Fecha de nacimiento: 21/03/1921
Lugar de nacimiento: Brogliano di Montecchio Maggiore (VI), Italia
Votos temporales: 07/10/1956
Votos perpetuos: 27/11/1962
Llegada a México: 1961
Fecha de fallecimiento: 30/07/1992

Lugar de fallecimiento: Verona, Italia

La historia de una vocación tiene siempre detalles hermosos. Pero, por aquello que “es bueno guardar los secretos” de la gracia de Dios, casi siempre esas maravillas quedan guardadas en lo íntimo de las conciencias.

Correr el velo y darlas a conocer, cuando las circunstancias lo permiten, también es bueno porque es “descubrir y alabar la obra de Dios y nos obliga a reconocer que en este mundo no todo es egoísmo, sino que son frecuentes también los ejemplos de generosidad y, entre tanta maldad, hay también muchas cosas dignas de admiración.

En el caso del Hno. Marcolin, por circunstancias providenciales, se nos ha conservado el intercambio de correspondencia que hubo entre él y el P. Bano, encargado entonces, a nivel Congregación, de la aceptación de los candidatos.

Formado en los cuadros de la Acción Católica y curtido en la disciplina del ejército durante la segunda guerra mundial, Eliseo entró en el Instituto comboniano siendo ya un hombre maduro en experiencia y convicciones.

Hacía años -escribió él al P. Bano- que en mis oraciones le pedía con insistencia a Dios la gracia de conocer claramente su voluntad. Y en el horizonte de mi espíritu siempre con más frecuencia se asomaba el ideal de la vida misionera. Pero la voluntad de Dios no se manifestaba del todo claramente y yo estaba todavía lejos de tomar una decisión.

El día 1º de noviembre de 1953, en el clima del ya inminente Año Mariano, hice una promesa a la Reina de todos los Santos, suplicándole intercediera por mí ante Dios y Ella me alcanzó la gracia de decidir acerca de mi vocación.

Antes de hablar con la familia quiso tomar consejo y en abril de 1954 fue a Verona para tratar el asunto de su vocación con el P. Bano.

Al P. Bano no se le escaparon las excelentes cualidades del candidato pues, no obstante, la edad (Eliseo tenía 33 años) le animó a dar los pasos previos para su aceptación en el Instituto.

Se trataba en primer lugar de hablar con su padre. Nunca se hubiera imaginado encontrar tanta oposición. La reacción de su padre fue violenta.

Tengo que darle una mala noticia: cuando le notifiqué a mi padre que yo había hablado con los superiores de Verona y que había decidido ingresar al Instituto, se soltó con una sarta de disparates tales que yo no encontré palabras ni ruegos para hacerlo entrar en razón.

Entonces le dije que no insistiría más y que me quedaría en la casa como era su voluntad. Y terminaba la carta diciendo que esperaba unas palabras de consejo.

A vuelta de Correo el P. Bano le contestaba: Lo siento mucho por la tormenta que se ha desatado en tu casa. Pero no me sorprende ni me admiro de la reacción violenta de tu padre. Esto es lo que sucede normalmente en esos casos.

Me admiro, en cambio, que tú te hayas desanimado a las primeras. Si yo tuviera dudas acerca de tus aptitudes para la vida misionera, no insistiría más. Pero como creo que tienes verdadera vocación, te invito a no perder el ánimo ante esta situación.

Voy a escribir también a tu párroco para que hable con tu padre. Mientras tanto nos uniremos a tantas personas que oran pidiendo vocaciones por la extensión del reino de Dios en el mundo para que la gracia del Señor te sostenga en estos momentos difíciles de lucha por tu vocación.

Alentado por las palabras del P. Bano, puso confiadamente el asunto de su vocación en manos de Dios y de la Santísima Virgen. Si Dios lo quería para misionero no le faltaría poder para allanar todos los obstáculos.

Mientras tanto la actitud de su padre había ido cambiando. Eliseo informaba de ello al P. Bano: Hace días le pedí dinero para comprarme la ropa que debo llevar al noviciado. Mi padre no puso ya ninguna resistencia. A parte me ofreció unas sábanas que habían sido de mi madre para que me llevara yo un recuerdo de ella.

Sé que será amargo para él el día de la despedida, pero confío que se le hará menos duro el sacrificio pensando que es una bendición para la familia cuando Dios llama a uno de los hijos a su servicio. No sé cómo agradecerle al Señor y a la Sma. Virgen el que me hayan ayudado tanto.

