Fecha de nacimiento: 18/01/1914
Lugar de nacimiento: Marano Lagunare UD / I
Votos temporales: 15/08/1943
Votos perpetuos: 15/08/1946
Fecha de ordenación: 11/07/1937
Llegada a México: 1953
Fecha de fallecimiento: 26/11/1986
Lugar de fallecimiento: Verona / I
En una entrevista que el entonces escolástico Carlos M. Navarrete M. le hizo al P. Jorge Canestrari, en octubre de 1986, un mes antes de su muerte, el Padre narra así el origen de su vocación misionera:
Siendo yo sacerdote diocesano, con frecuencia hablaba de las Misiones. Un día un joven se levantó y me dijo: Usted habla tanto de las Misiones. Entonces ¿por qué no se va de misionero? Me había acorralado y, para ser coherente, entré con los Combonianos.
Por ese tiempo el Padre Jorge era Vicario en Soave, importante parroquia de la diócesis de Verona. Llegó a la parroquia el P. Faré para predicar un día misional y el joven vicario habló con él de sus inquietudes misioneras. El P. Faré le aconsejó ponerse en contacto con los superiores de Verona.
En la solicitud de admisión el Padre empieza presentándose y luego narra la historia de su vocación:
Soy un sacerdote de 27 años y he sido ordenado en 1937. A partir de entonces me encuentro en esta parroquia como vicario. Mi deseo es ser religioso misionero y me he orientado hacia el Instituto Comboniano. Mi deseo no es de ayer. Conocí a los misioneros cuando cursaba 5º año de Primaria en un colegio de los Salesianos y me entusiasmó el ideal de las Misiones.
Hablé con mis padres y se rieron de mi; no tomaron en serio mi propósito. Entonces ingresé al seminario diocesano.
Durante los años de latín manifesté mis inquietudes misioneras a los superiores y el consejo que me daban era que me esperara… que me esperara….
En 2º de Filosofía quise tratar el asunto de mi vocación con aquel santo varón y conocedor de hombres que era el P. Vianello y recibí de él la promesa de aceptación en el Instituto. En cuanto se enteraron de ello los superiores del seminario me disuadieron pretextando mi poca salud y diciéndome que no era yo apto para las exigencias de la vida misionera.
Escribí entonces al P. Vianello que no tomaran en cuenta mi solicitud. Cursé la filosofía y la Teología sin dejar de importunar a los superiores que no me daban luz verde.
La víspera de la ordenación el director espiritual me aconsejó aplazar la decisión todavía dos o tres años.
Ahora tengo cuatro años de ordenado. El director espiritual me anima a presentar mi solicitud de admisión. El pretexto de la poca salud no es problema: en cuatro años que tengo trabajando de vicario en esta parroquia nunca me he enfermado.
El P. Paré me ha hablado de las exigencias de la vida del noviciado. Pero espero que no me faltará la ayuda del Señor. Yo me pongo incondicionalmente en manos de los superiores y estoy dispuesto a todo por el bien de mi alma y por la Obra de las Misiones.
Habló con el Obispo quien lo escuchó bondadosamente, pero, por no tener de inmediato a un sacerdote que lo pudiera reemplazar, lo exhortó a tener paciencia todavía.
Entró en el noviciado de Venegono en enero de 1942. Hecha la profesión religiosa el 15 de agosto de 1943 fue destinado al noviciado de Florencia como ecónomo durante dos años y luego fue superior en la Escuela Apostólica de Trento hasta 1953, cuando vino a México.
Recién llegado a México, en noviembre de 1953, fue destinado a la misión de La Purísima, B.C. Allí fue donde aprendió la lengua y entró en contacto con la realidad sudcaliforniana.
No era ciertamente el lugar más apropiado para entusiasmar a un recién llegado. La población, religiosamente, era más bien indiferente y frecuentaba poco la iglesia.
Cuando le propusieron un posible servicio como director espiritual en Sahuayo, Mich. experimentó reacciones contrastantes: por una parte, le agradaba la idea, pero también lo preocupaba la responsabilidad del cargo. Al provincial expresó sus sentimientos con dos palabras: siempre he pensado en este servicio con ilusión, pero también con temor.
En realidad, en Sahuayo se sintió plenamente realizado y en ese servicio permaneció largos años.
Si se exceptúa un breve paréntesis en San José del Cabo en 1964 y los seis años que estuvo de superior en la Curia Generalicia, en Roma, el trabajo en el sector de la formación fue la actividad de toda su vida.
Le tocó prestar ese servicio en una época difícil, cuando estaban en experimentación nuevos métodos formativos y se buscaban nuevos caminos. Las experimentaciones no dejaron de suscitar perplejidades. Provocaron críticas e, incluso, reacciones violentas contra los formadores.
El Padre era capaz de cuestionarse con sinceridad acerca de la validez y bondad de ciertos métodos, sin aferrarse pertinazmente a su punto de vista, reconociendo con humildad sus limites y dejando a los superiores plena libertad de decir la última palabra y tomar las decisiones. Dispuesto, si era necesario, a pagar de persona.
Siendo Padre Maestro y superior de los filósofos en Xochimilco, en una carta al superior general decía: Permítame presentarle mi situación: los cohermanos de la provincia, sobre todo los del secretariado de la formación, en repetidas ocasiones me han hecho saber claramente que como educador yo no sirvo. Mi método está equivocado y en la casa de Xochimilco hay desorden.
No contando ya con la confianza de los cohermanos pienso que ha llegado para mí el momento de pedir a los superiores un cambio de casa y de oficio. Tratándose de una casa de formación la cosa es urgente. No se puede esperar.
