Domingo XXI ordinario. Año B

¿También ustedes quieren irse?

Año B – Tiempo Ordinario – 21º domingo
Juan 6,60-69: “¿También ustedes quieren irse?”

“Muchos discípulos de Jesús que lo habían oído decían: “¡Es dura esta enseñanza! ¿Quién puede aceptarla?”. Dándose cuenta de que sus discípulos murmuraban, Jesús les preguntó: “¿Esto los escandaliza? Entonces, ¿qué sucederá cuando vean al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que da vida la carne de nada ayuda. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Pero hay algunos entre ustedes que se niegan a creer”. Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y añadió: ”Por esto les he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre”.

Desde ese momento, muchos de sus discípulos lo abandonaron y no andaban más con él. Entonces Jesús preguntó a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Nosotros hemos creído y reconocido que tú eres el Santo de Dios”.

Parece que la historia de nuestra relación con Dios se repite siempre. En el Antiguo Testamento Josue interpeló al pueblo de Israel llamándolo a dar una respuesta a la pregunta si querían estar con el Señor o preferían irse a adorar a los ídolos que iban encontrando en su camino a la tierra prometida.

En aquella ocasión la respuesta fue el reconocimiento de Dios como el Señor de Israel, quien los había sacado de la esclavitud y les había permitido tomar posesión de la tierra que hacía de ellos un pueblo, el pueblo de Dios.

En el texto del Evangelio, muchos discípulos se fueron alejando de Jesús, porque les parecía que su propuesta era demasiado exigente. Era una dura enseñanza que seguramente implicaba un estilo de vida distinto a lo que estaban acostumbrados.

Quienes empezaban a conocer a Jesús de cerca se iban dando cuenta de que su enseñanza no era una simple adaptación de la ley o la atenuación o relajamiento de algunas de las costumbres y tradiciones que se habían consolidado en la experiencia religiosa de su tiempo.

El anuncio de la llegada del Reino, como la novedad traída por Jesús, implicaba un cambio radical de vida en donde lo más importante no era agradar y complacer a Dios, sino vivir de Dios poniéndolo en el centro de la vida.

La enseñanza de Jesús se iba haciendo clara, sobre todo, a través del ejemplo de su vida, de la coherencia entre lo que decía y lo que vivía, del amor por su Padre que se traducía en amor por los hermanos.

Jesús hablaba con su vida y actuaba en fidelidad y consecuencia a cada una de sus palabras.

Jesús era una persona sin doblez en la cual se manifestaba, sin necesidad de muchas explicaciones, la presencia de Dios en él. Y su testimonio se convertía en invitación a seguir sus pasos para compartir con él la vida.

Hoy, esa historia se convierte en nuestra historia y Jesús nos hace la misma pregunta que hizo a sus discípulos. ¿También ustedes quieren irse? ¿También a ustedes les parece demasiado dura esta enseñanza?

Para muchos de nuestros contemporáneos parece que la respuesta es afirmativa.

Vemos a muchas personas que iniciaron su vida como discípulos de Jesús, pero poco a poco se han ido enfriando y han ido dejando que su corazón se apoderara o se llenara de otros intereses.

Jesús empezó a ser incómodo porque nos pide tiempo para estar con él, porque nos invita a organizar nuestra vida poniendo como cimientos los valores del evangelio, porque nos pone el ejemplo con su entrega y dedicación a los más necesitados, porque no se echa para atrás ante el sacrificio y la donación de sí mismo, de su vida, para que otros tengan vida.

Hay muchas personas que se alejan de la Iglesia y de Jesús porque les parece que se les exige vivir una moral y una coherencia de vida que desentona con lo que propone nuestra sociedad actual. Es demasiado y ¿por qué habría que renunciar a la comodidad y al confort que hemos logrado?

Por otra parte, es triste ver cuántos jóvenes hoy, después de haber cumplido con los sacramentos de la iniciación, se quedan a la entrada de su experiencia de fe porque en las universidades les cambiaron el chip y les hicieron creer que la fe es algo que ha quedado en el pasado.

Hay muchos cristianos, y entre ellos seguramente también algunos de nosotros, que en el momento de dar prueba de nuestra confianza en el Señor nos hemos acobardado y preferimos ser discípulos desde la retaguardia, en donde no estemos muy expuestos y en donde no se nos pidan muchos sacrificios.

Preferimos ser los discípulos que aparecen sólo en las grandes ocasiones o que marcar presencia en bodas, quince años o en algunos funerales.

Hay discípulos que están, sin estar verdaderamente, que se han acercado al Señor, pero que no se han atrevido a quedarse porque resulta más confortable acomodarse a un mundo en donde cada uno va creando y respondiendo a sus necesidades.

Son los discípulos que se van sin hacer mucho ruido, porque en realidad nunca han entrado.

¿También ustedes quieren irse? Esta es la pregunta de Jesús a cada uno de nosotros, pero, tal vez, lo que necesitamos interrogarnos es ¿por qué queremos quedarnos?

