Marcos 10,46-52: “¡Rabbuní, que recobre la vista!”
Mendigos de luz
La curación del ciego de Jericó es el último milagro narrado en el Evangelio de Marcos. Este relato sigue los tres anuncios de Jesús sobre su pasión, muerte y resurrección, acompañados por las catequesis dirigidas a los discípulos, que constituyen la columna vertebral de la parte central del Evangelio de Marcos.
Nos encontramos en Jericó, la última etapa para los peregrinos galileos que recorrían el camino a lo largo del Jordán, dirigidos hacia Jerusalén para la Pascua. La distancia entre Jericó y Jerusalén es de unos 27 kilómetros. El recorrido atraviesa un territorio desértico y montañoso, con un desnivel significativo: Jericó se encuentra a unos 258 metros bajo el nivel del mar, mientras que Jerusalén está situada a unos 750 metros sobre el nivel del mar. El camino, por lo tanto, es cuesta arriba y bastante fatigoso, un detalle relevante en el contexto del viaje de Jesús hacia Jerusalén, como lo describe Marcos.
El evangelista presta especial atención a la figura de Bartimeo, hijo de Timeu, probablemente una persona conocida en la comunidad primitiva. Además de mencionar el nombre de su padre, el evangelista describe cuidadosamente sus acciones: “Arrojó su manto, se levantó de un salto y fue hacia Jesús.” El manto, considerado la única posesión del pobre, también representaba la identidad de la persona. Por lo tanto, “arrojar el manto” simboliza despojarse de sí mismo. San Pablo, en la Carta a los Efesios (4,22), habla de “despojarse del hombre viejo”. Bartimeo es el único caso en el que se dice que la persona curada sigue a Jesús en el camino. Los Padres del Desierto veían en esto una alusión a la liturgia bautismal: antes de ser bautizado, el catecúmeno se despojaba de la vestidura, descendía desnudo a la piscina bautismal y, al ascender, era vestido con una túnica blanca.
Puntos de reflexión
1. Bartimeo, figura del discípulo: valor simbólico del milagro
La parte central del Evangelio de Marcos (capítulos 8-10), llamada “la sección del camino”, está enmarcada por dos curaciones de ciegos. Al principio de la sección encontramos la curación progresiva del ciego de Betsaida (8,22-26), que precede inmediatamente la profesión de fe de Pedro en Cesarea de Filipo. En ese caso, un ciego –sin nombre– es llevado a Jesús por algunos amigos que interceden por él. Al final de la sección, encontramos la curación de otro ciego, de nombre Bartimeo, que toma la iniciativa de pedir, gritando –a pesar de la oposición de la multitud– la gracia de recobrar la vista.
El relato tiene un gran valor simbólico: Bartimeo es el espejo del discípulo. En los últimos domingos, Marcos nos ha conducido a través del itinerario de los apóstoles. En este recorrido de formación y toma de conciencia de las exigencias del seguimiento, el discípulo descubre que es como ciego. Bartimeo es entonces el discípulo que se sienta al borde del camino, incapaz de continuar. Representa a cada uno de nosotros. Todos nosotros nos damos cuenta de que somos espiritualmente ciegos cuando se trata de seguir a Jesús por el camino de la cruz. Como Bartimeo, pedimos al Señor que nos cure de la ceguera que nos inmoviliza.
2. Bartimeo, nuestro hermano: “maestro” de oración
Bartimeo sabe exactamente qué pedir, a diferencia de Santiago y Juan, que “no sabían lo que pedían”. Él pide lo esencial a través de una oración simple y profunda: “¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí!” En su súplica, Bartimeo expresa su fe en Jesús como Mesías, llamándolo “Hijo de David”, siendo la única persona en el Evangelio de Marcos en conferirle este título. Al mismo tiempo, manifiesta una relación de confianza, intimidad y ternura, llamando a Jesús por su nombre e invocándolo como “Rabbuní”, que significa “mi maestro”. Este título aparece solo dos veces en los Evangelios: aquí y en el relato de María Magdalena, en la mañana de Pascua (Jn 20,16).
