¡Siempre recordaré a los Combonianos!

Por: Hna. Mary Ortiz, hpssc

Soy Mary Ortiz, originaria de Torreón, Coahuila. Nací el 20 de septiembre de 1962.  Soy religiosa de la congregación de Hermanas de los Pobres, Siervas del Sagrado Corazón (HPSSC), de Zamora, Michoacán, y actualmente radico en la ciudad de Querétaro en la Casa de Oración.

Hace muchos años, cuando yo era adolescente y estudiaba la secundaria en el colegio La Luz que dirigían entonces las Hijas del Corazón de María y luego en el colegio La Paz de las Hermanas del Verbo Encarnado, conocí al hermano Pedro García, español, comboniano y misionero de corazón, gracias a la comunidad de Carmelitas Descalzas de San José de Ávila, de Celaya, Guanajuato, en donde tenía una tía, hermana de mi papá.

A Dios y al hermano Pedro debo mi vocación misionera, mi amor por la misión ad gentes y por África, muy especialmente por el Chad, a donde fui enviada por mis superiores como una gracia del Señor.

Empecé a participar en algunas jornadas de vida cristiana y misionera que organizaba el Padre Enzo Canonici, también comboniano, quien tenía contactos en Torreón y organizaba sus retiros en Casa Íñigo. Ahí fue despertando algo, sin embargo, terminaban las jornadas y seguía mi vida ordinaria. Fue hasta que mi tía invitó al hermano Pedro, quien quería ir a Torreón a hacer promoción vocacional, a quedarse con nuestra familia. Nosotros lo veíamos poco, él salía temprano y llegaba tarde, solo mi madre y yo lo esperábamos para ofrecerle la cena. Celebró su cumpleaños con nosotros, le hicimos una fiesta, éramos todos unos niños, él se emocionó mucho y entonces vino lo bueno, sacó su proyector y nos enseñó unas filminas de su misión en Ecuador compartiendo lo bello que era entregar la vida y llevar el Evangelio y el Rosario a los lugares más alejados.

El Hno. Pedro García, mccj

Pedro terminó su apostolado en Torreón y se fue, pero se quedó la emocionante y desafiante motivación que despertó en mí. Comenzamos a escribirnos y él entabló una amistad conmigo (creo vivía en un pueblo de Guanajuato); me enviaba rosarios misioneros, libros para leer, como la vida de Daniel Comboni, el Héroe de Molokai, San Agustín, etc. No tuve más contacto con misioneros ni misioneras combonianas porque en Torreón ellos no tenían obras, evangelizaban a través de la revista Esquila Misional.

Cada año, íbamos a Zamora a visitar a mis tías, hermanas de mi papá, de las cuales dos pertenecían al instituto al que pertenezco yo ahora. Yo sentía algo de inquietud en mi corazón, y la invitación que Dios me hacía a través del hermano Pedro dejó una huella profunda en mi corazón.

En 1979 conocí a la Hermana Silvia del Carmen Fernández HPSSC. Trabajaba en Torreón en una escuela que tenían con los jesuitas. Sólo nos veíamos en la iglesia de San José, en misa los domingos. Ella me invitó a una jornada vocacional a Zamora y Dios tuvo a bien llamarme a su servicio para esa comunidad. Mi primera experiencia en la misión ad gentes fue en el Perú, en el departamento de Cajamarca y en el vicariato apostólico de San Francisco Javier que dirigían los jesuitas.

Con el tiempo, nuestras superioras respondieron (como un regalo de Dios) a la invitación de Monseñor Michele Russo, obispo comboniano, para ir a su diócesis en Chad, en donde próximamente cumpliremos 25 años de presencia..

Fui feliz en el Chad, en las misiones de Maybombay y de Mbikou durante 15 años, conocí gente maravillosa, tengo experiencias inolvidables de gente que me hizo gozar la vida con muy poco y vivir el momento presente, con fe inmensa, con el corazón incansable. Ahí volví a tener contacto con los misioneros y misioneras combonianos. Pregunté por el Hermano Pedro García. Nos volvimos a poner en contacto. Creía que volvería a encontrarme con él personalmente, pero Dios tenía otros planes. El Hermano me invitó a su casa en Madrid, él iría por mí al aeropuerto, pero el Señor Jesús quiso llamarle a su presencia un día antes de que pudiéramos vernos.

