Madre

El 27 de marzo de 2024 es el día en el que recordamos la muerte del Beato Giuseppe Ambrosoli. El aniversario fue una oportunidad para celebrar la colocación de las reliquias de este santo misionero en la capilla de la Casa Madre de los Combonianos, en Verona. Oremos para que el Beato José interceda por nosotros y nos ayude a ser hermanos en la sencillez de nuestra vida.

La celebración en la que participaron los hermanos que viven en la Casa Madre, algunos amigos y hermanas combonianas comenzó con la procesión hacia la capilla comboniana y se desarrolló en un ambiente de fraternidad. Durante la homilía, el padre Tonino Falaguasta repasó los momentos más importantes de la vida del padre Ambrosoli. Recordó también que había dedicado su vida al bien de los demás y al anuncio del Evangelio. Fue verdaderamente un médico del cuerpo y también del alma.

Un momento emotivo fue también el de los testimonios de algunos hermanos y hermanas que conocieron personalmente o colaboraron con el padre Giuseppe en la misión de Kalongo. El padre Roberto Pegorari recordó la bondad, la sencillez y el espíritu fraterno como las principales características del padre Ambrosoli, pero también subrayó la importancia que daba a la oración. Continuó diciendo que el P. Ambrosoli trabajaba mucho, a menudo diez, doce horas al día y por eso aprovechaba cada momento libre para orar, a menudo por la noche. Lo recuerda como un hombre humilde, pero más que simplemente humilde, que siempre intentó ponerse en un segundo plano, queriendo siempre dar lo mejor a los demás.

Después de la bendición final, el padre Eliseo Tacchella, superior de la comunidad de la Casa Madre, colocó las reliquias en el nicho previamente preparado.

comboni.org

“Fui extranjero y me recibieron”

Migrantes de paso en la Ciudad de México

Texto y fotos: Fernando de Lucio y Paulina Galicia

El barrio de La Merced es uno de los más antiguos y famosos en la Ciudad de México, pues dentro de sus 54 manzanas alberga miles de comercios populares, mercados y bodegas, tumulto que ha propiciado también el comercio ilegal, así como de narcóticos y prácticas de prostitución.
En medio de este escenario capitalino, se alza la parroquia de la Santa Cruz y Nuestra Señora de La Soledad, que desde hace ya muchos años ha sido conocida entre los vecinos por brindar alimento, refugio y apoyo a las personas en situación de calle y con adicciones, así como a quienes ejercen la prostitución en la zona.
Dentro de esta labor humanista, desde hace un par de años se ha sumado el recibimiento de las olas migrantes conformadas por hombres, mujeres y niños que cruzan nuestro país en busca de la frontera estadounidense, donde se les ha prometido ayuda y asilo. Sin embargo, la Unión Americana ha implementado mecanismos legales para que las personas migrantes realicen los trámites necesarios para ingresar a su territorio desde un tercer país seguro, y México es uno de esos.

Socorrer al migrante

Lleno de amor al prójimo, el padre Benito Torres, párroco de La Soledad, ha abierto las puertas de la iglesia para dar refugio cada noche a más de mil personas que han dejado atrás todo lo que conocían en busca de un futuro próspero, sobre todo para sus hijos que, sin saberlo, nacieron en países con conflictos políticos y económicos que desatan la violencia y pobreza en sus calles. Él mismo nos cuenta su labor pastoral en dicha parroquia.

«Ante la crisis migratoria, desde hace dos años y medio la parroquia tuvo que reorganizarse para dar ayuda humanitaria a nuestros hermanos. Con las primeras caravanas de hondureños el número de migrantes aumentó y la iglesia se vio rebasada. Entonces nos dimos a la tarea de ampliar más áreas dentro de la parroquia para atenderlos. Hemos llegado a tener hasta mil 300 personas durmiendo dentro de las instalaciones: en el templo caben alrededor de 650 personas y otro tanto en la parte trasera, estacionamiento y salones.

Nuestra labor consiste en dar hospedaje, alimento y atención médica y psicológica, esto último, gracias a los centros de salud cercanos, principalmente de la alcaldía, que cada semana nos apoyan con dos, tres o hasta cuatro brigadas médicas, dependiendo de la necesidad. Asimismo, algunas dependencias de la ONU vienen a ver qué necesitan los migran-tes para darles un mejor servicio humanitario. Además de atenderlos, siempre buscan que, quienes estamos al frente (voluntarios y un servidor), gocemos de buena salud.

