XIV Domingo Ordinario. Año C
Los envió de dos en dos
P. Enrique Sánchez, mccj
“En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envié trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa digan: Que la paz reine en esta casa. Y si allí hay gente amante de de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, comen lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios.
Pero si entran en una ciudad y nos reciben, salgan por las calles y digan: Hasta el polvo de esta ciudad que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos, en señal de protesta contra ustedes. De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca. Yo les digo que, en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad.
Los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.
Él les contestó: Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.
(San Lucas 10, 1-12.17-20)
El evangelio de este domingo nos menciona el envió en misión de setenta y dos discípulos y señala, como detalle, que se trata de otro grupo, lo cual nos permite pensar que esta experiencia habiá sido algo, si no común, tal vez si frecuente en el ministerio de Jesús.
Nadie que se hubiese acercado y encontrado con Jesús podía quedar indiferente y aceptándolo en su vida necesariamente se convertía en mensajero de la Buena Nueva que había cambiado su vida.
El discípulo, en este sentido, no era un simple aprendiz de un oficio o el estudiante aplicado que aspiraba a ser como su maestro; los discípulos que Jesús pone ante nosotros en esta página del Evangelio eran personas muy concretas llamadas a transformar sus vidas teniendo como modelo al gran misionero que era Jesús.
El relato del Evangelio nos ayudará hoy en nuestra reflexión a entender que en este envío de los setenta y dos, Jesús está compartiendo con ellos su misión y que lo que les tocará anunciar será lo que han encontrado y en lo que se han transformado estando con él.
Los discípulos son enviados de dos en dos, lo cual nos recuerda algo que era importante en el ejercicio de la ley judía , que exigía que para que algo tuviera un carácter formal necesitaba ser sostenido por la presencia de, al menos, dos testigos. La misión que les confía Jesús a sus discípulos, teniendo en cuenta lo anterior, no se trataba de ir simplemente a anunciar o a predicar repitiendo las palabras que le habían escuchado al maestro.
No era cuestión de demostrar que habían aprendido la lección y que estaban en condiciones de instruir a los demás. En el caso de estos discípulos se trataba más bien de ir como testigos en medio de sus hermanos para compartir lo que habían vivido y lo que habían descubierto como buena noticia para sus vidas estando cerca de Jesús.
Esta página del Evangelio nos dice que son enviados a la mies que es abundante y en donde los trabajadores son pocos. Y agrega Jesús una recomendación. Pidan al dueño de la mies que envíe obreros para poder afrontar con realismo los retos de la misión que les fue confiada.
La invitación a pedir al dueño de la mies que envíe obreros tiene como finalidad ayudar a entender que la obra no es de ellos y que el éxito de la misión no depende de sus cualidades o de sus habilidades.
El dueño de la mies es también quien tiene establecido los tiempos y los modos como la misión se cumplirá y cuándo será plenamente manifestado el Reino de Dios entre nosotros.
A los discípulos les corresponde poner a disposición lo que son, su vidas y aquello que han ido atesorando en sus corazones acerca de Jesús estando con él. Lo importante de la misión será no todo lo que puedan realizar, sino lo que serán como testigos del que los envió con poder de someter hasta los demonios.
No se preocupen por lo que van a comer, pues quien trabaja por el Reino recibirá siempre lo necesario y más para ir adelante en la misión que se le ha confiado. Se trata de una misión fundamentada totalmente en la confianza en Dios. Y, como testimonio personal, puedo decir que el Señor paga con generosidad la confianza que ponemos en él cuando aceptamos consagrarnos completamente a su misión.
Es una misión que reconoce el poder que tiene Jesús para cambiar la vida de todas las personas que abren su corazón a su mensaje. Por eso es importante ir ligeros de equipaje y sin preocuparse por lo material y lo pasajero de la vida.
No hará falta cargarse de dinero, de recomendaciones, de títulos que acrediten; no hará falta llevar morral, ni sandalias que simbolizan un estatus especial. Dios provee siempre y recompensa a quien da con generosidad.
