Por: Mons. Jesús Ruíz Molina, mccj Desde Mbaïki, República Centroafricana
Betania fue para Jesús un lugar de reposo, un oasis donde cargar pilas humana y espiritualmente. La casa de Lázaro y sus hermanas, Marta y María, sabía a hogar, a amistad profunda, a lugar donde solazar el corazón. ¿Qué habría sido de Jesús y sus discípulos si Marta no se hubiera afanado en acogerles, darles una buena comida y proporcionales un lugar para descansar? ¿Dónde se habría explayado el corazón de Jesús si María no hubiera sabido escuchar y acoger los secretos del Maestro? Y ese Lázaro amigo, al que Jesús tanto quería. Marta y María, dos caras de una misma realidad que no siempre es fácil conjugar. Marta, la ama de casa que supo arranca a Jesús palabras de vida eterna: «Yo soy la resurrección y la vida, el que crea en mí, aunque haya muerto, vivirá». María, que a los pies del Maestro aprende los secretos que esconde su corazón: «María ha escogido la mejor parte y no se la arrebatarán».
Me vienen a la memoria estas reflexiones sobre la vida de Jesús mientras escribo en mi diario todo lo que voy viviendo junto al pueblo centroafricano de la diócesis de Mbaiki, que me ha sido encomendada como obispo. Tal vez me equivoque, pero tengo la sensación de que desde hace un buen tiempo, en la Iglesia hemos inclinado la balanza del lado de María en detrimento de Marta. El hecho de que el papa Francisco se haya ido a vivir a la Casa de Santa Marta es todo un símbolo que pudiera equilibrar esa realidad del discípulo que tiene que nadar entre dos aguas, la acción y la contemplación, dos alas de un mismo pájaro. No es cuestión de escoger una en detrimento de la otra, las dos juntas nos permiten volar hacia las alturas del Reino.
Este difícil equilibrio debe existir también dentro de la vida religiosa y misionera. En estos últimos tiempos me enfrento a una situación que genera conflicto entre las dos alas de la vida del discípulo. En la diócesis trabajan 40 religiosas de una docena de congregaciones, entre las que apenas hay cinco Martas con las que puedo contar incondicionalmente para cualquier misión. El resto no necesariamente son Marías. Estas cinco Martas de las que hablo son mujeres preparadas, activas, dispuestas a afrontar nuevos retos, a romper moldes, a mezclarse con el pueblo pigmeo aka, a curar enfermos que nadie se atreve a tocar, a emprender caminos inexplorados por una religiosa antes, a vivir un liderazgo femenino en la Iglesia…, pero lo que descubro es que el hecho de actuar como Martas, mujeres del Evangelio en el servicio diocesano, las pone en serio conflicto con sus congregaciones. Varias superioras provinciales han venido a quejarse: que si siempre están fuera de la comunidad, que si viajan demasiado, que si duermen en los poblados con la gente, que si abandonan la comunidad de la que son a veces las superioras, que si privilegian los compromisos diocesanos antes que los congregacionales… Esto está haciendo sufrir a tres de ellas.
En algunos casos, el conflicto es latente con sus congregaciones y les lleva a acentuar su identidad y pertenencia a una Iglesia diocesana, pero otras veces el conflicto me huele a celos escondidos, como si hubiera infidelidad a la congregación cuando hay gran donación a la pastoral diocesana. Y me digo: si el carisma de la congregación no está al servicio de una Iglesia particular, entonces hay riesgo de «capillismo». Pero, también, si el carisma se edulcora suprimiendo la comunidad, entonces la Iglesia se empobrece. ¡Qué difícil ese equilibrio entre esa Marta y esa María que cada institución, cada congregación, cada discípulo, lleva dentro! La Iglesia, durante siglos ha idealizado a María y ha encerrado a las religiosas en los conventos sin apenas percatarnos de que Marta es imprescindible para las cosas de Jesús.
Sufro viendo el conflicto de las cinco religiosas con sus congregaciones, que les recriminan su alejamiento. Intento no meterme en asuntos internos, pero qué difícil me resulta cuando lo que está en juego es un estilo de Misión, un estilo de Iglesia. Sufro porque presiento las amenazas que acechan a algunas de ellas y que sean cambiadas de comunidad. Una de las superioras me dijo que había dado un ultimátum a una. Le dije: «Sé qué tenéis la sartén por el mango, pero os pido también que reviséis vuestro carisma fundacional. Estoy seguro de que vuestra fundadora fue una mujer que rompió esquemas, que franqueó no pocas fronteras eclesiales y sociales. Ah, y por favor, diga a sus superioras de Roma que el obispo está muy agradecido de vuestra preciosa presencia en la diócesis, y sobre todo de la hermana N…». ¡Qué difícil equilibrio!