No puedo dejar de agradecer a Dios el haber puesto a Pedro en mi camino; gracias a Monseñor Russo, hombre de paz y de generosa bondad, a los combonianos por su labor evangelizadora y gracias a mi congregación por haberme regalado la oportunidad de compartir mi vida en África.

P. Fernando Uribe Mendoza, nuevo sacerdote comboniano

El pasado 19 de octubre la parroquia San Miguel Arcángel de Villa Progreso, en el municipio de Ezequiel Montes, estado de Querétaro, se volcó generosamente con uno de sus hijos, el comboniano Fernando Uribe Mendoza, para celebrar con alegría su ordenación sacerdotal. Hasta allí acudieron numerosos combonianos procedentes de varios lugares del país, así como los seminaristas combonianos y numerosos grupos de Sahuayo y San Francisco del Rincón, donde Fernando trabajó durante los últimos años de su formación y donde ejerció su ministerio diaconal, especialmente con jóvenes.

La celebración comenzó mucho antes del inicio de la misa, con una procesión en la que Fernando, acompañado por su familia y un buen grupo de amigos y fieles de la parroquia, se dirigió desde su casa hasta la explanada del templo parroquial donde sería ordenado sacerdote.

La misa fue presidida por Mons. Fidencio López Plaza, obispo de Querétaro. En la homilía hizo alusión al evangelio que el P. Fernando había escogido para la ocasión (Jn 15,9-17). Destacó cuatro ideas en cuatro frases del evangelio:

– Como el Padre me amó, así los amo yo, permanezcan en mi amor. Según expresó el obispo, Dios es amor, ama a todos; y nuestro gran reto es descubrir ese amor y permanecer en él.

– Ámense unos a otros como yo los he amado. Dios nos da la medida según la cual debemos amar: hemos de amar como Él nos amó.

– Ustedes son mis amigos, ya no los llamaré siervos. El amigo sabe escuchar y siempre busca esa relación de amistad.

– No me eligieron ustedes a mi, yo los elegí a ustedes. Es Dios quien nos elige y nos confía una misión. No somos nosotros los que decidimos dónde ir ni cuándo ir.

Con palabras sencillas pero muy profundas, Mons. Fidencio invitó al P. Fernando a vivir estas cuatro recomendaciones de Jesús durante toda su vida misionera y terminó su homilía invocando al Arcángel San Miguel y a la Virgen de Guadalupe para que lo acompañen en su nueva misión.

Al día siguiente, Domingo Mundial de las Misiones, el P. Fernando celebró su primera misa como nuevo sacerdote. De nuevo estuvo acompañado por varios de sus hermanos combonianos, por el párroco de Villa Progreso y por un gran número de amigos y familiares y de toda la comunidad parroquial. Al final de la misa y en un gesto muy emotivo, recibió la bendición de su mamá, que lo entrega con generosidad para el servicio a la misión. La bendición fue también para pedir a Dios que lo acompañe en su nueva misión en Sudáfrica, a donde ha sido destinado y donde ejercerá su ministerio sacerdotal y misionero los próximos años.


Vídeo de la ordenación


Vídeo de la primera misa

Fallece el P. Cadé

Fecha de nacimiento: 11/01/1932
Lugar de nacimiento: Zanica, Bergamo (Italia)
Votos temporales: 09/09/1951
Votos perpetuos: 09/09/1957
Fecha de ordenación: 01/03/1958
Llegada a México: 1978
Fecha de fallecimiento: 14/10/2024
Lugar de fallecimiento: Castel d’Azzano, Italia

En la madrugada de este 14 de octubre, hora de Italia, nos dejaba el P. Pierluigi Cadé, conocido en México como el P. Pedro Cadé. Llegó a nuestro país en 1978 y dejó una gran huella en Ciudad Constitución, donde trabajó con gran entusiasmo misionero y donde construyó el hermoso Santuario de la Virgen de Guadalupe que hoy conocemos.