La vida nace de la luz y se desarrolla gracias a la luz. Lo mismo sucede en la vida espiritual: sin la luz interior, nuestra vida espiritual es engullida por la oscuridad. A veces experimentamos la alegría de la luz, mientras que en otras ocasiones las tinieblas parecen invadir nuestra existencia. Problemas, sufrimientos, dificultades y debilidades oscurecen nuestra visión de la vida, haciéndonos incapaces de seguir al Señor. En esos momentos, la oración de Bartimeo viene en nuestra ayuda: “¡Rabbuní, que recobre la vista!” Bartimeo es un maestro de oración simple, esencial y confiada.
3. Compañeros de Bartimeo: mendigos de luz
En la Iglesia antigua, el bautismo se llamaba “iluminación”. Esta iluminación nos arranca de las tinieblas de la muerte, pero siempre está amenazada. Nos introduce en un camino de búsqueda continua de la luz. Como el girasol, el cristiano se vuelve diariamente hacia el Sol de Cristo. Cada mañana, mientras lavamos nuestros ojos físicos, con el alma en oración corremos a lavarnos en la piscina de Siloé de nuestro bautismo, como el ciego de nacimiento del que habla Juan en el capítulo 9 de su Evangelio. Y cuando nos encontramos ciegos, recordemos que existe el colirio de la Eucaristía. Con las manos que han recibido el Cuerpo luminoso de Cristo, podemos tocar nuestros ojos y nuestro rostro, recordando la experiencia de los dos discípulos de Emaús, a quienes se les abrieron los ojos al “partir el pan”. No solo nuestros ojos, sino también nuestro rostro está destinado a resplandecer, como el de Moisés (Ex 34,29). El rostro del cristiano refleja la gloria de Cristo (2Cor 3,18), convirtiéndose así en testigo de la Luz, puesta sobre el candelero del mundo.
P. Manuel João Pereira Correia, mccj
Abandona el manto para poder ver mejor
Por: Fernando Armellini
Con esta lectura se cierra la parte central del evangelio de Marcos en la que Jesús dejaclaro cuál es la meta de su viaje y expone los requisitos morales que deben asumir los que quieren seguir sus pasos: el amor gratuito, sin condiciones y sin límites, la renuncia a los bienes y a toda ambición, el servicio desinteresado a los demás.
Jesús ya ha cubierto una buena parte de su viaje: partió de Galilea, pasó a lo largo del Jordán y ahora se encuentra en Jericó. Le faltan solo 27 km para llegar a la meta. Está a punto de comenzar el ascenso a la santa ciudad, y con él van los discípulos y una gran multitud (v. 46).
Desde el punto de vista histórico, la presencia de una gran multitud junto a Jesús es verosímil porque, con ocasión de la Pascua, hay muchas caravanas de peregrinos que van de camino a Jerusalén pero, desde el punto de vista teológico, es sorprendente. No se comprende que tantas personas todavía sigan a Jesús después de que, claramente, haya anunciado el destino que le espera, el cáliz amargo que tiene que beber, las aguas impetuosas del odio, de la persecución y del martirio en que debe sumergirse (cf. Mc 10,38)
Solo hay una explicación: Quienes lo acompañaban no han entendido o no han querido entender el significado de sus palabras. Ni siquiera los discípulos se han liberado todavía de la idea distorsionada que tienen sobre el Mesías. En sus corazones, continúan engañándose a sí mismos con la esperanza de que las predicciones hechas por Jesús hayan sido pronunciadas en un momento de amargura y decepción, y están convencidos de que al final todo va a terminar con un triunfo.
