“Este es mi lugar”

“Este es mi lugar”
Testimonio del P. Laureano Rojo
El P. Laureano Rojo Buxonat nació en Barcelona el 30 de diciembre de 1941. Ha trabajado muchos años como misionero en República Democrática de Congo, pero también en México y en España, donde fue durante seis años el superior provincial de los Misioneros Combonianos. En este texto nos comparte cómo nació y creció su vocación misionera y sacerdotal. Es un testimonio muy interesante contado «a corazón abierto». A pesar de los numerosos obstáculos que tuvo que sortear, Laureano se mantuvo siempre a la escucha, sin dejar la oración, hasta descubrir lo que el Señor quería de él. Además, nunca fue un solitario, sino que supo dejarse acompañar por otras personas que le ayudaron en el discernimiento. Laureano es hoy un misionero feliz. (Testimonio recogido por el P. Zoé Musaka, Mundo Negro nº 693, pp. 62-65).

El 27 de mayo de 1948, a los seis años de edad, hice mi primera comunión. Aquel día marcó mi vida, pues era muy consciente de que había recibido el Cuerpo del Señor y que, por tanto, debía ser bueno y obediente en mi casa, estudiar mucho y no pelearme ni con mis hermanos ni con los compañeros en la calle.

Después de la primera comunión, mi padre me inscribió en un centro católico de una congregación mariana y, tras un cursillo de preparación de seis meses, me consagré a la Virgen María. Ningún domingo faltaba a la misa dominical en mi parroquia, donde hacía de monaguillo porque me gustaba mucho estar en el altar cerca de Jesús y del sacerdote.

Las enseñanzas que recibía sobre Jesús en la congregación mariana, la Biblia y otras devociones me hacían pensar siempre en la posibilidad de ser sacerdote. Al inicio del curso escolar, muchos de mis amigos del centro mariano entraban en el seminario y me daban ganas de entrar yo también.

Cuando les dije a mis padres que quería entrar en el seminario, no se opusieron, pero me hicieron comprender que en la familia teníamos problemas económicos y que no era posible. Pensé que mi párroco podría ayudarme, fui a hablar con él y aceptó echarme una mano. Además de animarme mucho, una sobrina suya me daba clases para que pudiera superar con éxito el examen de ingreso. Un día, al regresar a mi casa para la cena, encontré a mis padres hablando con un familiar sobre la posibilidad de encontrar un trabajo para mi hermano mayor, que tenía 13 años, porque la economía familiar iba de mal en peor. Al escuchar la conversación, pedí a mis padres que me buscaran trabajo, y aunque ellos se opusieron, seguí insistiendo hasta que nuestro familiar encontró un empleo para mí. Tenía 11 años.

Es evidente que tuve que dejar mi preparación para ingresar en el seminario. La última tarde que salí de la escuela antes de incorporarme al trabajo estaba entre asustado y triste y fui a ver a mi párroco para explicarle la situación que vivíamos en casa. Me dijo: «No te preocupes, hijo. Si el Señor te llama de verdad, te seguirá llamando más adelante. Ahora tienes que ayudar a tus padres». Me dio un abrazo y salí de su casa más tranquilo.

Mi vida dio un vuelco enorme. En el trabajo era un niño en medio de personas adultas y tuve que adaptarme, algo a lo que me ayudó mucho el sacerdote del centro mariano que me acompañaba espiritualmente. Recuerdo haber vivido mi adolescencia con mucha paz y muy unido al Señor. Procuraba ir a misa muchos días, rezar el rosario y hacer algún tipo de apostolado.

Noviazgo

Siempre he tenido una voz muy bien modulada, lo que me ayudó para participar en diversos grupos escénicos casi como profesional. También he grabado programas radiofónicos de teatro. Este mundo me gustaba mucho, pero yo pensaba siempre en la posibilidad de ser sacerdote. En uno de aquellos grupos conocí a una muchacha con la que tuve la suerte de compartir tiempo en el teatro. Se llamaba Carmen y era guapa, simpática, locuaz y muy viva… Y me enamoré de ella.

