La Sagrada Familia

“Después de que los magos partieron de Belén, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar a niño para matarlo.

José se levantó y esa misma noche tomó al niño y a su madre y partió para Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.

Después de muerto Herodes, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre y regresa a la tierra de Israel, porque ya murieron los que intentaban quitarle la vida al niño.

Se levantó José, tomó al niño y a su madre y regresó a tierra de Israel. Pero, habiendo oído decir que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre, Herodes, tuvo miedo de ir allá, y advertido en sueños, se retiró a Galilea y se fue a vivir en la población de Nazaret. Así se cumplió lo que habían dicho los profetas: Se le llamará nazareno”.

(Mateo 2, 13-15.19-23)


Sagrada Familia
P. Enrique Sánchez, mccj

Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia y tal vez esperaríamos que se nos hablara de una familia perfecta, sin grandes dificultades, en donde todo procede en armonía, en paz y en alegría.

Sin embargo, el texto del evangelio que acabamos de escuchar no suena tanto a tranquilidad, ni a celebraciones alegres y coloridas. Nos habla de huidas, de amenazas, de exilios forzados, de miedos que encogen el corazón.

Todas esas realidades que contemplamos en la Sagrada Familia nos resulta bastante fácil reconocerlas en muchas familias de nuestros tiempo. Eso nos ayuda a entender que lo Sagrado de la familia de Jesús lo encontramos presente en muchas de nuestras historias.

La palabra de Dios, por su parte, nos invita a fijar nuestra mirada en una familia que, de muchas maneras, nos recuerda la historia de nuestras familias; tan comunes y ordinarias, pero que se convierte en ejemplo que estimula a un compromiso y a la realización de un sueño que Dios sigue teniendo cuando piensa en las familias en donde Él quiere hoy ocupar un lugar privilegiado.

Se trata de familias, a lo mejor, no tan sagradas y sí tan humanas en donde no faltan los momentos de alegría, pero también las inevitables experiencias de angustia, de dolor, de sufrimiento, de aprensión ante el mañana.

Familias que saben de tragedias vividas en silencio, de pérdidas, de problemas que gastan y consumen la vida; familias que sufren muchas veces sin poder compartir lo que las va consumiendo.

Familias en donde la vida y la muerte, los triunfos y los fracasos, los logros que enorgullecen y los fracasos que avergüenzan; todo se mezcla en una experiencia en donde lo divino y lo tan humano van caminando de la mano.

Ası́ fue la Sagrada Familia que supo de huidas, de migraciones que la pusieron en camino, buscando la seguridad y escapando de la amenaza de quienes sólo les interesaba destruir sus vidas.

Así fue la experiencia de José, de Jesús y de María, una familia pobre y sencilla, como tantas que conocemos en nuestros días que viven amenazadas por quien tiene el poder de perseguir, de encarcelar, de dividir y de destruir lo sagrado de la convivencia familiar.

Como a la Sagrada Familia, también hoy a muchas familias les toca dejarlo todo, abandonar sus hogares para ir en búsqueda de un lugar en donde sus vidas estén un poco más protegidas.

Y resulta interesante pensar que Dios escogió una familia tan humana como la Sagrada Familia para hacer el camino y transitar por los senderos de nuestro mundo. Ahí es en donde entendemos realmente lo que quiere decir Emmanuel, el Dios con nosotros.

Él no se escogió una familia perfecta, aceptó la fragilidad y la pobreza de una familia que no tenı́a nada de extraordinario.

Como Emmanuel no es un Dios que hace finta de estar cerca de lo que marca nuestra historia, sino un Dios que hace suyos los dramas, las alegrı́as y los sufrimientos una humanidad en donde siguen existiendo los Herodes que amenazan y atentan contra la vida.

Es un Dios que construye su familia en donde los más pobres y desafortunados son obligados a buscar su refugio, lejos de toda seguridad y confort.

Y, en lo muy humano de una familia, la Sagrada Familia se convierte en modelo, en escuela y oportunidad para vivir lo bello de toda familia como fruto de lo que Dios puede hacer en nosotros cuando le damos cabida.

La Sagrada Familia es modelo de fe que se abre a lo sorprendente de Dios y que sabe confiar dejándose llevar por lo que Dios va proponiendo, aconsejando, indicando

como camino seguro para estar libres de las amenazas de la muerte o de las muertes que buscan destruir ese espacio sagrado en donde Dios hace que podamos entender el valor de cada persona.

La Sagrada Familia nos enseña a ponernos en camino y a dejarnos guiar por senderos que brindan seguridad y protección, que garantizan el futuro como tiempos de plenitud, sin miedos y sin angustias.