Posteriormente, en una carta al provincial que se encontraba en Roma, volvía sobre el asunto: ¿cómo se les ha metido a los superiores en la cabeza dejarme en Xochimilco si no soy capaz de hacer lo que pretenden de mí?
Si lo que se dice es pura fantasía no hay por qué dar importancia a chismes. Pero si es verdad, se está perjudicando a los muchachos y, en este caso, urge absolutamente cambiar a los formadores. ¿Cómo vamos a permitir que los muchachos salgan perjudicados?
Si tú ves que es necesario un cambio te ruego tomes una decisión. No te preocupes por mí. El único criterio que debe prevalecer en este caso es el bien de los muchachos.
Bastaría este episodio para decir que el P. Jorge no era de esos hombres que se entusiasman por todo lo que sabe a novedad, hasta identificarse con las ideas que andan de moda y que luego siguen su camino sin escuchar a nadie.
El P. Jorge era un hombre abierto en todo momento al diálogo. Un hombre atento a los signos de los tiempos. Ha ensayado sucesivamente caminos nuevos porque era capaz de cuestionarse y dudar de la bondad de sus propios métodos.
Y puesto que en ciertas situaciones es tan difícil saber de qué parte está la razón, el Padre prefería, en los conflictos, dejar el discernimiento a los superiores.
En julio de 1973, tomó una decisión relámpago: sin previo aviso dejó la capital y salió para La Paz. De allí escribió al provincial: Heme aquí en La Paz. El viaje me sirvió para descargar tensiones.
¿Cuáles tensiones? Lo había explicado en una carta dos meses antes:
Me siento cansado como nunca. Todo me fastidia. Todo me pone con los nervios de punta. Quisiera dejar plantado todo y largarme. Es mi impresión que en el trabajo de la formación me falta el apoyo de los demás y me siento terriblemente solo. Pido a los superiores ser exonerado del trabajo de la formación y que tomen en cuenta mi deseo de no ser ya ni superior ni párroco. Con esta carta presento las dimisiones y me pongo a disposición de los superiores.
En 1974, encontrándose el Padre de vacaciones en Italia, el P. Agostoni, superior general, le pidió aceptara el cargo de superior de la Curia Generalicia, en Roma. Aceptó por obediencia, consciente que el cargo le exigiría sobre todo mucha paciencia y no tardó en experimentarlo.
Apenas dos meses más tarde escribía: El servicio que se me ha pedido me exige controlar mis nervios a cada momento. Perder el control aquí sería echarlo a perder todo. Este era el lugar que yo necesitaba. Soy a la vez superior y súbdito de todos y la consigna de todos los días es aguantar y callar.
Aguantó seis años. Aunque en repetidas ocasiones manifestó el deseo de ser exonerado del cargo para volver a México. Lo exoneraron del cargo en 1979. Era deseo de los superiores que su nuevo servicio en la provincia fuera preferentemente en el sector de la formación permanente.
Se dedicó a esa tarea a tiempo completo y tuvo mucha aceptación. En diciembre de 1984 se inauguró la nueva sede provincial en Xochimilco y el P. Jorge fue nombrado superior de la casa.
El cargo de superior se limitaba a muy poca cosa y no era suficiente para tener ocupada a una persona. Así el Padre siguió encargándose de la formación permanente hasta abril de 1986.
De esa fecha es una carta en donde da la impresión de uno que empieza a amainar las velas porque siente que se está acercando a su fin. Dice:
Opino que ha llegado para mí el tiempo de dejar todo cargo público. Actualmente soy secretario de la formación permanente y superior de la casa provincial.
Lo que podía hacer lo he hecho con gusto para ayudar a los cohermanos. He dado todo lo que me parecía poder dar.
Es mi convicción personal que el encargado de la formación permanente sea un joven y que sea mexicano. Esto para disipar de una vez la idea que la formación permanente es cosa de viejos y una imposición de fuera.
Pido pasar los últimos tiempos de mi vida dando un servicio sacerdotal en una de nuestras misiones, según mis posibilidades.
El obispo de La Paz me habló de un posible servicio precisamente en La Paz para el ministerio de las confesiones y la asistencia espiritual de los sacerdotes jóvenes. La propuesta no me desagrada.
Dejo al provincial la libertad de buscarme un lugarcito en donde pueda hacer algo como un buen comboniano, sin ninguna otra preocupación que la de servir.
Al escribir esta carta el Padre no se imaginaba mínimamente que el lugarcito donde poder hacer algo como buen comboniano, ya se lo tenía preparado el Señor y contrariamente a toda previsión. El mismo mes de abril se le declaró la enfermedad que en pocos meses lo llevaría a la tumba: cáncer en el intestino.
Fue cosa notoria la serenidad con que aceptó la sentencia y la fortaleza con que se preparó para su encuentro con el Señor. Perfectamente consciente de la situación y con el fin de no ser una carga para la provincia pidió volver a Italia para atenderse en Verona.
Los médicos le hablaron claro: humanamente hablando, escribió el 29 de septiembre, me quedan unos meses de vida. Los médicos me dijeron que no debo hacerme ilusiones.
Le preguntaron qué experimenta el ser humano cuando la vida está llegando a su fin. La respuesta del Padre reveló una vez más sus profundas convicciones: La vida del hombre tiene que ser una respuesta al proyecto que Dios tiene sobre él, en el lugar que Dios le ha señalado dentro de su plan de salvación. Fuera de esto La vida del cristiano no tiene sentido.
Yo sé que, humanamente, todo tiene que llegar a su fin. Poco a poco mi cuerpo tiene que desmoronarse. Llegará el momento cuando las funciones de mis órganos vitales se apagarán del todo y yo moriré.