Nos veíamos a menudo en los ensayos y un día decidimos salir juntos para conocernos mejor. Teníamos unas conversaciones muy amenas. Nos íbamos entendiendo bastante bien y un día de san José le  propuse que fuéramos novios. Ella aceptó. Ambos éramos grandes bailarines y hacíamos una bonita pareja.

Tuve que ir a la mili, pero como me destinaron en un buque patrullero de la Armada con sede en el puerto de Barcelona, esos dos años se me hicieron menos duros. Cada vez que era posible, Carmen y yo nos seguíamos viendo e íbamos haciendo planes para el futuro. Aunque me sentía enamorado, nunca dejé de pensar en el sacerdocio y muchas veces dudaba de si realmente sería un buen esposo.

En mi casa se recibía un folleto misionero de los jesuitas que trabajaban en Bolivia y Chad, y cuando leía aquellos textos me quedaba entusiasmado. Sentía unas ganas enormes de ser misionero, pero siempre me frenaba el hecho de que era adulto y no tenía estudios. Seguía pensando en el matrimonio y cada mes ingresaba una cantidad de dinero en una fábrica de muebles para poder amueblar un piso cuando fuera necesario.

El 30 de junio de 1969 me licencié del servicio militar, y ese mismo día me fui con Carmen a tomar un aperitivo para celebrarlo, pero ella no estaba tan contenta como yo. No sabía qué le sucedía porque no manifestaba nada, y cuando le preguntaba si le pasaba algo, ella solo respondía: «No, no es nada, no estoy de humor».

En los días siguientes empecé a hablar con Carmen sobre nuestra futura boda. Lógicamente, y para ser sincero, le comenté que desde niño me acompañaba la idea de ser sacerdote, pero enseguida le aseguraba que deseaba casarme con ella y formar una familia. Carmen me comentaba que siempre le había sorprendido mi deseo de no faltar los domingos a misa, de rezar, de hablar tanto de Dios con ella y de mi empeñó por querer hacer algún tipo de apostolado.

Una tarde que tenía libre en el trabajo quedé con Carmen para conversar sobre nosotros. Iba decidido a concretar incluso la fecha de la boda y hasta le dije que podría ofrecerle el alquiler de un apartamento, los muebles y otros complementos para el hogar. Pero mientras le comentaba todo esto, noté que estaba muy seria, sin apenas hablar ni hacer comentarios. Tampoco respondía a mis preguntas. Al final me dijo que no estaba de acuerdo con mi propuesta y terminó nuestro noviazgo. Tenía 23 años y empecé a vivir los días más oscuros de mi vida. No me importaba nada. El tiempo pasaba sin pena ni gloria y me daba igual que hiciese frío o calor. No podía dejar mi trabajo de vendedor de café porque necesitaba el dinero para vivir y para ayudar a mis padres, pero lo habría mandado todo «a paseo».

Misionero comboniano

Sin embargo, nunca perdí la fe, y por recomendación de mi acompañante espiritual continué yendo a misa todos los días después del trabajo. Así pasaron cuatro años. Al final de la eucaristía, dialogaba con el Señor, y le pedía: «Señor, por favor, qué quieres que haga con mi vida, dime qué de-seas que haga por ti. Hace tiempo que no levanto cabeza y no sé qué hacer».

Después de orar me quedaba un tiempo en silencio por si el Señor quería decirme algo, y un día estando recogido sentí que me hablaba y me decía claramente: «Desde hace unos cuantos años ya sabes lo que quiero de ti: “Sígueme”».