Mis planes son ingresar al noviciado el día 19 de julio. Pero espero que me mandará indicaciones más detalladas al respecto.

En la fecha indicada Eliseo llegaba efectivamente a Gozzano para empezar el noviciado. Al Hno. Eliseo le concedió Dios la gracia de dar un servicio extraordinario en 25 años de vida misionera en México.

Llegó a la provincia en la madurez de sus 40 años, en 1961, siendo todavía de votos temporales. La profesión perpetua la hizo en Baja California en 1962.

Cuando el P. Pierli, superior general, en 1988, asignaba definitivamente al Hermano, ya enfermo, a la provincia italiana, le decía en la carta: Yo mismo, visitando Baja California, he podido ver con mis ojos los trabajos que has realizado al servicio de la Misión y he oído de labios de los cohermanos sólo expresiones de admiración por tu claro testimonio de vida consagrada al Señor.

No podía el superior general encontrar palabras más adecuadas para compendiar los 25 años de vida misionera del Hermano.

Asignado a la parroquia de Cd. Constitución adquirió allí los conocimientos prácticos que harían de él un hábil constructor al servicio de la Misión. En Cd. Constitución permaneció largos años. Allí estrenó su primera obra como constructor: el Colegio Sor Juana de la Cruz.

Después fue todo un sucederse de proyectos y obras realizados por él: la iglesia de las Adoratrices, en La Paz. El Asilo de ancianos en Santa Rosalía. El templo parroquial en la misión de Santiago. El templo parroquial en Mulegé. El santuario de Ntra. Sra. de Guadalupe en Cd. Constitución. Y la casa de Cursillos en Cd. Insurgentes.

El P Pierli habla de los trabajos realizados por el Hermano en Baja California, pero debe de haber admirado también el templo parroquial de Usila, en la Chinantla que es otra abra de él.

El P. Pierli oyó a los misioneros expresarse con admiración del Hno. Marcolín por el claro testimonio que dejó en todas partes como consagrado. Este debe considerarse como el aspecto más importante de la figura del Hermano. Difícilmente se llegará a medir todo el peso que tiene su testimonio de consagrado en orden a la eficacia del trabajo misionero.

Y esto quería decir el P.  Casillas en la última carta que le escribió al Hno. Eliseo, cuando ya estaba en el Centro Enfermos de Verona:

Has dejado en las comunidades un ejemplo de fidelidad a los compromisos de la vida religiosa. Todos damos gracias a Dios por el testimonio callado que nos dan los Hermanos y al mismo tiempo nos damos cuenta de que para la gente es una prédica más eficaz que nuestras palabras.

Y se comprende cómo alguien que lo conoció y   lo trató   de   cerca pudo escribir de él, después de su muerte:  hombre de pocas palabras y trabajador incansable, el Hno. Eliseo Marcolin puede ser presentado a los jóvenes candidatos de nuestro Instituto como modelo de Hermano misionero comboniano y no dudamos en afirmar que este Hermano es uno de los santos que Dios ha regalado al Instituto.


Tenía 33 años cuando, el 19 de julio de 1954, el Hermano Marcolin tocó la campana en la austera puerta del noviciado comboniano de Gozzano. Ese gesto puso fin a años de sufrimiento y espera de una vocación tan segura como problemática.

Nacido en Montecchio Maggiore (Vicenza), la ciudad famosa en todo el mundo por los dos castillos enfrentados de Romeo y Julieta, al igual que su padre Luigi y su madre Albiero Elisabetta se dedicó a trabajar en el campo hasta que la guerra lo desvió para servir a su país.

Al final del conflicto, uno de los hermanos se marchó a Australia en busca de un futuro mejor, otros dos murieron de tuberculosis, mientras que Eliseo, junto con su otro hermano, se dedicó a la escasa granja de su padre con la esperanza de sacar lo mejor de ella. Era la época en la que muchos venecianos emigraban al extranjero y al Piamonte y la Lombardía en busca de un espacio vital más seguro.

