Domingo XVIII ordinario. Año B

El Pan de Vida

Año B – Tiempo Ordinario – 18º domingo

“...Les aseguro que ustedes me buscan no porque vieron signos, sino porque comieron pan hasta saciarse. No obren por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que el Hijo del hombre les dará…Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”. (Juan 6, 24-35)

El texto que nos regala la liturgia en el evangelio de san Juan este domingo es la parte central del capítulo 6 en donde Jesús enseña a sus discípulos con las palabras que se refieren a él como pan de Vida.

El pan representa lo necesario para responder a una de las exigencias fundamentales de la vida de todo ser humano. Comer y nutrirse no es un lujo o algo de lo que podamos hacer a menos. Quien no come se debilita, se enferma y termina por morir.

Eso lo sabía muy bien la gente que seguía a Jesús y estaban contentos porque habían encontrado a alguien que, de manera extraordinaria, había dado respuesta a sus necesidades de alimento. Habían recibido el pan para cada día y más todavía, habían saciado el vacío de sus estómagos y reforzado la fragilidad de sus cuerpos.

Y, como dice el dicho popular: “¿a quién le dan pan que llore? En su primer encuentro con Jesús se habían quedado en lo superficial, en lo inmediato y pasajero.

Habían comido, pero volverían a tener hambre. Como la mujer samaritana, había encontrado a alguien que le prometía el agua necesaria para mantenerse viva cada día, pero no había entendido que estaba ante alguien que podía resolver  la necesidad de beber para siempre.

También aquella multitud de personas no habían dudado en recorrer grandes distancias esperando que Jesús volviera a hacer el milagro de multiplicar panes y pescados y qué bueno sería si todo aquello sucediera sin necesidad de hacer ningún esfuerzo.

Jesús que conoce las intenciones del corazón humano no se deja confundir y, con paciencia, va a ayudar a estas personas a darse cuenta que lo que los hace vivir no es lo que llena el estómago.

Hay algo más importante que consiste en entender que, así como necesitamos nutrir el cuerpo, no podemos descuidar el espíritu. Y el espíritu no se nutre con rebanadas de pan o pedazos de carne.

El ser humano no existe para responder a lo inmediato y a cada paso siente en lo profundo de su ser la necesidad de responder a su vocación de eternidad. Llenar el estómago satisface por un momento, pero el corazón nos exige siempre algo más que nos recuerda que hemos sido creados para vivir en plenitud.

Dios siempre ha sido generoso, providente y nunca ha descuidado a su pueblo. Lo nutrió en el desierto con el maná y carne para cada día, como nos lo recuerda el libro del éxodo, lo hizo entrar en una tierra que manaba leche y miel, lo bendijo siempre con abundancia.

Dios nunca se ha dejado ganar en generosidad y lo sigue haciendo con nosotros de muchas maneras.

Dios nos bendice con salud, con trabajo, con la presencia de personas que nos hacen sentir bien, que nos cobijan con su ternura y con su cariño, que nos toleran y nos aceptan con nuestros límites y debilidades; que nos ayudan a entender que no sólo vivimos de pan.

Jesús nos invita igualmente a trabajar no sólo por lo efímero y pasajero, sino que abramos nuestro horizonte, que salgamos de lo inmediato de nuestras vidas y de nuestras preocupaciones.

Nos invita a trabajar en la obra de Dios, creciendo en nuestra experiencia de fe, reconociendo a Jesús como el enviado del Padre, como la respuesta que se nos da a todas nuestras necesidades.

Jesús, el único pan verdadero, es él quien puede satisfacer el hambre de plenitud y de vida que nace de lo profundo de nuestro corazón. Él es el pan de vida que hace que nunca volvamos a tener hambre porque sólo él puede llenar el espacio vacío de nuestro anhelo de vida eterna.

Jesús es el pan que dura para siempre, que no perece como los panes en el desierto.

Él es el pan que se transforma en su cuerpo y en su sangre cada vez que celebramos la eucaristía. Es el alimento que nutre el alma, que conforta el espíritu, que llena de esperanza y de confianza nuestra mente, que empapa de alegría nuestro caminar de cada día.

Si tomamos conciencia de que en Jesús se nos otorga la necesario para tener vida plena, tal vez vamos a empezar un camino distinto que nos lleve a buscarlo no porque necesitamos resolver nuestras urgencias y nuestras dificultades.

Tal vez nos vamos a acercar a él porque puede darnos la fuerza para vencer nuestras debilidades. Nos puede liberar de nuestros miedos e inseguridades. Sin duda, nos hará sentir tranquilos y confiados ante las adversidades. Nos cambiará el corazón para no vivir esclavos de nuestro orgullo y de aquello que reconocemos como esclavitudes y pecados.

Tal vez nos acercaremos a él porque habremos entendido que estar con él es lo más bello que nos puede pasar y que es un gusto compartir lo que somos con alguien que sigue dando su vida para que no nos ahoguemos en nuestras necesidades.

P. Enrique Sánchez G. Mccj