A partir de ese momento, la luz llegó a mi vida y todo se transformó. Sabía que tenía que estudiar, porque no tenía el Bachillerato, por lo que le pedí a mi jefe que me permitiese salir un poco antes del trabajo para poder ir a una escuela nocturna para adultos. Tenía 27 años. Inicié los estudios afrontando múltiples dificultades y, en un momento determinado, mi jefe me dijo que no me podía seguir dando permiso. Dos estudiantes cursillistas católicos continuaron ayudándome y seguí adelante.

Pero mi madre enfermó de cáncer. Mi acompañante espiritual me aconsejó dejar los estudios para poder estar con ella y echar una mano en casa. Me dijo, además, las mismas palabras que mi párroco años antes: «Si el Señor te llama, te ayudará para que le puedas seguir». Cuando mi madre falleció reinicié los estudios.

El 9 de mayo de 1971, en una parroquia de Barcelona, escuché a un misionero comboniano hablar de su experiencia y me dije: «Este es mi lugar». Me puse en contacto con ellos, y el 25 de septiembre de 1972 ingresaba en el noviciado de Moncada (Valencia). Más tarde fui enviado a Roma para realizar los estudios de Teología, y el 24 de julio de 1978 fui ordenado sacerdote y enviado a República Democrática de Congo, mi primer destino misionero.

A lo largo de todos estos años de vida misionera he podido confirmar que el Señor verdaderamente quería que le siguiese. Su voluntad coincidió con la mía y esto me ha hecho inmensamente feliz. No hay nada mejor que seguir a Jesucristo y anunciar el Evangelio.

El Papa a los jóvenes: “Faltan 40 días, nos vemos en Lisboa”.

Este jueves, 22 de junio, fue publicado el videomensaje que el Santo Padre envió a los jóvenes que se están preparando para participar en la próxima JMJ Lisboa 2023. A 40 días de la “fiesta de la juventud”, el Pontífice alienta a los jóvenes a no hacer caso a “aquellos que reducen la vida a ideas”. También envió un saludo a los trabajadores encargados de la logística de la JMJ, a quienes agradece “por dar una mano a esta organización”.

Vatican News

“En este momento es el punto donde todos tenemos que mirar. Los jóvenes tienen que mirar, a ustedes jóvenes, adelante. Faltan 40 días como una Cuaresma hasta llegar al encuentro de Lisboa”, con estas palabras el Papa Francisco alienta a los jóvenes que se están preparando para participar en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), Lisboa 2023, que se realizará del 1 al 6 de agosto próximo en la capital de Portugal y también a aquellos que van a seguir la JMJ desde lejos.

Voy a estar con ustedes en Lisboa

En su videomensaje, el Santo Padre señala que, está preparado y listo a participar en la “fiesta de la juventud” y a pesar de la reciente intervención quirúrgica a la que fue sometido el pasado 7 de junio, el Pontífice confirma su presencia en Lisboa.

“Yo ya tengo todo en la mano porque tengo ganas de ir. Algunos piensan que por la enfermedad no puedo ir, pero el médico me dijo que puedo ir, así que voy a estar con ustedes”.

Poner en práctica los tres lenguajes de la vida

A los jóvenes, el Papa Francisco los alienta a ir adelante sin hacer caso “a aquellos que reducen la vida a ideas”, ya que ellos, “han perdido la alegría de la vida y la alegría del encuentro”. Y, al contrario, los invita a rezar por ellos y a poner en práctica los tres lenguajes de la vida.

“El lenguaje de la cabeza. El lenguaje del corazón. El lenguaje de las manos. El Lenguaje de la cabeza, para pensar claramente lo que sentimos y lo que hacemos. El lenguaje del corazón para sentir bien, profundamente lo que pensamos y lo que hacemos. Y el lenguaje de las manos para hacer con eficacia lo que sentimos y lo que pensamos”.