Mi único deseo es que la muerte me encuentre en el lugar que la voluntad de Dios me ha señalado. Con estas disposiciones me estoy preparando para mi encuentro con el Señor. Murió el 26 de noviembre.
El P. Canonici que lo trató casi dos años en la casa provincial de Xochimilco, recuerda haberlo oído decir con frecuencia: Cuando yo muera no quiero discursos en mi sepelio. Todo Lo que se dice en esas circunstancias es teatro, es mentira.
Si yo pudiera Levantarme del ataúd seria para gritar a todos: “lo que se necesita en nuestras comunidades es que haya más oración. Sólo el día que empiece a haber más oración empezará a mejorar nuestra vida y en nuestras comunidades se estará mejor.”
P. Domingo Zugliani
Entre los viejos papeles del padre Jorge, se encontró un cuaderno que data del cuarto grado. En una página está dibujado un ataúd con este epígrafe debajo: “Padre Jorge misionero, fallecido en África a los 70 años”. Esto indica cuán profundas eran las raíces de su vocación misionera. En una entrevista con Young People, el padre Jorge confirmó: “Ya a los ocho años -lo recuerdo muy bien- quería ser misionero.
El tipo de misionero que llegó a ser después, lo podemos ver en una carta escrita desde Verona a su provincial el 18 de mayo de 1986. “Querido Padre Superior Provincial, hace una semana que estoy en mi tierra. Todas las mañanas voy a celebrar la misa en el Centro de Enfermos y luego paso el día con mis hermanos que viven aquí en la ciudad, Borgo Trento. El lunes 26 de mayo iré al hospital de Borgo Roma y me pondré en manos de los médicos que, tras las pruebas necesarias, tendrán que operarme. Como sabes, los médicos en México encontraron cáncer en mi recto. Doy gracias al Señor que me dio la fuerza para recibir la noticia con calma. Tengo mucha gente buena que reza por mí. .. y así tengo la confianza de que estoy haciendo bien la voluntad de Dios. En estos momentos lo único que cuenta es creer en el amor de Dios que, siendo Padre, quiere nuestro verdadero bien. Me ha gustado la disposición del centro de enfermos y la nueva capilla de la Casa Madre. El ambiente es tranquilo y he notado la serenidad de los hermanos que asisten a los enfermos. Le saludo cordialmente y me encomiendo a sus oraciones.
Al anunciar su llegada a Italia al P. Mencuccini, debido al cáncer, el P. Jorge comentó: “Ha llegado el momento de creer en el amor de Dios”. Y al P. General le añadió: “Debo vivir lo que tantas veces he predicado a los demás. Me siento muy unido a toda la Congregación y ofrezco mis oraciones y sufrimientos para que todos los combonianos sean fieles a su vocación. Sobre todo rezo por los escolásticos (obviamente los mexicanos de la primera fila) para que su formación responda a las necesidades de la Iglesia y del mundo de hoy. En la Casa Madre he notado mucha alegría en todos.
Salvado por un milagro
P. Jorge, a pesar de ser de Verona, nació en Marano Lagunare, en la provincia de Udine: su padre Giuseppe era oficial de correos allí, y su madre, Elvira Griso, le había seguido. Un año después del nacimiento de Jorge, estalló la Primera Guerra Mundial. En la zona de Udine, las ofensivas y contraofensivas se sucedieron a un ritmo trepidante. Las granadas de los cañones y los morteros causaron catástrofes no sólo en los campos de batalla, sino también entre los hogares de los civiles. Durante la encarnizada batalla en la que las bombas caían como el granizo, el padre y la madre, que sostenían al pequeño Jorge en brazos, cobijándolo con sus cuerpos, resultaron heridos. El niño resultó ileso. Los padres, excelentes cristianos, no dudaron en atribuir el hecho a un milagro de la Virgen María.
A los 6 años, Jorge recibió la confirmación de manos del obispo Rossi de Udine. Era el 16 de agosto de 1920. Después, la familia Canestrari -ahora más numerosa- regresó a Verona. Después de la escuela primaria, Jorge asistió al Instituto Don Bosco; pronto manifestó el deseo de ser sacerdote, por lo que tomó el camino del seminario diocesano. Sus compañeros (aún quedan veinte vivos) coinciden en que era un joven vivaz, ingenioso, siempre alegre y capaz de decir lo que pensaba sin muchos circunloquios. Era ejemplar en su piedad, coherente y bastante rígido en su comportamiento. Las medias tintas no le convenían.
Doble crisis
Durante sus años de seminario, Jorge estuvo en contacto con muchos combonianos que asistían a las mismas clases. También leía revistas y libros sobre las misiones y África. Admiraba a esos compañeros y sentía una gran simpatía, casi envidia, por su vocación. Le hubiera gustado ser uno de ellos, pero todos a los que pedía consejo le ponían mil dificultades. Hizo el bachillerato y la teología con este “gusano” royendo su alma. También se hizo sacerdote, un sacerdote diocesano, por supuesto. Se ordenó en Verona el 11 de julio de 1937. El padre Jorge tenía una extraordinaria capacidad de comunicación, por lo que el obispo lo envió como coadjutor a Soave, una ciudad medieval con murallas y un castillo, a 20 kilómetros de Verona, y famosa por el vino de sus colinas. Encargado de los jóvenes, hablaba a menudo y decía que tenía que rezar por más misioneros, y mientras lo decía golpeaba enérgicamente el dorso de su mano derecha contra la palma de la izquierda, casi como para enfatizar la necesidad de salir. Da hoy y da mañana, una tarde un joven se levantó y le dijo a bocajarro: “Si es tan importante que alguien se vaya, ¿por qué no vas tú?”. Don Jorge se quedó atónito. “¡Está hecho! -murmuró para sí mismo, poniéndose rojo- ¡Si no me decido a insistir más, ya no podré poner la cara fuera del presbiterio!”
