Archives 2024

Hno. Andrés Gaspar: «Mostrar a Cristo a través de nuestras obras»

El hermano Andrés Gaspar Abarca es un misionero comboniano originario de Chilpancingo, Guerrero, enfermero de profesión. Lleva más de 15 años en Sudán del Sur, trabajando en el hospital de Mapuordit, en el estado de Lagos, en el centro del país. Aprovechando sus vacaciones en México, le pedimos que nos hablara un poco de este pequeño país africano y nos compartiera su experiencia misionera.

Entrevistó: P. Ismael Piñón, mccj

–¿Cómo está ahora la situación en Sudán del Sur?

En este momento la situación política es estable, porque las dos etnias enfrentadas, los dinka y los nuer, llegaron a un acuerdo, pero siempre vivimos con incertidumbre, porque en cualquier momento puede estallar de nuevo el conflicto, ya que ninguno de los dos quiere ceder. Por otra parte, la guerra en Sudán nos ha afectado mucho; la gente que es del sur y estaba en el norte ha regresado. También nos afecta a nivel económico, porque mucha mercancía venía de Sudán, y ahora tenemos mucha escasez de suministros. Existe un acuerdo con China sobre el petróleo, pero ahora escasea y la devaluación de la moneda nacional es muy grande. En tiempos de la independencia, un dólar costaba dos libras sursudanesas, ahora un dólar cuesta mil 700 libras.

Yo trabajo en una región dinka. La situación conflictiva ahora está un poquito mejor, aunque entre ellos mismos sigue habiendo divisiones. Hace unos años aún era común ver a la gente con armas. En Mapuordit, donde estoy, salías a la calle y veías a toda la gente con armas. Los asaltos eran muy frecuentes, yo fui asaltado dos veces; una de ellas nos dispararon, pero gracias a Dios salimos vivos, aunque un padre fue herido. A veces me preguntaba, «¿qué hago aquí?». Hace unos dos años cambiaron al gobernador y llegó uno muy rígido que ordenó matar a los delincuentes. Eso hizo que haya menos asaltos. Para mí vivir esos momentos de conflicto fue bastante difícil. Al menos con la llegada del nuevo gobernador todos esos conflictos cesaron y ahora vivimos con cierta tranquilidad, aunque la gente sigue sufriendo por la situación económica.

¿Y en el campo sanitario?

–Todavía tenemos que trabajar mucho en la concientización de la gente en lo que se refiere a la prevención. Por ejemplo, no comprenden ni aceptan la cuestión de las vacunas, especialmente a los niños. Estamos intentando hacer una profilaxis contra la malaria, pero no lo entienden ni lo aceptan. A parte de eso, el gobierno invierte muy poco en sanidad y en educación. La mayor parte del dinero lo gasta en armamento.

En el hospital de Mapuordit se pide a la gente que pague sólo un dólar por la consulta, los análisis y las medicinas; pero evidentemente eso no cubre los gastos del hospital, que son cubiertos en su mayor parte por la diócesis y los combonianos. Hay un acuerdo con el gobierno por el que la diócesis cubre el 60 por ciento de los gastos y los combonianos contribuimos con un 30 por ciento gracias a las donaciones que recibimos. El gobierno debería cubrir el 25 por ciento de los salarios y contribuir también con medicinas, pero ahora, con la devaluación, apenas llega al 5 por ciento, el resto lo deben pagar la diócesis y los combonianos. Por eso la gente tiene muy poca confianza en las autoridades; ya no sólo en el campo de la salud, sino también en la educación, incluso los militares tienen salarios insuficientes. Por miedo, nadie protesta contra estas situaciones.

–Con todas estas dificultades, ¿dónde encuentras la fuerza y la motivación para aguantar y mantenerte ahí?