El P. Cadé nació el 11 de enero de 1932 en Zanica, en la diócesis de Bérgamo, en Italia. Hizo sus primeros votos en 1951 y fue ordenado sacerdote el 1 de marzo de 1958. Tras 5 años de labor misionera en Italia fue destinado a Burundi, donde trabajó hasta 1965, año en que se vio obligado a regresar a Italia para recuperarse de una fuerte malaria.

Tras pasar 15 años trabajando en la formación de misioneros, pidió ir a la misión de Centroáfrica, pero fue destinado a la Baja California, a donde llegó en 1978. Estuvo diez años en la parroquia del Corazón de María. Luego fue destinado a Ciudad Constitución, con la misión de ocuparse de la comunidad de Guadalupe, donde permanecería 16 años. Allí se dedicó en cuerpo y alma no sólo al cuidado pastoral de una comunidad que no dejaba de crecer, sino a construir el hermoso templo del Santuario de Guadalupe que conocemos hoy. En Ciudad Constitución dejó una gran huella entre la gente, que siempre lo recordará. Regresó a la Paz, al que era entonces templo expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús, donde estuvo otros nueve años. Lo remodeló para darle el aspecto que tiene hoy, ya convertido en parroquia.

En 2013, mayor y enfermo, tuvo que regresar a Italia. Fueron 92 años de vida y 66 años de sacerdocio, de los cuales 35 los dedicó a la Baja California Sur. A sus espaldas, una gran labor misionera que muchos recuerdan y agradecen. Descansa en paz.



Compartimos también algunos videos de hace algunos años en los que el P. Cadé hace un repaso a su trabajo misionero en Baja California durante los 35 años que vivió entre nosotros.

Más vídeos

Nueva Presidenta e Iglesia

Por: + Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

Foto: EneasMx – Trabajo propio, CC BY 4.0

MIRAR

Estamos iniciando un nuevo sexenio en el gobierno federal de nuestro país. La nueva Presidenta se ha comprometido a continuar, así dice ella, lo hecho por el gobernante anterior, como si todo hubiera sido exitoso y benéfico para las mayorías. Pedimos a Dios que la inspire, así como a su equipo, para que sea el bien común lo que les mueva, y encuentren otras formas más eficaces para la tan anhelada paz social, que se ha debilitado mucho.

Algunos se preguntan cuál es la religión de la Presidenta. Tiene antecedentes familiares judíos, que podrían suponer en ella los principios básicos de esa religión, pero eso no aparece en ninguna parte de su vida. Se le considera científica y académica, no creyente, como si lo científico prescindiera de lo religioso. Sin embargo, durante su campaña electoral, fue a visitar al Papa Francisco, hizo una presentación de su proyecto ante el pleno del episcopado mexicano y aceptó firmar nuestra propuesta de construcción de la paz, aunque expresó no estar de acuerdo con algunos de nuestros análisis de la realidad nacional. Sus enemigos difundieron que, si ganaba, cerraría templos y convertiría la Basílica de Guadalupe en museo, lo cual es falso; no es tonta para hacer eso. Esperamos que sea respetuosa con todas las opciones religiosas, con apertura de mente y de corazón para aceptar la colaboración que nuestra religión aporta a la paz y a la justicia social.

En la historia nacional, sobre todo de 1926 a 1929, sufrimos una grave persecución religiosa, pues el gobierno de entonces quería suprimir la Iglesia; muchos católicos murieron por defender nuestra fe. Hemos tenido gobernantes con diferentes opciones y actitudes religiosas, desde unos más indiferentes y contrarios, hasta otros más respetuosos y hasta practicantes. El Presidente que sale nos dijo a los obispos que era católico, pero a su manera; hacía alusiones a Jesucristo, cuando lo quería jalar hacia su opción política, pero no le hizo caso en muchas otras cosas. Por ejemplo, Jesús nos enseña amar y perdonar, y en consecuencia no odiar, ni ofender y tratar de destruir a los que piensan diferente. Jesús nos ordena amar preferencialmente a los pobres, pero no usarlos en campañas políticas. Jesús nos indica no mentir; por tanto, no desvirtuar la realidad cada mañana.