Calentando motores para la JMJ

Este verano el papa Francisco tiene una cita con los jóvenes católicos del mundo en Lisboa con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Grupos juveniles en todos los rincones del planeta llevan meses preparándose en sesiones formativas sobre los temas propuestos para la JMJ en torno a María: «María se levantó y partió sin demora» y también buscando la financiación necesaria que les permitirá pagarse el viaje hasta la capital portuguesa.

La Familia Comboniana estará presente en la JMJ a través del World Youth Comboni Gathering (WYCG), una iniciativa que reunirá en Portugal a jóvenes que siguen a Jesús al estilo de san Daniel Comboni. Se han inscrito 120 jóvenes de Europa, África y América de entre 14 y 30 años y del 26 al 31 de julio estarán en la ciudad portuguesa de Maia para escuchar testimonios misioneros y participar en actividades y dinámicas en torno a la interculturalidad y la fraternidad universal. En algunos actividades se unirán con otros jóvenes de las diócesis de Oporto y Braga.

El 31 de julio, antes de llegar a Lisboa para participar en la JMJ, visitarán el santuario de Fátima y el 7 de agosto se encontrarán en la ciudad de Santarém para evaluar la experiencia «fuerte» vivida en Lisboa y vislumbrar cómo darle continuidad a lo largo del año para que no se quede en «una experiencia más», sino que les ayude a un mayor compromiso.

Por intercesión de san Daniel Comboni oramos por todos los jóvenes que se preparan a participar en las JMJ de Lisboa, especialmente por lo jóvenes «combonianos» de la iniciativa World Youth Comboni Gathering, para que este encuentro internacional les anime a seguir a Jesús con estilo misionero.

Oremos como familia comboniana

P. David Domingues: «25 años que han valido la pena»

P. David Costa Domingues, misionero comboniano, celebrará su jubileo sacerdotal el próximo 9 de agosto. Nació y creció en el seno de una familia numerosa en Calvão, Portugal. El 1 de julio cumplirá 51 años. Hizo los estudios de teología en Chicago (1994-1998), EE.UU., y después de la ordenación trabajó en Famalicão (1998-2003), norte de Portugal. De 2003 a 2022 estuvo en Filipinas (desde el 1 de enero de 2017 como Superior de la Delegación) hasta que fue elegido Asistente General durante el Capítulo General de Roma en junio de 2022. Hoy es Vicario General del Instituto Comboniano. Dice: “Al recordar estos 25 años de sacerdocio, puedo decir que los he vivido con el corazón lleno, entre alegrías y tristezas, y también con algunas dificultades y fragilidades, pero siempre con el corazón lleno”.

“Recordar es vivir”, dice la gente. Y tienen razón. En efecto, recordamos no sólo para recordar o tener historias que contar, sino para revivir, celebrar y acoger el presente con renovado vigor. Así, construyendo sobre los cimientos del pasado y viviendo intensamente el presente, podemos renovar la esperanza en un futuro cada vez mejor. Es en esta perspectiva que escribo estas líneas, para recordar, con profunda y sentida gratitud, y celebrar mis 25 años de servicio sacerdotal en esta familia misionera, creada y bendecida por San Daniel Comboni, que son los Misioneros Combonianos.

Todo comenzó para mí a la tierna edad de doce años. Crecí en la religiosidad sencilla pero profunda de mi familia, y con una cierta curiosidad por el mundo misionero, entonces todavía muy vaga. Dios quería tocar mi corazón, no haciendo resonar su voz desde lo alto, sino utilizando sus caminos “extraordinarios”. Iba al catecismo y, un día, el catequista hizo la siguiente pregunta: “¿Quién quiere ser misionero?”, “¡Yo!”, respondí. A partir de ahí empezó todo.

Decir adiós a la familia, a los amigos y a mi equipo de fútbol juvenil en Calvão no fue fácil. Pero yo quería algo más serio y duradero. Así que, en 1984, entré en el Seminario de Misiones de Viseu. No estaba solo. A esta nueva aventura se unió un buen grupo de compañeros de colegio y el equipo de fútbol. Lo que más me animaba era tener amigos con los que jugar al fútbol.