Yo siempre tengo esperanza. Cuando llegué a Mapuordit todavía era Sudán, aún no se había declarado la independencia de Sudán del Sur. Ya se había hecho el referéndum y la situación estaba bastante tranquila. Fue una época muy bonita para mí. Venían muchas personas al hospital y era muy gratificante ayudar y estar con la gente. Por desgracia todo cambió después de la independencia, cuando estalló el conflicto armado entre las dos etnias, especialmente en 2015. Todo el mundo andaba armado. En ese tiempo, me dije que ya me regresaría para México, pero aguanté. Ayudar a la gente es lo que me hacía sentir mejor. Ahí vivíamos con la esperanza de que algún día volvería la paz. Con la llegada del nuevo gobernador y sus métodos autoritarios, volvió la paz y la gente viene de muchas partes del país para ser curada en el hospital.

–¿Cómo vives tu vocación misionera de Hermano en este campo de la salud?

Trato de vivir con esperanza y dar buen ejemplo. La gente se da cuenta. En los tiempos de conflicto, muchos voluntarios se fueron porque no querían arriesgar sus vidas. Nosotros, sin embargo, decidimos quedarnos para seguir trabajando por la gente. Mostrar a Cristo a través de nuestras obras, de nuestro trabajo, a veces no es fácil, pero hacemos el esfuerzo de ayudar y decimos a la gente que no somos nosotros los que estamos ayudando, sino que es Cristo quien nos envía para ayudarles; eso es lo que nos ha dado la fuerza para trabajar como Hermanos.

–¿Qué le dirías a tus paisanos mexicanos?

En primer lugar, que sigan rezando por Sudán del Sur, porque estamos aún muy lejos de la paz y esperamos llegue pronto, además, que se estabilice la situación económica para que la gente ya no sufra más. Les diría también que sigan haciendo oración por nosotros y que no dejen de apoyar a la misión, también materialmente, porque cuando lo hacen están apoyando nuestro trabajo y ayudando a la gente. Y si hay alguno que es médico o enfermero y quiere venir como voluntario, el hospital está abierto y da la bienvenida a quien quiera venir a colaborar. Allá lo esperamos.

Fiesta de San Miguel y del Santo Cristo de Acebes

El padre José de Jesús nos habla sobre el nuevo obispo, monseñor Mikel Garciandía Goñi, que recibió la ordenación episcopal el pasado 20 de enero en la catedral de San Antolín, Palencia. También comparte su experiencia en la Unidad Pastoral de Frechilla y las parroquias que la constituyen: Frechilla, Guaza de Campos, Mazuecos de Valdeginate y Autillo de Campos.

Por: P. José de Jesús García
desde Palencia, España

El pasado 8 de mayo fue la fiesta patronal de San Miguel Arcángel, en Frechilla. Para iniciar la novena, monseñor Miguel nos honró con su presencia, presidiendo la misa en la ermita de San Miguel, a dos o tres kilómetros fuera del pueblo. Posteriormente se transportó en procesión la imagen de San Miguel hacia la parroquia. A petición de los habitantes del pueblo, el obispo bendijo los campos, en los que se sembró cebada y trigo. Nuestro nuevo obispo es devoto de san Miguel y también lleva su nombre. En casi todas las familias de Frechilla hay alguien que lleva ese nombre. El padre José Antonio Ovejero y su servidor acompañamos el novenario y conclusión de la fiesta con una misa solemne.

Continuando con las fiestas patronales, nos preparamos para Pentecostés, que coincide con la fiesta del Santo Cristo de Acebes, ermita ubicada a 3 kilómetros de distancia, en las afueras del poblado de Guaza de Campos. Dicha ermita es una construcción del siglo XVI. En su interior tiene un bonito retablo, obra del pintor español del renacimiento Pedro Berruguete, realizado en 1501. La ermita del Cristo de Acebes se encuentra en el campo, donde hoy no hay casas. Según cuentan los vecinos, tiempo atrás había un pueblo y, por alguna razón, la gente se fue a vivir a otro lugar.

La fiesta del Cristo de Acebes se celebra el día de Pentecostés. Nueve días antes comienza la novena. Suelen venir familiares de los vecinos de Guaza desde diferentes lugares de España para participar. El primer día los vecinos traen en procesión la imagen del Cristo de Acebes. Lo hacen en oración y silencio, trasladándola a la parroquia de Guaza. La procesión va acompañada por un grupo musical llamado Dulzaina, de música tradicional castellana, especial para estos momentos religiosos.

