Fecha de nacimiento: 07/10/1933
Lugar de nacimiento: Palazzolo s. Oglio BS/I
Votos temporales: 09/09/1957
Votos perpetuos: 09/09/1963
Llegada a México: 1972
Fecha de fallecimiento: 26/12/1980
Lugar de fallecimiento: Cuernavaca/MEX
El Hermano Francisco Donelli llegó a la Provincia de México en 1972 por recomendación médica. Él había pertenecido antes a la Provincia comboniana de Ecuador. En 1968 había sido operado de tumor en la garganta, pero con poco éxito. Le había quedado una tumefacción que era la señal visible de la presencia del tumor y le dificultaba la respiración y el habla.
Su problema de salud sugería un cambio de Provincia y, por consejo de los médicos, se pensó que le resultaría beneficioso el clima seco de Baja California. Vino a México y, de acuerdo con las indicaciones del Superior General y el deseo del propio Hermano, fue destinado a Baja California.
El hablar le resultaba de tal manera trabajoso que cualquier otro se hubiera acomplejado. No se acomplejó él. Se veía sereno. Y aunque debió de sufrir mucho, aceptó la situación y la supo llevar con optimismo.
Pero el problema lo limitaba notablemente y cuando se le propuso un servicio en la Ciudad de los Niños, en La Paz, él hizo presente con mucho realismo su situación: No es que yo me resista a colaborar, pero lo que se me pide rebasa totalmente mis posibilidades. Estoy aperado de la garganta. Me cuesta muchísimo trabajo hablar. En la Ciudad de los Niños, donde hay que estar hablando constantemente, yo no aguantaría un solo día.
Se encontró mejor en las comunidades del Interior. No faltaban trabajitos en donde él, con sus limitaciones, podía ocuparse útilmente y sentirse de alguna manera realizado.
Sufría frecuentes crisis que parecían quitarle la respiración. Los últimos años los pasó en la comunidad de Cuernavaca. Debido a sus problemas de salud no participaba ya en los actos de la comunidad. En los últimos meses se había sentido menos bien y casi no salía de su cuarto. Para después de Navidad de 1980 estaba programada una reunión en Xochimilco y la comunidad de Cuernavaca participó al completo. Únicamente el Hno. Donelli se quedó como encargado de la casa. Su estado de salud no causaba preocupación.
Pero en la tarde del día 26 un telefonema avisaba que el Hermano había muerto. La persona que trabajaba en la casa lo había visto salir de su habitación y sentarse rendido en las gradas de la escalera, como que le faltaba la respiración.
Acudió para auxiliarlo. Pero el Hermano, que ya no podía hablar, le dio a entender por señas que no se molestara. Luego juntó las manos como para pedir que orara por él. Al poco tiempo inclinó la cabeza y expiró. Una disfunción de la tiroides había provocado el paro del corazón y de los pulmones. El cuerpo fue levado a Xochimilco y velado en la capilla del Postulantado.
El P. Piu en la necrología que redactó para el Boletín de la Congregación, hacía esta reflexión: el Hermano hablaba poco. Pero ahora su voz se había apagado totalmente. Sin embargo ¡qué elocuente era para nosotros ese silencio!
Los que convivimos con él no podíamos olvidar la preocupación con que lamentaba el escaso clima de oración en La comunidad. ¿Crees tú, le decía al P Maestro, que si yo no rezara podría aguantar esta situación? Es necesario inculcar a los novicios que la oración es la fuerza del misionero y que nuestra vida de entrega no puede durar si no se alimenta constantemente con la oración.
P. Domingo Zugliani
Fr. Francesco Donelli terminó su jornada terrenal en la climática ciudad de Cuernavaca, México, el 26 de diciembre, a las 17.30 horas, asfixiado por una de las muchas crisis que le quitaron el aliento y le causaron tanto sufrimiento. Al darse cuenta de que se le cortaba la respiración, salió de su habitación y se sentó en los peldaños de la escalera exterior que conducía a la capilla, todavía iluminada por los rayos del sol moribundo. No podía hablar. A la persona que se apresuró a ayudarle, le hizo un gesto para que no se preocupara y, juntando las manos, la invitó a rezar. Poco después esbozó una sonrisa, inclinó la cabeza hacia atrás y expiró. El médico explicó más tarde que una disfunción tiroidea había hecho que su corazón y sus pulmones dejaran de funcionar. Había cumplido 47 años el 10 de octubre de 1980. A los 21 años entró en el noviciado de Gozzano. Hizo su profesión el 9 de septiembre de 1957 y fue primero portero en Florencia y luego en Crema. De 1961 a 1968 trabajó en Madrid, donde hizo su profesión perpetua en 1963, y en Moncada. En 1968 se fue a Limones, en Ecuador, pero la enfermedad que luego le causó la muerte aconsejó un mejor clima y en 1972 se trasladó a México. Trabajó en Santiago, B.C.S., Guadalajara y, tras el curso de renovación de 1977, en Cuernavaca.
“Ánimo, Pancho”.