El párroco escribió: “Durante muchos años Eliseo Marcolin ha sido presidente de los jóvenes de Acción Católica de esta parroquia, y ha hecho mucho bien con su firme piedad, espíritu de sacrificio y celo apostólico. Es un joven de mucho criterio; su familia es muy estimada; sus amigos son todos de Acción Católica. Todos los días asiste a la Santa Misa y comulga. Por la tarde, siempre hace una visita al Santísimo. Su conducta es excelente en todos los aspectos. Lleva muchos años queriendo ser misionero y le empuja a ello un auténtico espíritu apostólico. Su madre murió de parálisis cerebral; su padre es un rudo agricultor y trabajador, de principios religiosos muy firmes. Si tardó tanto en presentar su solicitud, fue para no amargar a su padre, que no quiere en absoluto oír hablar de vocación misionera, pues ya tiene otro hijo en Australia”.

Una promesa a la Virgen

Eliseo Marcolin sacó su entusiasmo misionero de las páginas de “La Nigrizia”. Ante los testimonios de los misioneros que trabajan en África por el Reino de Dios, se sentía cada día más impulsado a imitarlos. Habló varias veces de este deseo a su padre, recibiendo negativas categóricas. La lucha interior se hacía cada día más amarga y las palabras del Evangelio: “Quien ama al padre y a la madre más que a mí, no es digno de mí” le resonaban como una reprimenda del Señor.

Encontró refugio en la oración y en encomendarse continuamente a la Virgen, que había ocupado el lugar de su madre. En la sencillez de su corazón le decía:

“Santa María, si realmente me quieres como misionero, alláname el camino”.

Pero su padre le repetía de vez en cuando

“¡Qué quieres que hagan los misioneros contigo! Sólo sabes sostener una azada”.

Por eso, Eliseo también tenía cierto temor a expresar su deseo a los superiores combonianos de Verona.

Y así, el día de Todos los Santos de 1953, después de mucho rezar, se dirigió al altar de la Reina de los Santos y le dijo:

“Santa María, el año mariano a ti dedicado está a punto de comenzar, intercede por mí para que se cumpla mi deseo si corresponde a la voluntad de tu Hijo”.

Cuando se levantó de su oración, estaba decidido a dejar a su padre, a su hermano y los campos para entregarse totalmente a Dios en la labor misionera.

En su carta del 7 de mayo de 1954, de la que hemos extraído lo anterior, continúa “He tenido horas de desánimo, desconfianza y tristeza al escuchar tantos disgustos de mi padre; esto no lo puedo negar, pues yo también pensaba que no era tan valioso como para causar tantos disgustos. Si es verdaderamente el Señor quien quiere que siga este camino, Él y nuestra Madre celestial a quien he confiado mi asunto pensarán en poner un poco de paz en el corazón de mi papá”.

P. Leonzio Bano, entonces responsable de las vocaciones, tras conocer personalmente a Eliseo, escribió al arcipreste de Brogliano: “He tenido una muy buena impresión y nos inclinamos a aceptarlo aunque tenga más de treinta años, la edad máxima permitida por nuestras constituciones para aceptar candidatos”.

Incluso el padre se resignó a la separación de un hijo tan obediente y trabajador. Al entrar en Gozzano sintió que éste sería realmente su hogar.

Novicio ejemplar

Comparado con sus camaradas, Marcolin podía parecer un padre. De hecho, demostró serlo. Hablaba con calma, en voz baja, después de reflexionar; era, en definitiva, un verdadero sabio. Los que estuvieron con él recuerdan un episodio al principio de su postulantado que duró cinco meses. Hablando con el P. Rossi, maestro de novicios, un día mostró sus manos y dijo: ‘Sólo sé ser agricultor’. El maestro le respondió: ‘Eres viejo, pero no lo suficiente como para no aprender otros oficios’. ¿Quién iba a pensar que esas manos, acostumbradas a la pala, habrían levantado un gran número de edificios? Sin embargo, mientras tanto, él y otros tomaban la guadaña al hombro y se dirigían a los prados que algunos benefactores de Gozzano y sus alrededores habían cedido a los misioneros para que los trabajaran, y segaban el heno. En aquella época, de hecho, la casa de Gozzano tenía un establo con vacas, conejos y gallinas. Era necesario desplazarse para asegurar el forraje para los meses de invierno. Algo que impresionaba a los entendidos -y el escritor era uno de ellos- era la humildad y el espíritu de obediencia de Egidio Marcolin. Se veía claramente que consideraba su estancia en el noviciado como una gracia especial de la Virgen y que vivía esta gracia en plenitud y generosidad.