Más tarde, hablando con una de las Martas, sabiendo la espada de Damocles que tiene sobre su destino, le he pedido que no rompa con su congregación, que cree puentes, que intente ejercitar el ala de las Marías que su orden le reclama. No quisiera perderla.
Acción y contemplación, Marta y María. La una sin la otra no generan vida de Dios.
Por: Mons. Jesús Ruíz Desde Mbaïki (República Centroafricana)
En mi primera visita pastoral de hace dos años, les dije a los cristianos de la parroquia el Espíritu Santo de Pissa, que esta parroquia es como un cuerpo humano con la mitad del cuerpo robusta y en forma (las comunidades al lado del asfalto), y la otra mitad esquelética y enferma (la región de la Lesse). Durante cuatro días me he adentrado en la zona de la Lesse. Catorce comunidades de difícil acceso; solo en la estación seca se puede llegar a algunas de estas poblaciones.
Dos pistas paralelas sin posibilidad de comunicación en coche entre ellas. La pista de ‘Palma de oro’, bien arreglada, pues en 2013 los libaneses, crearon una factoría de 3.000 hectáreas de palma para la extracción del aceite. La primera comunidad que visitamos es Karawa, una comunidad que yo conocía ya de años anteriores. Les hablo unos minutos antes de exponerme a las preguntas de un grupito de cincuenta personas que se han reunido para saludarme… Las preguntas giran en torno a la construcción de su capilla y que quieren recibir la Confirmación… Improvisan un ofertorio donde me ofrecen algunos productos de la tierra. Seguimos hacia Boudé, a veinticuatro kilómetros. Hoy es el centro de habitación donde viven cientos de obreros venidos de otras zonas del país. Todos estos días he oído quejarse a la gente de falta de escuelas, pero me entero que la sociedad de la ‘Palma de oro’ paga en cada pueblo de la Lesse a dos maestros que cobran 37.000 fcfa cada uno; lo cual no está nada mal, aunque se trate de padres-maestros sin ninguna preparación; ya me gustaría que esta situación se reprodujera en todo el país. La diminuta comunidad fundada por el P. León en 1963, ha crecido con la llegada de la sociedad de la ‘Palma de oro’. Son unos mil católicos entre los más de tres mil habitantes que cuenta la localidad. Los apostólicos, los evangélicos y la iglesia Elim también campan en la localidad. En todos los pueblecitos que visitaré estos días, siempre oiré la misma canción: “solo una perforación de agua para todo el pueblo”. En pleno mediodía hemos celebrado la Eucaristía en una capilla con planchas de cinc. Son unos trescientos cristianos, algunos venidos de la capilla de san Celestin en Mboulé a 21 km. Probablemente hoy es uno de los días en que más he sufrido el calor, con un bochorno increíble en medio de un paisaje lunar, sin árboles y con el aire seco y lleno de arena del harmatán que se infiltra en los pulmones… Toda la mañana tuve un bajón de tensión fuerte y me dormía conduciendo, e incluso durante la Misa…
El papá de Wester, uno de nuestros seminaristas que prepara su acceso al seminario mayor, ha construido una casa nueva bonita, recién pintada. La acabó en noviembre, pero sabiendo que el obispo llegaría a dormir al pueblo ha tenido el detalle de esperar dos meses, hasta hoy, para que yo pueda estrenarla… y bendecirla. En la ducha, a cincuenta metros de la casa, han preparado un entarimado para que el agua corra… ¡Cuánto detalle! Hasta he encontrado un rollo de papel higiénico. Estas noches, el frío del harmatán muerde las carnes sin piedad, pero la casa recién inaugurada me ha resguardado al calorcito…
Por la tarde hemos visitado la comunidad de Mbandet; una comunidad a nueve kilómetros, orgullosa de recibirme me ha acogido con paños alfombrando el suelo, ramos de palma, canciones y danzas… Me leen la historia de su capilla. Son 42 bautizados, de los cuales solo 3 están casados, pero la capilla está llena con más de doscientas personas, y fuera otros tantos mirones. Ellos mismos se han cotizado para pagar las planchas de aluminio para su capilla donde veo almacenados cientos de ladrillos sin cocer para hacer los muros.
