Domingo XVII ordinario. Año B

Cinco panes y dos peces, ¡la receta del milagro!

Año B – Tiempo Ordinario – 17º domingo
Juan 6,1-15: “Este es verdaderamente el profeta”

Este domingo, la liturgia interrumpe la lectura del evangelio de Marcos, cuando habíamos llegado al relato de la multiplicación de los panes, para incluir la lectura de la versión joánica de este milagro. Durante cinco domingos, escucharemos el capítulo 6 del evangelio de Juan, el capítulo más largo y uno de los más densos de los cuatro evangelios. La multiplicación de los panes es el único milagro que es contado por todos los evangelios. De hecho, lo encontramos seis veces, ya que se duplica en Marcos y Mateo. Esto nos hace comprender la importancia que los primeros cristianos le dieron a este evento tan sensacional.

El capítulo 6 de Juan es particularmente rico y profundo desde el punto de vista simbólico. Este “signo” (así llama Juan a los milagros) es meditado y elaborado con gran cuidado, como lo hace con todos los siete “signos” que recoge en su evangelio. En el centro del relato encontramos el “pan”, mencionado 21 veces (de 25 en todo el evangelio de Juan). En el trasfondo de la narración, y del discurso que sigue en la sinagoga de Cafarnaúm, encontramos la referencia a la eucaristía. Recordemos que Juan no cuenta la institución de la eucaristía, reemplazada por el lavatorio de los pies. Aquí presenta su meditación sobre la eucaristía.

El riesgo del reduccionismo

Antes de acercarnos al texto, me parece oportuno subrayar la necesidad de evitar algunos posibles reduccionismos:

1) Concentrar nuestra atención casi exclusivamente en el aspecto milagroso, es decir, en la dimensión histórica, en el “hecho” en sí. Los cuatro evangelistas dan versiones con detalles bastante diferentes. Esto nos hace entender que cada uno de ellos ya hace una relectura en función de su comunidad, por lo que el “hecho” se entrelaza con su interpretación catequética;

2) Considerar del relato solo la dimensión simbólica, vaciando el “signo” de su referencia histórica, reduciéndolo así a una “parábola”. Sin la veracidad del milagro no se explica por qué los evangelistas y la primera comunidad cristiana dieron tanta importancia a este “signo”;

3) Interpretar el relato exclusivamente en clave eucarística. Todos los evangelistas conectan el milagro con la eucaristía, pero la narración tiene un alcance más amplio y más rico. En el texto de Jn 6 la referencia explícita a la eucaristía aparece solo hacia el final del discurso de Jesús;

4) Hacer una lectura unívoca del texto, es decir, solo “religiosa” (el milagro como figura del alimento espiritual), o únicamente “material” (como una simple invitación a la compartición y la solidaridad).

Algunos elementos simbólicos

1) La nueva Pascua. “Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos”. La referencia a la Pascua no es solo una anotación temporal, sino que tiene un alcance simbólico. Esta “gran multitud” ya no va hacia Jerusalén para celebrar la Pascua, sino hacia Jesús. Él es la nueva Pascua que da inicio al éxodo definitivo de nuestra liberación.

2) El nuevo Moisés. “Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos”. Este subir al monte (primero con los discípulos y luego solo) nos recuerda a Moisés. La comparación es aún más evidente si consideramos que inmediatamente después sigue el relato de Jesús caminando sobre el mar (Jn 6,16-21). Jesús es el nuevo Moisés, el nuevo profeta y líder del pueblo de Dios que está por ofrecer el nuevo maná.

3) El verdadero Pastor. “Háganlos sentar. Había mucha hierba en ese lugar”. Esta anotación, además de ser una referencia a la primavera y al período de la Pascua, nos remite al salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes pastos me hace descansar”. Jesús, que reúne a la multitud a su alrededor y percibe sus necesidades, es el Pastor prometido por Dios (Ezequiel 34,23).

4) El nuevo maná. “Recojan los pedazos sobrantes, para que no se pierda nada”. El maná no debía recogerse para el día siguiente, excepto para el día de sábado (Éxodo 16,13-20). Aquí, en cambio, Jesús recomienda recoger los pedazos sobrantes. No tanto para que no se desperdicie nada, sino como una alusión a la eucaristía. “Los recogieron y llenaron doce canastas”, tantas como las doce tribus de Israel, como las horas del día y los meses del año.

Dos puntos de reflexión

1) Convertirse a una visión global del Reino. Notamos, antes que nada, que Jesús se preocupa no solo del hambre espiritual de la gente, sino también del hambre física. No podemos ignorar que, además del hambre de la Palabra, hay también un hambre dramática de pan en el mundo. El Reino de Dios concierne a la totalidad de la persona. En nuestra mentalidad, sin embargo, persiste una visión dualista de la vida, una separación entre la esfera espiritual y la material. “La gente va a la iglesia a rezar; para comer, cada uno vuelve a su casa y se las arregla por su cuenta”: esta es nuestra lógica, muy práctica. Y era la de los apóstoles, como vemos en la versión del relato del evangelio de Lucas, donde ellos dicen a Jesús: “Se está haciendo tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y encuentren alojamiento y comida”. Sin embargo, Jesús parece carecer de sentido práctico y les responde: “Denles ustedes de comer” (Lucas 9,12-13). La Iglesia no puede alienarse de las condiciones en que vive la humanidad “caída en manos de los ladrones”!