Para revivir el tiempo pasado y hacerlo presente para las nuevas generaciones, se conserva una hermosa tradición. Se cuenta que cuando había más habitantes en Guaza, se daba pan, cebollas y queso, pero sólo a los niños que participaban en la misa. Es una tradición que nació de los pastores y agricultores, pues estos productos son de esta zona. Hoy, esta fiesta tiene un sentido más tradicional y de bendición para continuar reavivando la fe. Los vecinos participan para recordar a sus seres queridos, con la certeza de que, si estuvieran vivos, por ninguna razón faltarían a la fiesta del Santo Cristo de Acebes.

Hoy se da el pan, queso y cebolla a las personas que participan de la misa o que llegan a la fiesta. Al estar repartiendo esos alimentos, la gente nos dice: «deme para mi mamá que no pudo venir porque hoy no está bien de salud. Me dijo: “ve a la fiesta, haz oración por mí y si hay pan, queso y cebolla tráemelos porque son del Santo Cristo y están benditos, los comeré y me harán bien”».Dios escuche nuestras oraciones y nuestras plegarias por cada persona de cualquier parte del mundo que nos pide rezar por ellas, por sus necesidades materiales y espirituales.Doy gracias a Dios por cada testimonio de fe que he visto y veo en esta gente. Es una bendición de Dios, y da gran alegría conocer la religiosidad y las tradiciones populares de los pueblos que integran la milenaria diócesis de Palencia.

Me despido de los bienhechores, amigos y familiares, y les pido sus oraciones para continuar el trabajo misionero que se nos ha encomendado en esta diócesis.

La única universidad católica de Sudán reinicia su actividad formativa a pesar de la guerra

El pasado 20 de abril, los alumnos del Comboni College of Science and Technology (CCST), única universidad católica de Sudán, pudieron realizar los exámenes finales correspondientes al segundo semestre del curso 2022/2023, que había quedado interrumpido por el estallido de la guerra el 15 de abril del año pasado. La sede del CCST de Jartum fue abandonada y la inmensa mayoría de sus alumnos y profesores se dispersaron por todo Sudán y varios países. Contra toda lógica, el tesón del equipo directivo de la universidad, liderado por su rector, el misionero comboniano español P. Jorge Naranjo, ha conseguido el milagro de relanzar los estudios cuando el país sufre todavía la guerra y el número de personas desplazadas supera ya los nueve millones. En la imagen, un grupo de alumnos realiza los exámenes de fin de curso en un aula de la Universidad Católica de Yuba (Sudán del Sur. Fotografía: CCST

Por: P. Enrique Bayo, mccj
Mundo Negro Digital

El pasado 15 de octubre, el Ministerio de Educación sudanés autorizó reiniciar las clases allí donde fuera posible. Antes de esa fecha, el equipo directivo del Comboni College of Science and Technology (CCST) ya había empezado a intentar contactar con los 768 alumnos y alumnas matriculados. Unos 300 alumnos y 25 profesores pudieron ser localizados y la inmensa mayoría manifestaron su deseo de seguir la formación en los diferentes programas que ofrece la universidad. Se abrió la matriculación online y se aprovechó la plataforma de aprendizaje Moodle para impartir las clases. Dada la baja conectividad de la mayoría de los estudiantes y la carencia de ordenadores, todo fue pensado para seguir los cursos a través del teléfono móvil, con herramientas fundamentalmente asíncronas apoyadas por aplicaciones de mensajería instantánea como Whatsapp o Telegram.

Gracias al esfuerzo de muchas personas y la perseverancia de alumnos y profesores, un total de 206 alumnos pudieron hacer los exámenes finales el 20 de abril en tres sedes físicas: la sede provisional del CCST en Port Sudan (Sudán), la Universidad Católica de Yuba (Sudán del Sur) y la Escuela de la Sagrada Familia de Helwan (Egipto). Otros  estudiantes se examinaron a través de sus dispositivos móviles desde múltiples localizaciones gracias a cuestionarios adaptados a ese medio y un protocolo de supervisión para garantizar la legalidad de las pruebas.

El 14 de mayo, 23 estudiantes de Enfermería iniciaron sus prácticas en el Prince Osman Digna Hospital de Port Sudan. Continúan las clases teóricas online de Informática, Tecnología de la Información, Inglés, Literatura, Italiano y el curso de Cuidados Paliativos. 

