Fecha de nacimiento: 22/09/1909
Lugar de nacimiento: Mestrino PD / I
Votos temporales: 08/05/1932
Votos perpetuos: 08/12/1937
Llegada a México: 1951
Fecha de fallecimiento: 19/05/1974
Lugar de fallecimiento: Ciudad de México / M

Durante más de veinte años el Hno. Mariano Norbiato (el Padre Marianito, como la gente le decía de cariño) desarrolló una actividad incansable en la ciudad de México, creando todo un círculo de amigos y bienhechores de las obras combonianas.

La cosa empezó de la manera más sencilla. Cuando en 1952 empezó a funcionar en la casa de la Moctezuma nuestra primera Escuela Apostólica, el Hno. Norbiato fue llamado de La Paz, B.C., para hacerse cargo de los gastos de la casa.

La necesidad lo empujó a buscar amigos y bienhechores, primero en el mercado de la Merced y, posteriormente, en los comercios y fábricas por toda la extensión de la capital. Con su sonrisa y su profunda piedad se ganó la simpatía de numerosas personas.

No sólo lograba abastecer de alimentos la comunidad de la Moctezuma, sino que poco a poco se relacionó con una vastísima red de abastecedores que le regalaban todo lo que necesitaba.

Es increíble la cantidad de materiales que consiguió gratis para acondicionar el seminario que se estaba construyendo en Sahuayo o para enviar a las misiones de Baja California.

El almacén donde guardaba las cosas era un verdadero emporio donde había de todo. Por sus manos pasaron millones. Pero todo era para los demás. Para sí nada. Nunca compró una prenda. La ropa que usaba era de segunda y regalada.

En la primavera de 1974 el Hermano se desplomó rápidamente. En la comunidad se dieron cuenta que estaba enfermo cuando se vio obligado a limitar sus actividades fuera de la casa. En realidad, hacía meses que no se sentía bien.

En febrero se internó en el hospital español para un chequeo general. El veredicto de los médicos sorprendió a todos: un tumor había invadido el estómago y parte del intestino. Fue intervenido el 8 de marzo, pero era demasiado tarde.

Sobrevivió dos meses y cerró los ojos en nuestra casa de Xochimlco el 19 de Mayo, después de edificar a todos por su conformidad plena con la voluntad de Dios.

No se puede negar que el modo cómo el Hermano organizaba su trabajo y actividades dejaba un tanto desconcertados. Era un religioso sui generis y en su manera de actuar no dejaba de haber ciertas sombras, cosa propia de todo ser humano.

Al P. Jorge Canestrari, que fue su superior en Xochimilco, lo inquietaba esta pregunta: esa cara siempre sonriente, esa ostentación de piedad, ese constante movimiento ¿serán santidad verdadera? Y el Padre quería ver una señal.

La señal llegó con la enfermedad y la manera cómo el Hermano se preparó conscientemente a la muerte. La hora de la muerte no es el momento para hacer teatro: uno se revela tal y como es. Para el Hno. Norbiato la enfermedad fue como la piedra de toque que reveló su verdadero temple.

Una vez intervenido en el hospital español quiso que los médicos le dijeran claramente la verdad. Recibió la sentencia como un soldado que es dado de baja. Sin desconcertarse puso en orden todas sus cosas y quiso despedirse de todos.

Recibió la unción de los enfermos en presencia de la comunidad y de un gran número de bienhechores invitados personalmente por él, el Viernes Santo, en la capilla del postulantado.

Concluido ya el rito de la unción, cuando oyó la invitación del celebrante: Hermano, puedes ahora con agradecimiento y confianza decirle al Señor: ¡Misión cumplida! No pudo ya contener la emoción y rompió en sollozos.

Luego, ya en la quietud de su habitación, con el espíritu más sosegado, redactó una carta para el P. Jorge Canestrari, entonces superior de la Curia Generalicia, en Roma. Lo informaba detalladamente de todo: Los médicos me han confirmado la sentencia. Se trata de un tumor maligno y me quedan pocas semanas de vida.

Hoy, en nuestra capilla abarrotada de amigos y bienhechores, me dirigí hacia el altar con paso firme y la mirada fija en ese grande Cristo que lo ha dado todo para mi redención. Con la unción de los enfermos he recibido la fortaleza que necesito ahora para esperar serenamente la llamada del Señor.

Días después entregó al superior de la casa otra carta: era la carta de despedida a sus familiares, con la súplica que no se les fuera enviara sino después de su muerte.

Al P. Jorge Canestrari se le pidió redactara la necrología del Hermano para el Boletín de la Congregación. Y el P. Jorge, con la libertad de espíritu que lo caracterizó siempre, compendiaba sus impresiones con estas palabras:

El Hno. Mariano es el representante de una época de la historia de la Congregación que está a punto de concluirse. Una época que se puede alabar o criticar, pero que ha sabido formar hombres auténticos, coherentes, fieles a la formación recibida y entusiastas de su vocación religiosa y misionera.

P. Domingo Zugliani


Nació en Mestrino (PD) el 22.9.1909. Ingresó en el noviciado de Venegono a los 20 años y allí profesó el 8 de mayo de 1932.