Sabía que se enfrentaría a grandes dificultades tanto por parte de sus superiores como de su familia, como él mismo relató en una larga carta; no obstante, se armó de valor y saltó.
Misionero comboniano
En su carta de solicitud al Padre General escribió: “M.R. P. Farè, que estaba en Soave para una jornada misionera, me ha aconsejado que me dirija a usted para expresarle mi deseo… Un deseo que no tiene pocos días. Se me ocurrió en quinto grado, en el Colegio Don Bosco, habiendo tenido la oportunidad de conocer a algunos Padres misioneros. Mis padres se rieron de mi propósito. Luego ingresé en el seminario diocesano para cursar el segundo grado. Los distintos padres espirituales, a los que expliqué mi deseo, me aconsejaron que esperara. En la segunda escuela de gramática, me presenté al Rev. P. Vianello, que me aceptó. Los superiores del seminario, al enterarse, me dijeron que mi salud era precaria, que no podría soportar las dificultades de la vida misionera, por lo que escribí al P. Vianello cancelando mi petición. Ese mismo año, tres de mis compañeros ingresaron en su Instituto (el P. Albrigo, el P. Venturelli y el P. Tezza) y uno se hizo jesuita. Por ello, los superiores me dificultaron la entrada entre vosotros. Continué mis estudios, pero el deseo se mantuvo. En la víspera de mi ordenación, mi padre espiritual (el padre Filippini) me dijo que esperara de nuevo. Ya han pasado cuatro años desde mi ordenación. Los superiores me dieron permiso para presentarme. La excusa de la mala salud ya no existe. Por parte de la familia, tendré las dificultades habituales, pero no me necesitan para vivir, porque soy de condición acomodada. Ahora, Reverendo Padre, me pongo en sus manos. El Señor ha sido bueno al mantener el deseo de la Misión para mí durante tanto tiempo, por lo que es justo que, por una vez, me decida. Entro sin ninguna reserva, dispuesto a hacer todo por el bien de mi alma y por el bien de su Instituto… ” . Esta carta está fechada el 6 de septiembre de 1941. El 6 de octubre, el P. Jorge escribió: “El obispo está buscando un nuevo coadjutor para enviar en mi lugar. La espera se hace larga. Mis padres, aunque me dejan libre, me tratan como a un niño loco y sin corazón. Ayudado por el Señor, no me impresionó. Al contrario, me alegré, repitiendo las palabras de San Pablo: ‘Nos stulti propter Christum'”. El 8 de diciembre volvió a escribir: “La esperanza de entrar en el noviciado para la fiesta de la Inmaculada Concepción se ha desvanecido. Pero siempre estoy esperando. Y la prolongada espera hará que mi alegría sea mayor cuando pueda alcanzar la meta que tanto he anhelado. Ayer, 7 de diciembre, 70º aniversario de la erección de vuestro instituto, celebré la Santa Misa por la prosperidad espiritual y material de vuestra Congregación. Estoy lejos con mi cuerpo, pero muy cerca con mi alma. Envíame el horario del noviciado y las reglas para que pueda empezar a estudiarlas. El padre Albrigo me ha escrito desde el campo de internamiento. Su carta es un buen augurio para mí. Pero todavía tengo que ser paciente”. El tiempo de espera ha terminado. De hecho, ingresó en Venegono Superiore el 19 de enero de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial. Tenía 27 años. Su hermano, soldado en África, le escribió una sola palabra: “Loco”. A lo que el novato respondió igual de lacónico: “Gracias”.
Celo misionero
Mientras el P. Jorge daba sus primeros pasos en su nueva vida de novicio, “L’idea giovanile”, un periódico de Acción Católica, publicaba un artículo titulado: “Dalla terra di Soave Don Canestrari va missionario” (Desde la tierra de Soave Don Canestrari se hace misionero). En ella se decía, entre otras cosas: “La marcha de don Jorge Canestrari, magnífico asistente de esta Asociación, ha conmovido profundamente a nuestros jóvenes. Durante más de cuatro años había trabajado con tanto amor y celo entre nuestros jóvenes. Con sus ingeniosas iniciativas, su celo misionero y su profunda piedad, había dado a la Asociación una dirección muy prometedora. El hermoso grupo de aspirantes fue atraído por él al apostolado franco y entusiasta. Inolvidables fueron los días de retiro, siempre organizados y maravillosamente exitosos, que fueron el secreto de la actividad que asombró repetidamente a toda la parroquia. Cabe destacar el apostolado de la prensa, la catequesis y el apostolado misionero. El pequeño clero, la escuela de catecismo, la escuela de canto, por no hablar de todos sus otros deberes sacerdotales en la parroquia en la que siempre vertió los tesoros de sus excelentes cualidades, sus virtudes sacerdotales, fueron el campo favorito de su trabajo. Pero su alma eminentemente misionera anhelaba un campo más amplio en el que expandirse: las Misiones. Eran su sueño desde sus años de infancia… Nuestros jóvenes no olvidarán lo que recibieron de él…”.