Durante los muchos años de mi educación, vi a mis compañeros tomar otros caminos. Seguí adelante. Después de 14 años de estudios, el 9 de agosto de 1998 fui ordenado sacerdote en la parroquia de Calvão, rodeado de mi familia y de la comunidad cristiana que me había visto nacer y crecer.

Desde entonces han pasado 25 años de gracia, que me llevaron primero al norte de Portugal, a Famalicão, durante cinco años (1998-2003), y después al desconocido mundo de Asia, donde permanecí casi 20 años (2003-2022). Si todo dependiera de mi voluntad, ¡sin duda seguiría allí! Pero no somos misioneros para hacer lo que queramos. Por eso, en junio de 2022, acepté dejar Asia para venir a Roma, donde ahora me encuentro realizando un servicio diferente: esta vez, a todo el Instituto comboniano.

De las muchas y hermosas experiencias que he vivido aquí en los últimos 25 años, contaré una que me ha marcado de modo particular. Poco después de llegar a Manila, en Filipinas, no podía cerrar los ojos ante la realidad de tantos pobres que viven y duermen en la calle y que luchan por sobrevivir, muchas veces con lo que encuentran en la basura producida por los ricos.

Así que empecé a acercarme a ellos llevando bolsas de comida y ropa. Poco a poco, esto se convirtió para mí en una agradable costumbre de comunión con estas personas acostumbradas a ser ignoradas y rechazadas y que, por vergüenza, preferían salir por la noche a buscar entre la basura su alimento diario.

En uno de estos vertederos, un día me encontré con un chico que rebuscaba entre la suciedad. Le ofrecí la bolsa de comida que llevaba conmigo y me detuve a intercambiar unas palabras con él. En ese momento, se acercó una joven embarazada y dijo: “Tengo mucha hambre”. El chico la miró, bajó los ojos a la bolsa que yo acababa de darle y, sin dudarlo, se la ofreció. “Cógela”, le dijo. La joven abrió la bolsa, cogió un puñado de arroz crudo y empezó a comerlo con avidez. ¡Qué hambre sentía!

Fueron experiencias como ésta las que me dieron fuerzas para seguir viviendo mi vida misionera. Pero soy consciente de que el bien que he podido hacer sólo ha sido posible gracias a la preciosa colaboración de tantas personas que, de un modo u otro, han compartido este compromiso mío de comunión y solidaridad con los más necesitados. Tantos amigos y bienhechores, cercanos y lejanos, han sostenido, con gran amor y generosidad, esta aventura que, para mí, ha durado casi 20 años y me ha marcado para siempre.

Al recordar estos 25 años de sacerdocio, puedo decir que los he vivido con el corazón lleno, entre alegrías y tristezas, y también con algunas dificultades y fragilidades, pero siempre con todo mi corazón. Precisamente por eso, celebro este jubileo con mucha gratitud. Han sido muchas las experiencias de misión que he vivido a lo largo de estos años, muchas de ellas inolvidables. He conocido a muchas personas que, de distintas maneras, han formado -y siguen formando- parte de mi camino. A todas ellas siento que debo decirles: “¡Gracias de todo corazón!

Un agradecimiento especial a mi familia, por todo el apoyo que me han prestado y por estar siempre a mi lado.

Hoy conmemoro con gran alegría mis 25 años de misión. Es verdad: recordar es vivir; recordar ayuda a perpetuar todo lo que el buen Dios ha hecho por mí y a través de mí, a pesar de mis debilidades.

Oh sí, es bueno recordar, y siempre regenera el espíritu.

