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Votos perpetuos y diaconado de Emmanuel Likonye. “Un tesoro en una vasija de barro”.

El 16 de agosto de 2024, la Provincia Sudafricana de los Misioneros Combonianos fue testigo de la profesión de los votos perpetuos del Escolástico Emmanuel Likonye, que actualmente está haciendo su servicio misionero en la parroquia de Acornhoek, diócesis de Witbank, en la República de Sudáfrica. El domingo 17 fue ordenado diácono en la misma parroquia por el obispo Thaddeus Xolelo Kumalo, de la diócesis de Witbank. (En la foto, Emmanuel Likonye y el P. John Baptist Opargiw, Superior Provincial de Sudáfrica).

Por. P. Robert Ndungu, desde Akornhoek, Sudáfrica
comboni.org

El P. John Baptist Opargiw, Superior Provincial, presidió la Santa Misa y, en nombre del Superior General, recibió los votos perpetuos de Emmanuel en presencia de otros cohermanos que trabajan en la zona de Lowveld, dos religiosas y algunos feligreses de la parroquia Maria Assumpta de Acornhoek.

En su homilía, el P. John Baptist recordó a todos los presentes que la celebración de la consagración religiosa «es realmente un gesto gratuito e inmerecido del amor de Dios por nosotros y por Emmanuel. Es, en efecto, una gracia, un don que es un tesoro en vasija de barro». Reiteró la necesidad de renovar nuestro «Sí» a Dios cada día de nuestra vida. Y tomando prestada la lectura de la Escritura sobre la llamada de Samuel, el P. JB subrayó que Dios nunca ha dejado de llamar a la gente a servirle. En efecto, Emmanuel puede situar su propia llamada entre los relatos bíblicos e históricos de grandes figuras como Abraham, Moisés, Pedro, Pablo, Mateo, Comboni y muchos otros. De hecho, la profesión perpetua de Emmanuel es un recordatorio continuo para todos los presentes de que estamos invitados a ofrecer a Dios lo mejor, un sacrificio vivo, puro y sin mancha.

El P. Opargiw lo expresó muy bien: «La profesión religiosa que celebramos hoy es una cuestión de amor. La calidad de nuestro amor a Dios y a nuestros hermanos y hermanas nos ayudará a vivir la Castidad como una entrega total por el bien de los demás; también nos ayudará a vivir la Obediencia priorizando humildemente la voluntad de Dios y el bien común sobre nuestros deseos personales y, finalmente, nos ayudará a vivir la Pobreza como una experiencia de una buena ética del trabajo, del compartir, del desapego de las posesiones materiales y de la dependencia de Dios y de la comunidad».

Después de la misa, todos los presentes participaron en una comida preparada por la comunidad comboniana de Acornhoek.

Al día siguiente, domingo 18, Emmanuel fue ordenado diácono en una misa en la misma parroquia presidida por el obispo Thaddeus Xolelo Kumalo, de la diócesis de Witbank a la que asistió una gran muchedumbre. El nuevo diácono permanecerá en la parroquia de Acornhoek hasta diciembre para ejercer su ministero diaconal.

“Dios escuchó nuestras oraciones”. Nueva Diócesis de Bentiu, en Sudán del Sur

“Estamos alegres porque Dios escuchó nuestras oraciones y nos bendijo con una nueva diócesis y un obispo nuevo”. La alegría y acción de gracias caracterizaron la creación de la nueva Diócesis de Bentiu y la instalación de su primer obispo, monseñor Christian Carlassare, que es un misionero comboniano.

P. Fernando González GatKuoth
Desde Bentiu, Sudán del Sur

La fiesta comenzó el jueves 8 de agosto cuando monseñor Carlassare llegó al aeropuerto de Rubkona (cercano a Bentiu). Fue recibido por una delegación compuesta por representantes de la Iglesia y del gobierno del Unity State. El prelado llegó acompañado por el obispo de Malakal monseñor Stephen Nyodho Ador Majwak, el P. John Malou Beny, vicario general de la Diócesis de Rumbek, el padre Fernando González Galarza, secretario general de la misión de los misioneros combonianos del Corazón de Jesús, que representó al Superior General, el P. Tesfaye Tadesse Gebresilasie, y una docena de sacerdotes de la nueva Diócesis de Bentiu, de la Diócesis de la Malakal y de la Diócesis de Rumbek. La ceremonia de bienvenida en el aeropuerto fue breve y muy festiva: cantos, danzas, saludos, regalos y símbolos de bienvenida.

La caravana comenzó su peregrinación hacia Bentiu. En primer lugar, se dirigió a la misión de Yoynyang, fundada en 1925 por los misioneros combonianos y dedicada a Nuestra Señora del Rosario. Es la primera misión en la historia de la nueva Diócesis de Bentiu. Monseñor Stephen Nyodho explicó a la multitud que el objetivo de su visita era la inauguración de la nueva Diócesis de Bentiu creada por su santidad el Papa Francisco y para acompañar a monseñor Christian Carlassare en su nueva misión como primer obispo de la diócesis naciente e invitó a todos a recibir con alegría su nuevo pastor y a trabajar junto con él. A su vez monseñor Carlassare se dirigió a la multitud y manifestó su disponibilidad y alegría en llevar adelante esta nueva misión que el Papa Francisco le encomendó e invitó a todos a formar una sola familia en la Iglesia, en comunión Cristo. La multitud acompañó las palabras de ambos obispos con aplausos, cantos, gritos de júbilo y danzas.

