“Fui extranjero y me recibieron”

Migrantes de paso en la Ciudad de México

Texto y fotos: Fernando de Lucio y Paulina Galicia

El barrio de La Merced es uno de los más antiguos y famosos en la Ciudad de México, pues dentro de sus 54 manzanas alberga miles de comercios populares, mercados y bodegas, tumulto que ha propiciado también el comercio ilegal, así como de narcóticos y prácticas de prostitución.
En medio de este escenario capitalino, se alza la parroquia de la Santa Cruz y Nuestra Señora de La Soledad, que desde hace ya muchos años ha sido conocida entre los vecinos por brindar alimento, refugio y apoyo a las personas en situación de calle y con adicciones, así como a quienes ejercen la prostitución en la zona.
Dentro de esta labor humanista, desde hace un par de años se ha sumado el recibimiento de las olas migrantes conformadas por hombres, mujeres y niños que cruzan nuestro país en busca de la frontera estadounidense, donde se les ha prometido ayuda y asilo. Sin embargo, la Unión Americana ha implementado mecanismos legales para que las personas migrantes realicen los trámites necesarios para ingresar a su territorio desde un tercer país seguro, y México es uno de esos.

Socorrer al migrante

Lleno de amor al prójimo, el padre Benito Torres, párroco de La Soledad, ha abierto las puertas de la iglesia para dar refugio cada noche a más de mil personas que han dejado atrás todo lo que conocían en busca de un futuro próspero, sobre todo para sus hijos que, sin saberlo, nacieron en países con conflictos políticos y económicos que desatan la violencia y pobreza en sus calles. Él mismo nos cuenta su labor pastoral en dicha parroquia.

«Ante la crisis migratoria, desde hace dos años y medio la parroquia tuvo que reorganizarse para dar ayuda humanitaria a nuestros hermanos. Con las primeras caravanas de hondureños el número de migrantes aumentó y la iglesia se vio rebasada. Entonces nos dimos a la tarea de ampliar más áreas dentro de la parroquia para atenderlos. Hemos llegado a tener hasta mil 300 personas durmiendo dentro de las instalaciones: en el templo caben alrededor de 650 personas y otro tanto en la parte trasera, estacionamiento y salones.

Nuestra labor consiste en dar hospedaje, alimento y atención médica y psicológica, esto último, gracias a los centros de salud cercanos, principalmente de la alcaldía, que cada semana nos apoyan con dos, tres o hasta cuatro brigadas médicas, dependiendo de la necesidad. Asimismo, algunas dependencias de la ONU vienen a ver qué necesitan los migran-tes para darles un mejor servicio humanitario. Además de atenderlos, siempre buscan que, quienes estamos al frente (voluntarios y un servidor), gocemos de buena salud.

La arquidiócesis de México también busca ayudas y nos las hace llegar. Pero las ayudas siempre resultan mínimas ante la magnitud de las necesidades aquí en la parroquia y en la explanada (fuera del templo existe un gran campamento de migrantes); toda ayuda siempre es bienvenida. También recibimos apoyo de otras instituciones como el Banco de Alimentos, a donde vamos cada semana por perecederos, y de la Central de Abastos. Aparte de las dependencias de la ONU, viene Médicos Sin Fronteras que está trayendo atención psicológica. Tanto adentro (de la parroquia) como en la explanada atienden las necesidades médicas y psicológicas.

No es la primera vez que la parroquia asiste a grupos vulnerables. Llevamos diez años trabajando con personas en situación de calle y con personas en contexto de prostitución; los grupos pastorales se han visto involucrados en esta labor social. Sin embargo, con la situación de los migrantes las cosas cambian, porque ya no estamos hablando de 100 o 200 personas, sino de más de mil, y afuera la realidad supera a la imaginación.

Es una crisis muy grande que incluso rebasa a las autoridades federales, estatales y locales. Nos vemos muy rebasados. Tenemos ayuda, pero en febrero, por ejemplo, ya no había cobijas, y la gente la pasa mal, sobre todo, las familias con niños y bebés.

Pedimos colaboración a empresas grandes dedicadas a dar ayuda o a donadores o algún bienhechor, aunque todo es bienvenido. Sólo para que se den una idea, al día, mínimo en la noche se van tres pacas de cobijas, hablamos como de 200; nuestra bodega ya está vacía. Muchos migrantes se llevan su cobija.

La situación migratoria nos hace reflexionar y por ello no bajamos la guardia. Creo que la mayoría de ellos tienen mucha necesidad, buscan un sustento, es decir, tratan de trabajar. A veces vemos algunos pidiendo dinero en las ciudades, quizá las mamás con niños, pero en esta zona de La Merced muchos hombres salen a trabajar para ganarse el sustento y tener algo para seguir el camino. Hay quienes no encuentran trabajo y se ponen a vender chicles u otra cosa para no estar pidiendo.