¿Qué es lo que encontramos en Jesús que nos impide abandonarlo? ¿Qué nos ofrece que no podamos encontrar en otra parte?

Pedro se nos adelantó dando una respuesta que no está cargada de explicaciones ni de grandes motivaciones. Simplemente dejó que su corazón hablara para mostrar que en Jesús había encontrado lo que más profundamente anhelaba.

Deseaba vivir plenamente, deseaba descubrirse como hijo de Dios; soñaba encontrar una palabra que respondiera a la necesidad de otra Palabra, de aquella Palabra que se había hecho carne para ser presencia de Dios entre nosotros.

¿A quién más se podría ir, cuando a través de muchos signos y prodigios, pero sobre todo, a través de una presencia cercana, de una vida compartida, Jesús se  había manifestado como el Mesías, el único capaz de terminar con los miedos y desconfianzas?

Jesús era y sigue siendo la Palabra que nos comunica la vida eterna, que nos hace salir de nuestros mundos estrechos y nos abre al amor verdadero y solidario con todos nuestros hermanos.

¿A quién iremos Señor? Es la pregunta que no deberíamos eludir. ¿A quién iremos si queremos respuestas que nos abran espacios de vida? ¿A quién iremos si buscamos vivir como discípulos tuyos?

¿A quién iremos si sólo tú tienes palabras de vida eterna?

Enrique Sánchez G. Mccj 082524


21º Domingo del Tiempo Ordinario (B)
Juan 6,60-69: “Señor, ¿a quién iremos?”
¡EL DÍA DEL GRAN ESCÁNDALO!

Hemos llegado al final del capítulo 6 del evangelio de Juan, que hemos escuchado durante cinco domingos, interrumpiendo la lectura del evangelio de Marcos, prevista por el calendario litúrgico de este año. El pasaje de hoy nos presenta la reacción de los discípulos de Jesús al discurso que él acababa de concluir en la sinagoga de Cafarnaúm, al día siguiente del milagro de la multiplicación de los cinco panes y dos peces. Ya no se habla de la multitud o de los judíos, sino del grupo de discípulos que toman posición frente a la afirmación de Jesús de ser el Pan/Palabra y el Pan/comida y bebida descendido del cielo.

El pasaje se divide en dos partes. En la primera, encontramos al grupo de sus seguidores que murmura: “¡Este lenguaje es duro! ¿Quién puede escucharlo?”. Estos discípulos se escandalizan y deciden marcharse. En la segunda parte del texto, Jesús interpela al grupo de los Doce, preguntándoles: “¿También vosotros queréis iros?”. San Pedro se convierte en el portavoz del grupo y responde: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios”.

Este es un momento dramático de crisis en el ministerio de Jesús, que corresponde al de su fracaso en Nazaret, reportado por los tres evangelios sinópticos. Allí Jesús había reaccionado con asombro, aquí con amargura. ¡No creamos que Jesús fuera indiferente o insensible a las reacciones de sus oyentes! Él también experimentó todos nuestros sentimientos. En este caso, podemos pensar que sintió tristeza, frustración y amargura por la cerrazón de corazón de los oyentes.

¿Qué decir de los Doce? Es la primera vez que aparece el grupo en el evangelio de Juan. Quizás ni siquiera ellos entendieron mucho y una mezcla de pensamientos y sentimientos llenó de confusión sus mentes y sus corazones. Pedro habla aquí por primera vez y con su profesión de fe ayuda al grupo a recuperar la cohesión. Pero nada será como antes. Además de la incredulidad y el abandono de muchos, ahora flota sobre el grupo la negra nube del anuncio de una traición.

Puntos de reflexión

1. “¡Elegid hoy a quién servir!” Hay momentos en que estamos obligados a tomar una decisión y a jugar nuestra vida. “¡Elegid hoy a quién servir!”, dice Josué a las doce tribus reunidas en Siquem (Josué 24, primera lectura). “¿También vosotros queréis iros?”, pregunta Jesús a los Doce. Nosotros, lamentablemente, a veces tendemos a posponer nuestras decisiones y a avanzar con un pie en dos zapatos, tratando de mantener abiertas todas las posibilidades. ¡Pero quien quiera salvar su vida, la perderá!

2. “¡Aunque todos te abandonen, yo nunca te abandonaré!” Llama la atención el hecho de que Jesús esté dispuesto a dejar ir incluso al grupo de los Doce y a retomar la misión solo. Solo, pero sólido. En el momento supremo dirá: “Me dejaréis solo; pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Juan 16,32).
En este momento histórico en que la fe cristiana ya no goza del consenso social, cuando se cumple, una vez más, la palabra del evangelio: “Muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él”, necesitamos cristianos sinceros y generosos como Pedro. Dios quiera que, a pesar de la aguda conciencia de nuestra fragilidad, podamos decir como él, en un arranque de confianza simple como la de un niño: “¡Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré!” (Mateo 26,33).

P. Manuel João Pereira Correia, mccj

Para la reflexión completa: comboni2000.org