“Les anuncio una buena noticia…”

Así comienza el mensaje que el ángel da a los pastores ante el nacimiento de Jesús. El evangelio narra que el coro celeste entonó el Gloria a Dios en las alturas…

Por: P. Wédipo Paixão

Jesús dedicó su vida, palabras y obras a demostrar que Dios ama a todos. Él nos invitó a entrar en la lógica de su reinado: en donde «el mayor» es quien sirve por amor, donde la justicia verdadera no consiste en la venganza y donde el corazón es el verdadero santuario donde Dios habita.

Así que estos tiempos de Adviento y Navidad nos convocan para acercarnos a la ternura del «Dios-con-nosotros encarnado», quien nos revela el proyecto del Padre para la humanidad. En consecuencia, esto nos compromete para responder a la invitación que Él nos hace: ser también partícipes en el anuncio y construcción de su proyecto.

Podemos examinar la centralidad de la encarnación, sin negar la importancia de la cruz; de hecho, podemos preguntarnos, ¿qué significa para Dios hacerse humano? ¿Qué nos dice eso sobre la relación de Dios con la humanidad? Si tomamos la encarnación como tema central, y miramos a Jesús como la revelación más perfecta de Dios, entonces, eso nos ofrece «un lente», no sólo para entender toda la Escritura, sino para interpretar nuestras propias acciones en relación con Dios y con otros, a medida que avanzamos en nuestra vida.

El hecho de examinar las acciones de Jesús con quienes eran vistos en su época como los «otros», nos da una idea de lo que Él consideraba «inclusivo». Dios «hecho carne» se sentó con pecadores, conocidos, trabajadoras sexuales y recaudadores de impuestos, todas las personas marginadas de la sociedad.

En un relato del evangelio de Juan, Jesús se sentó junto a un pozo y tuvo una conversación con una mujer que se había casado cinco veces, algo que se consideraría escandaloso en varios niveles, porque era una forastera samaritana y porque los hombres judíos devotos y los rabinos o maestros, no hablaban con mujeres con las que no estaban relacionados, al menos no solos. Jesús dijo que debía pasar por Samaria, y para atravesar dicha región tomó el camino más largo, aquel que evitaría la mayoría de la gente; se sentó junto al pozo como si tuviera una cita con esta mujer marginada de una nación despreciada. Los discípulos quedan asombrados y, podemos deducir, un poco escandalizados cuando regresan para encontrarlo solo con ella. Adondequiera que miremos, Dios nos muestra que su Buena Noticia es que nadie se queda fuera de su amor.

Entonces, el Evangelio es Buena Nueva en la medida en que vivimos encarnados en el espacio comunitario. Noticia que podemos creer como individuos, pero que no es algo que podamos vivir en el terreno individual. El Evangelio es un llamado a participar en la obra de reconciliación y paz (shalom). La Buena Noticia es que nadie queda fuera, ni siquiera usted; y que, participar en el Evangelio, significa vivir una práctica encarnada que tampoco deje nada ni a nadie fuera de los límites de una comunidad justa, equitativa y próspera.

Hay muchas personas esperando por esa Buena Nueva, pero falta quien vaya a anunciarla a sus destinatarios: los pobres, los enfermos, los jóvenes, los migrantes, los olvidados por la cultura del consumismo y el egoísmo. Muchos necesitan una Noticia que les devuelva su dignidad y alegría; una novedad que encienda nuevamente la esperanza en sus corazones.

Faltan hombres y mujeres que se alisten para servir en esta causa tan noble de la misión, y que, experimentando ese amor incondicional de Jesús, dejen todo y vayan a anunciarlo con su vida a donde el Señor los envíe.

Dios se hizo peregrino; no le bastó con amarnos, Él quiso revelarnos su amor. Desde la creación del ser humano, Él «se puso en camino» en la persona de su Hijo. En el inicio, el Hijo era la Palabra con la que Dios hablaba a los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento: apeló a la conciencia de Abrahán; se encontró con Moisés en el monte Sinaí; caminó con el pueblo de Israel por el desierto, haciéndose nube de fuego para indicar la dirección; armó su tienda y acampó con ellos; pidió un templo para quedarse cerca de sus casas, pero ni este deseo satisfecho detuvo la peregrinación de Dios.

Finalmente, se sumergió en la humanidad y puso su corazón a disposición del ser humano. ¡Qué riesgo! Jesús es Dios peregrinando en la tierra, Él podía haber estado eternamente en su seguridad del cielo, pero quiso hacer del mundo su santuario.

«Todo niño quiere ser hombre, todo hombre quiere ser rey, todo rey quiere ser Dios, sólo Dios quiso ser niño».