Su condición espiritual es similar a la de los ciegos, tienen ojos impenetrables a cualquier rayo de luz, insensibles a los colores más intensos. El Maestro los ha reprendido antes, pero fue en vano: “¿Todavía no entienden ni comprenden? ¿Tienen ojos y no ven?”(Mc 8,17-18) Y, a continuación, ha comenzado a curar su ceguera, con dificultad, interviniendo en varias ocasiones, como lo hizo con el ciego de Betsaida (cf. Mc 8,22-26). La parte central del evangelio de Marcos está dedicada por completo a estos intentos. Ahora está en Jericó y, antes de iniciar el ascenso a Jerusalén, hace un último signo: cura a otro ciego.
Con motivo de la Pascua, los judíos se mostraban particularmente generosos en sus limosnas: se sentían obligados a hacer participar a las personas desfavorecidas de la alegría de la fiesta. Para los mendigos, la salida de la ciudad de Jericó, donde el camino comienza a subir hacia Jerusalén, era el lugar ideal para colocarse y pedir ayuda a los peregrinos biendispuestos.
En el momento del paso de Jesús con el grupo de discípulos, entre estos mendigos sentados al borde del camino se encontraba un ciego identificado por su apellido, Bartimeo.El relato de su encuentro con Jesús lo narran los tres sinópticos y va más allá que una página de crónica. En la intención del evangelista Marcos es también una parábola, una alegoría del hombre iluminado por Cristo. Bartimeo es la imagen del discípulo que finalmente abre los ojos a la luz del Maestro y decide seguirlo a lo largo del camino. Consideremos las etapas que lo conducen a la curación.
La primera escena nos lo muestra sentado en el camino (v. 46) Vivir es moverse, proyectarse, construir, cultivar ideales. Bartimeo en cambio, más que vivir sobrevive, está inmóvil como un robot repitiendo los mismos gestos y las mismas palabras, se hace acompañar todos los días a los mismos ambientes; parece resignado a la condiciónlamentable que un nefasto destino le ha asignado. Representa a la persona que aún no ha sido iluminada por el Evangelio y por la luz de la Pascua: no camina hacia una meta; va a tientas, envuelto en el perenne y misterioso sucederse de nacer, vivir y morir.
Pide limosna (v. 46). No es autosuficiente, debe mendigar todo, incluso el afecto;depende de los demás, de las cosas, de los acontecimientos. El primer paso hacia la recuperación es tomar conciencia de su situación (v. 47). Solo aquel que se da cuenta de que está llevando una vida sin sentido, inaceptable, decide buscar una salida. Hay quienes se adaptan a su condición, se apegan a la enfermedad que le permite vivir de limosna sin hacer nada; se complacen en su situación. Bartimeo no se resigna a la oscuridad en la que está inmerso.
Un día se da cuenta de que algo está a punto de cambiar. Oye hablar de Jesús (vv. 47-48) e intuye que se le va a presentar la oportunidad de su vida: puede encontrar al “Hijo de David”, escuchar su voz curativa, abrir los ojos. Supera sus dudas y temores, la vergüenza y el qué dirán. Grita, pide ayuda, ya no quiere quedarse en su estado actual. También la curación de la ceguera espiritual comienza a partir de una profunda inquietud interior, por rechazo auna vida carente de valores e ideales. Surge de una insatisfacción íntima que estimula a buscar propuestas alternativas, que nos pone en búsqueda de nuevas propuestas, demodelos de vida diferentes de los que la sociedad y la moral corriente proponen.
El encuentro con los que siguen al Maestro es el primer paso hacia la luz (v. 47). Antes de llegar a Cristo hay que encontrar a los discípulos y existen dificultades que hay que superar.El que reflexiona y comienza a preguntarse si lo que está haciendo tiene sentido, se da cuenta rápidamente de que está moviéndose contra corriente, se siente inmediatamente confrontado en su esfuerzo por alcanzar la luz del cielo. Colegas de juerga, socios en asuntos ambiguos e incluso amigos, tal vez de buena fe, le ponen trabas, lo invitan a callarse, a dejar a un lado los temas evanescentes de la fe; sonríen sobre los tormentos del alma; sostienen que estas preocupaciones corresponden a personas psicológicamente inestables.