Los apuntes del padre-profesor no desentonan con las expresiones halagadoras del columnista de Soavese. “Muestra una gran capacidad de adaptación y un buen espíritu de fe con gran generosidad en el sacrificio. Ama su vocación y es edificante en el cumplimiento de las normas. Es reflexivo, adaptable, sencillo, generoso y dispuesto a obedecer. Es un hombre de mucha caridad, humilde y muy bien adaptado a la vida común. Controla muy bien su temperamento, que sería impetuoso y le llevaría a la ira”. El 15 de agosto de 1943, fiesta de la Asunción, emitió los votos que le vinculaban al Instituto Comboniano.
Las aventuras de la guerra
El primer destino del P. Jorge fue el noviciado de Florencia, con el cargo de ecónomo. Ser ecónomo significaba proporcionar comida a unos ochenta jóvenes. Todo ello durante la cruenta guerra, con peligros de todo tipo y con alimentos racionados, cuando los había. El padre Jorge se inclinó hacia atrás. Comenzó a golpear los pueblos y parroquias pidiendo jornadas misioneras y recogiendo bienes en especie. Por la noche, cuando volvió a casa con una buena provisión, se sintió feliz. Cuando se había quedado “magro” decía: “Hay que rezar un poco más”.
Florencia fue durante algunos meses el teatro de la guerra, y por tanto del peligro y del miedo. Los diarios de la época permitirían construir una interesante historia de aquella comunidad comboniana. El P. Jorge ocupó el cargo hasta junio de 1945, cuando fue destinado a Trento como superior.
Educador
Fueron muchos los combonianos que pasaron por esa casa durante los ocho años que fue superior en Fai hasta que se reconstruyó el seminario bombardeado y luego en Muralta (Trento). Al P. Jorge le gustaba pasar muchas horas con los seminaristas misioneros, hablaba con ellos, jugaba con ellos, sabía animarlos. También podía ser duro cuando era necesario. En cuanto a la oración, el estudio y la escuela, no permitía subterfugios. Quería acostumbrar a los jóvenes al espíritu de sacrificio, por lo que insistía en la necesidad de la mortificación. Un ejemplo: durante el verano les recomendó que sólo bebieran agua durante las comidas. Era un gran sacrificio para aquellos jóvenes que corrían y saltaban durante el recreo, y sudaban. Pasar la cena con toda esa sed en el cuerpo era un verdadero tormento. Sin embargo, los que realmente querían ser misioneros e “ir a África, donde hay que cruzar desiertos sin encontrar una gota de agua, por lo que hay que acostumbrarse a la sed” (esta era la motivación de tanto sufrimiento) tomaron el consejo del superior como una orden. Y lo tomaron aunque no pudieran estudiar de la sed. Uno de esos chicos se convirtió en sacerdote, pero con los riñones comprometidos. Cuando, al encontrarse con el P. Jorge después de tantos años, le dijo: “Si hubieras tenido un poco más de juicio, tal vez no me encontraría en este estado”, el padre le pidió perdón y le respondió: “Tienes razón, pero por desgracia en aquella época eran las reglas del ascetismo”.
Además de ser muy calurosa en verano, Trento también es famosa por ser fría en invierno. No había calefacción en la casa, salvo una vieja estufa de carbón en los dormitorios, que se agotó en poco tiempo y … los dientes castañeando durante buena parte de la noche. El que resolvió el problema fue Monseñor Carlo Ferrari, Arzobispo de Trento. Un domingo fue a celebrar la Santa Misa en la capilla de los combonianos. Casi se desmaya por el frío. Antes de marcharse dijo a los seminaristas: “¿Pero vais a ser misioneros de África o del Polo Norte?”. Luego, sonriendo, continuó: “Los prisioneros de Trento tienen calefacción en la cárcel. Dejo a su superior la suma de 100.000 liras para que empiece a trabajar en la calefacción”. Estos hechos no deben impresionar, porque incluso en las familias normales la vida no era tan diferente. P . Jorge insistía mucho en que cada alumno, durante las vacaciones familiares, se convirtiera en un “propagandista de las ideas misioneras”. Por lo tanto, todos se fueron cargados de libros que debían vender a los aldeanos. No faltaron pequeños premios para los mejores. El P. Jorge dejó en todos sus alumnos el recuerdo de un hombre recto, honesto y bueno, que fue el primero en compartir las tribulaciones y las dificultades inherentes a una sociedad arrancada de la experiencia de la guerra.
México
En noviembre de 1953, el P. Jorge partió hacia México. “Una mañana me dijeron que debía partir hacia Brasil”, escribió. Por la tarde recibí el destino de México. Para mí, un lugar era tan bueno como otro, siempre y cuando uno se fuera. Pasé los primeros años en Baja California y luego trabajé en la formación’ .
Enseguida se notó que en “La Purísima”, a donde fue enviado el padre, como primer destino, se dedicó a los más pobres materialmente, y sobre todo espiritualmente. En una carta al P. General, escribió: “Aquí en América Latina hay una necesidad extrema de sacerdotes. Piensa que hay 45.000 parroquias sin sacerdote. Incluso aquí en México, hay tribus de indios completamente abandonadas religiosamente’ .
Preocupado por la falta de sacerdotes, comenzó a preocuparse por la formación del clero. ‘Sólo aumentando el clero local, ya sea comboniano o diocesano, podemos resolver, o intentar resolver, el hambre de Dios de esta gente’. Su entusiasmo, su optimismo, era un estímulo para sus hermanos. “El secreto de mi vitalidad es el amor a la Iglesia y haber tenido formadores que supieron entregarse con alegría a Dios”. En 1954 fue a “María Auxiliadora” como superior; en 1956 a La Paz, coadjutor; en 1957 a Sahuayo, padre espiritual de los futuros combonianos. Permanecerá allí durante 10 años seguidos, interrumpidos por algunos desvíos aquí y allá. “El año que viene”, señaló en diciembre de 1962, “tendremos 120 alumnos. Si son buenos y siguen adelante, será un regalo del cielo”. Escribiendo desde San José del Calvo en 1963, dijo: “El ambiente no es demasiado favorable a la religión. Aquí domina el laicismo más absoluto. La Iglesia es una isla. Intento construir puentes. Aquí también hay almas buenas. Los protestantes tienen dos capillas y utilizan el gran argumento: los católicos son borrachos, inmorales, etc. Es cierto, por desgracia, pero hay excepciones, y existe la misericordia del Señor que es mayor que todas las debilidades humanas. Él es nuestro salvador y nos salvará.