Al día siguiente, después de un desayuno consistente con pollo y mandioca, regresamos hacia la segunda pista de la Lesse. Parada en Yema, donde veinte cristianos desde hace tres años han construido una preciosa capilla en cemento, pero les falta el techo. El alma de la comunidad es un joven que antaño fue monaguillo en Pissa y ahora es catequista y responsable de su pequeña comunidad. Les he prometido ayudarles a terminar su capilla. Un pequeño dialogo con el puñado de cristianos que se han reunido… una oración…, y unas ofrendas.
Llegando al cruce que une las dos pistas, hemos cogido la pista de Bossako. Hemos pasado de largo la primera comunidad, Babili, y a unos 13 km del cruce nos hemos detenido en Mbanza. Este año, esta capilla se ha hecho famosa, pues hemos movilizado las 167 comunidades de la diócesis para hacer una colecta en vistas de construir entre todos la capilla de esta localidad. Yo les pedí un millón por parroquia, o sea diez millones de francos (unos 15.000€) que es lo que cuesta, más o menos una capilla mediana. Ya me daría con un canto en los dientes si conseguimos reunir la mitad del dinero. Hugue, el catequista, con su mujer, son el alma de la capilla; aunque no se han casado por la iglesia, tienen permiso para comulgar pues están preparando el sacramento para el mes de septiembre. En Mbanza he celebrado la Eucaristía con unos trescientos participantes bajo las planchas de cinc, y otros tantos mirones fuera. Los scouts me ponen nervioso fustigando a los niños de dentro y de fuera. En la homilía he pedido a los niños que entren en la capilla sin muro, y que se sienten en los paños que han extendido por el suelo para acogerme. Unos cien niños han invadido la capilla… He aprovechado para inculcar el mensaje evangélico: “dejad que los niños se acerquen a mí”; he interpelado a los scouts sobre el saludo que hacen con los dedos de la mano derecha y que significa que el grande defiende al pequeño… Bien contrario de lo que hacen la mayoría de los scouts que agreden constantemente a los pequeños para manifestar su autoridad.
Al acabar la Misa, después de escuchar la historia de su capilla, hemos tenido una reunión para ver los preparativos de la construcción de la nueva capilla. Todas las otras iglesias cristianas se han unido al proyecto; verdadero ecumenismo… Les he dicho que tienen que darse prisa en extraer la piedra, la grava, la arena y cocer los ladrillos…, pues cuando lleguen las lluvias la carretera se cortará.
A unos 15km de Mbanza se encuentra Bossako, centro neurálgico de la Lesse donde está el ayuntamiento. Las autoridades de la localidad me esperan al sol desde hace no sé cuánto tiempo para acogerme. En la capilla de Nuestra Señora de la Lessé, que construyó hace veinte años el P. Philippe, me encuentro con todos los cristianos. Las autoridades civiles me reciben con palabras de bienvenida; luego la comunidad explica la historia de la capilla… Cuando les explico el proyecto diocesano de construir una nueva parroquia en su localidad, la exaltación de alegría estalla… “Ahora no tengo sacerdotes, les digo, pero os prometo mandaros una familia como catequistas misioneros antes del mes de septiembre”. Esta familia (que ya he elegido y formado en M’baïki) prepararán durante unos años la nueva parroquia. Les he estimulado para que se pongan manos a la obra, extrayendo piedra, grava, arena, y cociendo ladrillos para el nuevo presbiterio que tenemos que construir antes de las lluvias. En julio, la carretera quedará cortada hasta diciembre.
El sábado nos hemos adentrado en la zona inexplorada por mí y los curas de la parroquia. En una hora y pico hemos conseguido llegar a Koulou a 13km de Bossako. Una comunidad de unas doscientas personas nos recibe. Celebramos con fervor la Eucaristía… Al final, dialogamos más de una hora, y es allí que me cuentan que llevan ocho años sin Eucaristía… El último sacerdote que pasó fue el p. Vianney en 2016. Se me cae el alma a los pies, pero esta misma canción la oiré en las comunidades siguientes.