Frente a esta oposición, el ciego no se desanima; continúa invocando la luz; no se avergüenza de su condición; no oculta su angustia; a gritos pide ayuda a quien puede abrirle los ojos. Incluso los que acompañan a Jesús pueden ser un impedimento para aquellos quebuscan acercarse a la luz del Evangelio. Parece imposible que quienes han seguido al Maestro de Galilea, quienes han escuchado su Palabra y pertenecen al grupo de los discípulos, puedan estar todavía espiritualmente ciegos (Mc 8,18) y ser un obstáculo para quien quiere encontrar a Cristo.
Sin embargo, esto es lo que sucedió en Jericó, donde muchos reprendieron a Bartimeo para que se callara. Lo mismo sigue ocurriendo hoy. Revisar y ver si estamos realmente iluminados por Cristo o si lo seguimos solo de palabra es bastante simple. Lo revela la sensibilidad que tenemos frente al grito del pobre que pide ayuda. Quien se molesta, finge ignorarlo o intenta silenciarlo, quien está ocupado en proyectos más importantes, más devotos, más sublimes y no tiene tiempo de echar una mano a quien se tambalea en tinieblas, el que cree que hay algo más importante que detenerse, escuchar, comprender yayudar a quien desea encontrarse con el Señor, éste, incluso si cumple a la perfección todas las prácticas religiosas, sigue estando ciego.
Jesús escucha el grito de Bartimeo (v. 49) y exige que se le traiga a su presencia. Su llamada no se dirige directamente al ciego sino a los que están encargados de transmitirla.Estos mediadores representan a los verdaderos seguidores de Cristo, sensibles al clamor dequienes buscan la luz. Son los que dedican gran parte de su tiempo a escuchar los problemas de los hermanos en dificultad, que siempre tienen palabras de aliento, que indican a los ciegos el camino que conduce al Maestro.
En las palabras que dirigen a aquellos que han pasado toda una vida en las tinieblas del error, no hay ningún reproche, sino solo invitaciones a la alegría y la esperanza: “¡Ánimo! Levántate, que te llama” (v. 49). Y así llegamos a la última etapa. El ciego salta, arroja su capa y corre al encuentro de quien le puede dar la vista (v. 50). Los gestos no son muy probables. No es así como se comporta normalmente un ciego. Sería más lógico esperar que se pusiera el manto sobre los hombros y se moviera con paso inseguro para hacerse acompañar hasta Jesús. En lugar de ello, tira todo, se pone de pie de un salto y corre presuroso.
Tal como se presenta, la escena solo puede tener un valor simbólico y un mensaje teológico que comunicar. En Israel, la capa era considerada la única pertenencia de los pobres: “…porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo y para acostarse…” (Éx 22,26). Como todo mendigo, Bartimeo la coloca sobre sus rodillas y la utiliza para recoger limosnas. El gesto de abandonarla, junto con las pocas monedas que los transeúntes benevolentes le hayan dado, indica un total desapego, decidido, radical, de la condición en que ha vivido. La vida que ha llevado hasta ese momento no le interesa más.
Su gesto hace referencia a lo que los catecúmenos de las comunidades de Marcos estaban haciendo en el día de su bautismo: arrojaban el vestido viejo, se desprendían de todo lo que les impedía correr en pos del Maestro. Era el signo de su renuncia a la vida antigua, a hábitos y comportamientos incompatibles con las decisiones de quien ha sido iluminado por Cristo.
El relato termina con el diálogo entre Jesús y el ciego (vv. 51-52). El Maestro pide a todo aquel que busca la luz que haga su profesión de fe, que demuestre creer en aquel que puede abrirle los ojos. El encuentro con Cristo y con su luz coloca a la persona en una condición nada fácil.