La misión exige sencillez y disponibilidad total para poder darse cuenta de que el protagonista es el Señor y que él actuará siempre a través de su Espíritu. La misión exigirá desprendimiento total de sı́ mismo. No habrá tiempo para detenerse, para quedarse en donde nos podemos sentir confortables. Hay una urgencia que se impone y pide ir cada vez más lejos, en donde la mies está más necesitada.
En el envío , Jesús no esconde que se trata de una misión que estará marcada por las cruces, la dificultades, las incomprensiones, las persecuciones. Irán entre lobos que atacan y tratan de destruir todo aquello que viene de Dios. Esas palabras de Jesús nos ayudan también hoy a nosotros a quienes nos toca vivir en una realidad en donde existe una persecución abierta y activa contra los cristianos en muchas partes del mundo. Pero existe algo que es todavía más grave y dañino para nosotros, existe una persecución que pasa a través de una indiferencia y una voluntad clara de sacar a Dios de nuestras vidas.
Hoy también existen lobos, que no atacan con sus garras destructoras, pero que hacen un gran daño difundiendo ideologías y estilos de vida que se oponen a todo lo que es de Dios. Son lobos que con su astucia trabajan en el espíritu humano proponiéndole una felicidad que no está en armonía con lo que el Señor nos enseña en su evangelio.
Pero no debemos caer en el desánimo, ni podemos dejar que nos gane el pesimismo o la desesperanza. El mandato que Jesús da a los setenta y dos es claro y tiene por objetivo principal hacer el bien. Ayudar a quien está en necesidad, aliviar a quien padece en su cuerpo y en su alma, brindar el coraje a quienes se sienten perdidos y agotados, cambiar la vida de quienes se han desorientado.
Enviándolos a hacer el bien, Jesús está ayudándoles a entender que el mal no tendrá jamás la última palabra. Y quien le apuesta al bien, a lo sano y a lo santo, puede estar seguro de que los frutos que cosechará serán aquello que hace bella la vida y que le da sentido a lo que vamos afrontando cada día, sabiendo que el Señor nunca nos abonará.
El gran mandato que recibieron aquellos setenta y dos discípulos fue convertirse en instrumentos de paz. Anunciar la paz era y sigue siendo la condición para crear una humanidad en donde se pueda crear las condiciones a la fraternidad. Esa fraternidad que nos permite reconocernos todos hijos de Dios, en donde estamos llamados a alejar de nuestro corazón la tentación de la división, de la exclusión y de la marginalización de los demás que es el detonante de nuestras guerras y de la violencia que nos lleva a vivir en el miedo y en la desconfianza hacia los demás.
Esto nos ayuda seguramente a entender por qué las primera palabras del Papa León XIV al inicio de su misión como Pastor de toda la Iglesia han sido una invitación a trabajar sin descanso para dar espacios a la paz en nuestro mundo. La paz será siempre lo que nos ayudará a entender que el Reino de Dios ha llegado ya.
Aquellos discípulos regresaron llenos de alegría porque habían constatado que las obras de Dios son fuente de felicidad y porque habían visto con sus propios ojos que el Maligno jamás podrá imponerse a quienes obran el bien. Ellos habían hecho grandes milagros y no se lo podían creer, pero Jesús les hace un anuncio todavía mayor: Sus nombres estarían escritos en el Cielo.
Vivir nuestra vocación misionera será siempre garantía de felicidad y podemos darnos cuenta, desde ahora, que esa experiencia nos abrirá los caminos del cielo, disfrutando desde ahora lo bello que Dios ha preparado para quienes, por la fe, le hemos entregado el corazón.
Pidamos para que el Señor nos conceda ir con alegría a la misión que nos corresponde ahı́ en donde nos llama a ser presencia y testimonio de su cercanıá y buena noticia para quienes se encuentran alejados de él.
“Os envío como corderos en medio de lobos.”
