Jubileo de la esperanza

Hemos iniciado el año 2025 invitados a vivir la experiencia extraordinaria del Jubileo. Se trata de un año que quiere ser marcado por la alegría y la esperanza, por la renovación y la conversión, por la vida nueva que Dios siempre está dispuesto a concedernos como expresión de su amor.

Hablar de Jubileo nos hace pensar a júbilo, a algo que produce felicidad plena, a algo que nos pone de nuevo en el camino de lo que realmente vale la pena y que nos saca de los enredos en que muchas veces nos hemos ido perdiendo. 

El júbilo es la expresión más plena de la alegría que nos da el volver a lo que es esencial e importante en nuestra vida; es la alegría que tiene su origen y su meta en el encuentro con Dios. Es la felicidad que nace cuando descubrimos como cimientos de nuestra existencia el amor y la ternura de un Padre que está dispuesto a recrearnos siempre. 

Estar jubilosos es una manera de decir lo contento que nos sentimos cuando nos liberamos de todo aquello que nos esclavizaba. Es lo contrario de vivir en la tristeza o en la amargura, en lo superficial y lo pasajero. Es reconocer a Dios como el protagonista de nuestra historia y el anhelo más profundo de nuestro corazón.

Un jubileo es la invitación y la provocación que nos presenta la Iglesia, como comunidad de hermanos que peregrinan al encuentro del Señor, para que reorientemos nuestros caminos y nos demos la oportunidad de reconocer la importancia de lo que somos como personas y como instrumentos del amor.

El tiempo jubilar es un momento especial para que abramos los ojos y contemplemos lo que ha ido quedando de bueno en nuestro pasado, es motivo para hacer memoria, y para ser agradecidos, reconociendo que cada instante de nuestro caminar ha sido un don, una gracia que se nos ha concedido sin ningún mérito. 

Hay Alguien que fielmente se ha ido ocupando de nosotros y nos ha guiado. Alguien que nos recuerda que está al origen de todo lo que soñamos y buscamos, el único a quien pertenece todo aquello con lo cual nosotros tratamos de llenar nuestro peregrinar temporal por este mundo del cual nada podremos llevarnos.

El jubileo, en los tiempos del Antiguo Testamento, era el año en el que todo tenía que volver a sus orígenes, a como había sido en el principio, en donde Dios era reconocido como el único autor y propietario. El libro del levítico dice, con mucha sencillez y con gran claridad, cuál era el motivo de tanto júbilo. 

“Declararás santo el año cincuenta y promulgarán por el país liberación para todos sus habitantes. Será para ustedes un jubileo: cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia. El año cincuenta será para ustedes año jubilar: no sembrarán, ni segarán los rebrotes, ni vendimiarán las cepas no cultivadas. Porque es el año jubilar, que será sagrado para ustedes. Comerán lo que den sus campos por sí mismos. En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad. (Levítico, 25, 10-13)

Hoy, para nosotros, es una buena ocasión para darnos cuenta de que todo lo que pretendemos acumular, atesorar, y considerar como patrimonio personal no es más que algo que nos ha sido prestado. El jubileo nos brinda la posibilidad de poner a Dios en el lugar que le corresponde en nuestras vidas como el único autor y promotor de nuestra felicidad. 

También es una bella oportunidad para que tomemos conciencia de la importancia que tiene el establecer relaciones sanas y auténticas con nuestros hermanos y con toda la creación, reconociéndolos como realidades sagradas.

Por otra parte, se nos está invitando a vivir el jubileo del año 2025 como un jubileo iluminado por la esperanza. Esto es importante, sobre todo porque nos damos cuenta de que vivimos un tiempo en el cual nos sentimos por momentos agobiados por tantos signos de incertidumbre, de violencia, de dolor. Vivimos tiempos en donde el egoísmo y la indiferencia se imponen como patrones de conducta y la ambición y el deseo de poder hace que olvidemos que sólo vamos de paso. 

El espectáculo de nuestro mundo hace que muchas veces seamos ciegos y que no podamos percibir lo bello que Dios va creando cada día cerca de nosotros. Nos aturdimos con nuestros logros tecnológicos y científicos, que son ciertamente extraordinarios y maravillosos, y dejamos que nos gane la arrogancia que nos hace pensar que podemos pasar por encima de los demás.

En medio de la oscuridad y de lo deprimente que puede ser el tiempo en que nos tocó vivir, ahí es en donde Dios eleva su voz y nos invita a no olvidar que él tendrá siempre la última palabra. Y, justamente, ahí nacen todas nuestras esperanzas, nuestra confianza y la alegría que nos permite apostarle al futuro con entusiasmo.

Vivir este año bajo el signo de la esperanza no es otra cosa sino reconocer que llevamos inscrito en el corazón un proyecto que ha sido pensado por Dios para cada uno de nosotros, como proyecto de libertad, de vida plena y de felicidad. Eso es lo que cada día nos irá dando el valor de levantarnos con optimismo y confianza y no dejará que nos gane el pesimismo, el desánimo o la tristeza. 

La esperanza hará que veamos cada mañana como una oportunidad que se nos ofrece para salir de nuestras desconfianzas y de nuestros temores con la certeza de que Dios está preparando algo nuevo y bello para hacer más plenas nuestras vidas. 

La esperanza hará que no nos quedemos atorados en nuestras miserias, en nuestras debilidades y, mucho menos, en nuestros pecados. Con la esperanza se nos otorgará la bendición de sentirnos juzgados por el amor y la misericordia que no buscan condenar, sino hacernos sentir amados.

La esperanza será lo que nos devuelva al camino de la humildad y de la sencillez que redimensiona nuestra identidad y nos permite entender lo que somos y lo que podemos valer, aceptando que todo se nos va dando por gracia y por un amor que no tiene límites , pues es un amor que todo lo recrea, lo hace más auténtico y profundo.

Vivir en la esperanza este año puede ser para cada uno de nosotros aquella experiencia que nos hacia falta para levantar los ojos sobre el horizonte y darnos cuenta de que hay mucho por vivir, por disfrutar y por compartir, mientras el Señor nos siga llevando de su mano.

P. Enrique Sánchez G. Mccj