La arquidiócesis de México también busca ayudas y nos las hace llegar. Pero las ayudas siempre resultan mínimas ante la magnitud de las necesidades aquí en la parroquia y en la explanada (fuera del templo existe un gran campamento de migrantes); toda ayuda siempre es bienvenida. También recibimos apoyo de otras instituciones como el Banco de Alimentos, a donde vamos cada semana por perecederos, y de la Central de Abastos. Aparte de las dependencias de la ONU, viene Médicos Sin Fronteras que está trayendo atención psicológica. Tanto adentro (de la parroquia) como en la explanada atienden las necesidades médicas y psicológicas.

No es la primera vez que la parroquia asiste a grupos vulnerables. Llevamos diez años trabajando con personas en situación de calle y con personas en contexto de prostitución; los grupos pastorales se han visto involucrados en esta labor social. Sin embargo, con la situación de los migrantes las cosas cambian, porque ya no estamos hablando de 100 o 200 personas, sino de más de mil, y afuera la realidad supera a la imaginación.

Es una crisis muy grande que incluso rebasa a las autoridades federales, estatales y locales. Nos vemos muy rebasados. Tenemos ayuda, pero en febrero, por ejemplo, ya no había cobijas, y la gente la pasa mal, sobre todo, las familias con niños y bebés.

Pedimos colaboración a empresas grandes dedicadas a dar ayuda o a donadores o algún bienhechor, aunque todo es bienvenido. Sólo para que se den una idea, al día, mínimo en la noche se van tres pacas de cobijas, hablamos como de 200; nuestra bodega ya está vacía. Muchos migrantes se llevan su cobija.

La situación migratoria nos hace reflexionar y por ello no bajamos la guardia. Creo que la mayoría de ellos tienen mucha necesidad, buscan un sustento, es decir, tratan de trabajar. A veces vemos algunos pidiendo dinero en las ciudades, quizá las mamás con niños, pero en esta zona de La Merced muchos hombres salen a trabajar para ganarse el sustento y tener algo para seguir el camino. Hay quienes no encuentran trabajo y se ponen a vender chicles u otra cosa para no estar pidiendo.

Aquí hay muchos migrantes de África; de hecho, estamos pensando hacer una misa africana. Lo menciono porque yo también he estado en Camerún, y deseamos realizar una misa con todo ese rito que siempre es muy bello, alegre y explosivo; con sus bailes y todo. Ya platiqué con un sacerdote de Burundi que vendrá a celebrar la misa así como se celebra allá. Tenemos hermanos de Angola y del Congo. Por lo regular hay de 150 a 200 africanos.

¿Qué podemos hacer para ayudar a los migrantes? No se trata sólo de traer; los invito a que como cristianos sean voluntarios y se empapen viendo desde dentro esta realidad, así se va entendiendo lo que padecen nuestros hermanos migrantes, porque muchas veces no vemos todas las necesidades que deben satisfacer cuando van de paso. Ellos tocan muchas puertas para comer y toda esta situación que trae la migración no la comprendemos hasta que empezamos a tener contacto con ellos y a ver su realidad. Entonces, cuando uno vive la experiencia con ellos, se puede entenderlos. Sabemos que todos somos humanos y que cada quien tiene su carisma, pero para comprender su situación hay que empaparse de la realidad migrante».

Labor de tiempo completo

Ya en el patio de la parroquia, bajo un gran toldo donado por la ONU, es el último turno para el desayuno, ahí están ellos, los migrantes. Mientras tomamos fotos, se oye al frente una voz con un tono sereno, pero firme, dando indicaciones. Su liderazgo no es forzado o autoritario; es claro que hemos llegado con la persona indicada: es Claudia, la voluntaria. Pide un segundo para quedar frente a la puerta y ver todo… Ella nos narra con franqueza.