Lucas 10,1–12.17–20
El Evangelio de hoy nos relata la experiencia misionera de los setenta y dos discípulos enviados por Jesús “de dos en dos, delante de él, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir”. Después de haber enviado ya a los Doce (cf. Lc 9,1–6), ahora Jesús envía a otros setenta y dos. San Lucas es el único evangelista que narra este episodio. Detengámonos en cinco aspectos del relato.
1. No sólo los Doce, sino los setenta y dos
“El Señor designó a otros setenta y dos.”
El número 72 tiene un valor simbólico: alude a la universalidad de la misión. Según la llamada “tabla de las naciones” (Génesis 10, en la versión griega de los LXX), había 72 pueblos en la tierra. Algunos manuscritos y la tradición judía mencionan el número 70. Los rabinos afirmaban que Israel era como un cordero rodeado por setenta lobos, y cada año, en el Templo, se sacrificaban setenta bueyes por su conversión.
Los Doce representan al nuevo Israel, las doce tribus; los Setenta (o setenta y dos) simbolizan la nueva humanidad. Además, 72 es múltiplo de 12: representa también la totalidad de los discípulos. La misión no es una tarea exclusiva de los apóstoles, sino de todo el Pueblo de Dios.
La Iglesia no deja de subrayar la urgencia del anuncio misionero. Pero, lamentablemente, muchas veces con escasos resultados. En una época de rápida y dramática descristianización de Occidente, parecemos preocupados solo por conservar a la única oveja que queda en el redil, dando por perdidas a las otras noventa y nueve.
2. Precursores
“Los envió de dos en dos delante de él a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir.”
Jesús los envía de dos en dos: la misión es una tarea comunitaria. Pero, ¿por qué enviarlos delante de él? ¿No debería ser él quien los preceda? Sí, el Señor nos ha precedido, pero ahora, concluida su misión, comienza la nuestra: preparar su regreso.
Así como Juan el Bautista preparó su primera venida, nosotros hoy estamos llamados a preparar la segunda. No es casualidad que san Lucas utilice aquí el título “el Señor”, connotación pascual, y no simplemente “Jesús”.
“Su nombre será Juan”, dijo Zacarías. Hoy, simbólicamente, el Señor dice a cada uno de nosotros: “Tu nombre será Juan/Juana”. El nombre indica la misión. Esta misión se basa en dos tareas esenciales:
– Anunciar un mensaje breve y claro: “Está cerca de vosotros el Reino de Dios”;
– “Bautizar”, no con agua como Juan, sino sumergiendo a las personas en el amor de Dios, a través de relaciones fraternas y del cuidado de los más frágiles: “Sanad a los enfermos”.
Quizá hoy debamos invertir el orden: primero “bautizar” la realidad cotidiana –familia, trabajo, escuela, sociedad– con el amor de Dios; luego, a su debido tiempo, anunciar el Reino. Como sugiere san Pedro: “Estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pida” (1Pe 3,15).
3. Lobos y corderos
“Mirad, os envío como corderos en medio de lobos.”
Las instrucciones de Jesús sobre la misión son desconcertantes. Comprendemos la invitación a la oración –alma de toda misión–, pero ¿por qué tanta insistencia en el despojo del misionero?
Las imágenes fuertes que usa Jesús muestran que la misión se realiza en la debilidad y la pobreza, siguiendo el ejemplo del Maestro que “se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo” (Flp 2,7). La misión exige renunciar a toda forma de poder humano, para que quede claro que es Dios quien actúa. Tal vez sea precisamente la tentación del poder la raíz de los escándalos y pecados más graves de la Iglesia.
Jesús nos envía pobres –ricos solo en confianza en Dios– como corderos entre lobos. Pero es fuerte la tentación de convertirnos nosotros mismos en lobos, usando las mismas armas del enemigo cuando se presenta la ocasión.
Las lecturas de hoy nos muestran el contexto, muchas veces dramático, de la misión. Isaías habla de duelo antes del consuelo; Pablo habla de la cruz y de las llagas del Señor; el Evangelio habla de lobos, serpientes, escorpiones, del poder del enemigo y del posible rechazo del mensaje y de los mensajeros.
