Fecha de nacimiento: 20/03/1906
Lugar de nacimiento: Lanzada SO / Italia
Votos temporales: 01/11/1926
Votos perpetuos: 07/10/1930
Fecha de ordenación: 22/03/1931

Llegada a México: 1957
Fecha de fallecimiento: 08/01/2001
Lugar de fallecimiento: La Paz / México

‘El desierto del sur de California florece’. Crónica de la Pascua de Monseñor Giovanni Giordani

Monseñor Giovanni Giordani falleció el lunes 8 de enero de este año (2001), a las 7:05 horas (8:05 hora de Ciudad de México) en el Sanatorio María Luisa de la Peña –antes conocido como Sanatorio del Perpetuo Socorro– asistido por las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón de La Paz, BCS. Los restos mortales, tras su estancia en la capilla del sanatorio, fueron trasladados a mediodía a la iglesia parroquial del Corazón de María para su velatorio.

A la mañana siguiente, el féretro fue llevado en procesión a la Catedral donde se celebró la Eucaristía, presidida por el P. Arturo García Fernández, entonces administrador diocesano de La Paz (Fallecido recientemente). En la procesión participaron personas de las diversas comunidades y pueblos cercanos a San Antonio, Las Pocitas, ubicado a 113 km. al norte de La Paz, donde Mons. Giordani trabajó durante muchos años; fieles laicos de las capillas de la Parroquia del Corazón de María y, entre otros: Hermanas de la Adoración; Hermanitas de María; Religiosas de Santa Brígida y Catequistas Misioneras de los Sagrados Corazones de Jesús y María.

Al tercer día y tras la vigilia en la catedral, la misa de funeral de Mons. Giordani comenzó a las 10 de la mañana en el atrio de la misma catedral. Presidió la celebración el Excmo. Sr. Mons. Gilberto Valbuena Sánchez, Obispo de Colima, y concelebraron el Excmo. Sr. Mons. Braulio Rafael León Villegas, Obispo de Ciudad Guzmán, Jal. el P. Arturo García Fernández, Administrador Diocesano de La Paz, el P. Manuel Augusto Lopes Ferreira, Superior General de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús (MCCJ), el P. Ramón A. Orendáin C., Superior Provincial, el P. Darío Girardi, superior Local y párroco del Corazón de María, y una cincuentena de sacerdotes diocesanos, Oblatos de la Sagrada Familia y Combonianos de todo el sur de California.

El entierro tuvo lugar en la Capilla del Santísimo Sacramento, adyacente al altar mayor de la Catedral, ya que Monseñor Giordani, de 1958 a 1976, fue el Primer Prefecto Apostólico del entonces Territorio de la Baja California y posteriormente Vicario Episcopal de los pueblos.

Durante la celebración del funeral, el administrador diocesano leyó una carta de condolencia de Su Santidad Juan Pablo II enviada por Su Eminencia el Cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado del Vaticano.

Asistieron Piero y Antonia, dos sobrinos nietos de monseñor Giordani, que habían llegado desde Lanzada, diócesis de Como y provincia de Sondrio (Italia), la noche de su muerte. También estuvieron presentes el Hno. Arsenio Ferrari, del primer grupo de combonianos que llegó a La Paz en 1948, y la Hna. Mercedes Hurtado Moreno, ambos estrechos colaboradores de Mons. Giordani en Las Pocitas.

La Iglesia peregrina en Baja California Sur fue testigo de las oraciones y las gracias concedidas al Dueño de la mies por el testimonio que Mons. Giordani dejó de humildad, oración, estudio y dedicación apostólica en una zona rural de cabañas y comunidades cercanas al mar.

Los periódicos de mayor circulación en el estado de Baja California del Sur publicaron la noticia de su muerte en sus portadas con un retrato de lo que llamaron un “Hombre de Dios”, un “santo intercesor de la montaña”, un “inolvidable misionero”. Mons. Valbuena Sánchez, en la homilía del funeral, recordó que Mons. Giordani tenía la costumbre de celebrar la Eucaristía con especial cuidado tanto el día 8 (Inmaculada) como el 12 (Virgen de Guadalupe) de cada mes, y que en uno de estos dos días era llamado a la Casa del Padre.