¡Viva el Sagrado Corazón!

A Federico Sinjuicio lo tenían etiquetado en el pueblo por ser una de las personas más extravagantes y que rompía con todos los esquemas de los bien pensantes y de las personas educadas de la alta sociedad. Usaba pantalones rojos y camisa amarilla y le gustaba ponerse una corbata de moño al cuello, de riguroso color morado.

Le encantaba subirse al quiosco de la plaza y cantar a medio día el Ave María de Schubert, con una voz de tenor extraordinaria, pero más desentonada que la de don Pancho el güero bajo la regadera, cuando se estaba bañando por las mañanas.

No era raro encontrarlo hacia las cuatro de la tarde por los rumbos del mercado, tirado bajo la sombra de un árbol, haciendo la siesta, después de los tacos que había comido gracias a la providencia que se había manifestado a través de alguna alma caritativa o evaporando los tres o cuatro mezcales que los amigos, por quitárselo de encima, le habían invitado.

Fede Sinjuicio, como todos lo llamaban, era un hombre bueno que no le hacía daño a nadie y su sencillez revelaba la belleza que llevaba por dentro, en un corazón noble, en un alma limpia y en unos sentimientos que se desbordaban cuando de hacer el bien se trataba.

Para muchos Fede se había convertido en parte del folclore del pueblo y todos notaban su ausencia cuando no lo veían deambular por los portales o dormido en una banca del atrio de la parroquia.

Algo que nadie se explicaba era cómo fuese posible que aquel hombre, en sus momentos de lucidez, hablara con tanta elocuencia y aquel que parecía el último del pueblo se prodigara en gestos de ternura y de servicio cuando encontraba a alguien en quien descubriera el mínimo dolor y cualquier sufrimiento.

Cuando alguien le preguntaba por qué ayudaba a los demás, respondía como el más cuerdo que jamás se hubiese visto. Es el Sagrado Corazón que me manda, decía, y repetía las palabras de san Juan, sacando de la bolsa de su pantalón un papel amarillento en donde estaba escrito: si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nunca lo ha visto nadie; si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros.

Con frecuencia se le encontraba por las calles llevando una pancarta en donde estaba escrito: Dios es amor y eso basta. Y muchas de las personas que salían de la Iglesia, después de la hora santa, se sentían menos confundidas con la verdad que Fede les anunciaba en su pancarta que con los eruditos sermones del señor cura, quien siempre acababa enredado tratando de explicar la unión hipostática.

Y es que Federico Sinjuicio, en la simplicidad de su vida y en su aparente sin juicio, había ido entendiendo que la vida sin amor era como la fiesta sin música, como las torres sin campanas, como el comelón sin dientes o como la feria sin castillo. Le gustaba decir que era mejor una olla de frijoles compartida con los pobres que unas puntas de filete comidas a solas.

A él, por gracia divina, le había sido dado entender que más valía ser feliz que vivir con un tesoro en casa, pero sin poder salir a la puerta. Y para ser feliz para nada servía el ser famoso  si tenía que vivir aislado de las personas a quienes él amaba.

El amor lo había hecho libre y le había dado aquella sencillez que sólo se vive en los primeros años de la vida, cuando la ambición, el orgullo, el deseo de acumular cosas y poder no cuentan. Cuando la prepotencia que hace egoístas y rencorosos todavía no infectan el corazón; cuando la tristeza y la insatisfacción que enferman el alma y paralizan con sus prejuicios el corazón sencillo de quien se reconoce humano aún no contaminan la bondad que nos hace divinos sin perder lo humano.

A Fede nadie había podido envenenarle el espíritu impidiéndole reconocer a los demás como hermanos y muy alegre cantando simplemente decía: es el Sagrado Corazón, hermanos.

El amor le había enseñado a disfrutar de todo, reconociendo la bondad de Dios en lo que a los ojos de los demás parecía pequeño y despreciable; sobre todo cuando se vive con la soberbia que hace pensar que no se necesita de los demás y que en todo nos bastamos.