Y sin embargo, Jesús no nos envía al matadero. Nos da su poder: “Os he dado poder para pisar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo: nada os podrá hacer daño.” Así, el apóstol anticipa los tiempos escatológicos en los que “el lobo habitará con el cordero” (Is 11,6).
4. La paz
“En cualquier casa donde entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa’.”
En el difícil contexto de la misión, Jesús nos invita a ofrecer paz. Es un tema central en todas las lecturas de este domingo.
Dios, por medio de Isaías, promete: “Yo haré correr hacia Jerusalén, como un río, la paz.” Por desgracia, hoy ese río parece seco. La paz es don y responsabilidad. Hoy más que nunca, necesitamos con urgencia “hijos de la paz”, como dice Jesús. Pero nosotros, sus discípulos, ¿lo somos realmente en nuestros sentimientos, palabras y acciones?
5. La alegría
“Los setenta y dos volvieron llenos de alegría.”
La alegría es el otro gran tema que une las lecturas de hoy. Es fruto de la paz. La alegría cristiana no es la alegría efímera y engañosa del mundo, ni una ligereza superficial que ignora el dolor y la injusticia.
La alegría del cristiano a menudo convive con el sufrimiento y la persecución. Esa alegría de las bienaventuranzas es un don que, sin embargo, exige “el valor de la alegría” (Benedicto XVI). Se manifiesta en la paz profunda del corazón, como la calma del mar en lo profundo, incluso cuando en la superficie la tormenta ruge.
Esta es la “alegría plena” que Jesús nos dejó en herencia durante la cena de despedida. Una alegría asegurada: “Nadie os podrá quitar vuestra alegría” (Jn 16,22).
P. Manuel João Pereira Correia, mccj
Condiciones para una misión sin fronteras
P. Romeo Ballan, MCCJ
Is 66,10-14; Sl 65; Gal 6,14-18; Lc 10,1-12.17-20
Reflexiones
Jesús está de camino: va decidido hacia Jerusalén (Evangelio del domingo pasado). Es un viaje misionero y comunitario, cargado de enseñanzas para los discípulos. Jesús había enviado a misión a los Doce (Lc 9,1-6). Al poco tiempo Lucas (Evangelio) narra la misión de los 72 discípulos: “Designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él” (v. 1). Las ‘condiciones’ y las instrucciones para los dos grupos de misioneros – los 12 apóstoles y los 72 discípulos – son prácticamente las mismas. Sorprende, por tanto, esta cercanía y duplicidad que subrayan la urgencia y la vastedad de la misión.
¿Quiénes eran y a quiénes representan los 72? Este número tiene un significado simbólico, que nos lleva a la totalidad de la misión: 72 (o 70, según algunos códices) eran los pueblos de la tierra según la ‘tabla de las naciones’ (Gen 10,1-32); otros tantos eran los ancianos de Israel. Además, 72 es un número múltiplo de 12 e indica la totalidad del pueblo de Dios. La misión, por tanto, no es tarea solo de algunos (de los 12 apóstoles), sino también de los laicos. Estos números hablan de una misión extendida, en la que todos están involucrados: porque la misión es universal en su origen y destinatarios.
Las instrucciones son múltiples y significativas, según el estilo de misión que Jesús ha inaugurado. Son instrucciones que valen siempre, también para nosotros y para los evangelizadores futuros.
– “Los mandó” (v. 1): la iniciativa de la llamada y del envío es del Señor, el dueño de la mies; a los discípulos les corresponde la disponibilidad en la respuesta.
