Fecha de nacimiento: 27/05/1934
Lugar de nacimiento: Mazatlán/México
Votos temporales: 09/09/1955
Votos perpetuos: 09/09/1958
Fecha de ordenación: 14/03/1959
Fecha de fallecimiento: 13/08/2013
Lugar de fallecimiento: Guadalajara/México

Escribir la negrología del P. José Óscar Flores López es hablarles del “primogénito” de los combonianos mexicanos. Como dirían los africanos: ” aquel que abrió el útero” de la Provincia de México en el ya lejano 9 de septiembre de 1955, cuando profesó por primera vez en Monroe, USA.

El P. José fue de esos raros combonianos originarios de los estados norteños del país. Nacido en Mazatlán, Sinaloa, un 27 de mayo de 1934, sus padres fueron doña Evarista López y don Encarnación Flores. Tenía 19 años cuando dejó la diócesis de Tijuana, Baja California para ingresar con los “Hijos del Sagrado Corazón de Jesús”, recientemente llegados a México. Después de cuatro años de teología, fue ordenado presbítero el 14 de marzo de 1959 en Roma.

José fue un pionero y rodado misionero, de esos que fueron a “picar piedra” cuando, en 1961, dejó su ministerio de “director de vocaciones” en Sahuayo, para ir a vivir innumerables páginas de la historia de Uganda. Allá duró 22 años comenzando con su primera misión, en Lira, donde permaneció solo un año para pasar el resto en la diócesis de Moroto, en Karamoja.

En Uganda le tocó el régimen de Obote, de Idi Amín Dadá y de los que les siguieron, los cuales aparecen en varias de sus cartas de animación misionera. Estamos, pues, en presencia de uno de esos misioneros que acompañaron el doloroso proceso de descolonización y de democratización de los países africanos. Le tuvo que entrar a hablar el acholi, el lango, el karimojón, el pokot, el kiswahili etc.

No regresó a México sino hasta 1983 y eso, con pesar y reticencias, como consta en una carta dirigida al P. Jaime Rodríguez, entonces provincial de México. Habla ahí de “destierro”, de “querer volver a África en cuanto sea posible y de no participar en asambleas o cualquier tipo de reuniones donde se habla mucho y después cada quien hace lo que quiere”. Tendría la dicha de volver al África: en Sud Sudan (de 1989 a 1993 y de 1995 a 1998) y en Uganda (de 2002 a 2007), por última vez. ¡Un total de 38 años de ministerio africano!

El P. Flores, -como San Daniel Comboni-, mantuvo una abundante correspondencia con muchas personas, bienhechores y superiores. Solo en su carpeta de correspondencia con superiores generales, provinciales y cohermanos se encuentran casi un centenar de cartas escritas en español, inglés e italiano. Desfilan en ellas los nombres de todos los provinciales de México, desde el P. Víctor Turchetti hasta el P. Erasmo Bautista. Se reflejan allí sus diferentes estados de espíritu, sus inquietudes, luchas, enfermedades y también sus conflictos inter comunitarios y con relación a la autoridad.

En dichas cartas hay como un denominador común: su inquietud por la animación misionera y por la misión ‘ad gentes’. Su preocupación por la “cruzada misionera” es evidente e insta -a veces de manera desafiante-, a los superiores a no perderse en actividades que no sean la misión ad extra y casi unilateralmente hacia el África. Quería, incluso en sus últimos años, seguir formándose y especializándose en medios de comunicación social, y criticaba sin miramientos un estilo de animación en nuestras revistas que se perdía en asuntos que no eran los de “la misión”.

En una carta del 30 de noviembre de 2004 al Provincial P. Gerardo A. Díaz Jiménez escribe: “Yo siempre que he ido a México de vacaciones, no voy a visitar a nuestros seminarios, porque no me darían la oportunidad de dar pláticas, conferencias o retiros a los seminaristas. Ellos tienen solo que estudiar, estudiar. Eso es todo. Los seminaristas tienen más necesidad de animación misionera que no la gente en las parroquias, donde se va a buscar ayuda material y nada más”.

José se revela en sus cartas como el religioso, sacerdote y misionero comboniano que le tocó atravesar la crisis del pre y del post Concilio Vaticano II. Formado y ‘hormado’ según ‘la vieja guardia’, entró en ese estilo misionero entregado y dispuesto a dar la vida por sus feligreses no exento de cierto paternalismo y asistencialismo. Poco a poco se percibe en su correspondencia con superiores cómo le va costando entender otros tiempos, otros estilos de colaboración con las Iglesias locales africanas, otros modos de presencia en las comunidades combonianas…

Hijo de su tiempo, José tuvo también que navegar contra la corriente: eran tiempos en que los europeos eran mayoría en todas partes; el italiano era la lengua ce comunicación “urbi et orbi” entre combonianos, y con ella, el espresso, el rizotto, i soldi, etc. Poniéndonos en el lugar del P. José, no quedaba más que el mimetismo: hacerse como los otros, y aprender a sobrevivir con y contra los otros; es el destino del que abre brecha, solo, en un grupo homogéneo ya constituido. Por eso no es de extrañar que el P. José también se diera a la tarea de tener sus propios bienhechores al margen de la comunidad y buscar y realizar proyectos personales, siempre pensando en los africanos.

Sí, a decir de varios que vivieron con él, era difícil en comunidad, sobretodo porque se encerraba en su mundo y no le hablaba casi a nadie, mientras que hacia el exterior tenía una red de conocidos, amigos y admiradores con los que se sentía bien, bromeaba y reía.

Seguramente muchos africanos de Uganda, Kenia y Sud Sudán lloraron al enterarse de su fallecimiento en Guadalajara el 13 de agosto del 2013, a sus 79 años de edad. El tiempo irá haciendo la parte de las cosas y ojalá, con el tiempo, muchos combonianos que lo trataron, lo amaron y lo sufrieron en esos países y en México lo aprecien en su justo valor.

(MCCJ Bulletin, supplemento in memoriam nº 258, enero 2014, pp. 89-91).