El protagonismo de José aparece, una vez más, como maestro de fe y de confianza. Es modelo de obediencia y de abandono; pero, sobre todo, es ejemplo de quien sabe transformar en obras y en poner en práctica lo que el Señor va sembrando en su corazón.

María, como tantas esposas y madres, acompaña con su discreción todos los detalles que van viviendo, en el día a día, tantas familias que están en pie por la entrega incondicional de esas mujeres del silencio que saben transformar en vida los dolores y sufrimientos que se convierten en ternura y sostén de quienes se sienten frágiles e indefensos.

Finalmente, podrı́amos decir que la Sagrada Familia se convierte hoy para nosotros en algo bello que nos permite valorar y aquilatar el gran don de nuestras familias y nos ayuda a luchar por ser constructores de ese espacio sagrado en donde podemos sentirnos orgullosos de haber compartido lo que somos con las personas que más nos han amado en nuestra vida.

En un mundo en donde los valores de la familia son hoy tan atacados y en donde existe toda una política social por destruir ese núcleo esencial para custodiar lo que somos como seres humanos, es importante que no nos dejemos engañar por quienes buscan destruir la familia movidos por intereses que no tienen como lo más valioso lo que somos como personas.

Celebrar la Sagrada Familia puede ser una gran oportunidad para comprometernos en vivir los valores que nos acercan a los demás apreciándolos y reconociéndolos como dones que Dios nos ha otorgado haciéndonos nacer en una familia en donde existen ciertamente diferencias, dificultades e imperfecciones; pero en donde se nos da la oportunidad de enriquecernos con todo lo bello y lo grande de los miembros de nuestras familias.

Recordemos que en ninguna parte, fuera de la familia, podremos encontrar la carga de amor, de compresión y del apoyo que necesitamos siempre para crecer y para poder llegar a ser los seres humanos que Dios ha soñado como personas destinadas a ser felices.

Pidamos por todas nuestras familias, en particular por aquellas que han sido víctimas de la división, las que viven en extrema pobreza, las que han sido obligadas a emigrar, las que cargan el dolor de la incomprensión.

Que el Señor nos bendiga con el don de santas familias que sean capaces de convertirse en fermento de vida y de autenticidad en nuestra sociedad tan amenazada por el individualismo y por la indiferencia ante las necesidades de los demás.

Que la Santa Familia interceda por nosotros.


La Navidad en familia
P. Manuel João Pereira Correia, mccj

La Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret nos invita a contemplar el misterio de la Navidad en el contexto en el que tuvo lugar, es decir, en el seno de una familia. Los Evangelios son muy sobrios en los detalles sobre la vida de esta familia. Esto nos lleva a pensar que se trató de una vida totalmente normal, sin acontecimientos particulares dignos de ser registrados. Solo los Evangelios de Mateo y de Lucas nos ofrecen algunas referencias, con una intención más teológica que histórica. Los escritos apócrifos se encargarán de llenar este vacío con relatos fantasiosos, a veces con referencias creativas al texto sagrado.

Resulta curioso que la fiesta de la Sagrada Familia se celebre justo después de Navidad, cuando todavía estamos inmersos en las luces, los belenes y los cantos reconfortantes. Y, sin embargo, el Evangelio que la Iglesia nos propone (Mt 2,13-23) está muy lejos de ser dulce. No habla de intimidad doméstica, de serenidad familiar ni de equilibrios logrados. Habla de miedo, de huida, de noche, de exilio. La Sagrada Familia no está al margen del drama: está inmersa en él hasta el cuello.

Tal vez este sea precisamente el primer contraste saludable. A menudo vivimos una versión edulcorada de la Navidad, como si Dios hubiera venido a confirmar nuestra necesidad de un mundo perfecto, ordenado y pacificado. Soñamos con una familia sin conflictos, una sociedad sin violencia, una fe que nos proteja de las heridas. Pero el Evangelio nos desengaña de inmediato: Jesús nace en un mundo hostil y no lo arregla mágicamente. Lo atraviesa. Y lo dejará imperfecto, pero no igual que antes, porque siembra en él algo que antes no existía: una nueva esperanza.

Mateo no nos cuenta un cuento para niños. Es un “cuento para adultos”, que desenmascara nuestras ilusiones infantiles. La Navidad conoce la angustia. Es una pausa de esperanza, no un paréntesis consolador. No es la meta final del Adviento, de la espera, sino una parada para tomar aliento y valor, para luego vivir en el tiempo largo y cotidiano del crecimiento. Ese “mientras tanto” entre el mundo viejo y el que ha de venir es el espacio de nuestra vida real. Ahí es donde se juega la fe.