Y así fue como el desierto de la Baja California del Sur floreció gracias al testimonio de un misionero comboniano que supo ser amigo íntimo de los más humildes y también de Dios.

Trayectoria de vida misionera

“Monseñor”, como siempre le llamaron con respeto los fieles laicos, nació en Lanzada el 20 de marzo de 1906, un pequeño pueblo al norte de Milán que forma parte de la diócesis de Como y civilmente de la provincia de Sondrio.

Hizo el noviciado entre 1925 y 1926, en tiempos del P. Faustino Bertenghi, fallecido en Varese en 1934. Fue ordenado sacerdote en la catedral de Foggia el 22 de marzo de 1931. Tuvo como primer ministerio sacerdotal, de 1931 a 1936, una parroquia en Roma confiada a los combonianos. Durante ese mismo periodo también fue ayudante del Procurador de su Congregación.

En 1936 fue enviado a Etiopía -entonces llamada Abisinia- en la prefectura de Gondar. Como capellán militar, fue hecho prisionero de guerra por los británicos en Kenia en 1941.

Fue maestro de novicios en Italia de 1947 a 1955. Más tarde fue enviado a España y el 30 de enero de 1957 llegó a México como Superior Provincial como sucesor del P. Esteban Patroni.

El 25 de abril de 1958, Su Santidad lo nombró Prefecto Apostólico de la Baja California. La primera preocupación del obispo Giordani fue la construcción del seminario de La Paz.

Monseñor Giordani participó activamente como padre conciliar en el Concilio Vaticano II, que tuvo lugar en Roma entre 1962 y 1964.

La entonces Prefectura de La Paz fue erigida en Vicariato Apostólico el 11 de marzo de 1976 y el Obispo de Tacámbaro, Michoacán, fue elegido su primer Vicario. A monseñor Giordani se le confió el ministerio de la animación misionera en Italia de 1976 a 1980. La República Italiana le otorgó el reconocimiento al mérito de “Cavaliere d’Italia”.

Pero Monseñor había dejado su corazón en la Baja California. Regresó a México en 1979, cuando fue nombrado vicario episcopal de los grupos de cabañas del pueblo de Las Pocitas.

El entonces Vicariato Apostólico de Baja California fue erigido como diócesis el 21 de marzo de 1988. Su primer obispo fue Monseñor Braulio Rafael León Villegas, entonces párroco de la grey de Ciudad Guzmán, Jalisco. La diócesis de La Paz está presidida actualmente (en 2001) por el padre Arturo García Fernández como administrador diocesano.

Un día en la vida de un hombre de Dios

A las cuatro de la mañana, cansado o no, Monseñor ya estaba levantado para tomar un café y dirigirse a la capilla de Las Pocitas dedicada a San Antonio de Padua. Sólo se permitía unos breves momentos de descanso entre la oración, el estudio y la correspondencia. Siempre se le veía con un bolígrafo o un libro en la mano. Cuando tenía que escribir algo urgente, acudía a la comunidad comboniana de Ciudad Constitución o del Corazón de María en La Paz. Siempre estaba dispuesto a recibir a cualquiera que lo necesitara para pedirle consejo o ayuda.

Al amanecer, rezaba Laudes, que concluía con el Santo Rosario mientras caminaba hacia el Calvario o Cruz situada en la cima de una colina cerca de la misión de Las Pocitas.

A las ocho tomaba un frugal desayuno y pasaba el resto del día alternando la oración, el estudio, el intercambio de cartas –siempre mantuvo una asidua correspondencia con familiares y amigos– y el huerto de la misión. Le encantaban las flores y nunca consintió en utilizar las artificiales para el Santísimo. Si descansaba de vez en cuando, era sólo por momentos muy breves e inmediatamente después volvía a su trabajo diario.

