“Como el Padre me envió, así los envío yo”

¡Gracias México!
«Como el Padre me envió, así los envío yo» (Jn 20,20). Este fue el lema que elegí para mi ordenación sacerdotal, y que ha marcado todo mi ministerio como comboniano. En octubre pasado, mis superiores me asignaron a un nuevo destino; así se cierra mi experiencia misionera en México y me preparo para la siguiente.

Texto y fotos: P. Wédipo Paixão, mccj

En 2018 mis formadores en el escolasticado de São Paulo, Brasil, me preguntaron cuáles serían mis opciones para trabajar como misionero. En aquel entonces estaba fascinado por Egipto o Líbano y también resonaba en mí Vietnam, pero al fin fui destinado a México. Recibí mi destino a tierras Guadalupanas con alegría y disponibilidad. Ya estaba acostumbrando y sabía el idioma porque había estado en Sahuayo y después en Xochimilco como novicio entre los años 2012 y 2014.

Llevo en mi corazón a muchas personas que conocí en distintas partes del país; conservo las costumbres y culturas, la hospitalidad y la calidez. Uno de tantos bonitos recuerdos que atesoro, lo experimenté en la comunidad de Comalapa, en las sierras veracruzanas, donde la sencillez y la amabilidad me marcaron profundamente, a tal punto, que guardé especial cariño por Veracruz. En todo, reconozco lo que dice Jesús: «El que deja padre y madre, tierra, hermanos por causa del Reino de Dios, encontrará mucho más» (Mt 19,20).

En todos esos años acompañé a muchos jóvenes. Algunos decidieron entrar al seminario, y otros continuaron con sus vidas y respondieron a una vocación específica a la que Dios los llamaba. Siempre he pensado que la vocación es un medio, por el cual, el Padre nos llama a vivir realizados y plenos según su voluntad, y que nos conduce a ser felices. No se trata de hacer sólo lo que nos gusta, sino de amar en tal medida, que abrazamos un estado de vida al servicio del bien común. La existencia es un don único que nos da Dios, y a su vez, la vocación es la forma cómo elegimos vivir, es decir, el medio que nos conduce a la felicidad. Por eso no debemos temer al emprender un camino y confiar en los planes de Dios; Él nunca nos defraudará.

Hay un proverbio chino que dice: «En manos de quien te regala una flor, siempre queda un poco de perfume». Creo que mi memoria está perfumada por el cariño y amistad con que fui recibido y tratado es-tos años en México. La palabra que fluye en mi corazón es de gratitud: doy gracias a Dios por el don de la vocación, y a cada uno de los que interactuaron conmigo durante este periodo. Soy brasileño de nacimiento, pero mexicano de corazón.

Quisiera concluir con un escrito de un gran obispo brasileño, monseñor Hélder Câmara:

  • Misión es partir, salir de sí. Es romper con el cascarón del egoísmo, que nos encierra en nosotros mismos.
  • Misión es dejar de dar vueltas alrededor de nosotros mismos como si fuéramos el centro de la vida o del mundo.
  • Misión es no dejarse bloquear por los problemas del pequeño mundo al que pertenecemos, la humanidad es mayor.
  • Misión es siempre partir, mas no significa devorar kilómetros, es, sobre todo, abrirse al prójimo como hermano, descubrirlo y encontrarlo.
  • Y para descubrirlo y amarlo, es necesario atravesar los mares, volar por los cielos.
  • Entonces, misión es partir hasta los confines del mundo».

Continúo en misión, ahora en Brasil. En qué aspecto en específico, aún no le sé, pero voy con el corazón abierto, atento a lo que el Señor me pide adonde ahora me envía. A todos los que formaron parte de mi vida durante este tiempo, mi gratitud y mis oraciones.

¡Hasta Luego!