– “De dos en dos”: en pequeños grupos; hay que estar en comunión por lo menos con otra persona, para que el testimonio sea creíble. Así partieron Pedro y Juan (Hch 3-4; 8,14); Bernabé y Saulo, enviados por la comunidad de Antioquía (Hch 13,1-4). El anuncio del Evangelio no se deja a la iniciativa de una sola persona, porque es obra de una comunidad de creyentes. No importa si esta es pequeña, como en el caso de los padres de familia, primeros educadores de la fe de los hijos. El compromiso de anunciar el Evangelio junto con otros no es tan solo un problema de mayor eficacia, sino porque el hecho de hacerlo juntos expresa la comunión y es garantía de la presencia del Señor: “Donde dos o tres se reúnen… yo estoy en medio de ellos” (Mt 18,20). Juntos se cree y se da testimonio de la fe: tu fe ayuda mi fe, y viceversa.
Los mandó “por delante”: ellos son portadores del mensaje de otra persona; no son propietarios o protagonistas, son precursores de Alguien que es más importante, que vendrá después, para cuya venida ellos deben preparar mentes y corazones de los destinatarios, que se encuentran en todas partes.
– “La mies es abundante, pero son pocos los obreros”. (v. 2) ¡Hacen falta más obreros! Hoy la situación es la misma que ayer. Los desafíos de la misión varían según los tiempos y los lugares, pero son siempre exigentes. Y, por tanto, valen hoy las mismas soluciones que Jesús proponía entonces.
– “Rueguen, pues… y vayan…” (v. 2-3): la solución que Jesús ofrece es doble: “Rogar e ir”. Rogar para vivir la misión en sintonía con el Dueño de la mies, ya que la misión es gracia que se ha de implorar para sí y para los otros. E ir, porque en cada vocación, común o especial, el Señor ama, llama y envía. “Rogar e ir”: dos momentos esenciales e irrenunciables de la misión. (*)
– El mensaje a llevar es doble: el don de la paz (Shalom) en el sentido bíblico más completo, para las personas y las familias (v. 5); y el mensaje que “está cerca de ustedes el reino de Dios” (v. 9.11). El reino de Dios se construye y se mezcla en la historia; el Reino es, en primer lugar, una persona: Jesús, plenitud del reino. El que lo acoge encuentra la vida, el gozo, la misión: Lo anuncia a todos.
– El estilo de la misión de Jesús y de los discípulos es lo contrario al estilo de los poderosos de turno, de los agentes de comercio o de las multinacionales. La eficacia de la misión no depende del dinero o de la organización, no se basa sobre la voluntad de dominio y la codicia (cosas de lobos: v. 3), sino sobre una propuesta humilde, respetuosa, desarmada, no violenta, libre de seguridades humanas (alforja, sandalias, v. 4). La misión cuida de los más débiles (enfermos, v. 9), se ofrece con gratuidad, sin buscar compensaciones (v. 20) o adhesiones forzadas.
– El Evangelio de Jesús es un mensaje de vida auténtica, porque invita a poner la confianza solo en Dios, que es Padre y Madre (I lectura); y a fiarse de Cristo crucificado y resucitado (II lectura).
– Los obreros son pocos, pobres, débiles frente a un mundo inmenso; San Pablo halla fuerza solo en la cruz de Cristo (v. 14). Son signos y garantía de que el Reino pertenece a Dios, que la misión es suya.
Palabra del Papa
(*) “Jesús no es un misionero aislado, no quiere realizar solo su misión, sino que implica a sus discípulos. Además de los Doce apóstoles, llama a otros setenta y dos, y les manda a las aldeas, de dos en dos, a anunciar que el Reino de Dios está cerca… Forma inmediatamente una comunidad de discípulos, que es una comunidad misionera. Inmediatamente los entrena para la misión, para ir… La finalidad es anunciar el Reino de Dios, ¡y esto es urgente! También hoy es urgente… Hay que ir y anunciar… ¡Cuántos misioneros hacen esto! Siembran vida, salud, consuelo en las periferias del mundo. ¡Qué bello es esto!… Vivir para ir a hacer el bien… A vosotros, jóvenes, a vosotros muchachos y muchachas os pregunto: vosotros, ¿tenéis la valentía de escuchar la voz de Jesús? ¡Es hermoso ser misioneros!”