En 1964, los médicos descubrieron que: “Estoy envejeciendo demasiado rápido. Hay trastornos del corazón y de la circulación”. La tranquilidad de la habitación del Padre Maestro en Sahuayo le devolvió el vigor.
Mientras tanto, los misioneros de Sudán del Sur fueron expulsados en masa. El hermano de Jorge, el honorable Alessandro, junto con otros parlamentarios veroneses, trabajaron en el gobierno para suavizar las cosas. Todo fue en vano; el hecho, sin embargo, demuestra el interés por las Misiones que el P. Jorge había suscitado en su familia y en el “alto” ambiente de Verona.
Los años pasaron. El P. Jorge vio con satisfacción que la Congregación en México estaba haciendo grandes progresos. Caminó con los tiempos. En 1968 escribió al P. General que había llegado el momento de “tener un comboniano mexicano en México como Padre Maestro… Creo que con la juventud de hoy es necesario un maestro de novicios relativamente joven, así que será bueno pensar en uno que pueda sucederme. Poner otro italiano no me parece conveniente’ … Esta propuesta demuestra el aprecio que el P. Jorge tenía por los mexicanos y el respeto que sentía por su cultura.
Testimonios
Los hermanos de México hablan del gran dolor que ha causado en el pueblo la noticia del fallecimiento del P. Jorge. “Todo el mundo recuerda su preocupación por los retiros, las confesiones, las visitas a los enfermos, el consuelo a los pobres. En San José del Cabo tuvo un accidente automovilístico que casi lo manda al cielo. Una vez recuperado, continuó con su habitual entusiasmo. Formado en la espiritualidad, fue un distinguido maestro de legiones de jóvenes que se preparaban para la vida misionera. Siempre alegre y jovial, desprendía optimismo por todos sus poros. Hombre exuberante, era también la “regla viva”; siempre el primero en los actos comunitarios, siempre disponible para las necesidades de quienes le pedían algo. Si tenía arrebatos ocasionales de ira, no se iba a la cama sin pedir perdón, incluso cuando tenía razón o el ofensor había sido él mismo. Sí, porque era incapaz de guardar sentimientos menos nobles en su sensible y buen corazón.
El pensamiento de que Cristo está vivo y a punto de venir lo mantenía siempre activo y alegre. Cuando alguien lo visitaba, lo recibía con los brazos abiertos y una amplia sonrisa en los labios. Incluso las diversas operaciones quirúrgicas fueron aceptadas y afrontadas con una sonrisa en los labios. Y no perdió su buen humor ni siquiera cuando le dijeron que sus días estaban contados: “Bien, entonces iremos al cielo”, respondió. Y pasó ese tiempo agradeciendo al Señor que le diera el tiempo necesario para una buena preparación para la muerte’.
Así, el padre Mario. El P. Giovanni Bressani escribe: “Lo conocí en 1959, cuando con él y otros cuatro hermanos partimos en barco hacia México. Volvía del Capítulo General. Me llamaron la atención dos cosas: su conversación siempre interesante y su inalterable serenidad que, unida a una cierta decisión innata en él, te daba seguridad y confianza. Pasó mucho tiempo leyendo y rezando…. Durante su convalecencia tras su accidente de coche en la Baja California, pude hacerle compañía. Allí comprendí por qué los superiores lo habían destinado a ser formador de futuros misioneros. Era un hombre no sólo de oración profunda, sino de contemplación. A pesar de su edad, tenía un espíritu juvenil y era un magnífico confesor, ya que sabía infundir en quienes se acercaban a él un fuerte sentimiento de la presencia amorosa de Dios. Y fue muy generoso. A pesar de sus costillas doloridas, nunca dijo que no a quienes le pedían misas o confesiones. En 1976 predicó ejercicios espirituales al clero diocesano y a los religiosos. Recuerdo que después de la oración inicial se sentó y dijo: “Nunca predico en los Ejercicios si no hay una imagen de la Virgen”. Tuvo que correr a buscar una foto y colocarla temporalmente en la sala de conferencias. Sólo entonces comenzó a hablar. El obispo mexicano, que veía al P. Jorge por primera vez, dijo al final del sermón: “¡Qué joven tan maravilloso tiene usted!
La devoción del padre Jorge a la Virgen merece un capítulo muy especial. Cuando estaba a cargo de la formación permanente en la provincia mexicana (80 años) vi que pasaba su tiempo no sólo en abundantes horas de oración siempre en la iglesia, sino también en el estudio. Leía mucho, se interesaba por los nuevos movimientos eclesiales, se mantenía al día con revistas bien elegidas. Luego emprendía largos y agotadores viajes de una comunidad a otra de la vasta provincia para predicar retiros, cursos de Ejercicios, visitas a los hermanos que tenían necesidades especiales; pero también a religiosos y religiosas y a grupos parroquiales. A esto hay que añadir una vasta correspondencia de cientos y cientos de cartas, todas ellas de “dirección espiritual”. Hay un coro unánime de personas que hablan del bien que recibieron de él. No hubo conferencia o sermón o incluso conversación personal en la que no recomendara la devoción a la Virgen. Para él, la Virgen era la Madre capaz de curar las heridas del espíritu. Bastaba con invocarla y rezarle con fe. Sí, su devoción a la Virgen se apoyaba en una sólida base teológica” .
