El llamado de Moisés: Vocación y respuesta de fe

La Biblia nos cuenta la vocación de distintas personas, es decir, nos dice cómo Dios ha llamado a hombres y mujeres a lo largo de la historia para una misión especial. Desde la vocación de Moisés, pasando por los profetas, llegando a María y los discípulos, es posible percibir características comunes entre los llamados. Por eso, todo aquel que se siente invitado a una realización específica, debe hacer un discernimiento a la luz de la Palabra de Dios, pues aunque ésta es personal, forma parte de una historia de salvación que muchos santos también vivieron.

Por: P. Wédipo Paixão, mccj

Por ejemplo, el libro del Éxodo nos habla sobre la vocación y misión de Moisés; su nacimiento y cómo lo halla en el río la esposa del Faraón; su formación como «príncipe en Egipto» y cómo Dios lo encuentra en el desierto. Para quienes tienen fe, a pesar de todo lo que pudo haber pasado, esta historia personal sigue un designio misterioso del Padre.

Ante el lamento de los hijos de Israel oprimidos en Egipto, Dios se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob, y escogió a Moisés para liberar a su pueblo de la esclavitud. El Señor interviene de nuevo en la historia para ser fiel a su promesa. «Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián, (…) y ahí se le manifestó el ángel del Señor, bajo la apariencia de una llama que ardía en medio de un arbusto. Al fijarse, vio que la zarza estaba ardiendo, pero no se consumía. Entonces él se dijo: “Me acercaré para contemplar esta maravillosa visión y ver por qué no se consume la planta”. Cuando el Señor vio que se acercaba para mirar, lo llamó desde la zarza» (Ex 3,1-4).

La vocación de este personaje bíblico nos permite apreciar los elementos fundamentales hallados en toda invitación para asumir los planes de Dios: la iniciativa divina, la autorrevelación de Dios, la encomienda de una misión y la promesa del favor divino para llevarla a término.

Dios se abre camino de modo sorprendente, a la vez que se acomoda a su interlocutor: suscita su asombro ante la zarza incandescente para, a continuación, llamarlo por su nombre: ¡Moisés, Moisés! La repetición del nombre acentúa la importancia del acontecimiento y la certeza del llamado.

En toda vocación aparece esa conciencia de pertenecer a Dios y de estar en su mano que invita a la paz. Así lo expresa el profeta Isaías en un himno, cuando dice: «No temas, que te he redimido y te he llamado por tu nombre: tú eres mío».

Cuando Dios llama, el ser humano percibe que la vocación no es una quimera o el fruto de su imaginación. La vocación del libertador de los israelitas muestra este segundo aspecto de la invitación haciendo hincapié en cómo el Señor se presenta: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob», el mismo en el que han creído tus antepasados.

Toda llamada divina lleva consigo esta iniciativa de intimidad en la que el Señor se da a conocer. Sin embargo, podría sorprender la reacción de Moisés: a pesar de haber visto el prodigio de la zarza ardiente, a pesar de la certeza de lo que está sucediendo, se excusa: «¿Quién soy yo para ir con el faraón y sacar de Egipto a los israelitas?».

Él intenta evitar lo que el Señor le pide –la misión encomendada–, porque es consciente de su propia insuficiencia y de la dificultad del encargo. Su fe es aún débil, pero el miedo no lo aleja de la presencia de Dios. Dialoga con Él con sencillez, le dice sus objeciones, y permite que el Señor manifieste su poder y dé consistencia a su debilidad.

En ese proceso, Moisés experimenta en primera persona el poder de Dios, que empieza realizando en él algunos de los milagros que después efectuará ante el faraón. Así, toma conciencia de que sus limitaciones no importan, porque Él no lo abandonará; percibe que será el Señor quien liberará al pueblo de Egipto: lo único que le toca hacer es ser un buen instrumento. En cualquier llamada a una vida cristiana auténtica, Dios asegura al ser humano su favor y le muestra su cercanía: «Yo estaré contigo», estas palabras se repiten en todos aquellos que han recibido una tarea difícil a favor de la humanidad. Es también la promesa de Jesús a sus discípulos: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el final».