En Nicaragua, la Iglesia está sufriendo una persecución muy arbitraria, con muchas detenciones contra los contrarios al régimen imperante. Se ha expulsado y privado de su nacionalidad a muchas personas, también a obispos, sacerdotes y religiosas, incluso a la representación de la Santa Sede, por el simple hecho de no aplaudir todo lo que el gobierno hace. La Iglesia sigue viva, aunque sufriendo mucho. Tarde que temprano, ese imperio caerá. Al pueblo sencillo se le puede engañar y comprar con dádivas, pero sólo temporalmente; las injusticias evidentes hacen que se abran los ojos.

DISCERNIR

El episcopado mexicano envió un mensaje a la nueva Presidenta del país, en que, entre otras cosas, se le dice:

“Como Pastores de la Iglesia Católica en México, pero también como ciudadanos mexicanos,

además de nuestras felicitaciones, oraciones y buenos augurios, nos permitimos expresar los sentimientos de esperanza que tenemos al comienzo de esta nueva etapa de gobierno, tratando de reflejar lo que hay en el ánimo de millones de ciudadanos.

Nos parece que la realidad habla por sí misma y exige, de manera inmediata, políticas públicas que garanticen la seguridad ciudadana, superen la pobreza y la desigualdad, y promuevan la unidad nacional y la concordia entre todos. Nunca más el dominio del crimen organizado ni de la delincuencia en general.

Tenemos la convicción de que México debe ser un país donde gobierno y ciudadanos respeten las Leyes, teniendo como marco de referencia la Constitución con la que nos identificamos y que no puede ser violentada por sectores sociales o políticos que pasen por encima del conjunto de la Nación. Estamos convencidos que México está llamado a volver a vivir en un verdadero Estado de Derecho Democrático, constituido por una Federación de Estados autónomos, con equilibrio de poderes, que nos hace ser una República confiable para todos. Sin confianza no hay desarrollo, ni futuro estable.

Desde el pensamiento humanista de la Iglesia, reconocemos la dignidad de toda persona como un principio inviolable y fundamento de todos los derechos humanos. Necesitamos vivir en un Estado democrático que respete los derechos humanos para todos los ciudadanos, fortaleciendo las instituciones que garantizan el ejercicio pleno de estos derechos y fomentando una cultura de respeto mutuo y participación ciudadana.

México tiene grandes retos que son oportunidad para crecer en participación y diálogo, superando la polarización, buscando la reconciliación hasta llegar a los acuerdos necesarios junto a todas las fuerzas políticas, -sin aniquilar a las minorías-, para construir, desde el diálogo y el consenso, el proyecto del bien común para que la sociedad mexicana viva en paz. Reiteramos nuestra voluntad de sumarnos a esta dinámica para convivir con justicia y solidaridad para todos”.

ACTUAR

Que Dios ilumine y fortalezca a nuestras nuevas autoridades, pero cada quien hagamos lo que podamos por mejorar nuestro entorno, y no esperemos que todo lo haga el gobierno.

40 años de sacerdocio misionero comboniano

El pasado 29 de septiembre, fiesta de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, el P. Enrique Sánchez González cumplió 40 años de sacerdocio. Aquí nos deja este hermoso testimonio de agradecimiento a Dios por todos esos años de ministerio sacerdotal, misionero y comboniano.

«El próximo 29 de septiembre de 2024, Dios mediante, cumpliré 40 años de mi ordenación sacerdotal misionera y comboniana. Pienso que sea una fecha que no puede pasar inadvertida y puede ser una oportunidad para agradecer al Señor por este bello don.

Es también una ocasión para decir gracias, a través de la oración, a tantas personas que han compartido conmigo este largo caminar y que han hecho posible que llegara a este día, sobre todo quienes me han acompañado con su cariño, su amistad, su apoyo material y espiritual.