Scolaro
De 1967 a 1968 el P. Jorge estaba en Roma, en San Pancracio, para un curso de espiritualidad. El misionero de 54 años no estaba mal en los bancos con los jóvenes porque, en algunos aspectos, era más joven que ellos. Y en términos de experiencia y preparación fue capaz de superar a algunos profesores. Sin embargo, absorbió todo y tomó nota de muchas cosas con gran humildad y voluntad. Sentía el peso de los tiempos que cambiaban a una velocidad vertiginosa y no quería perder el tren. “Tiempos nuevos, gente nueva”, escribió al P. General, con la intención de subrayar la necesidad no sólo de nuevos reclutas, sino de una renovación de aquellos que, a pesar de su edad, deberían ser todavía capaces de ser útiles a la Congregación. En respuesta, los superiores lo enviaron como superior y padre maestro a Xochimilco, México. Permaneció allí de 1968 a 1974.
Maestro … en la humildad
P. Jorge se entregó, como era su costumbre, con toda su energía a la nueva obra. “Los alumnos están bien. Cuatro profesaron el día de la Inmaculada y otros cuatro se preparan para profesar el próximo año”. Y luego la vieja antífona: “Lo más importante para mí es que se prepare un sustituto para mi cargo. Trato de seguir las normas dadas en los Documentos Capitulares, y espero el nuevo Directorio para el Noviciado Comboniano. Directorio “stil novo” (1970). En conciencia ya no me siento responsable de la formación de nuevos misioneros combonianos… Tengo 57 años. (1971). Mientras tanto, una corriente de “progresistas” iba ganando terreno en la provincia, un pequeño grupo de “profetas menores” que creían que había que cambiar muchas cosas. En lugar de despotricar o protestar (y en esto se ve su alto grado de humildad) el P. Jorge se examinó a sí mismo, y escribió al P. General: “Algunos hermanos han declarado repetidamente que soy incapaz de desempeñar el oficio de maestro de novicios y superior de filósofos, porque mi método es erróneo. También dicen que si hay desorden en la casa, la culpa es mía. Después de haber perdido la confianza de los hermanos, creo que ha llegado el momento de cambiar. Ay, si por mi culpa estuvieran en juego la vida de la comunidad y la educación de los jóvenes” (1971). Mientras tanto, el padre envió a sus jóvenes al contacto directo con la realidad misionera, convencido de que así se reducirían muchas cosas. “Mañana un pequeño grupo nuestro, aprovechando las vacaciones, irá a visitar algunas tribus de indios en el sur de la república. Aquí los hemos llamado “los exploradores”, recordando a los que fueron enviados a visitar la Tierra Prometida. Personalmente, creo que es bueno que vayan a ver por sí mismos la realidad de los pobres que hay que evangelizar” (1971).
Una cosa que destaca en el voluminoso epistolario del P. Canestrari, y que es impresionante, es el hecho de que ni una sola vez hay una acusación o queja contra alguien. En las inevitables diatribas que conlleva la existencia humana, él, en lugar de examinar a los demás, se estudió a sí mismo en profundidad para descubrir cualquier carencia. Su hermano, el honorable Alessandro, dice lo mismo: “Era de mente amplia, comprensiva; e incluso cuando discutía los problemas de los jóvenes (nietos o no) nunca se permitía juzgarlos o condenarlos. Dijo que primero teníamos que examinarnos a nosotros mismos, a los mayores”.
Ser un punto de unión
Los superiores hicieron oídos sordos a las protestas del padre y le dejaron en su puesto para que viera la validez de sus actos. “Se espera que haya quince nuevos filósofos -escribió en 1972- y queremos darles un curso de espiritualidad para prepararlos a comenzar la filosofía con ideas claras sobre la oración, la Palabra de Dios y las Misiones. Después de seis años en tan delicado cargo, el P. General (también reconfortado por la Regla, que prescribe vacaciones en casa al menos cada cinco años) propuso al P. Jorge volver a Italia para ser superior del Generalato en Roma. “Asumirá toda la responsabilidad a partir del 12 de marzo de 1974”, le escribió. Luego añadió: “Hemos creído oportuno hacer esta elección por la importancia que tiene la Casa de Roma para los hermanos de paso, y también porque tú vienes de América Latina. Estás acostumbrado a las dificultades y problemas de la vida: aquí tampoco te faltarán problemas y dificultades. Sabrás superarlos con tu espíritu juvenil y generoso, y sobre todo con tu oración. No sé cómo será la próxima Dirección (estaba cerca del Capítulo), pero será bueno que haya un punto de unión entre la actual Dirección y la próxima, en lo que respecta a la Casa de Roma”. “Como saben, yo seguiría aquí en México de muy buena gana, para trabajar entre la gente pobre, pero… cuando me hice misionero prometí plena disponibilidad a los superiores. Lo importante no es tanto estar en México o en Roma, sino hacer la voluntad de Dios. Si luego, por diversas razones, llegas a ver que en Roma también prescinden de mí, ¡sólo tienes que informarme!”, respondió el interesado. Comentando el nombramiento, el P. Jorge dijo a sus amigos: “Veréis, el diálogo con los superiores consiste en esto: te dicen ‘aquí tienes un plato de pasta para comer’. Si dices que sí, es como el queso, si dices que no…. ¡bien! Se come sin queso”. Y se rió, frotándose las manos. En Roma también fue miembro del Secretariado de Misiones y se convirtió en párroco de la parroquia de San Alberto Magno (que entonces tenía su sede en la capilla de la Casa).