Almorzaba a la una –le gustaban mucho los espaguetis– y, tras un breve descanso, iba directamente a la capilla para recitar las Horas Medias y hacer una larga meditación. La oración y el estudio fueron siempre dos armas muy poderosas para él.

A las cinco tomaba el té con unas galletas o una sopa de verduras. A las seis rezaba las vísperas y se preparaba para la Santa Misa. Inmediatamente después rezaba las Completas y continuaba con su lectura hasta la hora de acostarse, lo que solía hacer entre las nueve y las diez de la noche.

Si salía al apostolado, lo hacía a las siete de la mañana para evitar el resplandor del sol en su rostro. Cuando llegaba a la capilla, él mismo tocaba la campana y confesaba –mientras los fieles laicos rezaban el Santo Rosario– e, inmediatamente después, visitaba a los ancianos enfermos para asistirlos con el sacramento de la reconciliación, o con el viático y la unción de los enfermos en los casos más graves. Intentaba no comer fuera de la misión para evitar la comida preparada con grasa de cerdo, que era mala para él.

Normalmente no comía carne los viernes, y si no podía evitarlo, intentaba compensarlo con el Vía Crucis y visitando a otro anciano enfermo. Durante la Cuaresma, evitaba las cosas que más le gustaban, como la mermelada de fresa y la miel, y no visitaba ni escribía a sus familiares y amigos.

Los niños que asistieron a la catequesis en la Misión de San Antonio, Las Pocitas, aprendieron de Mons. Giordani lo que significa escribir y ofrecer “fioretti” o pequeños sacrificios al Niño Jesús y según el tiempo litúrgico. Antes de concluir la Santa Misa, recitaba la oración de consagración a la Santísima Virgen María y la del Ángel de la Guarda.

Tenía cierta preferencia por la capilla de Santa Fe, quizás porque había sido construida con la ayuda de su madre, la señora Teresa Nana (QEPD). A veces incluso expresaba el deseo de ser enterrado junto a esta capilla. La comunidad de Santa Fe está bajo la protección de Nuestra Señora del Carmelo, Santa Teresa de Ávila y Santa Teresa del Niño Jesús.

Monseñor se detenía a veces en los caminos de los pueblos y comunidades para escuchar el canto de la tórtola. Le molestaba oír el volumen demasiado alto si alguien escuchaba música, y a veces se le veía “huir” de la misión e ir a la casa del difunto Juan Lucero Murillo y su esposa Isidora Mendoza Manríquez de Lucero, en el pueblo de El Tepetate a unos dos kilómetros de la misión, al otro lado de la carretera peninsular. A veces, hacía lo mismo el día de la fiesta patronal de Las Pocitas, en compañía del padre Marcelo Panozzo.

Para “quemar la grasa”, Monseñor solía ir a pie a visitar a dos ancianos, Juan Cadena Domínguez y la señora María del Refugio Gómez Lucero, del pueblo de El Refugio, no muy lejos de la misión.

En 1985, fue operado de un cáncer de estómago y durante una semana también sufrió una neumonía, tratada por su médico el Dr. Francisco Cardoza Macías. Sin embargo, a pesar de la gravedad de su enfermedad, Monseñor nunca permitió que Sor Mercedes Hurtado Moreno, una de sus más estrechas colaboradoras, se quedara en el hospital con él porque, según sus propias palabras: “se hubiera sentido la falta de una representante de la Iglesia en la misión de Las Pocitas”.

Estamos plenamente convencidos que este breve perfil no basta para presentar la grandeza y la santidad de este misionero. Deseamos que con la ayuda de los testimonios de los cohermanos, los obispos mexicanos y otros cristianos, se publique cuanto antes la biografía que Mons. Giordani se merece.

Que Mons. Giovanni Giordani, por la misericordia de Dios, descanse en paz, al pie del Sagrario de la Catedral de La Paz, BCS, y reciba la recompensa de los justos. Amén.

Padre Ramón A. Orendáin C., MCCJ.

Del Boletín Mccj nº 210, abril de 2001, pp. 96-100