En Koulou dejamos el coche y un cortejo de cinco motos nos conducen a nuestro próximo destino en Karabara a 18 km. Más de una hora y media atravesando barrancos sin camino, puentes sin suelo, y caminos de cabras donde hay que ser muy diestro conduciendo la moto para no resbalar. El señor que conduce mi moto, un hombre de unos 45 años, es el marido de la responsable de la capilla de Bossako. No ha dejado a los jóvenes que me lleven. Está orgulloso de llevar en su moto al obispo…, pero, claramente se ve que no tiene fuerzas para controlar la moto. Voy con el alma en vilo. En un puente con un solo rail metálico, sin maderas, casi nos caemos abajo… A los veinte minutos caemos por tierra estrepitosamente. Aunque en ese momento no íbamos a más de 30km/h el golpe ha sido bueno y la cadena metálica de mi reloj se ha hecho añicos… Una pequeña herida en la mano, y el golpe en el hombro y el muslo. Me han ayudado a levantarme y han decidido que cambie de moto con uno de los jóvenes que tienen más fuerza para controlar la moto. Cuando hemos llegado a Karabara nos esperaba toda la población, unos doscientos cincuenta, de los cuales 70 católicos. Aquí no llega nadie de fuera.
Los he escuchado contar la historia de su capilla nacida en 1960, cuando los misioneros venían en bicicleta… Recitan de memoria la lista de los misioneros que han llegado a su localidad…, unos siete, o sea, unas siete Eucaristías en 65 años; pero ahora ningún padre viene desde 2016, me dicen. Con vergüenza, les he presentado a su párroco, al vicario y a la hermana… Delante de todos he insistido en que los curas tienen la obligación de celebrar la Misa y los sacramentos con ellos, varias veces al año.
Con el polvo del camino tengo la garganta seca y no puedo hablar. Cuando he pedido agua, me dicen que en el pueblo no hay ninguna perforación de agua, y tienen que ir a buscar el agua en un manantial a varios kilómetros. Bebo un agua que sabe a rayos…, pero del reseco casi no puedo hablar, así que bebo. Me interrogan que no comprenden porqué hemos expulsado al abbé Lika, que era originario de este pueblo. Les digo que el abbé no respetó las leyes de la Iglesia y estaba viviendo con una mujer e hijos. Me piden que quisieran cambiarse de parroquia, pues han oído que Bobua (que está a unos 35km) será una nueva parroquia al año que viene. Los animo a discernir lo que es mejor para ellos.
En cada capilla estamos recogiendo la historia de esa comunidad: ¿cómo comenzó, los primeros misioneros, los catequistas, la realidad actual, la situación del pueblo…? Sin raíces no hay futuro… Una iglesia sin historia es una iglesia sin futuro, les digo. Me maravillo que estas comunidades a pesar del abandono en que viven sigan creyendo y algunas hasta dinámicas… Si no fuera por la gracia que actúa no sé cómo se mantendrían. Los de Bondjako, a once kilómetros más adentro, han enviado unas motos para llevarme a su comunidad…, pero la tarde está cayendo y no tendremos fuerzas para volver en la noche por estos caminos imposibles, así que les pido perdón y les digo que no tenemos fuerzas. Una semana después, el catequista Paul, de Bondjako se ha presentado en el obispado para traerme la historia de la capilla y hemos hablado mucho sobre su comunidad. Les he prometido que un día iré a celebrar con ellos.
Regresando en la noche a Bossako, tengo la suerte de ser hospedado en la casa del polígamo que ya me recibió hace dos años. Una cama de matrimonio con una sábana, pero no hay ninguna privacidad…, Sin luz, ni agua lo paso regular con mis diarreas continuas y mi problema de próstata que me hacen levantarme tres veces cada noche… El hoyo que hace de ducha y de WC está a unos cincuenta metros de la casa.
Al día siguiente el entusiasmo es general en la capilla que podría convertirse en parroquia dentro de unos años. Mi homilía está centrada sobre el hoy de Dios; la salvación de Dios es hoy, ahora, aquí… Nosotros, muchas veces preferimos el mañana, el grupo de “kussi” (espera) que les ha hecho reír mucho. El ayuntamiento está muy contento de nuestra posible llegada. Donde se ubica la misión hay desarrollo: escuela, dispensario, vida… Por ello ha dado mucho terreno a la misión para construir obras sociales y la casa de los padres… Empezaremos con la familia de catequistas.
Es domingo. Después de comer, han llegado las motos enviadas por la comunidad de Yabila, a unos ocho kilómetros. Quieren que vaya a su comunidad. Es ya mediodía, pero he accedido a su petición. De nuevo moto, barrancos, puentes fantasmas, polvo… En la capilla en paja, con todas las autoridades civiles y religiosas, hemos tenido un precioso coloquio de casi dos horas. Ellos preguntan y yo intento responder. Aprovecho para hacer una buena catequesis en esta comunidad que también lleva ocho años sin Misa. Al final me invitan a comer bajo la custodia celosa de los scouts que no dejan acercarse a nadie… Me salto las barreras scout para dialogar con la gente. El director de la escuela, que está borrachito, nos hace reír a todos… “Dios ha visitado hoy nuestra comunidad”, dice.