El camino rumbo a Bentiu continuó con una multitud que era cada vez mayor ya que en las calles se unía más gente a la marcha. Todos vestían los uniformes coloridos representativos de sus parroquias y grupos parroquiales (Legión de María, coros, etc.) y portaban su bandera o estandarte que los representaba. Finalmente, entre cantos y danzas, la comitiva y la multitud que los acompañaba llegaron a la parroquia de Bentiu, dedicada a san Martín de Porres. Varios coros y grupos parroquiales ya los esperaban.

El obispo Stephen Nyodho informó que acompañaba al obispo Christian Carlassare para la inauguración de la nueva Diócesis de Bentiu, entregarle su nueva oficina y presentarlo al pueblo de Dios como su nuevo pastor. El obispo Christian dijo que promoverá la paz y la unidad en toda la diócesis. También agradeció la afectuosa recepción en la que participaron miles de personas. El vicegobernador James Tor Tungwar dio la bienvenida al nuevo obispo: “Nosotros, el gobierno del Unity State, le damos la bienvenida y esperamos un periodo de paz y unidad”. La bienvenida terminó y fue animada por cantos de diversos coros y gritos de júbilo de las mujeres.

El 10 de agosto, por la tarde, víspera de la gran celebración, llovió alrededor de tres horas. La gente interpretó esta tormenta como signo de que Dios bendecía al pueblo católico del Unity State con una nueva diócesis y un nuevo obispo, confirmando así, que había escuchado sus oraciones y que a través de la nueva diócesis seguirá derramando bendiciones abundantes sobre ellos. Además, el Unity State está también estrenando un gobernador nuevo, que es católico. En la cultura del pueblo nuer la lluvia es siempre una bendición, aunque en ocasiones causa desastres.

El día tan esperado llegó: el 11 de agosto de 2024, marcó no sólo la historia de la Iglesia en Sudán del Sur, sino también la historia del país, porque el nacimiento de una nueva diócesis tiene repercusiones positivas más allá del pueblo católico, más allá de la Iglesia. La celebración eucarística se realizó en el terreno que el gobierno del Unity State regaló a la diócesis para que ahí se construya la catedral, la casa del obispo y otros edificios necesarios para el buen funcionamiento de la naciente diócesis.

Antes de iniciar la celebración eucarística se leyeron y mostraron al pueblo de Dios las bulas papales de la creación de la Diócesis de Bentiu y el nombramiento de monseñor Christian Carlassare como primer obispo. Él, también, hizo la Profesión de Fe y el Juramento de Fidelidad a la Iglesia. Presidió la celebración eucarística como obispo titular de la nueva diócesis. Participaron varios lideres de la Iglesia de Sudán del Sur, entre ellos: su eminencia Stephen Cardenal Martin Ameyu, arzobispo de Juba y el obispo de Malakal, Mons. Stephen Nyodho Ador Majwak, junto con otros obispos. Participaron también prominentes miembros del gobierno del país y del Unity State, entre ellos: la ministra de Asuntos Internos: Angelina Teny, que es católica, y el gobernador del Unity State: Justice Riek Bim.

En su homilía, monseñor Carlassare exhortó a todos los fieles católicos a trabajar en comunión con él para construir juntos esta nueva diócesis y ser una sola familia en Cristo Jesús. A su vez, el cardenal Stephen Martin Ameyu reconoció la fortaleza en la fe, la resiliencia del pueblo católico al enfrentar grandes retos y conflictos, y su perseverancia en la oración que se han visto coronados con esta nueva diócesis. Por su parte, monseñor Stephen Nyodho Ador Majwak señaló que la creación de una nueva diócesis no es una división, por el contrario, fortalece la presencia y el servicio de la Iglesia al pueblo de Dios. Tanto la ministra de asuntos internos Angelina Teny y el gobernador del Unity State prometieron la colaboración del gobierno nacional y estatal en el crecimiento y desarrollo de la Diócesis de Bentiu. La ceremonia que duró tres horas estuvo animada por diversos coros, grupos de danza litúrgica y equipos de liturgia de varias parroquias.

Por la tarde, monseñor Carlassare convivió con fieles de las diversas parroquias de la Diócesis de Bentiu y representantes de algunas parroquias de las diócesis vecinas de MalaKal y Rumbek. El obispo recibió una gran variedad de regalos: grandes toros, borregos, cabras, ropas, collares de chaquira y tantas otras cosas más según la creatividad de cada comunidad cristiana. Cada delegación presentó su regalo entonando un canto y realizando una danza. Fue el primer encuentro informal entre el nuevo pastor y su rebaño. Un momento marcado por la familiaridad, la cercanía, la alegría, la fe, la generosidad y la esperanza de que Dios está creando cosas nuevas y que Dios seguirá derramando bendiciones abundantes sobres su pueblo amado a través de la Diócesis de Bentiu y de su primer pastor el obispo Christian Carlassare.