No he sido un sacerdote solitario, sino que he gozado de la cercanía de muchas personas que me han ayudado a vivir con gratitud este regalo inmerecido. Con todas ellas quisiera bendecir al Señor por haberme llamado a este ministerio, a esta vocación.

Para recordar lo que han sido cuarenta años de ministerio sacerdotal, como misionero comboniano, necesitaría escribir muchas páginas y creo que no terminaría. Porque ha sido una experiencia marcada principalmente por la fidelidad, la misericordia y la bondad del Señor que no tienen límites.

Basta una palabra para resumir todo lo que he vivido y esa palabra es simplemente: Gracias, no merecía tanto.

Recorriendo los años hacia atrás, sólo puedo darme cuenta de que he llegado hasta el día de hoy porque el Señor ha mantenido su palabra, nunca me abandonó y siempre se mantuvo a mi lado.

Él ha sido presencia, consuelo, luz en el camino, fortaleza en los momentos de cansancio, misericordia en los tropiezos y caídas; pero también motivo de entusiasmo, de felicidad y de inmensa alegría.

He sido sacerdote, ciertamente, no por mis méritos o virtudes. Ha sido gracia suya que se ha ido derramando a través del tiempo y que me ha permitido ir diciendo un “sí” día tras día. A veces con el corazón lleno de alegría y de entusiasmo, en otras ocasiones agarrado sólo de lo pobre de mi fe y confiando en su Palabra.

Como a Josué, en el antiguo testamento, a mí también se me ha dado muchas veces el poder escuchar aquellas palabras del Señor que decía: “Como estuve con Moisés estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré. ¡Ánimo, sé valiente! Que tú repartirás a este pueblo la tierra que prometí con juramento a sus padres. Tú ten mucho ánimo y sé valiente para cumplir todo lo que te mandó mi siervo Moisés; no te desvíes ni a derecha ni a la izquierda, y tendrás éxito en todas tus empresas” (Josué 1, 5-7)

Durante cuarenta años puedo decir que me ha tocado ser más testigo que protagonista de una historia que ha ido creciendo y floreciendo. Ha sido una historia en donde el Señor me ha llevado de sorpresa en sorpresa y en donde me ha concedido vivir todo lo que nunca hubiese pensado.

Han sido años durante los cuales no todo ha sido grandioso y espectacular, y no han faltado los momentos de prueba, de dolor, de tentación y de oscuridad. Sobre todo, cuando me olvidé de que no era yo quien llevaba las riendas de mi vida, sino que había optado porque fuera Él quien se encargara de guiar mis pasos.

Hoy, de lo profundo de mi corazón brota espontáneo el agradecimiento, sobre todo porque han sido años bendecidos y vividos en el ejercicio de un ministerio, de un servicio a la vocación misionera comboniana que el Señor me regaló.

Mis cuarenta años de sacerdocio han sido vividos, en su mayor parte, sirviendo a la misión a través de muchos años de entrega al Instituto de los Misioneros Combonianos. Mi experiencia no me permitió vivir en un ministerio directo al servicio de una comunidad parroquial, pero eso no ha impedido que, a lo largo de todos estos años, haya tenido la fortuna de compartir la vida con muchas personas que han entrado a mi corazón para quedarse ahí por siempre.

Lo que me ha permitido perseverar en mi vocación misionera, puedo decirlo con toda honestidad, no han sido mis virtudes o mis capacidades, sino la presencia de tantas personas que me han hecho entender que el sacerdocio no es un regalo personal, sino un instrumento para entregarse amando a los demás.

Con sencillez, puedo decir que, si soy hoy, todavía, sacerdote y misionero es algo que se lo debo a tantas personas que he encontrado por los caminos de la misión. Todas sin excepción han contribuido en la construcción de lo que soy, como persona y como sacerdote, como misionero y como comboniano.