Había llevado consigo a Gozzano la última carta que el padre Leonzio Bano le había escrito antes de partir: “¿Ves, queridísimo Eliseo, que la Virgen te ha ayudado de verdad? No sólo agradecerás a la Virgen en mi nombre, sino también al padre por su comprensión y delicadeza al concederte quizás más de lo que podías esperar. Ánimo, ya ves que vas por el buen camino y el Señor ha querido endulzar tu vía crucis. Sólo me queda felicitaros por vuestra victoria y desearos que este tiempo de preparación sea fructífero para vosotros y vuestros seres queridos en sacrificios, en primer lugar, pero también en gracias y méritos ante el buen Dios.

Para entender estas palabras, sobre todo las que se refieren al padre, hay que tener en cuenta que el señor Luigi también había querido regalar a su hijo, como ajuar, un par de sábanas que habían pertenecido a su madre, para que se acordara siempre de ella y obtuviera ayuda del Cielo.

La investidura tuvo lugar el 8 de diciembre de 1954, en pleno año mariano y en la solemnidad de la Inmaculada Concepción; para este acontecimiento, los superiores tuvieron que pedir a Roma una dispensa de edad, que les fue inmediatamente concedida.

“La buena adaptación a la vida comunitaria en un joven de 33 años es admirable”, escribió el padre Pietro Rossi. – Es muy dócil con sus superiores; sus puntos fuertes son la obediencia y la humildad; no tiene pretensiones. Será un excelente misionero”.

Marcolin hizo notables progresos en el camino de la perfección religiosa y creció en ese espíritu misionero que ya vivía cuando era presidente de la Acción Católica en Montecchio Maggiore. Su comportamiento y conducta fueron tales que hizo dos meses de noviciado, de hecho profesó el 7 de octubre de 1956.

México

Después de casi dos años en Pordenone (’56-’58), como trabajador de la campaña, fue a Verona, donde trabajó durante un año en la construcción de la nueva ala adyacente a la Casa Madre (1957), y luego fue enviado a Stillington (Inglaterra) durante otros dos años (’58-’60) como trabajador de la construcción. Demostró que sabía manejarse con la cal y los ladrillos, así que entre el 60 y el 61 sus superiores lo desviaron a Barolo, en la provincia de Asti, donde los combonianos acababan de instalarse en un viejo castillo que necesitaba ser reparado.

Estas etapas, sin saberlo, fueron una maravillosa escuela para nuestro futuro constructor. Y así, en 1961, a los cuarenta años, se fue a México. Tuvo que aprender una nueva lengua, tuvo que adaptarse a un modo de vida y a una cultura diferentes, cosas que consiguió brillantemente gracias a ese espíritu de disponibilidad y de obediencia que año tras año -las notas para la renovación de los votos lo subrayan- crecía en él.

San Antonio (’61-’63), Villa Constitución (’63-’70), Santa Rosalía (’71-’74), Mulegé (’75-’76), Chinantla (’76-’77), La Paz (’77-’78), Santiago (’78-’79), Ciudad Insurgentes (’80-’81), Quernevaca (’82-’84), La Paz (’84-’85) fueron las etapas de su vida mexicana y siempre como constructor.

El arquitecto

Repasemos ahora estas escasas fechas con el testimonio de algunos de los hermanos. Comencemos con la del P. Gino Sterza: “No puedo decir muchas cosas sobre el P. Eliseo porque viví en comunidad con él poco tiempo, pero los pocos encuentros fueron suficientes para darme una muy buena impresión de él. Me refiero a los años pasados en México y en la Baja California México. Para mí y para el testimonio de otros hermanos con los que conviví, el H. ELiseo era un hombre de Dios. Siendo todo de Dios, el H. Eliseo lo manifestó con espíritu de oración. Después de un día completo de trabajo intenso, no se acostaba ni descansaba, sino que tomaba su rosario y se arrodillaba ante la Virgen.

El hermano Eliseo era también un hombre que amaba el trabajo y era tan bueno construyendo casas que todos le llamaban el arquitecto. Creo que esta capacidad le vino de la presencia del Señor, que le iluminó por dentro y le reveló el valor del trabajo como servicio a los pobres y fuente de alegría para él. Esta alegría, de hecho, brillaba a través de toda su persona. El Hermano Eliseo encontraba la alegría en el trabajo porque lo veía como un servicio a los demás. ¡Y cuántas construcciones dejó durante su estancia, especialmente en la Baja California mexicana! ¿Quién no recuerda, por ejemplo, la gran residencia de ancianos de Santa Rosalía, una ciudad de 15.000 habitantes? Esta casa es una de las más grandes, más armoniosa en sus líneas, sin duda la más bella y capaz de albergar a unas cincuenta personas.