Las celebraciones por la nueva diócesis y nuevo obispo terminaron el 12 de agosto cuando monseñor Carlassare celebró una Misa de acción de gracias a Dios. También agradeció a quienes colaboraron en la organización y realización de todos los eventos realizados. Las autoridades eclesiásticas ya habían regresado a Juba, la capital del Sudán del Sur. El nuevo obispo estuvo acompañado por su clero, representantes de los diferentes ministerios de las diversas parroquias, algunos sacerdotes de las diócesis de Malakal y Rumbek, el vicario general de la diócesis de Rumbek P. John Malou Beny y el P. Fernando González Galarza, representante de los misioneros combonianos. Participaron también por parte del gobierno: la ministra de Asuntos Internos, Angelina Teny, y el gobernador del Unity State, Justice Riek Bim. En su mensaje, el gobernador dijo que trabajará junto con el obispo por la paz, la reconciliación y la unidad dentro de la diócesis, pero también con las diócesis y estados vecinos. El P. Fernando leyó el mensaje que el P. Tesfaye Tadesse Gebresilasie, Superior General de los misioneros combonianos, envió a monseñor Carlassare, en el cual lo felicitaba por su nombramiento y le manifestó que el Consejo General y los misioneros combonianos lo tendrán siempre presentes en sus oraciones y que colaborarán con él. La celebración litúrgica fue animada por los coros y grupos de danza litúrgica de la parroquia de San José Obrero, de la cual el padre Fernando fue párroco durante 14 años.

Todo lo vivido en estos días se puede resumir en cuatro palabras: Agradecimiento, Fe, Alegría y Esperanza. 

Agradecimiento: Todas las celebraciones fueron de agradecimiento a Dios por los dos grandes regalos que dio a su pueblo amado: una nueva diócesis y un nuevo obispo, a través de los cuales seguirá bendiciendo esta porción de su amado rebaño. 

Fe: Todos en la Diócesis de Bentiu creen firmemente que Dios escuchó sus oraciones, vio su situación, escuchó sus lamentos y, como en el pasado mandó a Moisés a liberar a su pueblo, a este pueblo que clamó a él, le da una diócesis y un pastor que los guíe por los senderos de la vida. 

Alegría: Todas las celebraciones litúrgicas y no litúrgicas se celebraron en un ambiente festivo al ritmo de los tambores, los cantos, las danzas, los gritos de júbilo. La mejor manera que el pueblo católico de la diócesis tiene para expresar su gratitud a Dios y su alegría por los dones recibidos es cantar, bailar, alabar y gritar de gozo por lo maravilloso que Dios ha estado con ellos. 

Esperanza: Todo nuevo inicio es un motivo de esperanza. Si todo se inicia con confianza en Dios, agradecimiento por los dones recibidos y la decisión de trabajar juntos por el bien común, el futuro no sólo se ve prometedor, más bien se confía que estará lleno de las bendiciones de Dios y, además, la labor evangelizadora del obispo, sus agentes pastorales y los fieles católico producirá muchos frutos de vida.

15 de Agosto: Asunción de María

Bendita eres tú entre las mujeres.

“En esos días, María partió y se fue rapidamente a la región montañosa, a una ciudad de Judá, entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, exclamando con voz fuerte, dijo: “¡Bendita eres tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Cómo es que viene a mí la madre de mi Señor?” (Lucas 1, 39-56)

Celebramos hoy la Asunción de María a los cielos y festejamos llenos de alegría esta gran solemnidad, pues nos unimos a toda la Iglesia que reconoce a María como madre única y extraordinaria en quien hemos recibido el don más bello que se nos haya concedido.

María es la madre del Señor y es madre nuestra, pues, a los pies de la cruz, Jesús mismo nos la ha entregado como herencia, como lo más valioso que podía dejarnos para que pudiésemos seguir en el camino de nuestro peregrinar terreno en buena compañía como discípulos suyos.

Ella, que había sido elegida desde la eternidad para ser la madre del Verbo de Dios hecho carne como uno de nosotros.

Ella, que abrió su corazón al misterio de Dios, convirtiéndose en la primera creyente y discípula de su hijo. Se convierte ahora en maestra de los que deseamos seguir a Jesús como aprendices de discípulos y misioneros de su presencia en nuestro mundo.

Ella, que lo acompañó discreta, pero fielmente hasta el sepulcro. Desde su sencillez nos enseña a amar a su Hijo más con los hechos que con las palabras.

Ella, la primera que se presentó como testigo de la resurrección. Con su silencio nos enseña el lenguaje de la esperanza, de la confianza y del amor.

Ella es y será siempre la mejor madre que pudimos haber recibido como don de Dios. Ella es la que nos transmite la vida de su Hijo llevándonos de la mano a través de la experiencia de la fe que nos reta a vivir confiando.

El evangelio de este día nos la presenta en camino, presurosa, seguramente llena de alegría porque va llena del Espíritu Santo y no puede contener la felicidad que lleva en su vientre y en su corazón.

Va de prisa porque la misión, la tarea de compartir con otros la Buena Noticia ha sido y sigue siendo algo urgente que no puede esperar.

Ser la madre del Salvador es algo que se tiene que gritar hasta los rincones del universo, no porque se trata de un privilegio, sino porque ha sido lo más bello que pudo haber hecho nuestro Padre Dios para ocupar un lugar entre nosotros.

María, habiendo dado su respuesta y luego de haber aceptado el plan de Dios en su vida, sale de su tierra y sale de ella misma convirtiéndose en anunciadora y en discípula del Señor que llena toda su vida.

