Por: P. Roberto Pérez

Una vez más celebramos el mes misionero, y recordamos que por nuestro bautismo, Jesús nos envía: «vayan y bauticen a todo el mundo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). La Iglesia hace suyo este mandato y envía misioneros a todos los rincones de la Tierra.

Quisiera mencionar tres actitudes que se nos piden en este mes. La primera es hacer oración por quienes ya se encuentran en tierras de misión y orar para que Dios siga llamando a jóvenes generosos a ser enviados.

La segunda cualidad es apoyar a la obra de evangelización, ya sea económicamente a los misioneros que conocemos o a quienes solicitan de nuestra generosidad a través de becas, donativos o ayudas, sobre todo cuando conocemos a institutos misioneros o cuando se nos pide apoyar a las misiones en el penúltimo domingo de este mes, el día del Domund.

La tercera condición es ofrecer nuestras acciones por las misioneras y misioneros, sobre todo por quienes pasan más dificultades en medio de la violencia; y ofrecer nuestros sacrificios, a veces limitaciones o enfermedades, para sentirnos en comunión como una única Iglesia enviada.

En la primera actitud, quisiera hacer una relación respecto al pasaje del Evangelio en el que Jesús, después de haber enviado a sus discípulos de dos en dos (Lc 10,17-24), los recibe y escucha sus vivencias, sobre todo, la alegría de haber anunciado el Reino de Dios. Los percibe alegres porque cuentan las maravillas que han visto, y Jesús les dice que verán mayores manifestaciones.

Como Jesús, en este mes la Iglesia se enriquece con experiencias de tantas misioneras y misioneros que, enviados por sus congregaciones a comunidades e iglesias locales, han sentido la alegría de anunciar el Reino de Dios, y trabajan en su país porque se les ha pedido un servicio en su provincia de origen.

Es tiempo de escucha y participación de la acción misionera de la Iglesia. Ciertamente, algunos colegios, parroquias y comunidades invitarán a diferentes misioneros a compartir su experiencia de fe en tierras de misión. Es el momento ideal para que la Iglesia local escuche las maravillas que Dios va realizando en las comunidades.

También se nos pide orar por los jóvenes que ya iniciaron su proceso vocacional y, sobre todo, para que más de ellos puedan decidirse a ser misioneros y así compartir su vida y su fe con otras comunidades.

Cabe mencionar que en estos tiempos en los que se facilita la comunicación, conocemos acontecimientos de todo el globo terráqueo en cuestión de segundos, así podemos enterarnos de eventos, incluso verlos en vivo. Entonces, ¿por qué ser misioneros en esta época en donde podemos enterarnos de todo a través de las redes sociales y participar de encuentros, reuniones y eventos en línea? ¿Qué necesidad hay de salir de nuestra área de comodidad y seguridad?

En este tiempo en que por diversas circunstancias, muchos se han acostumbrado a estudiar, trabajar, incluso celebrar la eucaristía desde casa, es fácil experimentar todo como espectadores, desde un espacio específico sin necesidad de salir al encuentro del otro, puesto que lo podemos realizar a un click en el celular o en la computadora.

Los desafíos de la misión son diferentes a los que se vivían en años anteriores. Con todo esto, otra pregunta se hace necesaria, ¿cómo hablar?, ¿cómo inquietar a los jóvenes de hoy y a las nuevas generaciones a ser enviados, a ir al encuentro del otro en el espacio y tiempo?, ¿cómo ayudarlos a cuestionarse sobre la inquietud misionera?

El hecho de reconocernos llamados a la misión nos obliga a ponernos en marcha, a movernos, a caminar, a salir y encontrar a quien necesita de nuestra presencia, en medio de la soledad que va creando este nuevo estilo de vida; de ir al encuentro del enfermo o del anciano, que necesita de nuestra ayuda, porque pasa horas sin la presencia de alguien de su familia que lo acompañe.

En las Escrituras se nos recuerda que «hay más alegría en dar, que en recibir» (Hch 20,35), siempre es momento de dar, de compartir, porque hay personas que necesitan recibir, y en este mes recordamos a las comunidades que esperan recibir el anuncio del Reino de Dios.

Sólo se puede estar en continuo movimiento con la fuerza del Espíritu Santo, que por la unción desde nuestro bautismo habita en nosotros y nos hace formar una comunidad de creyentes constructores de este Reino de vida, de justicia, de paz, de amor y perdón.

Recemos por todos los misioneros, también para que haya nuevos y para que nuestra Iglesia siga siendo generosa al enviarlos. Asimismo, recordemos nuestro compromiso misionero para ayudar en la obra evangelizadora, pues todos somos partícipes de esta responsabilidad de la Iglesia, y que sólo se enriquecerá a sí misma cuando se abra a la misión y crezca cada vez más con nuevos cristianos y nuevas comunidades que anuncien y construyan el Reino de Dios.

Que san Daniel Comboni, san Francisco Javier y todos los santos misioneros nos impulsen con su ejemplo de vida a ser testigos de la Buena Nueva de Jesús, en los lugares donde más se necesita.