Fecha de nacimiento: 06/12/1930
Lugar de nacimiento: Nápoles /I
Votos temporales: 07/10/1956
Votos perpetuos: 09/09/1962
Llegada a México: 1982
Fecha de fallecimiento: 29/08/2024
Lugar de fallecimiento: Castel d’Azzano/I

El pasado 29 de agosto falleció en Castell d’Azzano (Italia) el Hno. Vicente Pannice. Pasó la mayor parte de su vida misionera en Ecuador, a donde fue destinado pocos meses después de haber hecho su primera profesión religiosa. Allí permaneció hasta 1980, en que fue destinado a España. Dos años después, en 1982 llegó a México. Trabajó en San Francisco del Rincón y en La Paz, en Baja California Sur. En 1989 regresó a Ecuador, donde permaneció seis años. En 1995 fue destinado a Italia. Tres años después, en 1998, fue destinado nuevamente a Ecuador. En 2019 regresó definitivamente a Italia, donde murió el pasado 29 de agosto a la edad de 93 años.

Vincenzo nació en Nápoles el 6 de diciembre de 1930 en el seno de una familia pobre. Es la lógica de Cristo elegir a personas sencillas y pobres, porque los pobres tienen un corazón libre, que puede ser habitado por los planes de Dios. 

Ingresó en el noviciado de Florencia, donde emitió sus primeros votos el 7 de octubre de 1956. Dos años más tarde, ya estaba en misión en Ecuador, donde hizo su profesión religiosa perpetua el 9 de septiembre de 1962, en Santa María de los Cayapas. 

El Hermano Vincenzo nos dejó a la edad de 94 años. Casi toda su vida, repartida en varias etapas alternas, transcurrió en Ecuador y México. Dos puntos fuertes de su «carisma» fueron la promoción vocacional y la animación misionera, a través de la distribución de revistas, especialmente infantiles. Siempre estaba en movimiento, visitando parroquias y escuelas. En esto era bueno y obtenía excelentes resultados. 

En la comunidad, nunca hizo mucho ruido. Era un hombre discreto y reservado, siempre «fuera de escena», como se dice en Nápoles. Realizaba su trabajo con tenacidad y perseverancia. Tenía muchos defectos, pero no más que los demás. No conocía mucho la «literatura» de Comboni, pero había captado su espiritualidad y su amor por la misión. 

He aquí algunas «virtudes combonianas» que todos reconocían en él. En primer lugar, el sacrificio personal por la «ardua misión», como decía Comboni, y el Hermano Vincenzo no se escatimaba. Estaba dispuesto al trabajo duro y a la entrega total, porque amaba su trabajo y su vocación de hermano. 

La suya era una «santidad comboniana»: Comboni había querido misioneros santos y capaces, y el Hermano Vincenzo no sólo amaba este pensamiento del Fundador, sino que lo puso en práctica. Rehuía, sin embargo, ese fanatismo religioso que es hermano de la estupidez. Comboni quería misioneros «humildes» y el Hermano Vincenzo no se gloriaba de su trabajo y de su servicio: sí, poseía una auténtica humildad. 

El Hermano Vincenzo puso siempre a Dios en primer lugar, y esto le llevó a tener una vida de oración. Todo el mundo le veía retirarse a la capilla por las tardes, a veces incluso de noche, cuando regresaba tarde de los diversos lugares que había visitado, y por la mañana temprano estaba de nuevo allí, esperando el rezo de Laudes. A menudo se le veía pasear por la avenida del seminario, con su rosario misionero en la mano. Como ya se ha dicho, llevaba la animación misionera en la sangre: no perdía ocasión de hablar de la misión comboniana en escuelas, parroquias e institutos religiosos, tanto masculinos como femeninos. Fue un incansable divulgador de nuestras revistas y libros, siempre con buenos resultados. Fue un inmejorable promotor vocacional: su método preferido era el contacto personal con los posibles candidatos, a los que visitaba en sus familias y enviaba cartas personales. Los seminaristas del seminario menor de San Francisco del Rincón, México, le tenían en gran estima y disfrutaban escuchándole hablar español con acento napolitano. Sin embargo, no todo fue como él hubiera deseado. No faltaron hermanos que le criticaron por su forma de trabajar. Algunos, quizá en broma, se burlaban de él: «Haces el trabajo de los curas». Él, sin embargo, callaba y aguantaba. Amaba profundamente la vocación de Hermano, pero también creía -y lo mostraba con firmeza- que la animación misionera es tarea y misión de todo comboniano. 

En algunas comunidades en las que estuvo, también encontró obstáculos y oposición a sus actividades e iniciativas, pero nunca nadie fue capaz de detenerlo. Y por una sencilla razón: él creía en lo que hacía. Los resultados y los frutos le dieron la razón. 

El Hermano Vincenzo vivió una fe concreta, humilde y sencilla. Franco Accardo, un laico comboniano de Herculano, que muchas veces hospedó al Hermano Vincenzo en su propia casa cuando volvía de vacaciones a Italia, escribió lo siguiente en su testimonio: «El amor a la misión y al estilo comboniano brillaba en sus palabras, miradas y gestos. Se notaba que vivía lo que anunciaba». 

(Padre Teresino Serra, mccj)