Papa Francisco
Angelus del domingo 7 de julio de 2013
Portadores del Evangelio
Lucas 10,1-12.17-20
José Antonio Pagola
«Poneos en camino»
Aunque lo olvidamos una y otra vez, la Iglesia está marcada por el envío de Jesús. Por eso es peligroso concebirla como una institución fundada para cuidar y desarrollar su propia religión. Responde mejor al deseo original de Jesús la imagen de un movimiento profético que camina por la historia según la lógica del envío: saliendo de sí misma, pensando en los demás, sirviendo al mundo la Buena Noticia de Dios. «La Iglesia no está ahí para ella misma, sino para la humanidad» (Benedicto XVI).
Por eso es hoy tan peligrosa la tentación de replegarnos sobre nuestros propios intereses, nuestro pasado, nuestras adquisiciones doctrinales, nuestras prácticas y costumbres. Más todavía, si lo hacemos endureciendo nuestra relación con el mundo. ¿Qué es una Iglesia rígida, anquilosada, encerrada en sí misma, sin profetas de Jesús ni portadores del Evangelio?
«Cuando entréis en un pueblo… curad a los enfermos y decid: está cerca de vosotros el reino de Dios»
Esta es la gran noticia: Dios está cerca de nosotros animándonos a hacer más humana la vida. Pero no basta afirmar una verdad para que sea atractiva y deseable. Es necesario revisar nuestra actuación: ¿qué es lo que puede llevar hoy a las personas hacia el Evangelio?, ¿cómo pueden captar a Dios como algo nuevo y bueno?
Seguramente, nos falta amor al mundo actual y no sabemos llegar al corazón del hombre y la mujer de hoy. No basta predicar sermones desde el altar. Hemos de aprender a escuchar más, acoger, curar la vida de los que sufren… solo así encontraremos palabras humildes y buenas que acerquen a ese Jesús cuya ternura insondable nos pone en contacto con Dios, el Padre Bueno de todos.
«Cuando entréis en una casa, decid primero: Paz a esta casa».
La Buena Noticia de Jesús se comunica con respeto total, desde una actitud amistosa y fraterna, contagiando paz. Es un error pretender imponerla desde la superioridad, la amenaza o el resentimiento. Es antievangélico tratar sin amor a las personas solo porque no aceptan nuestro mensaje. Pero ¿cómo lo aceptarán si no se sienten comprendidos por quienes nos presentamos en nombre de Jesús?
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¿Qué misión te quiere encomendar Jesús?
Un comentario a Lc 10, 1-12.17-20
Sabemos que Lucas, a diferencia de Marcos y Mateo, nos refiere dos discursos misioneros de Jesús: en uno habla a los Doce (que representan a Israel), mientras en el otro se dirige a los Setenta y dos, que representan a todas las naciones. El texto de hoy nos transmite este segundo discurso. Como es bastante largo, resulta imposible considerarlo todo en este breve comentario. Solamente quiero compartir con ustedes algunos breves “flashes” sacados de las primeras líneas:
- “Jesús designó”. Para los evangelistas está claro que no son los discípulos que eligen seguir a Jesús, sino que es éste quien les llama. Y ésta es una experiencia que hace cualquiera que se embarque en un camino de discipulado y de crecimiento espiritual. En un momento de nuestra vida, nos parece que somos nosotros los que decidimos optar por el Evangelio y por Jesús. Pero esa visión no aguanta mucho, se cae ante nuestros primeros fallos. Pronto nos damos cuenta que realmente es el Señor quien nos eligió y nos puso en este camino, a veces a pesar de nosotros mismos. Por otra parte, es una experiencia que hacen los grandes artistas, que suelen decir algo así como “la inspiración me ha poseído”, o los enamorados que experimentan que la otra persona se les “impone”. También en la vida religiosa, llega un momento en que sabemos que la “gracia nos posee”, que el discipulado no es fruto de nuestros esfuerzos sino del amor gratuito de Dios.