Así es siempre, cuando el Espíritu de Dios llena los corazones, ya no hay lugar para quedarse tranquilos; ya no se puede vivir encerrados en sí mismos, ya no se puede contener la alegría que se lleva dentro.

La madre del Señor corre por las montañas de Judea y va al encuentro de quien más la necesita. Va a ponerse al servicio de los demás, va a contagiar la felicidad que lleva consigo; va a compartir la vida con quienes más lo necesitan.

Y así, sin muchas palabras, María vive su rol de madre. Así, custodia la vida que lleva en su seno y se entrega para que otros tengan la misma oportunidad de vivir en plenitud.

Ella es la madre que se entrega a través de un servicio que permanece discreto, que no busca protagonismos, que produce júbilo en el corazón de los demás.

Dichosa tú entre todas las mujeres, son las palabras de Isabel, pero son también las palabras de todos aquellos que nos sentimos felices de tener a María como madre.

Nos sentimos dichosos con ella porque teniéndola por madre compartimos con ella el don de su vocación y el ejemplo de su respuesta de fe generosa. Nos sentimos honrrados por compartir su compañía y su cercanía a cada paso de nuestro peregrinar por este mundo.

Nos sentimos dichosos por saberla ahí, tan cercana y tan solidaria en los momentos de obscuridad, de dificultad y de cansancio. Nos regocija el alma cuando podemos compartir con ella nuestros logros y nuestras metas.

Ella  está siempre ahí, como buena y santa madre, como madre de Dios y madre nuestra.

Creo que también a nosotros nos nace espontáneamente decir:  “¡Bendita eres tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! “ porque sólo podemos decir cosas buenas de María. Sólo podemos reconocer lo favorecida que ha sido por Dios, quien supo escogerse la mejor de las madres.

Viéndola subir a los cielos reconocemos que ahí es en donde merece estar, en cuerpo y alma, porque nos ha enseñado cómo tendríamos que entregar nuestro corazón para que Dios pueda realizar en nosotros todos sus proyectos; porque, como a María, también a nosotros nos llama y nos ama.

María es llevada al cielo, pero tenemos la certeza de que no nos abandona. Su presencia es aún más cercana y su protección más sentida.

Que la Asunción de María nos recuerde siempre que tenemos una madre que nos cuida y nos protege, nos guía por senderos seguros de vida y vela por cada uno de nosotros, pues, como buena madre nunca agotará su amor por los hijos que esperamos un día poder gozar de su compañía por toda la eternidad en donde Dios la ha colocado al final de sus días.

Gracias, María, por ser madre y señora, por ser presencia amable de Dios, quien por tu medio ha querido quedarse entre nosotros.

P. Enrique Sánchez G. Mccj

Ilaria y Federica, misioneras laicas combonianas italianas en Carapira

Este mes pasado recibimos nuestro “primer bautismo africano”, o mejor dicho, las dos nos contagiamos de malaria. Esto nos sorprendió mucho, pero nos permitió reflexionar mucho sobre lo que viven cada día cada uno de los mozambiqueños con esta enfermedad, los que pueden permitirse el tratamiento, y los que pierden la vida por no tener dinero para acceder a la prueba y empezar el tratamiento, y la lucha por recuperar la energía para volver a ponerse en marcha.

Por todo ello, a principios de junio tuvimos que despedirnos con gran dolor del párroco de la parroquia de Carapira, que tuvo que regresar urgentemente a su tierra a causa de la malaria continua. Su sufrimiento era muy grande, tanto por lo que estaba viviendo a causa de la malaria, como por tener que dejar esta tierra que tanto amaba. Para nosotras fue como un rayo, porque antes de ser un buen párroco, era un hermano humilde que estaba siempre al servicio de todos, era un hermoso testimonio para ver y tocar. En cualquier caso, también estamos muy contentas con los Combonianos que están aquí con nosotras, realmente estamos viviendo y respirando tanta plenitud y vida profunda con ellos en este momento.

Cada día, encontramos por ambas partes como ‘una pequeña excusa’ para encontrarnos siempre y construir pieza a pieza una comunión de fraternidad y de verdadero testimonio. Aquí, cerca de la casa, hay también algunas monjas que pertenecen a otro instituto religioso, pero incluso con ellas se ha creado una hermosa relación de armonía y complicidad. Esto es ciertamente muy importante, porque nos permite conocernos y sentirnos como una familia ampliada, pero sobre todo nos hace sentirnos al lado de los hermanos más solos y abandonados, y nos permite ayudarnos mutuamente a llevar las cargas de los demás.

También recibimos la gracia en estas fechas de vivir la vigilia y la fiesta patronal de la parroquia de Carapira… éramos más o menos 200 personas y fue emocionante vivirlo y respirarlo junto a ellos. Pensad que la vigilia duró unas buenas cuatro horas, pero se pasaron en un abrir y cerrar de ojos… fueron muchas las comunidades que vinieron de lejos, con presencia también de un buen número de jóvenes. Bueno, qué decir de la gente de Macua… cada vez nos asombran más y realmente nos sentimos en casa entre ellos y con ellos… creo que es la expresión más adecuada y correcta para hacerles entender lo que nos hacen experimentar en la verdadera profundidad y esencialidad de la persona humana.