P. David Domingues

Jornada Mundial de la Juventud

Jornada Mundial de la Juventud

Por: P. Roberto Pérez, mccj

La JMJ es un evento internacional en el que chicas y chicos provenientes de muchos países del mundo se encuentran para compartir sus culturas, idiomas, costumbres, experiencias de vida y sobre todo compartir y crecer en la fe. Además, la Jornada es una oportunidad del Papa para encontrarse con los jóvenes, ahí se dirige especialmente a esta parte de la Iglesia acogiéndolos y dándoles un mensaje de alegría y fraternidad. En este encuentro también se fortalece la esperanza y caridad de los muchachos, que representan a muchos otros de sus diócesis de origen.

La JMJ es un espacio para confirmar que la fe no es personal, sino un acontecimiento, familiar y comunitario, en donde se reconoce que no estamos solos para seguir a Jesús, sino que somos parte de un grupo, capilla, parroquia y diócesis; donde también se muestra que los desafíos experimentados son los mismos que lleva quien está a nuestro lado.

Por eso la fe crece y aumenta cuando nos encontramos, compartimos y celebramos la presencia de Jesús en nuestras vidas. Esa que nos impulsa a reconocer que Dios es un Padre amoroso y misericordioso que nos cuida y nos ama. Además, nos da la certeza de que Él está de nuestro lado para participar y anunciar su proyecto de vida.

El deseo de tantos jóvenes en un mundo más fraterno es la esperanza, un lugar en el que estamos llamados a vivir en plenitud con todo lo que somos; la esperanza también nos permite saber que otro mundo es posible, que existe otra manera de relacionarse y en el que el dinero no determina las relaciones personales, nacionales o internacionales, sino que debe estar al servicio de todos, para que nadie posea todo ni que otros tengan lo mínimo necesario para sobrevivir.

En la preparación profesional, no sólo se busca tener un estilo de vida más cómodo y confortable, sino que ofrezcamos nuestros servicios a los más necesitados, incluso si éstos no pueden pagarnos o retribuirnos. La esperanza nos ilumina para que las telecomunicaciones no sólo den información de lo que sucede minuto a minuto en nuestro mundo, sino para reconocernos hermanas y hermanos que habitamos el mismo planeta, y lo que nos hace más cercanos son las muestras de respeto, fraternidad y solidaridad.

Esta confianza nos lleva a buscar nuevos caminos ante el dolor y sufrimiento de las guerras; la violencia y la venganza no son la única manera de resolver conflictos o diferencias entre personas o países. La esperanza a la que nos remite Jesús, «Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia» (Jn 10,10b), es el proyecto de Dios para toda la humanidad, para toda la creación.

En esta JMJ, el Papa y toda la Iglesia quieren decir a los jóvenes, como san Pablo a los corintios, que «ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ella es la caridad» (1Cor 13,13). La caridad a la que llama esta Jornada es la misma que ha empujado a María a ir presurosa al encuentro de Isabel. María, la Virgen de Nazaret, después de haber recibido el anuncio del Ángel, inmediatamente se pone en camino para servir, ayudar y compartir la gracia y el amor que ha recibido.

El Anuncio empuja a María a servir a quien necesita ser acompañada, escuchada y ayudada. Y cuando dos personas que sienten la gracia de ser visitadas por Dios, se encuentran, entonces cosas maravillosas empiezan a suceder, el Reino de Dios ha sido inaugurado.

Así como María, los jóvenes son llamados a poner sus dones y virtudes al servicio de los demás, especialmente con quienes están golpeados, abandonados a la orilla del camino, como hizo Jesús al cuestionar al maestro de la Ley cuando le pregunta: «¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» (Lc 10,36).

A propósito de esto, hay un proverbio árabe que reza: «El hombre es enemigo de lo que ignora: enseña una lengua y evitarás la guerra. Expande una cultura y acercarás un pueblo a otro». En esta JMJ, los participantes vivirán el encuentro con otros que, como ellos, vienen de diferentes culturas, lenguas y naciones. Así se podrán romper esquemas y paradigmas que dividen o separan.