«¡Trabajar con los migrantes es una enorme experiencia! Soy madre soltera e inicié con el párroco Benito Torres la labor de albergar aquí personas en situación de calle. Terminaba tarde, porque se los dejaba al padre bien dormiditos y me iba a casa con mis hijos, que siempre me esperaban para cenar. Entonces, ahí es donde doy gracias a Dios por estar reunida con mis hijos y que tenemos techo, comida y vivimos en armonía. Es lo más maravilloso que he podido constatar y consolidar en mi familia…

Cuando el párroco me dijo que sería más tranquilo con los migrantes, porque son familias, dije: ¡Órale, padre, va; le entramos! ¡Qué va a ser más tranquilo! Son situaciones totalmente diferentes, son familias que vienen con niños, mujeres embarazadas… Aquí ya se recibían migrantes, pero cuando se promulgó el Artículo 42 en Estados Unidos (que pide a los solicitantes de asilo esperen en otro país), se empezó a llenar la plaza de La Soledad con muchas familias migrantes. Al ver a tantos grupos con niños durmiendo en la plaza, el padre Benito junta de nuevo al equipo y decide darles hospedaje.

Ahora llevo con los migrantes dos años corriditos y más de seis apoyando al párroco. Puse en pausa mi trabajo como ingeniera y me dediqué de tiempo completo a esta labor. Ahora, mis hijos están más grandecitos y doy gracias a Dios porque eso me permite estar en este voluntariado. Hoy, todo se ha dado.

El padre Benito sabe que lo apoyo las 24 horas; ahora sí que me toca abrir y cerrar; es una misión muy bonita, pero muy fuerte porque vienen con las emociones a todo. Cuando llegan a la puerta me encomiendo mucho a Dios y le pido paciencia y sabiduría, porque llegan como ollas exprés que “explotan”, se entiende por todo lo que pasaron en la selva, los asaltos, les quitan sus documentos; el que hayan visto tantos muertos… llegan con esas pesadillas.

Además de ser formada por mi madre en el altruismo y la solidaridad, aquí veo la necesidad con la gente y me gusta mucho el apoyo que el padre Benito ha conseguido; que vengan brigadas médicas es una bendición, porque los migrantes temen acercarse a un hospital pues piensan que serán deportados. Cuando tuvimos más de mil 300 personas albergadas aquí adentro nos mandaban más de 12 doctores de diferentes centros de salud. Los médicos vienen con toda su brigada de pasantes, enfermeras y promotoras de salud, además de los puestos de vacunación, que son otra bendición enorme. Las brigadas han detectado casos de varicela, también de paludismo, dengue y malaria, principalmente de los que vienen de África.

Por ejemplo, hoy está Médicos Sin Fronteras, ellos nos apoyan tanto adentro como afuera (en la plaza), casi todas las organizaciones que vienen asisten en ambos lados: albergue y plaza. Ellos cuentan con traductores y esto es una ventaja enorme para aventajar en las consultas; así los diagnósticos son más certeros; eso es otra bendición más para asistir a los migrantes.

Diversas organizaciones vienen una vez a la semana. También vienen abogados que ayudan a los migrantes con asesoría legal sobre la cita en la aplicación CBP One, que es donde tienen más preguntas y dudas; además, asesoran a quienes perdieron sus documentos y buscan cómo recuperarlos, le dicen a qué embajada, consulado u oficina ir, según su nacionalidad. Otra organización que viene a realizar actividades es la Jugarreta. Ellos vienen a jugar con los niños dos días a la semana. Todas las actividades son por la mañana, así, se descansa en la tarde y a las 8 de la noche cerramos el albergue.
Recibimos ropa, pero tenemos que clasificarla. Somos muy pocos voluntarios, así que procuro darme tiempo para clasificarla según sea de bebé, niños, mujeres y hombres. Cuando ya la tengo clasificada, formo a las personas por familias y les vamos dando ropa, artículos de aseo personal o lo que necesiten.

Al principio la comunidad era muy solidaria, pero desafortunadamente hay mucha basura y algunos migrantes hacen sus necesidades por todos lados, por eso los vecinos se empezaron a quejar por el saneamiento y la falta de limpieza ante los focos de infección y por los escándalos ante las riñas de migrantes. Además, hay altercados entre personas de diversas nacionalidades, en ocasiones bloquean el paso y tienen que dar mucha vuelta. Por todo esto, los vecinos no quieren a los migrantes en la plaza.