Cada día nos sentimos más pequeñas en medio de ellos, precisamente porque vemos que su presencia nos enriquece mucho en nuestra vida. En realidad son más ellos los que nos forman, que lo que nosotras intentamos ayudarles. Deberíais ver por vosotros mismos con vuestros propios ojos y tocar concretamente con vuestras propias manos, cuánta belleza se esconde aquí en sus heridas y sufrimientos. Evidentemente, todo esto nos hace cuestionarnos mucho sobre diversos aspectos de nuestra vida, nuestras relaciones y cómo malgastamos energía y tiempo en cosas inútiles. Aquí la belleza y la esencialidad es precisamente el famoso “estar ahí” tal y como somos y nada más, que es siempre lo que seguimos comprendiendo y siendo más fuertes y conscientes dentro de nosotros mismos y a lo largo de nuestro camino.

Al final, lo que cuenta no es lo que hacemos, el servicio en el que nos gastamos o el logro de algo o de uno mismo, sino el amor con el que amamos a estos hermanos y hermanas. Sabemos con certeza que no somos nosotras quienes salvamos a nadie, sino que son ellos quienes nos salvan a nosotras, los “occidentales”. Cuánta alegría nos da estar en medio de ellos, intentar decir algunas palabras en su idioma, abrazarlos, bromear con ellos, hacerlos sonreír, y dejar que Dios haga la obra de comunión con ellos.

El otro día leímos esta pequeña frase de Don Tonino Bello, que sigue resonando en nosotras en este momento: “Os invito a dejaros evangelizar por los pobres. Tantas veces pensamos que somos nosotros los que llevamos la buena noticia a los pobres. Pero ellos viven mejor que otros ciertos valores, como el abandono confiado en la Providencia, la solidaridad en el sufrimiento’.

¡Aquí pensamos que esta frase puede representar muy bien lo que está escrito más arriba! Cuántas cosas quisiéramos deciros y tratar de compartir con vosotros… cuánto quisiéramos que el amor que toca nuestros corazones os llegara también a vosotros. Cuánto quisiéramos que esta gracia se expandiera para ellos. Pero de una cosa estamos seguras… que el Señor sabrá hacer florecer nuestras vidas junto a las vuestras con ellos. Estamos seguros de que el Señor de la Vida ya está obrando en ello. Nunca dejaremos de daros las gracias por todo el amor que nos enviáis, por la unión y comunión de esta iglesia universal que sigue expandiéndose y de la que cada uno de nosotros nos sentimos parte. Gracias porque vuestra presencia nos hace sentir como una gran familia que el hogar no es un lugar, sino que son las personas que lo habitan y te hacen sentir allí… y sentimos que este hogar es tan grande que abraza nuestra tierra, con esta nueva tierra. Para muchos de vosotros será un tiempo de descanso, os deseamos de corazón que este tiempo os haga redescubrir lo esencial de los valores y las relaciones. Como cada día, os recordamos en nuestras oraciones ante Jesús Eucaristía, y os pedimos que sigáis rezando por este pueblo, y también una oración por el Padre Pinzón Robayo Jaider Hernán, para que pronto recupere la salud y pueda continuar su ministerio allá donde el Señor le lleve. Y como dicen aquí “Koxukhuru vanjene” (Muchas gracias).

Con mucha gratitud y cercanía
Ilaria y Federica
Misioneras Laicas Combonianas

Domingo XIX ordinario. Año B

¡Levántate, come y camina!

Año B – Tiempo Ordinario – 19º domingo
Juan 6,41-51: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo”

Estamos en el tercer domingo de la lectura del capítulo sexto del evangelio de Juan, sobre el discurso de Jesús sobre el pan de la vida, después de la multiplicación de los panes. Después de hablar del pan misterioso dado por el Padre, Jesús ahora revela que ese pan es él mismo. Tal vez nos resulte un poco difícil seguir la reflexión que San Juan pone en boca de Jesús. No se trata de un relato lineal, como hacen los otros evangelistas. Da la impresión de que el evangelista repite las mismas cosas. En realidad, Juan avanza en espiral, retomando conceptos e ideas para profundizar en el discurso. En este “progreso en espiral” podemos notar tres cambios en el pasaje de hoy.

1. Cambio de interlocutores

El domingo pasado fue la MULTITUD la que dialogaba con Jesús, acerca del signo del Pan. A pesar de la dificultad para ir más allá del interés por el pan material, la gente mostró cierta disposición a dialogar con Jesús, pidiendo explicaciones y formulando una oración a su manera: “Señor, danos siempre este pan”, a la que Jesús respondió: “¡Yo soy el pan de la vida!”

MURMURADORES. Hoy ya no se trata de la multitud, sino de los JUDÍOS. ¿Quiénes son estos “judíos”, ya que estamos en Cafarnaún, en Galilea, y ellos conocen los orígenes de Jesús? Juan, en su evangelio, cuando habla de “judíos” no se refiere a los habitantes de Judea, sino a los adversarios de Jesús, especialmente a los líderes religiosos, aquellos que rechazan su mensaje y lo condenarán a muerte. Estos “judíos” no dialogan con Jesús, sino que murmuran entre ellos contra él. El evangelista introduce aquí el tema de la murmuración del pueblo de Israel en el desierto, contra Dios y contra Moisés.