- “Otros”. Así dice el texto. Los setenta y dos escogidos ahora no son los primeros. Seguramente Jesús había provocado un gran movimiento de amigos y discípulos, que no eran espectadores pasivos sino actores dinámicos en el proyecto de renovación que Jesús proponía a Israel y a toda la humanidad. Me parece muy importante que cada uno de nosotros contribuya a la misión con los propios dones y carismas, pero sin considerarnos “los únicos”, sin caer en los celos de lo que otros hagan. Los demás son también un don de Dios y normalmente tienen los carismas que a mí me faltan.
- Setenta y dos. Como sabemos, este número hace referencia a la totalidad de las naciones “paganas”. Desde el inicio la Iglesia de Jesús se siente enviada más allá de las fronteras de Israel. Después de la resurrección de Jesús, los apóstoles se extendieron por las pueblos vecinos y, con la ayuda providencial de Pablo, llegaron hasta Roma y a muchas partes del Imperio romano. Pienso que la Iglesia debe seguir este criterio en todas las épocas de la historia, superando constantemente los límites estrechos de la cultura ya adquirida, de los ritos establecidos, de las normas tradicionales… para abrirse a nuevas culturas y ámbitos religiosos. Las Iglesia necesita ritos, normas y cánones, pero no puede quedarse ligada a ellos como si fueran “ídolos”, porque la fe en Jesús la hace libre y capaz de superar sus propias tradiciones para abrirse a nuevos pueblos con los que crear nuevos ritos y nuevas normas.
- Discípulos. Esta es la base de la misión. Antes de ser misioneros, hay que ser discípulos, pertenecer al movimiento de Jesús. Seer discípulos es mucho más que aprender una doctrina, una moral o una metodología. Es pertenecer a una escuela de vida, es ser y vivir a la manera de Jesús. “No les llamaré siervos, sino amigos”, dice el Maestro. Hoy tenemos gran necesidad de recuperar esta conciencia de ser discípulos, porque nuestra vida cristiana se ha centrado en prácticas y tradiciones buenas, pero secundarias, se ha contaminado del mundo que nos rodea (burguesismo, secularismo,ect.), o ha caído en la mediocridad. Tenemos que recuperar la lectura creyente del Evangelio, tenemos que convertirnos al estilo de vida de Jesús (sincero, orante, libre, misericordioso). Tenemos que hacer de nuestras parroquias y comunidades lugares de discipulado.
- “Los envió de dos en dos”. De nuevo hay que tenerlo claro: No soy yo que voy, es Jesús que me envía. Y me envía en compañía, para que la misión no se convierta en una ocasión de protagonismo mío, sino de servicio; para que, si me canso, encuentre apoyo en otro hermano; para que los demás vean que lo que anunciamos (el amor de Dios) se hace realidad en nuestra comunidad misionera. La misión “de dos en dos” supera la experiencia personal, subjetiva, para hacer una propuesta social, compartida. La misión no es un asunto privado, no es una iluminación personal; es un asunto comunitario, público, algo que se puede y se debe compartir con otros.
- “A todos los pueblos y lugares”. Jesús no es un predicador que se queda en un lugar y espera que vengan a escucharlo. Jesús sale al encuentro de las gentes allí donde viven y manda a sus discípulos a todas partes. Pienso en cuanto tiene que cambiar nuestra labor pastoral y misionera. A veces parece que esperamos que la gente venga a nuestras iglesias, participe de nuestras iniciativas… mientras Jesús dice: salgan, no se queden en casa, vayan a todos los pueblos y ciudades.
La mies es mucha, hay trabajo para todos. Se necesitan voluntarios para ser enviados. ¿Cuál es tu parte en la misión de Jesús? ¿A dónde te quiere enviar Jesús en este momento de tu vida? Lee la Palabra, mira a tu alrededor, escucha al Espíritu que “sopla” de mil maneras, especialmente en tu interior, y comprenderás qué parte de su misión te quiere encomendar Jesús.
P. Antonio Villarino, MCCJ