Vocación y conversión
«Al irse de ahí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos. Jesús le dijo: “Sígueme”. Y Mateo se levantó y lo siguió» (Mt 9,9-13).
Por: P. Wédipo Paixão
Es tiempo de Cuaresma y dicha etapa está marcada por la constante invitación a la conversión, y convertirnos no sólo es dejar de hacer algo malo para hacer algo bueno, sino buscar cada día el modo de sentir, orar, pensar y actuar como Jesús.
Toda vocación verdadera nos lleva a una conversión verdadera, pues en el proceso de seguimiento y discernimiento nos vamos dando cuenta que es necesario «dejar» y «renunciar» para seguir a Cristo. Un claro ejemplo es la vocación de Mateo que nos dice que era cobrador de impuestos y que Jesús, al pasar por donde él estaba, lo miró y lo invitó a seguirlo. El evangelio nos cuenta que Mateo se levantó y siguió al Maestro, y que más tarde lo recibió en su casa (Mt 9,10).
Jesús pone su mirada amorosa en alguien a quien todos veían de manera indignada, miradas llenas de desaprobación y rencor. Debe haber sido una conmoción para Mateo ser mirado así, situado en donde estaba. En lo más oscuro de su labor, mientras cobraba, quizá de más; mientras ejercía su odiado oficio, alguien pasa y lo ve con una atención que lo ilumina, que no ve lo que ha sido, sino lo que puede ser; una contemplación que no lo juzga por su pasado, sino que lo rescata y le abre una puerta a la esperanza.
Aunque su consideración abarca toda la tierra, Jesús posa su mirada en cada uno como si fuera el único habitante del planeta. Su vista tiene varias características que la hacen muy especial: primero que nada hay que decir que está llena de amor. Nadie nunca ha visto con ese amor que viene de Dios desde siempre y que dura por siempre. Por otra parte, es importante destacar que Jesús pone especial atención para ver, conocer y profundizar; contemplación que penetra nuestro interior, ante la cual no cabe esconderse, pretender ser lo que no se es o tratar de engañar.
Algo no menos importante, es que la mirada de Jesús es tan profunda y amistosa que invita, comprende y es buena, y que cuando ésta se posa en alguien, ve lo mejor de esa persona y consecuentemente estimula lo mejor de ella.
En la bendición que Dios enseñó a Moisés, dice: «Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda su paz» (Num 6,26). Sólo el Señor sabe mirar así, por eso su apreciación no se horroriza ni se endurece, ni siquiera cuando ve a este hombre que ejercía un cargo que lo hacía odioso para muchas personas.
La reacción de Mateo queda como ejemplo a seguir para todos los que deseamos ser discípulos de Jesús. Alguien podría decir: «Pero si nosotros ya somos discípulos suyos, ya lo estamos siguiendo». A lo que pudiera responderse: «El hecho de ser católicos, ir a misa, leer la Biblia, ser religiosos, etcétera, no nos permite dormirnos en nuestros laureles», y en ocasiones consideramos que «ya la hicimos» y que eso es todo lo que se espera de nosotros.
El seguimiento de Jesús es algo que hay que emprender todos los días, algo por lo que hay que optar a cada instante, cada vez que se nos plantea una situación que nos invita a seguir el propio deseo y la propia voluntad o la del Señor. Estamos llamados a reaccionar como Mateo y optar por Jesús.