Juan nos hace reflexionar sobre los “judíos” que existen dentro de la comunidad eclesial (y en nosotros mismos) que, desde el rechazo de la Palabra, pasan a la murmuración, que es una velada justificación de su propia “cardioesclerosis”. Si la murmuración de los chismes es dañina, la murmuración “espiritual” es mucho más peligrosa, porque nos encerramos en nuestro propio pensamiento y mentalidad, impermeables a cualquier novedad. Desafortunadamente, estos “murmuradores” abundan y son muy activos en la Iglesia de hoy. Antes de juzgar a los demás, sin embargo, busquemos desenmascarar al “murmurador” que hay en cada uno/a de nosotros.

2. El origen de Jesús

Un nuevo tema de discusión es introducido por los judíos, el de los orígenes de Jesús: “Los judíos comenzaron a murmurar contra Jesús porque había dicho: ‘Yo soy el pan bajado del cielo’. Y decían: ‘¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo puede decir: “He bajado del cielo”?'”. Para ellos, “el pan bajado del cielo” es la Torá, transmitida por Dios a través de Moisés. No pueden concebir que la Palabra pueda “hacerse carne” en un hombre, en “Jesús, hijo de José”. ¿Cómo es posible? se preguntan entre ellos. Nos encontramos ante el misterio de la encarnación, que es el “evangelio” del cristiano, pero siempre ha sido una piedra de tropiezo para el hombre “religioso” y un escándalo para las “religiones del Libro”, judíos y musulmanes.

¿CÓMO ES POSIBLE? A esta pregunta de los judíos de ayer y de hoy, Jesús responde de una manera que nos desconcierta: “¡Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado!” ¡Pero entonces la fe en Jesús es pura gracia, dada a algunos y negada a otros! No puede ser así, porque “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10,34). La gracia es ofrecida a todos, pero debe ser pedida y recibida humildemente. Es un don, no una conquista nuestra.

Esta pregunta “¿Cómo es posible?” es una exclamación frecuente para manifestar sorpresa y asombro, pero también duda e incredulidad. Incluso en el ámbito de la fe nos hacemos esa pregunta respecto a eventos que parecen poner en tela de juicio la presencia de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo. Jesús nos dice: “No murmuren entre ustedes”, pero no nos impide hacernos preguntas y pedir explicaciones. Una fe que no se cuestiona fácilmente puede convertirse en un fundamentalismo que lleva a una mentalidad de atrincheramiento y psicosis de persecución. Un sano cuestionamiento (no estamos hablando de la duda sistemática de la desconfianza) nos pone en diálogo con todos, como compañeros de camino de cada hombre y mujer. Pero, ¿cómo conjugar esto con la fe? La Virgen María, con la pregunta dirigida al ángel: “¿Cómo es posible?”, nos dice que esa pregunta es legítima si se hace para hacer más consciente nuestro “sí”, nuestro “fiat”. ¡También se puede “dudar en plena certeza”! (Cristina Simonelli).

3. Comer el pan, comer su carne

Hasta ahora, Jesús se ha limitado a hablar de sí mismo como el pan bajado del cielo. Ahora introduce el verbo comer: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si alguien come de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (v. 51). Este versículo, que se retomará el próximo domingo, nos introducirá finalmente en el discurso sobre la eucaristía. Comer el pan que es su persona, su palabra y su carne se convierte en la condición para tener en nosotros la vida eterna.

¡LEVÁNTATE, COME Y CAMINA! La primera lectura y el evangelio giran en torno al “comer” y nos invitan a preguntarnos de qué alimentamos nuestra vida. Se habla de tres tipos de pan: el pan del maná que alimenta por un día, el pan de Elías que alimenta por cuarenta días y el pan que es Jesús, que alimenta para siempre. La primera lectura (1Reyes 19,4-8), que nos relata la crisis del profeta Elías, perseguido a muerte por la reina Jezabel, es de una belleza extraordinaria. Por un lado, nos muestra la debilidad del gran profeta que había desafiado solo a los 400 profetas de Baal, una debilidad que lo hace similar y cercano a nosotros. Por otro lado, nos muestra la ternura de Dios, que no reprocha a su profeta, sino que le envía a su ángel, dos veces, para reanimarlo y ponerlo nuevamente en camino hacia el monte Sinaí, donde el Señor lo espera. Este es nuestro Dios, que se acerca a cada uno/a de nosotros en los momentos de prueba, de crisis y de desánimo para reanimarnos: “¡Levántate, come, porque el camino es demasiado largo para ti!”

P. Manuel João Pereira Correia, mccj
Verona, 8 de agosto de 2024


Yo soy el pan que bajó del cielo

“Los judíos murmuraban porque había dicho: “Yo soy el pan que bajó del cielo”. Y decían: “¿No es este Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: “He bajado del cielo?”… Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre, que me envió, y yo lo resucitaré en el último día… No es que alguien haya visto al Padre; el único que lo ha visto es aquel que viene de Dios. Les aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida…Este es el pan que baja del cielo para que quien lo coma no muera. El que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. (Juan 6, 41-51)

Escuchando estas palabras del Evangelio nos dan ganas de decir: ¡ah, más de lo mismo!, puesto que durante los últimos domingos se nos ha estado presentando el discurso de Jesús sobre el pan que da la vida.

En esta última parte del capítulo 6 de san Juan escuchamos cómo Jesús insiste en la necesidad de que sus discípulos lo lleguen a entender y a aceptar como el enviado del Padre, el único en quien se puede tener vida plena.