Aquí en el templo los alojamos tres días o una semana, algunos migrantes se enojan cuando no podemos darles lo que nos piden o quedarse más días o les llamamos la atención por infringir el reglamento. Hacer respetar el reglamento es parte del voluntariado y cuando les digo que no, a veces se termina la amistad, pero sé que estoy siguiendo el estatuto. La mayoría sabe que este lugar es de paso.

Además de la atención a migrantes, el padre Benito tiene otros programas. Tiene 13 comedores comunitarios, y sólo en uno se cobra la comida a 11 pesos, en el resto es gratis. Para esta obra cuenta con el apoyo del Banco de Alimentos y otras instituciones. Los miércoles nos llega todo el abasto y desde aquí se distribuye. En ocasiones, los migrantes creen que toda esa comida es enviada sólo para ellos y la quieren tomar; así, les tengo que explicar que el párroco atiende comedores comunitarios y otros programas, como el de situación de calle, tercera edad, orfanato, mujeres vulnerables, de ex sexo-servidoras, etcétera».


«Todos hemos sido migrantes»

Mons. Francisco Javier Acero

Monseñor Francisco Javier Acero es obispo auxiliar de la arquidiócesis de México y acompañante de la vicaría episcopal de Laicos en el Mundo, Nos habla sobre el trabajo que realiza dicha arquidiócesis para ayudar a los migrantes que están de paso en la Ciudad de México.

«Aquí hay unas ocho o diez casas funcionales o albergues en parroquias para acoger a los migrantes. Creamos una red entre estas casas, que se reúne una vez al mes o a través de un chat de WhatsApp para ver qué cosas necesitamos, qué hay que pedir al gobierno. El objetivo es trabajar juntos y unir esfuerzos, religiosos, religiosas, sacerdotes diocesanos y laicos, para ver cómo podemos ayudarnos mutuamente. El consejo del Instituto Nacional de Migración ha venido aquí porque también le interesa participar en esta red.

Actualmente acogemos entre 2 mil 500 y 3 mil personas en Ciudad de México. Son pocos para la cantidad que hay. El Gobierno ha cerrado algunos de sus albergues. Los migrantes confían más en los albergues de la Iglesia que en los estatales. Por lo que escucho cuando visito los albergues, el lugar más difícil para los que llegan y están en tránsito es pasar México, y esto duele, porque siempre habíamos sido un país hospitalario. No los estamos acogiendo como verdaderos hermanos. Pasar por nuestro país se convierte en una pesadilla.

No olviden que todos somos peregrinos y que todos hemos sido migrantes. Venimos de una región, de un pueblito, hemos llegado a la ciudad. Debemos recuperar nuestra identidad como pueblo para acoger al migrante que llega. Me da pena decirlo, pero en algunas zonas de la ciudad donde hay albergues o casas de acogida los vecinos se están convirtiendo en racistas, y lo peor es que todo esto se politiza.

Yo le diría a cada católico mexicano: primero, cada vez que veas a un migrante, mira tu identidad; segundo, acoge a quien es como tú, que tiene necesidad y viene de una situación vulnerable; y tercero, no politices, simplemente ayuda. Tenemos que evitar que se polarice la Iglesia, porque creo que también nosotros a veces estamos polarizados. Ya lo dijo el Papa en su discurso por el 60 aniversario del Concilio: «no debemos ver una Iglesia conservadora o progresista, de derechas o de izquierdas, la Iglesia es de Jesucristo». Da la impresión de que cuando defendemos causas sociales somos de izquierdas, y no es así, somos del Evangelio. Es inquietante que un sacerdote no se preocupe de la pastoral social. Son cosas que el mundo nos está pidiendo. Del encuentro con Jesús sale la solidaridad con todos. Cuando una parroquia tiene un proceso de fe acompañado, al final sale un proceso de fe solidario.

Si desean colaborar, pueden acudir al vicariato de Laicos en el Mundo de la arquidiócesis de México, en la calle Durango 90, colonia Roma, alcaldía Cuauhtémoc. A través de nuestro correo electrónico (covelm@arquidiocesismexico.org) se les puede orientar sobre dónde hay necesidad y qué tipo de colaboración pueden prestar: ropa, alimentos u otra ayuda».