Tal vez, las personas que más me han ayudado a ser agradecido con la bendición del sacerdocio son aquellas con las que compartí apenas unos cuantos meses en la misión de Mungbere, en la República Democrática del Congo.

Ahí quedó mi corazón misionero y ese ha sido un punto de referencia que me ha ayudado a seguir agradeciendo en todas partes el poder compartir el cariño que brota de mi corazón como don que Dios me va otorgando a cada paso. Pero igual están todas aquellas que la misión me permitió encontrar en continentes y contextos tan distintos.

Dios tiene sus tiempos y sus caminos y estoy convencido de que él me ha llevado por donde ha querido y me ha permitido vivir lo que sólo él sabía que me convenía.

En mis tiempos, muchas veces he tenido que hacer las cuentas con mi fragilidad, mi inmadurez y mi incapacidad de entregarme totalmente. Sacerdote no se nace y cada día el Señor va haciendo el milagro de hacernos según su corazón.

En mis caminos me ha tocado vivir días de lágrimas amargas, sintiéndome pequeño ante lo grandioso del sacerdocio; pero, al mismo tiempo, cada momento ha sido escuela que me ha enseñado a entender que mi sacerdocio no depende de mis capacidades, de mis habilidades, ni de lo perfecto que quisiera ser.

Muchas veces he hecho mías las palabras de Jesús cuando agradece a su Padre el haber revelado a los pequeños los misterios de su amor. “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado todo esto a los pequeños y lo has ocultado a los sabios y astutos”. (Mateo, 11, 25) Y, No creo que exista un sacerdote que pueda presumir de sí mismo, ni considerarse digno del don del sacerdocio.

Dios se ha servido, incluso de mi pobreza humana para ayudarme a entender que sólo su amor basta. Que es en la debilidad en donde se manifiesta su fuerza y que sólo con su gracia es posible seguir avanzando.

En muchos momentos he podido sentir su mano que me protegía, me cuidaba y me guiaba. De todo se ha servido para que pudiera llegar hasta este día, dándome cuenta de que ser sacerdote es una gracia que Dios se encarga de inventar cada día y que va poniendo en mí corazón para vivirla compartiéndola con los demás.

Cuarenta años de sacerdocio, en mi caso, se trata de una vida que ha estado marcada por la sencillez y lo ordinario de cada día entregado con generosidad y con el deseo de brindar a otros la posibilidad de encontrar, aunque sea, un pequeño espacio de felicidad, de consuelo y de paz en sus vidas. Ser instrumento de reconciliación y de perdón ha sido uno de los dones más bellos que he vivido viendo a muchas personas salir de su dolor retomando la vida con esperanza y gratitud.

En el día a día de todos estos años lo extraordinario y lo más bello que me ha sucedido es poder celebrar la Eucaristía siendo testigo de primera mano del gran misterio por medio del cual el Señor ha querido quedarse entre nosotros. Creo que puedo contar los días en que no pude celebrar la misa, incluso en ocasiones solo, en los momentos de la enfermedad que nos obligó a aislarnos.

Ha sido un gran regalo para mí el poder ser instrumento del perdón de Dios y me ha llenado el alma de alegría ver a tantos hermanos y hermanas salir del confesionario con el rostro resplandeciente y agradecido, porque a través del instrumento que soy, pudieron reencontrar el camino de la libertad y de la vida.

He sido padre y hermano para muchas personas y para muchos de mis compañeros combonianos. He sido oído que escucha, hombro sobre el cual han podido recargarse cuando la carga se hacía pesada. He sido simple instrumento en las manos de Dios que quiso tocar por mi medio la vida y el corazón de muchos que volvieron a sentirse amados.

Creo poder decir que mi sacerdocio ha sido un sacerdocio misionero y para la misión. He querido estar siempre disponible y he tratado de responder siempre con disponibilidad y generosidad a todos los servicios y ministerios que se me han solicitado. Deseo seguir en esa actitud y le pido a Dios la gracia de poder seguir diciendo sí a todo lo que se me pida con la certeza de que él me llevará por los caminos que me convienen.