Los judíos murmuraban y consideraban inaceptables las palabras de Jesús, aunque habían visto grandes signos, especialmente cuando había multiplicado los panes y había dado de comer a multitudes.

Ellos seguían en su mundo, en sus tradiciones y en sus costumbres; en aquello que representaba una seguridad y, en cierto modo, una comodidad, en lo conocido y aceptado por todos desde hacía mucho tiempo.

La manera más fácil de proteger sus convicciones aparece en esta lectura en la incapacidad de abrirse a la novedad que representa Jesús con sus palabras y con su ejemplo de vida. Era más fácil decir que él era uno más, uno entre muchos de los mortales, que no molestan y dejan, aparentemente, vivir en paz.

Por una parte dicen conocer a Jesús y están seguros de poder identificar sus orígenes, pero en realidad no lo han reconocido en su verdadera identidad como Hijo de Dios, como el Mesías, como aquel en quien Dios se da a conocer.

Si realmente lo conocieran, deberían haberse dado cuenta de que Jesús era el Hijo de Dios, quien, acercándose a ellos, les permitía conocer al Padre.

Pero aparecen ante Jesús como personas que tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, el entendimiento lo tienen lleno de tinieblas y el corazón endurecido en su incapacidad de abrirse a la novedad de Dios.

Es la misma situación de muchos de nosotros que vivimos aturdidos por nuestros pequeños problemas, por nuestras necesidades pasajeras, por nuestras incapacidades de salir de nosotros mismos, por nuestras visiones estrechas de la realidad, por nuestras exigencias egoístas de confort y de seguridad.

Por su parte Jesús no condena, simplemente pone en evidencia la falta de fe y  recuerda que acercarse a Dios no es algo que se alcanza con los esfuerzos y propósitos personales. El camino que lleva al Señor empieza siempre en sentido contrario al nuestro, es él quien nos busca. Es él quien se pone en marcha par venir a nuestro encuentro.

Se trata de un don que se recibe gratuitamente por medio del reconocimiento de Jesús como enviado de Dios, como el Mesías.

Esta es la experiencia de fe que también hoy nosotros estamos llamados a vivir y no siempre nos resulta fácil, aunque hayamos nacido en un ambiente en donde creer podría parecernos algo normal y espontáneo.

Y este es uno de los retos más grandes con los que muchos de nuestros contemporáneos se confrontan, pues creer en Jesús hoy para muchas personas es algo que está completamente fuera de sus intereses.

Reconocer a Jesús como Hijo de Dios y como camino y posibilidad de encontrarnos con ese Dios que nos ha amado, pensado y llamado, para muchas personas hoy no tiene sentido, porque han sacado a Dios de sus vidas.

Jesús es un personaje, al menos para los que tienen la oportunidad de oír hablar de él, que se pierde entre la multitud de tantas figuras que aparecen y desaparecen en nuestra sociedad.

Con nuestras palabras, y más todavía con nuestras actitudes, acabamos por decir que Jesús es el hijo del carpintero y que no hay nada de extraordinario en él, pues al fin y al cabo se ha presentado como uno de nosotros.

De ahí la importancia de pedir cada día el don de la fe, la gracia de ser capaces de creer, pues sólo con esa bendición Jesús se convierte en alguien importante y especial en nuestras vidas.

Jesús es quien nos ayuda a reconocer la presencia de Dios en cada acontecimiento y en cada momento de nuestra existencia. Es él quien nos permite sentir como estamos en el corazón de nuestro Padre.

Y tener a Jesús, como garantía de la presencia de Dios en nosotros, significa darnos la posibilidad de estar en este mundo gozando de una calidad de vida que nos permite disfrutar de cada momento, de cada presencia, de todo lo que nos rodea, como dones gratuitos que no merecemos.

De alguna manera, eso es lo que significa tener vida eterna. No es la vida que hay que esperar que empiece luego del último latido de nuestro corazón. Es la vida plena que Dios nos ofrece, ya desde aquí y ahora, es la vida vivida como nos gusta decir ahora, disfrutada con sencillez y en los pequeños detalles de cada día.

Es la vida que nos viene al encuentro y no aquella tras la cual corremos desesperadamente, pretendiendo hacerla a nuestra medida y según nuestras exigencias.

Seguramente, estas palabras del Evangelio sí son más de lo mismo, porque Jesús nunca se cansará de venir a nuestro encuentro, nunca se enfadará ante nuestras indiferencias y apatías, nunca renunciará a la misión que nuestro Padre Dios le ha confiado. Y cada día estará ahí, sobre el altar, en cada eucaristía, para ofrecerse él mismo como pan que genera vida eterna en quienes abrimos nuestro corazón para recibirlo.

Él seguirá recordándonos que es pan, el único pan, que baja del cielo para convertirse en alimento de quienes van por este mundo tratando de encontrarse con el Padre.

Finalmente, reconocer a Jesús como el pan que contiene la vida eterna, puede ser una oportunidad para que empecemos a tomar conciencia del don de la vida que se nos va dando cada día.

Tal vez, será una ocasión para compartir lo que somos con quienes tenemos cerca, mientras los tenemos.

Podría ser un momento en el que, para decirlo con pocas palabras, abramos nuestro corazón al Señor para reconocerlo como el único que nos abre a la vida de Dios y a su amor eterno.

