Formando según el Corazón de Cristo
Por: P. Rafael González Ponce
Una de las tareas más importantes que los combonianos realizamos desde el inicio de nuestra presencia en México es la formación de misioneros –sacerdotes y hermanos– para la evangelización ad gentes; es decir, para ser enviados a los pueblos más pobres y que aún no reciben la Buena Noticia. Esto implica un largo y profundo discernimiento vocacional que evalúa las capacidades humanas y espirituales de los candidatos, con el fin de afrontar los grandes desafíos de la misión.
Cada lugar donde se fundó alguno de nuestros seminarios evoca una historia de generaciones de formadores, formandos, bienhechores, acogida de párrocos y pueblos enteros que nos llenaron de cariño y apoyaron con bienes materiales. En primer lugar, el 27 de julio de 1951, en el ex convento del templo de Tepepan, Xochimilco, Ciudad de México. Luego, a finales de 1952 abre sus puertas a los aspirantes una casa alquilada en la colonia Moctezuma, en dicha ciudad.
El seminario menor de Sahuayo, Michoacán, inició su construcción en marzo de 1954 –bajo la mirada providente del padre Felipe Villaseñor y el señor Benjamín Sánchez– y en febrero de 1955 ingresaba el primer grupo. La primera piedra del noviciado, en el cerrito de La Noria, Xochimilco, se bendijo el 8 de junio de 1956 y entró en funciones el 14 de agosto de 1962, en los terrenos donados por la señora Josefa Galán Vda. de Meléndez.
Los orígenes del seminario de San Francisco del Rincón, Guanajuato, se remontan al 23 de mayo de 1957, con talleres y campos bendecidos por el obispo de León, y en enero de 1960 ingresó un grupo de candidatos a hermanos. En 1969, Guadalajara, Jalisco, para favorecer los estudios de humanidades. El noviciado se trasladó un tiempo a Cuernavaca, la señora Lupita donó la casa y el obispo Sergio Méndez Arceo la bendijo el 1 octubre de 1974. Finalmente, la casa de formación en Monterrey, Nuevo León, el 10 de octubre de 1980, para la animación misionera en el norte del país.
Distintos lugares para diversas etapas formativas, pero todos con los valores del carisma de san Daniel Comboni: primero, aprender a seguir a Cristo con amor sincero; segundo, el crecimiento integral de las personas: «santos y capaces»; tercero, aprender a vivir en comunidades fraternas: «cenáculos de apóstoles»; y cuarto, madurar el celo misionero por los más abandonados de la tierra.