Bartimeo antes estaba sentado, ahora tiene que comenzar a caminar; antes tenía su “profesión” que, para bien o para mal, le daba de comer; ahora tiene que inventarse una vida completamente nueva; antes tenía un lugar para vivir entre personas conocidas y amigas; ahora deber partir para una aventura que se presenta difícil y arriesgada.
Quien se acerca a Cristo no debe engañarse pensando que llega a una vida cómoda y sin problemas. La experiencia de Bartimeo enseña que es muy arduo el camino que le espera a quien ha recibido la luz; ésta obliga a revisar costumbres, comportamientos, amistades, exige que la vida, el tiempo, los bienes sean gestionados de una manera radicalmente nueva. Quién desea ser iluminado por Cristo tiene que elegir entre el manto viejo y la luz.
http://www.bibleclaret.org
Con ojos nuevos
Por: José Antonio Pagola
La curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del Evangelio. El relato es de una sorprendente actualidad para la Iglesia de nuestros días.
Bartimeo es “un mendigo ciego sentado al borde del camino”. En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirlo. Está junto al camino por el que marcha Jesús, pero está fuera. ¿No es esta nuestra situación? ¿Cristianos ciegos, sentados junto al camino, incapaces de seguir a Jesús?
Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro queremos para ella. Instalados en una religión que no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera. ¿Qué podemos hacer?
A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”. Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación.
Hoy se oyen en la Iglesia quejas y lamentos, críticas, protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la oración humilde y confiada del ciego. Se nos ha olvidado que solo Jesús puede salvar a esta Iglesia. No percibimos su presencia cercana. Solo creemos en nosotros.
El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús que le llega a través de sus enviados: “¡Ánimo, levántate, que te llama!”. Este es el clima que necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir instalados en una religión convencional. Volver a Jesús que nos está llamando. Este es el primer objetivo pastoral.
El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición: “Maestro, que recobre la vista”. Si sus ojos se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la vista y “le seguía por el camino”.
Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El salto cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si cambia nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir siguiéndolo de cerca.
http://www.musicaliturgica.com
El mendigo que no quería dinero
Por: José Luis Sicre
El evangelio de este domingo cuenta el ultimo milagro realizado por Jesús durante su vida pública. Pero no es uno más; el relato depara interesantes sorpresas.
El protagonismo de Bartimeo
En contra de lo que cabría esperar, el principal protagonista no es Jesús. Este se limita a ir por el camino y, cuando oye a uno que le grita repetidamente pidiéndole que se compadezca de él, ni siquiera se acerca para saber qué quiere. Lo manda llamar. Y cuando tiene lugar el milagro, no se lo atribuye; todo es mérito del ciego.
En cambio, a Bartimeo le concede el evangelista una atención especial. Aparte de indicarnos el nombre de su padre (detalle que no se da en otros casos) se describe con detalle todo lo que hace. Ha elegido un buen sitio para pedir limosna: el camino de Jericó a Jerusalén, uno de los más transitados. Y cuando se entera de que quien pasa es “Jesús el nazareno” comienza a gritar pidiéndole que se compadezca de él. En nuestras calles y en las entradas de las iglesias nunca faltan mendigos. En general se comportan de forma educada, a veces ni hablan, les basta un gesto. ¿Qué sentiríamos si uno de ellos se pusiera a gritar repitiendo: «Ten compasión de mí»? Reaccionaríamos igual que los que acompañan a Jesús: diciéndole que se calle. Pero Bartimeo insiste, grita cada vez más. Y cuando consigue que Jesús lo llame parece que ha dejado de ser ciego. De un salto, sin miedo a tropezar, deja tirado su manto y marcha hacia él. Entonces ocurre lo más sorprendente.
Tres finales posibles
Imaginemos lo que podría haber ocurrido para comprender mejor lo que ocurrió.
Primer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, Bartimeo no lo duda: una buena limosna. Jesús encarga a Judas que se la dé, este lo hace a regañadientes, y Bartimeo duda si seguir pidiendo o marcharse a su casa a descansar.