Regreso bien cansado después de cuatro días de pastoral de alto riesgo… Se me ha encogido el corazón viendo el abandono en que viven estas comunidades, pero doy gracias por la fe de esta gente, los pobres entre los pobres. El coche cargado de sacos de mandioca, café, gallinas, cabras… A pesar del cansancio el corazón se me ha ensanchado viendo las perspectivas que se abre para una nueva evangelización de esta comunidad… Comenzaremos con una familia catequistas.
Mons. Jesús Ruiz Molina, misionero comboniano, de nacionalidad española y obispo de la diócesis de Mbaïki, a donde pertenece nuestra misión de Mongoumba, luego de agradecer a los Laicos Misioneros Combonianos (LMC) su labor misionera, a quienes nombró uno por uno -un total de 18 durante todo este tiempo- resaltó algunas de sus características:
Primera: Una misión de laicos con impronta femenina.
Sucede que a la misión de Mongoumba han venido más laicas que laicos. 15 mujeres por 3 varones. Esta misión por parte de los laicos lleva impronta femenina desde su comienzo, pues fue una misionera laica italiana, Marisa Caira, quien abrió esta misión para los laicos, habiéndole dedicado más de 20 años de su vida. Esta presencia femenina contrasta con una iglesia local, como la centroafricana, cuyos movimientos y fraternidades, donde la mayoría son mujeres, son dirigidos por hombres.
Segunda: La internacionalidad.
La misión no es de una sola nacionalidad, sino católica, es decir, universal. Y los LMC han dado testimonio que se puede vivir la fraternidad, aún con las diferencias culturales, bajo la guía de una misma fe. Aquello que nos hace diferentes, lejos de ser un obstáculo, llega a ser una oportunidad para el enriquecimiento mutuo y el crecimiento como misioneros, pues la misión nos impulsa no a encerrarnos, sino a abrirnos a lo novedoso y a asumir los retos que implica vivir con personas de otras nacionalidades.
Tercera: Una misión específica.
Sin dejar de estar abiertos al servicio de todos, los LMC han encontrado algunos campos de acción donde realizar su misión específica: la educación, la salud, y el pueblo Aka o pigmeos. Esto comporta una adecuada preparación en el terreno profesional y una atenta sensibilidad para el trato con un sector de la misión como los Aka, históricamente marginado y discriminado en el contexto nacional.
Mons. Jesús Ruíz, animó a los LMC a no desfallecer frente a las pruebas que continuamente como misioneros nos vemos sometidos. Es por ello que les recordó la experiencia de los discípulos de Emaús para dejarse acompañar por el Señor que con su palabra y la eucaristía nos abre los ojos para reconocerlo vivo y sentirlo que camina entre nosotros. “Si olvidamos la eucaristía, fuente y culmen de nuestro ser cristiano, -señaló Mons. Jesús Ruíz- nuestra misión se reduce a una labor humanitaria o filantrópica, pero no la de los testigos del Resucitado que contagian vida nueva”.
Cristina Souza, LMC, de Portugal, acompañada de las laicas Elia, también de Portugal, Cristina de Brasil y Anna de Polonia, en nombre de los laicos que han llevado acabo su servicio misionero en Mongoumba, agradeció a todos el apoyo y la confianza recibidos, así como la paciencia para acercarse y entender a la gente de la misión. Hizo mención de los compromisos adquiridos por los laicos en la educación, la salud, caritas y el pueblo Aka que no hubieran sido posible sin el acompañamiento de todos.
El padre delegado de Misioneros Combonianos en Centroáfrica, Víctor Hugo Castillo, reconoció la labor de los LMC para una misión donde no basta un interés personal, sino la fe bien puesta en el Señor Jesús que los ha llamado y enviado. Invitó a la gente a reflexionar sobre el testimonio de los laicos que han dejado su país, su gente y su cultura para insertarse en una realidad muy diferente sorteando no pocas veces las dificultades que esto comporta, así como el de vivir la fraternidad con personas de otras nacionalidades. Animó a los jóvenes de la misión a decidirse a servir como laicos misioneros en otros países, dado que ellos también desde su cultura tienen riquezas por compartir en otras latitudes. Y finalmente alentó a los LMC a no ver este año jubilar como un punto de llegada, sino de partida, para continuar la obra del Señor que no deja de invitar a sus elegidos a darle continuidad.