2) De la economía del comercio a la del don. “¿Dónde podremos comprar pan para que estos tengan de comer? Lo decía [Jesús a Felipe] para ponerlo a prueba”. ¿Por qué se lo pregunta precisamente a Felipe? Porque es un tipo práctico y despierto (ver Jn 1,46; 14,8-9). De hecho, hace las cuentas rápidamente: “¡Doscientos denarios de pan no son suficientes para que cada uno reciba un pedazo!” Doscientos denarios eran muchos, teniendo en cuenta que un denario era el salario diario de un jornalero. En este punto, interviene Andrés, su amigo y compatriota, ya que Jesús había preguntado “dónde” se podía encontrar pan: “Aquí hay un muchacho que tiene [¿para vender?] cinco panes de cebada y dos peces”, pero al darse cuenta del absurdo, añade rápidamente: “¡pero qué es esto para tanta gente?”. Pero 5+2 hace 7, el número de la plenitud. Para Jesús es más que suficiente. ¡Y el milagro ocurre!

Hoy en día, se ven pocos milagros de este tipo. Como Gedeón, podríamos preguntarnos: “¿Dónde están todos los prodigios que nuestros padres nos han contado?” (Jueces 6,13). Pero si hoy no ocurren los “milagros”, no es porque “la mano del Señor se haya acortado” (Isaías 59,1). Él quisiera realizar muchos milagros: el milagro de hacer cesar el hambre en el mundo, de hacer desaparecer las guerras que matan a sus hijos e hijas y desfiguran su creación, de instaurar definitivamente un mundo nuevo donde reine la paz y la justicia… Sin embargo, hay un problema. Dios, después de crear al hombre, decidió no hacer nada más sin la cooperación de los hombres. El Señor quisiera realizar milagros, pero le faltan los ingredientes que solo nosotros podemos ofrecer. Le faltan los cinco panes de cebada y los dos peces, que nos empeñamos en querer vender, en lugar de compartirlos.

Para la reflexión semanal

1) ¿Cuáles son los “cinco panes de cebada y los dos peces” que el Señor me está pidiendo para cambiar mi vida?
2) ¿Qué lógica predomina en mi vida: la del acaparamiento o la de la solidaridad?
3) Para meditar:
– “Si compartimos el pan del cielo, ¿cómo no compartiremos el de la tierra?” (Didaché);
– “El pan del necesitado es la vida de los pobres, quien se lo quita es un asesino. Mata al prójimo quien le quita el sustento, derrama sangre quien niega el salario al trabajador.” (Sirácida 34,25-27);
– “En el mundo hay suficiente pan para el hambre de todos, pero insuficiente para la avaricia de unos pocos” (Gandhi).

P. Manuel João Pereira Correia MCCJ
Verona, 25 de julio de 2024


Denles ustedes de comer

“Al levantar la vista, Jesús vio que una gran multitud acudía a él, y le preguntó a Felipe: “Dónde compraremos pan para que coma esta gente?”…Felipe le contestó: “Ni doscientos denarios de pan bastarían para que cada uno recibiera un pedazo”… Andrés le dijo: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero, ¿qué es eso para tanta gente?”… Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió entre ellos; lo mismo hizo con los peces, dándoles todo lo que quisieron. Una vez que se saciaron… recogieron doce canastas.” (Juan 6, 5-15)

Como en otras ocasiones, Jesús se preocupa por las necesidades más inmediatas de las personas que lo siguen y se presenta como alguien que vive sentimientos de profunda compasión. Jesús no pasa indiferente ante nadie.

Probablemente, quienes lo andaban siguiendo habían entrado en un estado de emoción y de entusiasmo que no les importó dejar todas sus ordinarias ocupaciones para estar cerca de Jesús.

Habían visto muchos signos y prodigios y tal vez soñaban pensando que finalmente estaba entre ellos quien les resolvería su problemas y necesidades.

Jesús aprovecha de esta situación para dar unas lecciones a sus discípulos y para ponerlos a prueba.

Ciertamente, ante la cantidad de personas que tenían enfrente era imposible pensar que podrían darles fácilmente de comer. Pero para quienes ponen su confianza en el Señor todo se hace posible. Esta será la conclusión a la que tendrán que llegar los discípulos y la experiencia que también nosotros hoy tenemos que hacer.

Una primera lección se presenta a través de esos pocos panes y esos dos pescados que representan, de alguna manera, aquello de lo que disponemos cada uno de nosotros cuando nos ponemos al servicio del Reino de Dios.

Aparentemente lo poco que le presentaron a Jesús era nada ante la magnitud del reto que los discípulos tenían delante de ellos. Cinco panes y dos pescados podrían haber sido interpretados como una ironia.