Segundo final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús, apartándolo de los presentes (como hizo en otro caso parecido) le toca los ojos y le concede lo que pide. Bartimeo recoge su manto y vuelve a su casa. Cuando su mujer y sus amigos se recuperan de la sorpresa, le dicen: «Ya no tienes excusa para no trabajar». Bartimeo se arrepiente de haber pedido el milagro.
Tercer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús no hace nada, pero Bartimeo recupera de inmediato la vista. Olvidando su manto, su familia, sus amigos, sigue a Jesús camino de Jerusalén.
Bartimeo, los discípulos y nosotros
Cuando leemos este relato en el conjunto del evangelio de Marcos nos damos cuenta de que tiene una importancia enorme.
Este episodio cierra una larga sección del evangelio en la que Jesús ha ido formando a sus discípulos sobre los temas más diversos: los peligros que corren (ambición, escándalo, despreocupación por los pequeños), las obligaciones que tienen (corrección fraterna, perdón) y el desconcierto que experimentan ante las ideas de Jesús a propósito del matrimonio, los niños y la riqueza. Después de todas esas enseñanzas, el discípulo, y cualquiera de nosotros, puede sentirse como ciego, incapaz de ver y pensar como Jesús.
En este contexto, la actitud de Bartimeo, gritando insistentemente a Jesús que se compadezca de él, es un símbolo de la actitud que debemos tener cuando no acabamos de entender, o no somos capaces de practicar lo que Jesús enseña. Pedirle que seamos capaces de ver y de seguirle incluso en los momentos más difíciles.
Otros detalles interesantes del relato.
1. Bartimeo llama a Jesús “hijo de David”. Es la única persona que le da este título en el evangelio de Mc. Puede tener dos sentidos: a) Jesús, como “hijo de David”, es el Mesías esperado, el rey de Israel; aunque inmediatamente antes haya hablado de su muerte, de que ha venido a servir, no a ser servido, el ciego confiesa su fe en la dignidad de Jesús y en su poder de curarlo. b) Jesús, como “hijo de David”, es igual que Salomón, al que las leyendas posteriores terminaron atribuyendo poder de curaciones. En este sentido se usa con más frecuencia en el evangelio de Mateo.
2. Es curioso que se cuente que “soltó el manto” antes de acercarse a Jesús. Parece un detalle innecesario. Sin embargo, recuerda lo que se ha dicho al comienzo del evangelio a propósito de los primeros discípulos, que “dejando las redes, lo siguieron” (Mc 1,18).
3. Aunque Bartimeo piensa que Jesús puede curarlo, Jesús le dice “tu fe te ha curado”, poniendo de relieve la importancia de la fe.
4. Este es el único caso en todo el evangelio en el que una persona, después de ser curada, sigue a Jesús por el camino. Aunque el texto no lo dice, lo sigue hacia Jerusalén, hacia la muerte y la resurrección. Una vez más, Bartimeo se convierte en modelo para nosotros.
http://www.feadulta.com
La fe calienta el corazón e ilumina los pasos del discípulo
Por: P. Romeo Ballan, mccj
Jericó: ciudad en el valle del río Jordán, a 10 km al norte del Mar Muerto, de clima templado, por debajo del nivel del mar, “ciudad de las palmeras” (Dt 34,3), está considerada la primera ciudad amurallada de la historia (8.000 años a.C.); sus murallas se derrumbaron de manera espectacular ante los ojos del pueblo de Israel (Jos 6). Jesús la conocía bien. En los alrededores de Jericó fue bautizado y vivió los 40 días de tentaciones; Él mismo habló del camino que bajaba de Jerusalén a Jericó (la ruta del Buen Samaritano). Aquí encontró al publicano Zaqueo y antes de subir a Jerusalén realizó el milagro del ciego Bartimeo (Evangelio), en un contexto significativo.