De cara al futuro, siento que no tengo grandes planes ni proyectos y en mi corazón se mueve sólo el querer estar disponible y abierto a todo lo que el Señor seguirá haciendo en mi vida y a través de mí.

Me gustaría que los años que vienen me bridaran la oportunidad de crecer en la experiencia del abandono y que mi sacerdocio siga siendo envuelto por la experiencia de la alegría de saber que Dios pue de hacer grandes cosas en mi vida con lo poco que siento que puedo poner a su disposición.

Pido, como gracia, el seguir creciendo en entrega y generosidad para hacer de este ministerio un instrumento que brinde un poco de vida y de felicidad a todas las personas que iré encontrando por los caminos de la misión.

Me gustaría que los años de sacerdocio misionero que me esperan en el futuro sean años vividos con la pasión que movió siempre a san Daniel Comboni. Una pasión misionera vivida entre los más pobres y abandonados. Una misión vivida en comunión y construyendo fraternidad con las personas que podrá a mi lado.

Me encantaría que los años que vienen mi sacerdocio me permita acercarme un poco más a la cruz del Señor y que se me conceda la gracia de vivir sin poner límites a la entrega, al sacrificio, a la cercanía con quienes tienen necesidad de una palabra y de una mano tendida que les permita descubrir la presencia de Dios en sus vidas.

Hoy doy gracias porque el Señor ha sido bueno conmigo, porque me ha acompañado con una gran paciencia, porque ha sido fiel y en ningún momento me ha dejado solo. Doy gracias porque ha sido misericordioso y compasivo en los momentos en que, por mi fragilidad, no he sabido responder como él lo hubiera esperado.

Doy gracias porque voy entendiendo que soy sacerdote y misionero no por méritos míos, sino por una gracia enorme que el Señor sigue concediéndome, simplemente porque me ama.

Agradezco a quienes se alegran hoy conmigo y a quienes me han acompañado a lo largo de estos cuarenta años. Ha sido una bella experiencia, ha sido un largo peregrinar, ha sido un tiempo único en el que Dios nos ha hecho entender cuanto nos ama.

Que la aventura siga por muchos años y que cada instante se convierta en oportunidad para vivir dando gracias».

P. Enrique Sánchez González Mccj
29 de septiembre de 2024

Las guerras son una derrota

Por: + Felipe Cardenal Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de SCLC

Foto: ADN-CELAM

MIRAR

Las guerras actuales más conocidas mediáticamente son la de Rusia contra Ucrania y la de Israel contra el Grupo Palestino Hamás. Hay muchas otras guerras en diversas partes del mundo, que no son tan conocidas, pero que causan enormes sufrimientos, sobre todo en los civiles, en los niños y en tantas víctimas inocentes. Aunque se alegue que pelean por defender sus derechos violentados por la contraparte, siempre es una derrota de la fraternidad y del diálogo, una derrota de la paz y de la justicia. También hay guerras en las familias, en la política partidista y en otras instancias, a veces con armas muy destructoras de la convivencia pacífica.

El 1 de enero de 1994, en Chiapas, se levantaron en armas miles de indígenas para exigir un cambio en las políticas económicas y sociales del sistema imperante en el país. Los obispos de entonces en esa región, Samuel Ruiz, Felipe Aguirre y un servidor, al tercer día del levantamiento emitimos un comunicado en que denunciábamos las causas estructurales de la marginación indígena y pedíamos justicia hacia ellos, pero rechazábamos la vía armada como método de cambio. Mons. Samuel siempre luchó por los derechos indígenas, pero nunca estuvo de acuerdo en el uso de las armas, porque sabía que muchos indígenas serían masacrados por el ejército nacional. Afortunadamente, la sociedad civil del país se movilizó pidiendo justicia para los oprimidos, pero también el cese de la guerra. Esta duró sólo diez días, pero dejó una gran cantidad de heridos y muertos, así como divisiones internas en la sociedad chiapaneca, incluso entre los mismos indígenas.