También para nosotros hoy lo que presentamos al Señor puede ser muy poco, ante nuestros ojos calculadores y nuestras actitudes controladoras con las que pensamos que sabemos y  podemos todo.

Es muy poco cuando usamos nuestros criterios y proyectamos nuestras maneras muy humanas de contemplar la realidad, preocupándonos por querer resolver cualquier cosa con nuestras fuerzas y nuestros recursos.

¿Qué son cinco panes y dos pescados para una multitud? Seguramente nada, si lo vemos desde nuestra perspectiva y nos olvidamos de lo sorprendente que es el Señor siempre.

Para los discípulos era nada, pero, sin pensarlo mucho, nos dan una lección de fe extraordinaria, porque saben que esos cinco panes y dos pescados en las manos de Dios serán suficientes cuando actúe a través de su la Providencia.

La pregunta de Jesús a Felipe, por otra parte, nos enseña que confiando sólo en nosotros mismos nunca llegaremos lejos y nos sentiremos incapaces de responder a las exigencias de nuestro compromiso cristiano. Pero cuando ponemos nuestra confianza en Dios y dejamos que él se manifieste a través de nosotros, los milagros se convierten en una realidad.

La segunda lección, con la provocación de Jesús, invitando a dar de comer a la multitud, nos damos cuenta que en la misión de trabajar por el Reino todos tenemos algo que aportar, algo que recibir de los demás y seguramente mucho que compartir.

Como a los discípulos de su tiempo, Jesús nos involucra en su misión, en la tarea que le ha confiado su Padre, y nos hace ver que cada uno ha recibido gracias, virtudes y talentos que estamos llamados a compartir con los demás.

Jesús nos enseña que el Reino de Dios se construye cuando, como hermanos nos hacemos responsables de los demás, cuando no pasamos indiferentes ante el dolor y el sufrimiento de quien está a nuestro lado.

Cuando dando lo que somos y lo que tenemos, nos abrimos a las riquezas que representan los demás en nuestra vida.

Hablando de nuestros cinco panes y dos pescados, todos podemos llegar a entender, como decían hace algún tiempo en algunos grupos  de jóvenes, que nadie es tan rico que no pueda recibir algo y nadie es tan pobre que no pueda dar y compartir, aún desde su pobreza.

De esta manera nos damos cuenta que la propuesta de modelo de vida que nos hace Jesús pone en el centro a las personas, les reconoce su dignidad y los valores con los que han sido enriquecidas.

Ahí nace la convicción de que ninguna persona puede ser desechada o marginada en nuestra sociedad; todos tenemos un lugar y una tarea que cumplir en el proyecto de Dios para esta humanidad en la que nos ha tocado vivir.

Tercera lección esta aparece clara al final del relato que nos cuenta aquí san Juan. La enseñanza nos llega a través de las doce canastas de sobras que recogen después de que aquella multitud de cinco mil personas había satisfecho todas sus necesidades.

Es la lección que nos permite descubrir la presencia de Dios a través de su Providencia. Dios es el único capaz de satisfacer lo que nuestro corazón anhela y desea. Al final lo importante no es llenar el estómago de comida, sino el corazón de lo que le da sentido a nuestra vida.

Sólo con la bendición de Dios, que llega a nosotros a través de la presencia de Jesús en nuestras vidas, podemos sentirnos satisfechos en todo lo que la vida nos presenta como necesidades.

Y, de muchas maneras, nos damos cuenta de que Dios no se cansa de velar por nosotros y nos sorprende a cada instante llenando nuestra vida de aquello que nos hace verdaderamente felices.

Sólo Dios es quien puede llenar el espacio de nuestro corazón y sólo él es quien se alegra dándonos abundantemente lo que nos permite vivir serenos, sin tener que preocuparnos por lo que será el mañana.

Vivir la experiencia de la Providencia de Dios en nuestras vidas abre nuestros horizontes y nos permite reconocer que cuando estamos llenos de Dios y nos confiamos a él poniendo todo en sus manos, él nunca nos defrauda y siempre nos demuestra que somos lo que lleva en lo más hondo de su corazón. Nos cuida más que a las niñas de sus ojos.

Dejemos pues que Jesús nos contemple con su mirada compasiva, llena de piedad y de misericordia.

Sintámonos parte de esa multitud que lo busca porque, de alguna manera, hemos intuido que en él está el secreto de la alegría en nuestra vida.

Como el apóstol Andrés, acerquémonos con humildad diciéndole: aquí hemos encontrado estos cuantos panes y pescados. Lo poco que somos lo ponemos a tu disposición.

Queremos entregarte lo que llevamos en nuestras manos,  con la confianza de que la Providencia de Dios nos lo multiplicará y nos bendecirá con mucho para compartirlo con nuestros hermanos.

Preguntémonos con sencillez, ¿Cuáles son mis cinco panes y mis dos pescados? ¿Qué dones y bendiciones he recibido del Señor para poder enriquecer a mis hermanos?

Finalmente, demos gracias porque hemos sido bendecidos por Dios con su Providencia y con la invitación a compartir la aventura de construir su Reino juntos con muchos hermanos y hermanas.

Enrique Sánchez G. Mccj