Oración y sufrimiento
Son muchos los recuerdos del P. Jorge como párroco y superior en Roma. Mencionemos sólo la cordialidad que se estableció inmediatamente entre él y los fieles. Sus sermones y homilías, bien preparados y sumamente prácticos, eran seguidos y comprendidos por todos. Pero, sobre todo, se distinguió por su contacto con los ancianos y los enfermos de la zona y por su espíritu de oración. En Roma, el P. Jorge entró en contacto con numerosas personas que sufrían, a las que pidió una generosa ofrenda de su sufrimiento para las vocaciones y la Misión. Se puso en contacto con una veintena de monasterios de clausura para obtener oraciones con el mismo fin. Cuando, en 1979, dejó Roma para ir a México, confió estas almas a los Amigos de las Misiones de Oranti, el Movimiento que el P. Mango dirigía desde hacía l0 años, por el bien de la causa misionera. Sin fanatismo, el P. Jorge formó parte de algunos grupos marianos y focolarinos. Nos dimos cuenta de la intensidad y eficacia de su participación el día de su funeral en Verona, cuando un sacerdote “focolarino” leyó una antología de extractos de las cartas del P. Jorge. En ese momento, los cerca de setenta concelebrantes y los numerosos fieles que incluso abarrotaban el pasillo frente a la capilla, se explicaron por qué el padre había podido sufrir tanto tiempo, tan insoportablemente y tan alegremente.
Formación permanente
Desde el 1 de noviembre de 1979, el P. Jorge se encontró todavía con el destino de México. En Roma, el P. Jorge lo había hecho bien; había hecho el bien a muchos cohermanos de paso y muy a menudo con graves problemas. El Padre Jorge escribió desde México en 1980: “Mi trabajo actual consiste en predicar retiros, convivencias, dar charlas a los hermanos, siempre con vistas a la formación permanente, ayudar a los hermanos que trabajan en la Colonia “Las Virgencitas”, una parroquia de 120.000 habitantes en la periferia de esta monstruosa capital, entre gente pobre que vive en la injusticia y la explotación. Me gusta el trabajo porque también puedo contactar con los hermanos que viven en las misiones más lejanas y abandonadas” .
Escribiendo al P. General el 4 de agosto de 1980, declaró “mi completa disposición de obediencia” y le animó a llevar a cabo “los seis retos que la misión plantea hoy a la Congregación”.
La relación entre el padre Canestrari y la diócesis de Verona merece un capítulo aparte. Hay numerosas cartas con datos interesantes. A menudo vuelve a hablar de Soave “mi primer amor sacerdotal” .
El largo camino hacia la cruz
Precedido por la noticia de su enfermedad, el P. Jorge llegó a Verona en mayo de 1986. La delgadez y la palidez de su rostro decían más que muchas palabras. Sin embargo, siempre parecía el mismo, sereno, incluso listo para una broma humorística. Para quitarles la vergüenza a los hermanos, rompía el hielo diciendo: “Tengo cáncer. Ahora me van a operar, luego veremos qué quiere el Señor’. En los días siguientes a la operación parecía querer irse, pero en cambio superó la crisis. Tuvo la satisfacción de celebrar el 49º aniversario de su sacerdocio en la capilla de la Casa Madre, junto a una veintena de compañeros de misa. La celebración tuvo su punto álgido en el refectorio. La última cena. Luego el padre Jorge se fue a la cama tratando de ser un buen enfermo. Los dolores son cada vez más insoportables. Pero a los que le preguntaron si estaba sufriendo, respondió: “No tanto, un poco, un poquito”. Respondiendo al superior (P. Bressani) que le preguntó cómo estaba, dijo: ‘Bueno, no podría decir que estoy bien…. un poco de dolor aquí, un poco de dolor allá. Además, los médicos me han dado dos o seis meses. … pero entonces el Señor lo hará. Mientras tanto, vivo el día a día. Cada día de la vida es un regalo de Dios; y cada día de sufrimiento es un regalo aún mayor”. Su hermano, su hermana y su cuñada, junto con sus nietos, venían a menudo a visitarle. Una noche, mientras el padre parecía dormir, la hermana susurró: “¡Pero cómo es posible que el Señor permita tanto sufrimiento!”. El padre giró la cabeza, abrió sus ojos aún brillantes y con un gesto de reproche dijo: “Un cristiano nunca le pregunta al Señor por qué”. y se dio la vuelta. A un grupo de sacerdotes que habían ido a visitarlo les dijo: “Agradece al Señor conmigo y por mí. No me estoy preparando para la muerte con oraciones o bellas meditaciones, sino que estoy viviendo con alegría mi preparación para el abrazo eterno con el Señor. Es bueno saber que pronto me reuniré con el Señor. Es una gran alegría”.
Hace pensar en lo que escribió Henry Scott sobre la muerte: “Un barco despliega sus velas con la brisa de la mañana y zarpa. Me quedo mirando hasta que desaparece en el horizonte. Alguien a mi lado dice: “¡Se ha ido! Pero a lo lejos, otra persona exclama: ‘Aquí viene'”. Esto se está muriendo. Que el barco del P. Jorge fue directo a puerto, nos lo asegura su vida de auténtico misionero, nos lo aseguran las cuentas del rosario de las que nunca se separó. Su alma reposa en el cementerio de los misioneros de Verona.
P. Lorenzo Gaiga
MCCJ Bulletin n. 153, abril 1987, pp 50-59.