Hace unos doce años había sido operado de un tumor en la garganta. La hinchazón visible parecía inmóvil, pero en realidad no lo era. La dificultad para hablar aumentó y últimamente le costaba más expresarse y se le entendía menos. A pesar de su incorregible optimismo, en los últimos meses admitió que no le iba bien. Las erupciones, como él llamaba a los ataques del mal, eran más frecuentes y virulentas. Lo dejaron sin fuerzas. A veces casi se le puede ver arrastrándose, apoyado más en su fuerza de voluntad que en sus energías físicas. Durante una crisis de asfixia, le oí murmurar para sí mismo: “Ánimo, Pancho, la vida es bella”. Debido a su estado de salud, el Hermano Donelli tenía su propio horario; no participaba en las actividades comunitarias. Esto nos dificultó seguirlo y estar al tanto de lo que le ocurría. La noche y el día de Navidad le vimos poco por aquí. Hacia la noche, pidió a uno de los novicios que le llevara leche caliente a su habitación. A la mañana siguiente, antes de salir para una reunión con los hermanos en Ciudad de México, le preguntamos si podía ocuparse de algunas tareas durante nuestra ausencia. Él respondió que haría la tarea. No insinuó ningún empeoramiento de su salud. Unas horas más tarde, una llamada telefónica nos informó de que el Hermano había muerto. Decidimos transportar el cuerpo a la ciudad de México, donde se encontraban la mayoría de los hermanos de la provincia, para realizar unos días de estudio sobre Comboni. El Hermano Donelli rara vez asistía a estas reuniones por motivos de salud. Le gustaba la compañía y conversaba de buena gana aunque con mucha dificultad. El Señor quiso recompensarlo uniéndolo a nosotros de una manera única. Se quedó con nosotros un día y con su silencio, esta vez absoluto, nos transmitió su mensaje: la fidelidad a su vocación hasta la muerte. Estaba entusiasmado con su vocación misionera; lo manifestaba abiertamente y daba gracias a Dios. Después de la misa del sufragio, lo acompañamos al cementerio frente a nuestra casa en Xochimilco, al sur de la ciudad. Sus restos mortales descansan en la tumba “familiar”, junto a otros dos hermanos misioneros, Garzotti y Norbiato. El matrimonio Menassi de Palazzolo sull’Oglio asistió a la ceremonia en representación de su país natal.
Recuerdos
El Señor había venido a preparar al hermano Donelli para el gran paso. Varios años de sufrimiento y soledad, habiendo limado muchas angustias, habían suavizado su carácter, revelando una gran bondad de corazón y una sincera simpatía por la gente. A veces se le podía encontrar sentado en la acera contemplando a los transeúntes, sin hablar. Era su propia manera de simpatizar con la gente, por cuya salvación había ofrecido su vida. Su sensibilidad había captado el punto central de la dedicación misionera: amar. No podía hacer mucho por los demás; demasiadas limitaciones se lo impedían. Pero todavía podía amar, ofreciendo sus sufrimientos al Señor; sufriendo por los demás. Este pensamiento le sostenía y entusiasmaba. A veces confiaba: “¿Qué sería de nosotros sin amor? Amar es vivir”. En la veranda donde hacía su trabajo había escrito, medio en italiano y medio en español: “En este lugar se vive con amor y se trabaja con amor y para el amor, con la esperanza de que todos comprendan y vivan el Amor”. Este era su programa de vida y se esforzaba por transfundirlo en los demás. Dio ejemplo a todos de oración constante y tierna, especialmente en la dimensión eucarística y mariana. No descuidó su encuentro diario con Jesús en el Sagrario, y se mantuvo fiel al rezo del rosario: era su consuelo. Y le preocupaba que los novicios no recitaran este homenaje mariano en comunidad. “¿Crees que podría soportar sin rezar? “La oración es la fuerza del misionero”, confía. Pidió a los formadores que inculcaran a los novicios el amor a la oración, al sacrificio y al trabajo. “Rezamos poco”, repitió con angustia, “debemos hacerles entender que sólo en la oración encontraremos la fuerza para entregarnos y trabajar por los demás”. La clave que más tocó, además de la oración, fue la pobreza. Tenía la impresión de que no se tenía suficientemente en cuenta este valor de la vida consagrada. Veía justificados los gastos de salud y de la labor misionera; los demás gastos le desconcertaban y le hacían sufrir. A lo largo de los años y a través del sufrimiento, había captado el valor de estas virtudes para la vida del misionero. Le hubiera gustado comunicar estas experiencias a los demás, movido por un sincero amor fraternal. A veces lo hacía personalmente hablando con algunos novicios, la mayoría de las veces guardaba silencio o insistía con los formadores. No siempre se le entendió. Que el Señor, que todo lo ve y todo lo puede, le conceda la recompensa y a nosotros la fuerza para seguir sus enseñanzas. (P. Gianmaria Piu, mccj)
Con alegría en el corazón, el H. E. Massignani, que vivió algunos cortos periodos con el H. Donelli, pero que últimamente mantenía una frecuente correspondencia con él, nos dejó un breve testimonio del que extraemos algunos puntos: “Lo que más me llamó la atención en mis contactos con el H. Francesco fue su alegría, su oración, su sufrimiento y su confianza en el Señor. Lo recuerdo en sus años de noviciado, su gran risa, sus canciones, o más bien las piezas de ópera que cantaba con su poderosa voz de barítono. En su sencillez, el Hermano Francisco vivía tranquilamente, no complicaba las cosas, es más, trataba de simplificar y restar importancia a ciertas situaciones difíciles. Sufrió mucho: además de los sufrimientos físicos, los morales e íntimos. En una carta que me escribió aproximadamente un año antes de su muerte, me confiaba un sufrimiento tan profundo que le parecía la mayor falta de caridad que había sufrido en su vida. Su confianza en el Padre era tal que eliminaba sus preocupaciones y lo mantenía sereno. Veinte días antes de morir, me escribió: “Nosotros, pobres burros, avanzamos siempre cada día con humildad y amor, de los que brota espontáneamente la alegría, signo de la vida de Dios en el alma. Con esta alegría en mi corazón, al saberme amado por el Padre, sostenido por el mismo amor del Hijo e iluminado y dirigido por el Espíritu Santo, os deseo un buen fin y un mejor comienzo de año”.
Del Boletín Mccj nº 131, marzo de 1981, pp.78-80