Hasta 1951, durante 19 años, estuvo adscrito a la casa de Brescia, oficialmente como portero-tesorero, con algunos periodos en Trento y Crema. Pero quienes le conocieron en aquella época saben que su actividad no se limitaba a su oficio de portero, ni terminaba en el lugar donde residía: su red de conocidos era ya muy amplia y la lista de benefactores larga.

Desde noviembre de 1951, hasta finales de 1952 estuvo en Laz Paz, B. C. y luego, con sólo algunas interrupciones para descansar en Italia estuvo en la Ciudad de México, hasta su muerte, que llegó un poco repentina, pero ciertamente no inesperada.

“Conviví con el hermano Mariano durante mucho tiempo: trabajé con él y también me enfrenté a él no pocas veces… y siempre me hacía una pregunta: “¿Es cierta su santidad? Y anhelaba una señal, un argumento para poder ver con claridad en esa vida siempre en movimiento y en ese rostro siempre sonriente.

Y aquí llegó la señal: ¡la dolorosa enfermedad y la preparación para la muerte esperaban con los ojos abiertos y una lámpara encendida! Recibió la sentencia de muerte como un soldado que recibe órdenes de su comandante de dejar el servicio militar y volver a casa. Puso todas sus cosas en orden; se despidió de todos, pidiendo perdón por sus faltas. Quiso recibir todos los sacramentos delante de la comunidad reunida en la iglesia el Viernes Santo… y luego se puso a esperar el tren (así me lo escribió) para llegar a su patria, con la esperanza de que llegara en mayo, para poder participar en las fiestas que se celebran para la Virgen en el Cielo durante el mes dedicado especialmente a Ella.

Y mientras esperaba la llegada de la hermana muerte, él, que nunca estaba ocioso, quiso organizar la acostumbrada jornada para damas y amigos combonianos, que se celebra cada año en Xochimilco el segundo domingo de mayo. Ya casi no comía, sólo vivía de inyecciones… y, desde su habitación, quería estar informado de todos los preparativos, escribiendo cartas y dirigiendo las distintas actividades, queriendo que todo estuviera en orden hasta la más mínima minucia. Cuando terminó el día y todos se despidieron, contó todo lo que había recibido como ofrenda, entregó hasta el último centavo al ecónomo, explicó todo y esperó la hora suprema.

Murió como mueren todos los santos, y nadie hace una comedia a punto de morir: uno se revela como lo que es. El Hermano Mariano es una figura especial: es un misionero comboniano -y tenía mucho interés en serlo-, todo “sui generis”, que no se repetirá jamás. Es el representante de una época de la historia de la Congregación que está a punto de cerrarse para siempre, contra la que se puede decir todo lo bueno y todo lo malo que se quiera, pero que supo preparar hombres auténticos, coherentes con sus principios, fieles a la formación recibida y entusiastas de su vocación religiosa misionera.

Para mí, el recuerdo del Hermano Mariano permanecerá como la figura del comboniano que se tomó en serio la vida religiosa misionera y que realizó su vocación en el servicio total al Instituto que amaba inmensamente.

Luego hay un punto en el que el Hermano Mariano imitó al Fundador en grado eminente: la tenacidad (¡me gustaría decir la audacia!) en pedir ayuda para dar vida a las obras que los Superiores confiaban a su solicitud. ¡Aquí podríamos decir que el fin justificaba los medios! En casa nos dimos cuenta de que no estaba bien -nunca había estado enfermo- cuando vimos que ya no salía puntualmente de casa para hacer su recorrido diario por la capital mexicana, que conocía en todos sus rincones más recónditos. Todas las mañanas era el primero en llegar a la iglesia. Siempre en movimiento, siempre lleno de negocios, buscado por todos, porque se interesaba por todos, por supuesto, según su estilo, pero siempre al servicio de todos, buscando trabajo para tanta gente necesitada, a la que consiguió colocar no se sabe cómo. Su almacén -¡su imagen perfecta!- era un emporio: había de todo y para todos… incluso si ejerciera la paciencia. Millones pasaron por sus manos; lo tenía todo: pero no para él, todo para los demás. Su ropa y todo material ya usado por otros; no se gastó ni un céntimo en ello. Y siempre estaba rezando. 

Las calles de la Ciudad de México están llenas de sus Avemarías: el joven que actuaba como su secretario tenía que rezar rosarios continuos o leer algún buen libro en voz alta. Dejó un ejemplo de vida gastada sólo para Dios y sus hermanos; también hay sombras en el cuadro de su existencia, que sirven para resaltar la luz de sus buenas obras. Que nuestros sufragios -signo de nuestra caridad y que el Hermano Mariano realizaba con gran fidelidad en favor de los demás- sirvan para transformar estas sombras en luz y que ahora cumpla lo que prometió en vida, es decir, que continuaría en el Cielo sus actividades de procurador con la Virgen, de la que era muy devoto.

P. Giorgio Canestrari

Del Boletín nº 106, octubre de 1974, p.70-72