Federico no sabía lo que significaba la palabra individualismo y la indiferencia no existía en su lenguaje habitual, porque para él todas las personas que encontraba eran iguales. Él no sabía de alcurnias, ni de sangres azules, no distinguía los colores de la piel y nunca le habían explicado eso de las clases sociales.

Un día, entrando a media misa en la parroquia del centro, había oído al párroco que predicaba y, sin hacerse notar, se había acomodado atrás de una de las grandes columnas, desde donde podía ver todo sin ser visto, para no distraer a los devotos de la cofradía de los corazones coronados de espinas.

Era un sermón de esos que dicen que se hacen con el corazón y Federico, que de tonto no tenía ni un pelo, había grabado en su mente y en su corazón la frase principal que decía: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados.

A él esto le había bastado y cuando se le subían los grados del etílico que había consumido, se hacían más claras sus palabras y no se cansaba de repetir: porque soy pecador, Dios me ha amado.

Fede no había frecuentado muchas clases de teología y no había pasado por los grandes seminarios, pero había guardado en su corazón aquella experiencia que, aún en sus desvaríos, le permitía volver a ponerse delante de Dios y reconocer que en aquel Corazón traspasado siempre habría un lugar en donde encontrar cobijo y del cual nadie lo sacaría para expulsarlo como indeseado.

Durante los novenarios al Sagrado Corazón, Federico Sinjuicio, no se perdía ninguno de esos encuentros y aunque eran a la misma hora en que todos estaban viendo La rosa de Guadalupe, él sabía que más valía quedarse unos minutos contemplando aquel Corazón abierto que todos los milagros que le contaban los miembros de los cenáculos de santo Tomás, el desconfiado.

Seguramente su hazaña más grande fue haber compuesto un poema para las fiestas del Sagrado Corazón, en el que la rima y la métrica poco le habían importado. Para alegría de todos sus paisanos se había contentado en repetir veinte veces, ¡Viva el Corazón de Jesús! ¡Viva el Corazón que tanto nos ha amado! ¡Viva Jesús en la cruz en donde nos ha mostrado su corazón traspasado para decirnos que nadie como Dios nos ha mejor amado!

Los años pasaron y con ellos también Federico Sinjuicio desapareció de su pueblo, sin que nadie se diera cuenta, pero la gente no lo olvidaba, pues decían que había sido un rostro en el que habían conocido el amor que Dios nos tiene y que brota de aquel corazón traspasado.

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que, ofreciéndose en sacrificio, nuestros pecados quedaran perdonados.

Queridos, si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nunca lo ha visto nadie; si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros. Reconocemos que está con nosotros y nosotros con él porque nos ha hecho participar de su Espíritu. Nosotros lo hemos contemplado y atestiguamos que el Padre envió a su Hijo como salvador del mundo.

Si uno confiesa que Jesús es Hijo de Dios, Dios permanece con él y él con Dios. Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tuvo. Dios es amor: quien conserva el amor permanece con Dios y Dios con él”. (I Jn 4, 10-16)

P. Enrique Sánchez, mccj

El Corazón de Jesús y la Cruz

San Daniel Comboni y el S. Corazón de Jesús (y IX)

Unas palabras de S. Daniel Comboni

“Pues con la Cruz, que es una sublime efusión de la caridad del Corazón de Jesús, nosotros nos volvemos poderosos”. (Escritos de San Daniel Comboni, 1735)

Quien ha hecho en su vida la experiencia de amar sabe que no hay amor sin renuncias y sacrificios, no hay amor sin entrega y sin dolor, no hay amor sin renuncia, no hay amor sin cruz. Pero, contrariamente a lo que habitualmente pensamos, todo lo que puede representarse con la cruz esconde un misterio de amor que no podemos encontrar en ninguna otra parte.

La Cruz para el cristiano representa el lugar del martirio, de lo absurdo de una muerte indigna e inmerecida, es lo inaceptable de un juicio injusto, de una condena sin pruebas, de un rechazo tonto de un proyecto de vida auténtica. Pero, al mismo tiempo, representa la expresión más grande del Amor que se entrega, el sacrificio gratuito, el despojo total de sí mismo, sólo para cumplir la voluntad del Padre. La Cruz es el lugar en donde Dios quiso mostrar la calidad de su amor de Padre.