Es la caridad y el servicio a los demás lo que puede salvar al mundo y puede unirnos para romper esquemas que dividen al mundo en países, religiones, etnias, lenguas, etcétera. Pedimos para que en esta Jornada Mundial de la Juventud, los participantes estén abiertos a la voz de la Iglesia, a la voz del mundo que llama a vivir en alegría, paz y fraternidad.

Transformados por el Corazón del Buen Pastor

Muchas instituciones, grupos, asociaciones y parroquias tienen su fuente de espiritualidad o están consagradas al Sagrado Corazón de Jesús. Dada la importancia de la celebración quisiera ref lexionar en el ámbito vocacional sobre esta devoción que ha iluminado, sostenido y guiado a tantos santos en su misión.
Primero, tomemos como fundamento que el corazón es mencionado varias veces en las Sagradas Escrituras como lugar donde la razón y la emoción se encuentran; a partir de éstas (razón y emoción) se toman decisiones, por ello es una forma de simbolizar la conciencia de la persona. Tan es verdad lo anterior, que el mandamiento más importante es «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 27,37-39).
Los salmos 51 y 85 rezan «crea en mí un corazón nuevo» (Sal 51) y «mantiene mi corazón en el temor de tu nombre» (Sal 85). Por tanto, el corazón es el símbolo del amor, de lo más íntimo, del afecto, del cariño, de la entrega total. Cuando los enamorados se declaran dicen: «te amo con todo mi corazón» o «te guardo en mi corazón».
Jesús dice en los Evangelios: «donde está el corazón, ahí está el tesoro, ahí está el corazón de la persona» (cf Lc 12,34) y que «del corazón salen las cosas malas» (cf Mt 15). El corazón refiere a lo más íntimo que tenemos, a lo más escondido y vital; el «tesoro» es lo que tiene más valor, lo que nos da seguridad para el hoy y para el futuro. Por eso Cristo nos invita a aprender de Él, que tiene un «corazón manso y humilde» (Mt 11,28-30).
Pues bien, al hablar del corazón hablamos metafóricamente del amor. Y amar exige responsabilidad y compromiso, requiere un constante donarse a sí mismo, como una vela encendida que se consume en silencio para iluminar a los demás. Del mismo modo que una vela que no se enciende no sirve para nada, una vida sin amor, no tiene sentido.

Qué pena saber que muchos jóvenes han perdido esa capacidad de enamorarse de la vida, de entregarse de corazón, asumiendo los riesgos que eso pueda traer. Por eso debemos pedir que seamos transformados por la caridad, es decir, por el amor que brota del corazón de Jesús, pues al mirar al Crucificado entendemos cuál es la medida a la que es-tamos llamados: amar hasta dar la vida por el prójimo.
Toda vida puesta al servicio del Reino de la verdad y de la justicia, es una existencia que no se pierde, sino que se multiplica. En eso consiste la libertad que viene de Cristo, Él nos entrega su vida, y quien con Él sube a la cruz, «muere» por toda la humanidad; ese amor no excluye a nadie… Amar es siempre «un morir» para que otros tengan vida. Una vocación sólo puede realizarse realmente cuando se ama de verdad.
Quizá esta sea la paradoja de nuestro tiempo, querer amor sin antes amar, pedir sin antes ofrecer. Amar es un ejercicio que se aprende cada día. Cada vez que abrimos el corazón a la gracia de Dios y al prójimo, nos volvemos más sensibles al dolor del otro, y aunque no podamos resolver todos los sufrimientos ajenos, seremos solidarios con el prójimo.
Queridos jóvenes, abramos nuestro interior al corazón del Buen Pastor, para que cada instante de nuestra vida sea un constante «perder la vida» al amar a los más necesitados y abandonados… para que encontremos en el rostro de cada hermano que sufre el rostro del mismo Cristo, que desde la cruz tiene su Corazón desbordado y da su vida para que todos tengamos vida en abundancia (Jn 10,10).