La política seguida en el actual sexenio de gobierno, que está por concluir, fue abrazos y no balazos, para no seguir la llamada guerra contra el narcotráfico del gobierno anterior, con el argumento de evitar más derramamiento de sangre en el país. Sin embargo, esa estrategia ha dejado como consecuencia la libre actuación de grupos criminales dedicados no tanto al trasiego de drogas, sino a la extorsión. Ellos, con armamento pesado y sofisticado, han ganado en poder y dominan amplias regiones del país, incluido mi pueblito; secuestran, levantan y asesinan a quienes no se someten a sus arbitrariedades. Nos sentimos desprotegidos por el gobierno e indefensos para defender el trabajo honrado de tantas personas a quienes aquellos exigen grandes cantidades de dinero para dejarlos vivir y trabajar. No abogamos por guerras sangrientas, sino por una nueva inteligencia que desarme a esos tipos y evite tanta injusticia que sufren los pobres. Y que no se presuma en informes finales de que todo está bien y de que hemos progresado mucho. ¿Con qué ojos ven la realidad?

DISCERNIR

El Dicasterio para la Doctrina de la Fe, en su Declaración Dignitas infinita, considera las guerras como algo contrario a la dignidad humana:

“Otra tragedia que niega la dignidad humana es la que provoca la guerra, hoy como en todos los tiempos: guerras, atentados, persecuciones por motivos raciales o religiosos, y tantas afrentas contra la dignidad humana van multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una ‘tercera guerra mundial en etapas’. Con su estela de destrucción y dolor, la guerra atenta contra la dignidad humana a corto y largo plazo: incluso reafirmando el derecho inalienable a la legítima defensa, así como la responsabilidad de proteger aquellos cuya existencia está amenazada, debemos admitir que la guerra siempre es una ‘derrota de la humanidad’. Ninguna guerra vale las lágrimas de una madre que ha visto a su hijo mutilado o muerto; ninguna guerra vale la pérdida de la vida, aunque sea de una sola persona humana, ser sagrado, creado a imagen y semejanza del Creador; ninguna guerra vale el envenenamiento de nuestra Casa Común; y ninguna guerra vale la desesperación de los que están obligados a dejar su patria y son privados, de un momento a otro, de su casa y de todos los vínculos familiares, de amistad, sociales y culturales que se han construido, a veces a través de generaciones. Todas las guerras, por el mero hecho de contradecir la dignidad humana, son conflictos que no resolverán los problemas, sino que los aumentarán. Esto es aún más grave en nuestra época, en la que se ha convertido en normal que, fuera del campo de batalla, mueran tantos civiles inocentes” (38).

“En consecuencia, aún hoy la Iglesia no puede dejar de hacer suyas las palabras de los Pontífices, repitiendo con san Pablo VI: «¡Nunca jamás guerra! ¡Nunca jamás guerra!», y pidiendo, junto a san Juan Pablo II, «a todos en nombre de Dios y en nombre del hombre: ¡no matéis! ¡No preparéis a los hombres destrucciones y exterminio! ¡Pensad en vuestros hermanos que sufren hambre y miseria! ¡Respetad la dignidad y la libertad de cada uno!». Precisamente en nuestro tiempo, éste es el grito de la Iglesia y de toda la humanidad. Por último, el Papa Francisco subraya que «no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya. Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible ‘guerra justa’. ¡Nunca más la guerra!». Como la humanidad vuelve a caer a menudo en los mismos errores del pasado, para construir la paz es necesario salir de la lógica de la legitimidad de la guerra. La íntima relación que existe entre fe y dignidad humana hace contradictorio que se fundamente la guerra sobre convicciones religiosas: quien invoca el nombre de Dios para justificar el terrorismo, la violencia y la guerra, no sigue el camino de Dios: la guerra en nombre de la religión es una guerra contra la religión misma” (39).

ACTUAR

Oremos por la paz en el mundo y por el bienestar de nuestra patria: que ya no haya guerras en las familias, en las comunidades, en la política partidista, y que se conviertan los grupos criminales hacia el respeto a los derechos de los demás, para que gocemos de paz y tranquilidad. Empecemos por nuestra familia.