Como san Pablo dice en su predicación, también nosotros estamos llamados a predicar la Cruz ocupada por la persona de Jesús, porque ahí se manifiesta el Amor que brotará eternamente de su costado para que todo el que lo contemple sea transformado.

También nosotros hoy, en la Cruz de Cristo, haciendo nuestra la pasión que continúa en cada hermano, nos descubriremos fortalecidos y poderosos, porque estaremos invadidos del amor que brota de su corazón traspasado.

Reflexiono

¿Cómo vivo el sacrificio, el dolor, las renuncias necesarias en mi vida?
¿Acepto amar, aunque implique desprendimiento de mí mismo, de mis gustos y comodidades?
¿Valoro lo que Cristo ha hecho por mí? ¿Reconozco en su entrega y sacrificio una oportunidad para amar?
¿Me entusiasma dar la vida sirviendo a los demás, me alegra ser testigo de Jesús?

Hago una oración

Jesús, que por mí subiste a la cruz, haz que sepa reconocer en tu sacrificio la manera como tu Padre, que es mi padre, ha querido amarme. Dame el coraje para no acobardarme en los momentos de sufrimiento, de renuncia y de dolor. Sostenme a la hora de la prueba, en la hora del dolor y en los túneles de la soledad. Hazme entender el misterio del Amor abriéndome caminos para amar.
Sagrado Corazón de Jesús llena mi vida de tu presencia, ilumina mi camino de discípulo, hazme entusiasta testigo de tu amor. Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.

P. Enrique Sánchez, mccj

Gracias y bendiciones del Corazón Traspasado

San Daniel Comboni y el S. Corazón de Jesús (VIII)

Unas palabras de S. Daniel Comboni

“… del seno misterioso de este divino Corazón traspasado brotarán torrentes de gracias y ríos de celestes bendiciones sobre este gran pueblo de África Central que nos es tan dilecto…” (Escritos de San Daniel Comboni, 3330)

En los días que corren, hoy a muchos de nuestros contemporáneos les resulta muy difícil entender el lenguaje que habla de gracia, de poder recibir algo sin haber pagado un precio. Vivimos en una sociedad en donde hay que competir y sobresalir, estar por encima de los demás. La exaltación del poder y del tener condiciona la vida de muchas personas que tienen que hacer enormes sacrificios para poder estar en la cima o simplemente sobrevivir.

Vivir gratuitamente, ofreciendo la propia vida y recibiendo el don de los demás es algo que nos parece imposible y nos convierte en personas desconfiadas, cerradas en sí mismas y, al mismo tiempo, necesitadas de relaciones, de afectos y de ternura. Y, en profundo de nuestro corazón escuchamos la voz que nos dice que hemos venido a este mundo para darnos, para ser con los demás.

Las gracias y bendiciones que san Daniel Comboni veía brotar del Corazón de Jesús no eran más que la expresión de un amor incondicional por aquellos pueblos de África que se convirtieron en su pasión y en el único motivo de su existencia y la razón que lo movió para vivir entregado a los demás.

Qué bueno sería que aprendiéramos un poquito de ese Corazón abierto de Jesús que sigue derramando gracias y bendiciones sobre cada uno de nosotros. Eso nos ayudaría, seguramente, a vivir dándonos sin medida a los demás.

Reflexiono

¿Siento que las gracias y bendiciones de Dios se están manifestando en mi vida?
¿Cómo manifiesto mi apertura a los demás o vivo en la desconfianza y en temor a quienes están cerca de mí?
¿En qué reconozco las gracias y bendiciones de Dios en lo cotidiano de mis días?

Hago una oración

Te agradezco Señor por el don incondicional del amor que brota continuamente de tu costado abierto. Gracias porque me bendices a diario con la gracia de tu amor que se convierte en vida, en salud, en capacidad de contribuir en la creación de un mundo mejor. Gracias por tantas bendiciones con las cuales me cubres a diario y me permites ser gracia y bendición para las personas que me rodean. Qué tu corazón sea fuente perenne de bendiciones.

P. Enrique Sánchez, mccj