La curación de Bartimeo, el ciego de Jericó, marca un punto de llegada y una nueva partida, en la narración del Evangelio de Marcos. Es el último milagro de sanación realizado por Jesús, al concluir una serie de enseñanzas morales y el punto de partida hacia Jerusalén, donde Él ha de vivir los acontecimientos de su última semana terrena, la Semana Santa, desde el ingreso triunfal en la ciudad hasta la pasión y la resurrección.
Jesús ha dado importantes enseñanzas morales, que, si se llevan a la práctica, renuevan a las personas desde dentro, con un cambio de mentalidad y de conducta (metanoia). Las exigencias morales que Jesús presenta (ver los pasajes del Evangelio de Marcos en los domingos anteriores) llevan a la conversión del corazón, dando como resultado la libertad interior de la persona. Antes que de renuncias, es más justo decir que aquellas enseñanzas son un don de liberación-purificación del corazón, para descubrir y seguir a Jesús, que es el verdadero tesoro. Tenemos, por tanto, la liberación del egoísmo (negarse a sí mismo, cargar con la cruz: 8,32-38); libertad en los afectos (unidad e indisolubilidad del matrimonio, amor y respeto por los niños: 10,2-16); libertad frente a las riquezas (peligro de las riquezas: 10,17-31); libertad del poder (autoridad como servicio: 10,35-45); y otros.
En cada uno de estos ámbitos el discípulo vive la tensión permanente entre la mentalidad mundana dominante y la llamada de Jesús. A menudo esta tensión llega a un choque, unconflicto entre la oscuridad del mal y la luz del Evangelio. En este punto, antes de empezar la subida hacia Jerusalén, Marcos pone, emblemáticamente, la curación del ciego de Jericó (Evangelio), que narra como un hecho milagroso y, al mismo tiempo, rico de simbología.
El ciego “estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna” (v. 46): era inmóvil, mendigo y, por tanto, dependiente de los demás. Cuando Jesús se acerca, la vida del ciego cambia: le grita dos veces su situación implorando ayuda (v. 47-48). Tropieza con el grupo de los discípulos, que en un primer momento lo estorban y lo obstaculizan, pero después lo animan a ir hacia Jesús que lo llama (v. 49). El ciego suelta el manto – símbolo de su seguridad hasta ese momento – da un salto, se acerca a Jesús, recibe de Él la fe y la vista y lo sigue por el camino (v. 52). El encuentro con Jesús transforma la vida de Bartimeo, que empieza a seguirlo como discípulo. También para cada uno de nosotros, el seguimiento de Cristo ha nacido de nuestro encuentro con Él. El camino que sube a Jerusalén es duro, sobre todo por los acontecimientos que le esperan a Jesús en esa Semana; pero el discípulo, ahora iluminado, sabe que el Maestro lo precede y lo atrae en pos de sí por el camino de la humildad y del servicio, con amor y libertad interior.
“Bartimeo es un símbolo del discípulo que por fin abre los ojos a la luz del Maestro y toma la decisión de seguirle por el camino… La llamada de Jesús no llega directamente al ciego; hay alguien encargado de comunicársela. Estos mediadores representan a los auténticos seguidores de Cristo, sensibles al grito de quien busca la luz. Son aquellos que consagran una buena parte de su tiempo a escuchar los problemas de los hermanos en dificultad, que tienen siempre palabras de aliento, que indican a los ciegos el camino que lleva al Maestro” (F. Armellini). Esta es la responsabilidad misionera de la comunidad de los creyentes: transformados por el amor de Dios, su tarea es evitar los tropiezos y facilitar, con el testimonio y la palabra, el camino para los que buscan la luz y la verdad de Jesús. (*)
En esta búsqueda del Señor, el Bautismo es un punto de llegada, pero, al mismo tiempo, es la base del compromiso misionero de cada cristiano: el ciego, iluminado y seducido por Cristo, declara ante todos el gozo de seguir sus huellas. El compromiso misionero de todo bautizado no tiene fronteras: empieza en las realidades cercanas y llega, con la oración y la solidaridad, hasta los confines del mundo.