Toda conversión surge por la influencia del Espíritu Santo que actúa a través del testimonio de quienes buscan vivir de verdad el evangelio
Por: P. Fernando Cortés Barbosa, mccj Desde Mongoumba, República Centroafricana
La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción
La misión comienza con un envío de parte de Jesús resucitado, que ha elegido, por pura bondad suya, a los que irán a proclamar su nombre por todo el mundo, anunciando con valor y alegría las maravillas que el Señor ha obrado en sus vidas, pues tal fue su mandato: “Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mt 28,19-20). Este envío a evangelizar de parte de Jesús no es para hacer proselitismo, que tiene por único fin el de aumentar el número de adeptos, sino para que sus seguidores puedan dar testimonio de qué modo el Señor los ha transformado, y será por este testimonio que resultarán creíbles y agradables, atractivos pues, de modo que puedan suscitar que otros se acerquen al Señor, porque, como diría Benedicto XVI: “La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción”.
El testimonio de los que siguen a Jesús
Testigo es aquella persona que ha tenido una experiencia íntima del Señor, que la ha llamado, la ha transformado con su amor y con su palabra, y finalmente la ha enviado. Dice la Primera carta de Juan: “Lo que hemos visto y oído, lo que hemos contemplado y nuestras manos han tocado del Verbo de vida… se lo comunicamos para que estén en comunión con nosotros” (1Jn 1,1-4). Quien de este modo ha sido tocado por el Señor no puede guardar para sí tan grande acontecimiento que ha marcado su vida con un antes y un después. En adelante el testigo no hará otra cosa que dar testimonio de esta transformación donde quiera que esté, viviendo según el espíritu de las bienaventuranzas (Mt 5,1-11), realizando las obras de bondad que señala el juicio final (Mt 25, 31-40), siguiendo el ejemplo de generosidad del buen samaritano (Lc 10, 29-37) y sin olvidarse de perdonar al prójimo las veces que sean necesarias (Mt 18,21-22), porque es consciente de haber sido liberado de su orgullo cuando fue perdonado por el Señor.
El testimonio en comunión con la Iglesia
El testigo no es alguien que actúa aislado, sino que vive unido a la comunidad de los que también fueron llamados como él. Y así, en iglesia, el testimonio de todos y de cada uno es como puede tener mayor atracción, tal cual sucedía con la primera comunidad cristiana que gozaba de la admiración de la gente (Hch 2, 42-47). Pero este testimonio de comunión entre los miembros de la primitiva iglesia no hubiera sido posible si a la base no estuviera el amor que se prodigaban unos a otros, según el nuevo mandamiento recibido por Jesús (Jn 15,12). No por nada Tertuliano, escritor apologista del siglo II, pudo recoger una expresión de boca de los paganos acerca de los primeros cristianos que se había hecho famosa: “Mirad cómo se aman” (Apologético 39, 1-18).
La gente se fija mejor en los testigos que en los maestros
Para llevar a cabo la obra de evangelización la Iglesia necesita entre sus miembros personas bien preparadas, capaces de enseñar a otros, pero de poco o nada serviría su preparación si les faltara abrirse al don del Espíritu Santo que actúa a través de quienes dan genuino testimonio del Señor, y que por esto mismo captan la atención de la gente. Aquellas palabras del Papa San Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, siguen conservando su actualidad: “El hombre contemporáneo escucha mejor a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos” (EN 41).
Sucede que toda conversión, o el hecho de que otros opten por seguir a Jesús, surge no a causa de razonamientos teológicos para proponer y defender la fe, ni intentando persuadir a los demás con argumentos bien elaborados haciendo gala de nuestro amplio conocimiento, sino por la influencia del Espíritu Santo que actúa a través del testimonio de quienes buscan vivir de verdad el evangelio, muy acorde con lo que Jesús resucitado dijo a sus discípulos poco antes de su ascenso a los cielos, que cuando recibieran la fuerza del Espíritu Santo serían sus testigos hasta los confines del mundo (Hch 1,8). Y es que un testigo del Señor no pretende convencer a nadie para compartir su fe, como haría un proselitista o propagandista de la religión; la comparte sí, pero con la alegría y la generosidad de quien busca ofrecer aquello que nada mejor puede ser encontrado.