Aquí hay muchos migrantes de África; de hecho, estamos pensando hacer una misa africana. Lo menciono porque yo también he estado en Camerún, y deseamos realizar una misa con todo ese rito que siempre es muy bello, alegre y explosivo; con sus bailes y todo. Ya platiqué con un sacerdote de Burundi que vendrá a celebrar la misa así como se celebra allá. Tenemos hermanos de Angola y del Congo. Por lo regular hay de 150 a 200 africanos.

¿Qué podemos hacer para ayudar a los migrantes? No se trata sólo de traer; los invito a que como cristianos sean voluntarios y se empapen viendo desde dentro esta realidad, así se va entendiendo lo que padecen nuestros hermanos migrantes, porque muchas veces no vemos todas las necesidades que deben satisfacer cuando van de paso. Ellos tocan muchas puertas para comer y toda esta situación que trae la migración no la comprendemos hasta que empezamos a tener contacto con ellos y a ver su realidad. Entonces, cuando uno vive la experiencia con ellos, se puede entenderlos. Sabemos que todos somos humanos y que cada quien tiene su carisma, pero para comprender su situación hay que empaparse de la realidad migrante».

Labor de tiempo completo

Ya en el patio de la parroquia, bajo un gran toldo donado por la ONU, es el último turno para el desayuno, ahí están ellos, los migrantes. Mientras tomamos fotos, se oye al frente una voz con un tono sereno, pero firme, dando indicaciones. Su liderazgo no es forzado o autoritario; es claro que hemos llegado con la persona indicada: es Claudia, la voluntaria. Pide un segundo para quedar frente a la puerta y ver todo… Ella nos narra con franqueza.

«¡Trabajar con los migrantes es una enorme experiencia! Soy madre soltera e inicié con el párroco Benito Torres la labor de albergar aquí personas en situación de calle. Terminaba tarde, porque se los dejaba al padre bien dormiditos y me iba a casa con mis hijos, que siempre me esperaban para cenar. Entonces, ahí es donde doy gracias a Dios por estar reunida con mis hijos y que tenemos techo, comida y vivimos en armonía. Es lo más maravilloso que he podido constatar y consolidar en mi familia…

Cuando el párroco me dijo que sería más tranquilo con los migrantes, porque son familias, dije: ¡Órale, padre, va; le entramos! ¡Qué va a ser más tranquilo! Son situaciones totalmente diferentes, son familias que vienen con niños, mujeres embarazadas… Aquí ya se recibían migrantes, pero cuando se promulgó el Artículo 42 en Estados Unidos (que pide a los solicitantes de asilo esperen en otro país), se empezó a llenar la plaza de La Soledad con muchas familias migrantes. Al ver a tantos grupos con niños durmiendo en la plaza, el padre Benito junta de nuevo al equipo y decide darles hospedaje.

Ahora llevo con los migrantes dos años corriditos y más de seis apoyando al párroco. Puse en pausa mi trabajo como ingeniera y me dediqué de tiempo completo a esta labor. Ahora, mis hijos están más grandecitos y doy gracias a Dios porque eso me permite estar en este voluntariado. Hoy, todo se ha dado.

El padre Benito sabe que lo apoyo las 24 horas; ahora sí que me toca abrir y cerrar; es una misión muy bonita, pero muy fuerte porque vienen con las emociones a todo. Cuando llegan a la puerta me encomiendo mucho a Dios y le pido paciencia y sabiduría, porque llegan como ollas exprés que “explotan”, se entiende por todo lo que pasaron en la selva, los asaltos, les quitan sus documentos; el que hayan visto tantos muertos… llegan con esas pesadillas.

Además de ser formada por mi madre en el altruismo y la solidaridad, aquí veo la necesidad con la gente y me gusta mucho el apoyo que el padre Benito ha conseguido; que vengan brigadas médicas es una bendición, porque los migrantes temen acercarse a un hospital pues piensan que serán deportados. Cuando tuvimos más de mil 300 personas albergadas aquí adentro nos mandaban más de 12 doctores de diferentes centros de salud. Los médicos vienen con toda su brigada de pasantes, enfermeras y promotoras de salud, además de los puestos de vacunación, que son otra bendición enorme. Las brigadas han detectado casos de varicela, también de paludismo, dengue y malaria, principalmente de los que vienen de África.

Por ejemplo, hoy está Médicos Sin Fronteras, ellos nos apoyan tanto adentro como afuera (en la plaza), casi todas las organizaciones que vienen asisten en ambos lados: albergue y plaza. Ellos cuentan con traductores y esto es una ventaja enorme para aventajar en las consultas; así los diagnósticos son más certeros; eso es otra bendición más para asistir a los migrantes.

Diversas organizaciones vienen una vez a la semana. También vienen abogados que ayudan a los migrantes con asesoría legal sobre la cita en la aplicación CBP One, que es donde tienen más preguntas y dudas; además, asesoran a quienes perdieron sus documentos y buscan cómo recuperarlos, le dicen a qué embajada, consulado u oficina ir, según su nacionalidad. Otra organización que viene a realizar actividades es la Jugarreta. Ellos vienen a jugar con los niños dos días a la semana. Todas las actividades son por la mañana, así, se descansa en la tarde y a las 8 de la noche cerramos el albergue.
Recibimos ropa, pero tenemos que clasificarla. Somos muy pocos voluntarios, así que procuro darme tiempo para clasificarla según sea de bebé, niños, mujeres y hombres. Cuando ya la tengo clasificada, formo a las personas por familias y les vamos dando ropa, artículos de aseo personal o lo que necesiten.