La familia de Jesús tiene que huir, porque un poder tiene miedo de la vida. Y cuando el poder tiene miedo, a menudo mata. Mata sobre todo a los inocentes y a los indefensos. El Evangelio no lo suaviza: Herodes quiere al niño muerto. Y mientras los Magos regresan tranquilamente a sus casas, Jesús pierde la suya. Para él, la Navidad es tiempo de huidas y de viajes forzados, de fronteras cruzadas, de futuro suspendido. Es el Dios que se hace refugiado.

Esta es también una palabra fuerte para nuestras familias. No porque debamos “hacerlo mejor” o “estar a la altura” de un modelo ideal —eso sería un moralismo estéril— sino porque el Evangelio nos libera del engaño de la familia perfecta. Las familias reales conocen el miedo, las decisiones difíciles, las noches sin respuestas claras, los límites: son imperfectas. Conocen Egipto y Nazaret: lugares de refugio provisional, nunca definitivos. Y Dios no se escandaliza por todo esto. Entra en ello.

Llama también la atención la manera en que llega la salvación: a través de sueños. Algo frágil, impalpable. José no recibe planes detallados, solo indicaciones esenciales. «Levántate. Toma contigo al niño y a su madre. Huye». Y él obedece, sin apagar la inteligencia ni la responsabilidad. Cuando muere Herodes, el ángel dice: «Puedes volver». Y José reflexiona. Ve que en Judea, la región donde se encuentra Belén, en lugar de Herodes reina Arquelao, igualmente violento. Y considera que no debe arriesgar.

El final del pasaje, por tanto, está muy lejos de ser un “final feliz”. Mueren los Herodes, pero permanecen los herederos. El mal no desaparece de golpe. Cambia de rostro, se transmite, se reorganiza. José sueña, pero no es un idealista ingenuo. Sabe leer la realidad y reconocer sus peligros. Nos enseña que la esperanza no consiste en negar el mal, sino en atravesarlo con astucia y valentía. Soñar, sí. Pero actuar con prudencia, sin confundir la fe con la inconsciencia.

Quizá este sea el mensaje más verdadero para esta fiesta. Termina el Jubileo, pero no termina la esperanza. Permanece renovada, más sobria, menos triunfalista. La Sagrada Familia nos invita a creer que incluso en medio de la precariedad, el miedo y la imperfección puede nacer algo nuevo. No es el mundo perfecto que soñamos, sino el mundo del “mientras tanto”, en trabajo de parto de esperanza.

Y, sin embargo, Jesús crece. A pesar de todo. En una aldea periférica y desconocida, Nazaret, símbolo de una normalidad no heroica, no ideal y no perfecta, sino posible. A esto estamos llamados: a discernir las posibilidades concretas y “habitarlas”. ¡En nuestro “mientras tanto”!


En familia
José Antonio Pagola

Cogió al niño y a su madre, y volvió a Israel.

Las fiestas de Navidad han tenido entre nosotros un carácter entrañable diferente al de otras fiestas que se suceden a lo largo del año. Estos días navideños se caracterizan todavía hoy por un clima más familiar y hogareño. Para muchos siguen siendo una fiesta de reunión y encuentro familiar. Ocasión para reunirse todos alrededor de una mesa a compartir con gozo el calor del hogar.
Estos días parecen reforzarse los lazos familiares. Se diría que es más fácil la reconciliación y el acercamiento entre familiares enfrentados o distantes. Por otra parte, se recuerda más que nunca la ausencia de los seres queridos muertos o alejados del hogar.
Sin embargo, es fácil observar que el clima hogareño de estas fiestas se va deteriorando cada año más. La fiesta se desplaza fuera del hogar. Los hijos corren a las salas de fiestas. Las familias se trasladan al restaurante. Se nos invita ya a «celebrar estas fiestas en Benidorm».
Probablemente son muchos los factores de diverso orden que explican este cambio social. Pero hay algo que, en cualquier caso, no hemos de olvidar. Es difícil el encuentro familiar cuando a lo largo del año no se vive en familia. Incluso, se hace insoportable cuando no existe un verdadero diálogo entre padres e hijos o cuando el amor de los esposos se va enfriando.
Todo ello facilita cada vez más la celebración de estas fiestas fuera del hogar. Es más fácil la reunión ruidosa de esas cenas superficiales y vacías de un restaurante. El clima que ahí se crea no obliga a vivir la Navidad con la hondura humana y cristiana que el marco del hogar parecía exigir. De ahí que estas fiestas navideñas que, durante tantos años, han reavivado el calor entrañable del hogar, sean quizás hoy en muchos hogares uno de los momentos más reveladores del deterioro de la vida familiar.
Pero la actitud del creyente no puede ser de desaliento. El nacimiento del Señor nos invita a renacer y trabajar por el nacimiento de un hombre nuevo, una familia nueva, una sociedad diferente. Estamos pasando de una familia más numerosa, tradicional, autoritaria y estable, a una familia más reducida, libre, inestable y conflictiva, pero el hombre siempre necesitará un hogar en donde pueda crecer como persona. El mismo Hijo de Dios nació y creció en el seno de una familia.

