Fecha de nacimiento: 08/06/1922
Lugar de nacimiento: Casarsa della Delizia/PN/I
Votos temporales: 07/10/1942
Votos perpetuos: 07/10/1948
Llegada a México: 1977
Fecha de fallecimiento: 22/08/2008
Lugar de fallecimiento: Verona/I
La vida del Hno. Lino se parece a un crecimiento hacia la plena transfiguración. Mientras su cuerpo se desfiguraba después del ictus y la parálisis hemipléjica izquierda (medio cuerpo paralizado), su espíritu se afinaba y maduraba su transfiguración interior.
El Hno. Lino había nacido en una familia “levítica”: de sus 14 hermanos y hermanas (4 de ellos aún vivos), 5 fueron religiosos: Lino y Giacomo (Hnos. Combonianos), dos religiosas y un Salesiano.
Hizo su primera profesión en Venegono a la edad de 20 años. El P. Fulvio Lorenzini lo recuerda de los años de Thiene, en y después de la guerra, cuando el Hno. Colussi era prefecto de los aspirantes a Hermanos, enseñaba el oficio de zapatero y se divertía corriendo con los chicos. En 1951 empieza el período de la misión en Sudán meridional, entre los Azande, hasta la expulsión en 1964. Los Hnos. Ulderico Menini y Tarcisio Calligaro conservan buenos recuerdos de ese tiempo, cuando Lino trabajaba en la escuela técnica y garaje mecánico de Mupoi, sirviendo también a otras misiones.
Después de Sudán y un breve período de vacaciones en familia, el Hno. Lino fue enviado a una nueva misión: Ecuador, y más precisamente a la Ciudad de los Muchachos de Esmeraldas, a trabajar en el garaje mecánico. Menos de un año después, una extraña enfermedad, desconocida para los médicos del lugar (parece se tratase de una bilarcia, residuo de enfermedades tropicales africanas), le obligó en el 1965 a volver a casa.
Transcurridos una docena de años en Italia (lo encontramos, por ejemplo en Verona “curándose”, y encargado del huerto, después en Pesaro, Gozzano, etc.), el Hno. Lino parte hacia otro destino, México (1977-1987), en parroquias de Baja California (Bahía Tortugas, Mulegé), desde donde vuelve definitivamente a Verona, Italia, en 1987. Ahí estuvo otros 20 años, hasta su muerte. Sirvió algunos años como recepcionista en la Casa Madre: un servicio que desenvolvió con puntualidad, moderación y discreción, como recuerdan co-hermanos y religiosas. Hasta que un domingo de 1993 Sor Concetta no lo vio llegar a recepción para sustituirle a la hora de la comida y pensó se tratase de algún infarto. El Hno. Duilio Plazzotta corre a la habitación del Hno. Lino. Llama a la puerta y notando que tardaba en responder y tartamudeaba palabras extrañas rompe la puerta y se da cuenta de que había tenido un ictus cerebral. Se había quedado paralizado de medio cuerpo lo que le hizo, desde entonces, depender completamente de los demás para todo.
¡Cuanto sufrió desde entonces! Pensemos solo a la incomodidad de posiciones fijas, a la dependencia de los demás en todas sus necesidades fisiológicas, desde el comer hasta todo lo demás y a los dolores, con frecuencia muy fuertes. Ese ictus lo hizo vivir la misión de otra forma. Sobre el altar de la cama o la silla de ruedas, donde todos lo veíamos hasta hace pocos días, lo estimamos y lo quisimos como hermano enfermo. Ahora lo podemos invocar también como intercesor, amigo de Dios.
El Hno. Duilio es testigo de que, al principio, el Hno. Lino se cansaba de verse en semejante situación física. Pero después de un poco tiempo de rechazarla la aceptó con serenidad creciente. ¡Ejemplarmente! Siempre lúcido y presente, hasta el final. Solo respondía con lo esencial, con monosílabos, pero eran suficientes para agradecer, comentar algo muy brevemente o hacernos reír. Jamás un lamento. En quince años, ¡jamás un lamento! Es el testimonio unánime del personal del CAA.
El P. Francesco Lenzi, que ha marchado recientemente a Brasil después de ocho años como encargado del CAA de Verona, lo recuerda así: “Un hombre de Dios, un ‘místico’, un contemplativo en la oración, un hombre maduro. Además de su serenidad, recuerdo tres cosas: su capacidad para hacer bromas y contar chistes, su tranquilidad ante la muerte y su agradecimiento para con todos los enfermeros: agradecía cualquier servicio, aunque solo fuera un sorbo de agua. Era amado y querido por todos, desde el personal hasta los voluntarios, y suscitaba tanta ternura debido a su enfermedad y a su forma de comportarse”.
Gracias, Hno. Lino, por tu testimonio humano, de consagrado, de Hermano, de Misionero Comboniano. Has vivido en plenitud tu misterio pascual, junto al de Jesús, por la Misión. Hoy tus co-hermanos Combonianos, parientes y amigos están aquí, sobre el Tabor y el Calvario, celebrando contigo y por ti esta Eucaristía de Pascua de Resurrección. Y tú nos sonríes: transfigurado para siempre. ¡Gracias, Hno. Lino!
(De la homilía fúnebre del P. Romeo Ballan).