Otra grandiosa construcción del Hermano Eliseo fue el internado de Ciudad Constitución para más de 800 alumnos, con una casa para las hermanas educadoras. ¿Quién no recuerda la iglesia parroquial de Mulegé y la de la casa rectoral de Santiago? ¿Cómo olvidar el convento de las Adoratrices de La Paz y la casa episcopal, así como la “casa de los Combonianos”, centro de acogida de enfermos, ancianos o misioneros de paso y al mismo tiempo centro de animación misionera? Lo que es aún más valioso, y lo que hace del Hno. Eliseo un apóstol del Señor, es que mientras trabajaba con sus manos y sudaba profusamente, se convertía en maestro y formador, enseñando ese arte que poseía en un grado maravilloso a tantos jóvenes locales. ¡Cuántos buenos albañiles dejó en su camino!

El Hermano Eliseo era un apasionado de la misión; disfrutaba estando en ella aunque sufriera por diversos motivos ambientales. Estar alejado de la misión por motivos de trabajo era doloroso para él, porque amaba la vida comunitaria, amaba a sus hermanos. Ahora todos le recordamos con cariño y le echamos de menos, era un verdadero hermano con el que se podía hablar e intercambiar sugerencias útiles”.

Hombre de Dios

P. Giovanni Giordani, con su estilo conciso y profundo, dice: “El hermano Eliseo encarna la figura del hermano misionero tal como la hemos aprendido siempre en la tradición de nuestra Congregación: oración y trabajo; trabajo que se convierte en oración y todo en la dimensión del amor a la Iglesia que debe crecer en medio del pueblo y de la dedicación a este pueblo sentido como una porción querida que Dios ha puesto en sus manos. El hermano Eliseo nació y vivió como agricultor; cuántas veces, antes de sembrar el grano, habrá visto en esos pequeños granos las futuras espigas maduras. Ahora, como albañil, manejando la cal y los ladrillos, seguramente vio la Iglesia, no tanto la de las piedras, sino la que construyó en el corazón de las personas con su trabajo. Realmente el H. Marcolin es una piedra angular de la Iglesia en este maravilloso pueblo mexicano que ha dado tantos buenos misioneros a nuestra Congregación”.

A continuación, el P. Giordani añade otras notas interesantes: “El Hermano Marcolin era también un apóstol. ¡Cuánto se puso detrás de ese Matteotti, que vino del Trentino para trabajar en la California mexicana, un albañil dinámico pero también un ferviente imitador, en cierto sentido, de David, Salomón o ciertos líderes africanos con muchas esposas y muchos hijos! Marcolin le ayudó mucho a recuperarse… Hace dos días, una señora que había perdido a su hija de siete años vino a verme angustiada. Le dije que quizás había ido al mercado. Cuando se enteró de la muerte del H. Marcolin, se encomendó a él y atravesó el hormigueo de la multitud. Unos instantes después, vio que la pequeña se acercaba a ella con un gran mango que había recibido como regalo. Este hecho fue suficiente para que la gente considerara al buen hermano como un santo. Entre sus obras, la que recordaba con más cariño era la iglesia de Chinantla, porque había sido construida con la colaboración del pueblo: hombres y mujeres, estas últimas encargadas de que los albañiles no se quedaran sin agua. Para la inauguración, se sacrificaba un gran buey y se cocinaba sobre brasas. El humilde hermano, en esa ocasión, concentró en sí mismo toda la alegría del pueblo’.

El periódico mexicano destaca el hecho de que el Hno. Marcolin, a pesar de haber entrado en la Congregación siendo un hombre maduro, supo encarnar plenamente “el estilo del hermano misionero, come lo queria Comboni”.

Hacia la casa del Padre

El Hermano Marcolin acababa de terminar la Casa Daniele Comboni en La Paz cuando sintió que su salud se debilitaba. Regresó a Italia, se sometió a un tratamiento y luego, sintiéndose mejor, volvió de nuevo a la Baja California como agregado a la parroquia de San Juan Bautista en La Paz. Pero sólo un mes después de su regreso a la misión volvió urgentemente a Verona. Era agosto de 1986. En la exploración se descubrió que tenía un meningioma de la convexidad frontal izquierda que requería una intervención quirúrgica, que se realizó rápidamente en el departamento de neurocirugía del hospital de Borgo Trento. Posteriormente, al aparecer un hematoma extradural en el postoperatorio, tuvo que ser reoperado dos veces más. Durante su larga estancia en el hospital, fue trasladado a geriatría debido a una hemiparesia derecha. Fue dado de alta el 31 de diciembre de 1986. Desde entonces, fue trasladado a la Provincia Italiana y permaneció en el Centro de Atención a los Enfermos el tiempo necesario.