Al principio la comunidad era muy solidaria, pero desafortunadamente hay mucha basura y algunos migrantes hacen sus necesidades por todos lados, por eso los vecinos se empezaron a quejar por el saneamiento y la falta de limpieza ante los focos de infección y por los escándalos ante las riñas de migrantes. Además, hay altercados entre personas de diversas nacionalidades, en ocasiones bloquean el paso y tienen que dar mucha vuelta. Por todo esto, los vecinos no quieren a los migrantes en la plaza.

Aquí en el templo los alojamos tres días o una semana, algunos migrantes se enojan cuando no podemos darles lo que nos piden o quedarse más días o les llamamos la atención por infringir el reglamento. Hacer respetar el reglamento es parte del voluntariado y cuando les digo que no, a veces se termina la amistad, pero sé que estoy siguiendo el estatuto. La mayoría sabe que este lugar es de paso.

Además de la atención a migrantes, el padre Benito tiene otros programas. Tiene 13 comedores comunitarios, y sólo en uno se cobra la comida a 11 pesos, en el resto es gratis. Para esta obra cuenta con el apoyo del Banco de Alimentos y otras instituciones. Los miércoles nos llega todo el abasto y desde aquí se distribuye. En ocasiones, los migrantes creen que toda esa comida es enviada sólo para ellos y la quieren tomar; así, les tengo que explicar que el párroco atiende comedores comunitarios y otros programas, como el de situación de calle, tercera edad, orfanato, mujeres vulnerables, de ex sexo-servidoras, etcétera».


«Todos hemos sido migrantes»

Mons. Francisco Javier Acero

Monseñor Francisco Javier Acero es obispo auxiliar de la arquidiócesis de México y acompañante de la vicaría episcopal de Laicos en el Mundo, Nos habla sobre el trabajo que realiza dicha arquidiócesis para ayudar a los migrantes que están de paso en la Ciudad de México.

«Aquí hay unas ocho o diez casas funcionales o albergues en parroquias para acoger a los migrantes. Creamos una red entre estas casas, que se reúne una vez al mes o a través de un chat de WhatsApp para ver qué cosas necesitamos, qué hay que pedir al gobierno. El objetivo es trabajar juntos y unir esfuerzos, religiosos, religiosas, sacerdotes diocesanos y laicos, para ver cómo podemos ayudarnos mutuamente. El consejo del Instituto Nacional de Migración ha venido aquí porque también le interesa participar en esta red.

Actualmente acogemos entre 2 mil 500 y 3 mil personas en Ciudad de México. Son pocos para la cantidad que hay. El Gobierno ha cerrado algunos de sus albergues. Los migrantes confían más en los albergues de la Iglesia que en los estatales. Por lo que escucho cuando visito los albergues, el lugar más difícil para los que llegan y están en tránsito es pasar México, y esto duele, porque siempre habíamos sido un país hospitalario. No los estamos acogiendo como verdaderos hermanos. Pasar por nuestro país se convierte en una pesadilla.

No olviden que todos somos peregrinos y que todos hemos sido migrantes. Venimos de una región, de un pueblito, hemos llegado a la ciudad. Debemos recuperar nuestra identidad como pueblo para acoger al migrante que llega. Me da pena decirlo, pero en algunas zonas de la ciudad donde hay albergues o casas de acogida los vecinos se están convirtiendo en racistas, y lo peor es que todo esto se politiza.

Yo le diría a cada católico mexicano: primero, cada vez que veas a un migrante, mira tu identidad; segundo, acoge a quien es como tú, que tiene necesidad y viene de una situación vulnerable; y tercero, no politices, simplemente ayuda. Tenemos que evitar que se polarice la Iglesia, porque creo que también nosotros a veces estamos polarizados. Ya lo dijo el Papa en su discurso por el 60 aniversario del Concilio: «no debemos ver una Iglesia conservadora o progresista, de derechas o de izquierdas, la Iglesia es de Jesucristo». Da la impresión de que cuando defendemos causas sociales somos de izquierdas, y no es así, somos del Evangelio. Es inquietante que un sacerdote no se preocupe de la pastoral social. Son cosas que el mundo nos está pidiendo. Del encuentro con Jesús sale la solidaridad con todos. Cuando una parroquia tiene un proceso de fe acompañado, al final sale un proceso de fe solidario.

Si desean colaborar, pueden acudir al vicariato de Laicos en el Mundo de la arquidiócesis de México, en la calle Durango 90, colonia Roma, alcaldía Cuauhtémoc. A través de nuestro correo electrónico (covelm@arquidiocesismexico.org) se les puede orientar sobre dónde hay necesidad y qué tipo de colaboración pueden prestar: ropa, alimentos u otra ayuda».