https://www.feadulta.com


La Sagrada Familia por el camino doloroso del destierro
Papa Francisco

En este primer domingo después de Navidad, la Liturgia nos invita a celebrar la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. En efecto, cada belén nos muestra a Jesús junto a la Virgen y a san José, en la cueva de Belén. Dios quiso nacer en una familia humana, quiso tener una madre y un padre, como nosotros.

Y hoy el Evangelio nos presenta a la Sagrada Familia por el camino doloroso del destierro, en busca de refugio en Egipto. José, María y Jesús experimentan la condición dramática de los refugiados, marcada por miedo, incertidumbre, incomodidades (cf. Mt 2, 13-15.19-23). Lamentablemente, en nuestros días, millones de familias pueden reconocerse en esta triste realidad. Casi cada día la televisión y los periódicos dan noticias de refugiados que huyen del hambre, de la guerra, de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna para sí mismos y para sus familias.

En tierras lejanas, incluso cuando encuentran trabajo, no siempre los refugiados y los inmigrantes encuentran auténtica acogida, respeto, aprecio por los valores que llevan consigo. Sus legítimas expectativas chocan con situaciones complejas y dificultades que a veces parecen insuperables. Por ello, mientras fijamos la mirada en la Sagrada Familia de Nazaret en el momento en que se ve obligada a huir, pensemos en el drama de los inmigrantes y refugiados que son víctimas del rechazo y de la explotación, que son víctimas de la trata de personas y del trabajo esclavo. Pero pensemos también en los demás «exiliados»: yo les llamaría «exiliados ocultos», esos exiliados que pueden encontrarse en el seno de las familias mismas: los ancianos, por ejemplo, que a veces son tratados como presencias que estorban. Muchas veces pienso que un signo para saber cómo va una familia es ver cómo se tratan en ella a los niños y a los ancianos.

Jesús quiso pertenecer a una familia que experimentó estas dificultades, para que nadie se sienta excluido de la cercanía amorosa de Dios. La huida a Egipto causada por las amenazas de Herodes nos muestra que Dios está allí donde el hombre está en peligro, allí donde el hombre sufre, allí donde huye, donde experimenta el rechazo y el abandono; pero Dios está también allí donde el hombre sueña, espera volver a su patria en libertad, proyecta y elige en favor de la vida y la dignidad suya y de sus familiares.

Hoy, nuestra mirada a la Sagrada Familia se deja atraer también por la sencillez de la vida que ella lleva en Nazaret. Es un ejemplo que hace mucho bien a nuestras familias, les ayuda a convertirse cada vez más en una comunidad de amor y de reconciliación, donde se experimenta la ternura, la ayuda mutua y el perdón recíproco. Recordemos las tres palabras clave para vivir en paz y alegría en la familia: permiso, gracias, perdón. Cuando en una familia no se es entrometido y se pide «permiso», cuando en una familia no se es egoísta y se aprende a decir «gracias», y cuando en una familia uno se da cuenta que hizo algo malo y sabe pedir «perdón», en esa familia hay paz y hay alegría. Recordemos estas tres palabras. Pero las podemos repetir todos juntos: permiso, gracias, perdón. (Todos: permiso, gracias, perdón) Desearía alentar también a las familias a tomar conciencia de la importancia que tienen en la Iglesia y en la sociedad. El anuncio del Evangelio, en efecto, pasa ante todo a través de las familias, para llegar luego a los diversos ámbitos de la vida cotidiana.

Invoquemos con fervor a María santísima, la Madre de Jesús y Madre nuestra, y a san José, su esposo. Pidámosle a ellos que iluminen, conforten y guíen a cada familia del mundo, para que puedan realizar con dignidad y serenidad la misión que Dios les ha confiado.

29/12/2013


Oración a la Sagrada Familia

Jesús, María y José
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.

Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas Iglesias domésticas.

Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.

Santa Familia de Nazaret,
que el próximo Sínodo de los Obispos
haga tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.

Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.