En la carta en la que el P. General, Francesco Pierli, le notificaba el cambio de provincia de México a Italia, el 1 de julio de 1988, escribía: “El Señor te ha ayudado a prestar un gran servicio como misionero en la provincia de México durante más de 25 años. Yo mismo, de visita en la Baja California, pude ver los signos de tu trabajo, tu dedicación y escuchar de los hermanos el aprecio por tu vida dedicada al Señor y a las necesidades de la misión. Además de en México, serviste en misiones en la provincia de Italia y, por poco tiempo, en la provincia de Londres. Ahora, con la enfermedad y las operaciones a las que te has sometido, esta actividad externa se reduce al mínimo, y el Señor te pide que contribuyas a la llegada de su Reino mediante la oración y la paciencia.

Me alegro de que aceptes esta situación con serenidad de espíritu, abandonándote en las manos del Señor.

En junio del 89 y mayo del 91 tuvo otras dos hospitalizaciones, la primera por una fractura patológica del fémur derecho y la segunda por disnea y tos febril recurrente. Aparte de estos dos casos, su presencia en el Centro fue tranquila, ya que aceptó las terapias y la gimnasia reeducativa con buena voluntad, demostrando cada vez su fuerte temperamento animado y sostenido por el espíritu y su deseo de ser autónomo.

Fr. Gianni Smalzi escribe: “Era un ejemplo para todos con su apego a la vida religiosa y su recogimiento en la oración ante el Santísimo Sacramento. De repente, durante un día extremadamente caluroso y bochornoso, tuvo un fuerte ataque de fiebre asociado a una insuficiencia renal. A pesar de todos los cuidados y la asistencia, falleció en paz el 30 de julio de 1992 a las 13.30 horas. Los funerales se celebraron en la capilla de la Casa Madre y se enterraron en Brogliano (Vicenza)”.

En este punto, informamos del testimonio escrito del P. Roberto Cona, que estuvo al lado de Marcolin en los dos últimos años de su vida, es decir, desde que fue adscrito a la sala de enfermos de la Casa Madre en septiembre de 1980. “En los primeros meses de nuestra convivencia, el H. Marcolin se las arreglaba para ir de un lado a otro apoyándose en un aparato hecho especialmente para los que están en su condición. Le costaba caminar, pero nunca le oí quejarse. Disfrutaba enormemente cuando algunos hermanos raros que habían vivido con él en México venían a visitarlo. No podía decir muchas palabras, pero se veía que su corazón seguía en la misión.

En los últimos meses de su vida se vio obligado a desplazarse en silla de ruedas. A menudo se le podía encontrar en la iglesia mirando el tabernáculo y la estatua de la Virgen. Su condición física de inmovilidad casi total le hacía sufrir, pero no se quejaba, salvo cuando se intentaba forzar sus piernas, ahora paralizadas, a dar algunos pasos para evitar que se le formaran llagas en los talones. Se quejaba, pero luego se veía que estaba agradecido a los que le ayudaban en esto. Se fue en silencio con su rosario en las manos. Lo recordaremos con nostalgia y cariño; fue realmente un buen hermano y dio al Señor y a la Congregación todo lo que tenía, hasta el final. Y eso no fue poca cosa”.

Con alegría

Nos gustaría terminar este obituario con las palabras publicadas en el periódico La Paz. “Hombre de pocas palabras, trabajador incansable, el H. Eliseo Marcolin puede ser propuesto como ejemplo a los jóvenes como modelo de hermano misionero comboniano. No dudamos en decir que el H. Eliseo es un santo que Dios ha regalado al instituto. Hermano, gracias, gracias… ¡¡¡!!! Acuérdate de nosotros. Alégrate en la casa del Padre de todos”.

Y estamos seguros de que el H. Eliseo Marcolin pasará su bendita eternidad en plenitud y alegría, intercediendo ante el Padre para que nuestra Congregación tenga siempre hermanos como él. 

p. Lorenzo Gaiga

Del Boletín Mccj nº 177, enero de 1993, pp.63-67