Ojalá que nunca nos cansemos de recibirlo en cada eucaristía como pan que se convierte en su carne para que nutridos de él tengamos vida eterna.

Enrique Sánchez G. Mccj

De pastor de cabras a pastor de la Iglesia

Como miembro de una comunidad de pastores, podría haber seguido tranquilamente cuidando las cabras como cualquier otro muchacho. Pero su sueño de convertirse en sacerdote misionero comboniano lo llevó a tomar un camino diferente. El padre Joseph Etabo Lopeyok habla del recorrido de su vocación. [ Comboni Missionaries ]

El nombre Lopeyok, que me dio mi difunta abuela cuando nací el 19 de enero de 1989 en Lokichar, tiene un significado importante. En esa época, mi abuela tenía muchas visitas, por lo que ordenó que me llamaran Lopeyok, que significa “el dueño de las visitas o de la gente”. Este nombre jugó un papel clave en la configuración de mi trayectoria profesional.

Soy el tercero en una familia católica convertida. Inicialmente protestantes y miembros de la Iglesia Reformada de África Oriental (RCEA), mis padres abrazaron más tarde la fe católica y su matrimonio fue bendecido por la Iglesia Católica.

Mi decisión de estudiar fue motivada únicamente por mi deseo de ser sacerdote. Como provenía de la comunidad de pastores de Turkana, me conformaba con pastorear cabras y no tenía ningún interés en ir a la escuela. Pero un día, durante la misa, me cautivó la homilía de un misionero comboniano. Hablaba bien en suajili, mi lengua. A partir de ese momento, le pedí a mi padre que me llevara a la escuela y le expresé mi deseo de ser sacerdote.

Este fue el comienzo de mi trayectoria académica, que comenzó en la escuela primaria mixta de Lokichar. Al mismo tiempo, participé activamente en clases de catecismo y serví como monaguillo. Terminé la escuela primaria en 2005 y terminé la escuela secundaria en 2009.

Durante mis años de escuela primaria, el recinto de la iglesia se convirtió en mi lugar favorito para socializar con otros niños. Nuestro catequista recalcó en sus enseñanzas que el Bautismo, la Primera Comunión y la Confirmación nos convierten en miembros plenos de la Iglesia Católica y en hijos de Dios.

Estos hitos sacramentales dejaron una impresión duradera en mí y fortalecieron mi sentido de pertenencia a la Iglesia. Mis años de escuela secundaria fueron otra oportunidad para el desarrollo personal, especialmente en mi identidad como joven estudiante católica. A través de mi participación activa en la Asociación Católica y mi papel como líder, mi fe continuó floreciendo durante este tiempo.

Procedente de la parroquia de Cristo Rey, en Lokichar, dirigida por los Misioneros Combonianos, mi admiración por ellos se hizo más profunda al ser testigo de su forma compasiva de vivir entre la gente. Su amabilidad y atención a todos, especialmente a los necesitados, me inspiró a considerar seguir sus pasos.

En mayo de 2011 me invitaron a un  seminario de “Ven y mira”  en Nairobi. En agosto de ese año, comencé mi experiencia de prepostulantado en Huruma, Nairobi. Esta enriquecedora experiencia implicó enseñar en la escuela primaria S. Martin de Porres mientras participaba activamente en las actividades pastorales de la parroquia Holy Trinity Kariobangi. Me ayudó a identificarme más con el carisma comboniano de trabajar con los pobres y desfavorecidos.

En 2012 continué mi camino. Entré en el postulantado en Ong’ata Rongai, Nairobi, donde estudié filosofía en el Instituto de Filosofía de la Consolata. Fue una época de gran crecimiento, no solo espiritual sino también humano, en la que crecí en conciencia de mí mismo y en el sentido de la responsabilidad personal.

En 2015, tras finalizar mis estudios de filosofía, me trasladé a Lusaka (Zambia) para realizar el noviciado y, a continuación, realizar una experiencia comunitaria y pastoral en Malawi. Este tiempo lo dediqué a profundizar mi relación con Cristo y a conocer mejor a nuestra Congregación y a su fundador, san Daniel Comboni, a través de la oración y el trabajo.

El 6 de mayo de 2017 hice mis primeros votos, sentando las bases para mis estudios teológicos en Lima, Perú. La experiencia en Perú, inmersa en una nueva cultura, rodeada de personas, ambientes y comunidades diferentes, se convirtió en un segundo hogar donde dejé una parte de mi corazón.

Al regresar a Kenia después de mis estudios de teología, comencé mi experiencia misionera en Utawala, Nairobi. Me pidieron que ayudara en el secretariado de Misiones y Vocaciones. También contribuí a las actividades parroquiales, trabajando con jóvenes y visitando pequeñas comunidades cristianas, promoviendo la esperanza y el don de la amistad.

El 10 de febrero de 2023 hice mis votos perpetuos. El 11 de febrero de 2023 fui ordenado diácono. La alegría llenó mi corazón al cumplir mi deseo de ofrecer mi vida a Dios para su misión. El 25 de agosto de 2023 recibí la gracia y el don del sacerdocio. Fui ordenado sacerdote en nuestra parroquia, Cristo Rey, Lokichar.

Ahora, mi primera misión me ha traído a México y me llena de felicidad. Al igual que nuestro padre en la fe, Abraham, confío en la guía del Señor y estoy dispuesto a ir a donde Él me envíe para su misión de amor.