El P. Mario Menghini nos cuenta los inicios de los primeros combonianos en México.
En la foto, de izquierda a derecha: P. Pedro Vignato, Hno. Francisco di Domenico, Hno. Gino Garzotti, P. Elio Sassella y P. Antonio Piacentini. Los primeros combonianos que llegaron a México el 22 de enero de 1948
Nacidos y formados para ir a África, según el carisma del fundador san Daniel Comboni y como consecuencia de la derrota bélica del Eje, en 1946 los combonianos se encontraban «acuartelados» en Italia, al parecer, sin esperanzas de regresar a sus amadas misiones africanas.
Con una corazonada, nuestra dirección general determinó buscar otras misiones en otros lugares. Se sabía que Brasil pululaba de negros descendientes de esclavos africanos. ¡Estupenda idea! Así se iría a Brasil y se continuaría con el carisma de Comboni. ¡Dicho y hecho! La Dirección General se presentó inmediatamente ante las Oficinas Vaticanas de Misiones (Propaganda Fide) pidiendo una misión entre los negros brasileños.
Cambio de rumbo
Pero el Espíritu Santo escribe distinto. El administrador apostólico y obispo del Vicariato Apostólico de Baja California, monseñor Felipe Torres Hurtado, se encontraba pidiendo por aquellos meses al Vaticano misioneros para su amada península. Monseñor Celso Costantini, secretario de Propaganda Fide, aconsejó al obispo de Baja California contactar a los combonianos, que anhelaban misiones para desahogar su personal de Italia, diciéndoles que la aceptación de las nuevas misiones sería de sumo agrado de Propaganda Fide. Ni tardo ni perezoso, monseñor Torres se comunicó con nuestra Dirección General que tomó este gesto como algo providencial. Ésta última aceptó sin reservas abrir la primera misión comboniana fuera del ambiente africano –una verdadera revolución que todavía los combonianos ancianos en África no logran digerir–. Pero la «obediencia» al Papa y a la Santa Sede siempre fue vital para Comboni y, por tanto, para los combonianos.
Sin ni siquiera venir a ver o hacer un estudio previo, el superior general firmó el contrato con monseñor Torres, aprobado por monseñor Costantini, comprometiéndose a enviar de inmediato un primer contingente de nueve misioneros que el obispo acomodaría en las parroquias del sur de la Península.
Los acuerdos se celebraron el 22 de octubre de 1947. Dos meses después, la noche del 26 de diciembre, 9 misioneros (6 sacerdotes y 3 hermanos) escogidos al azar y sin previo aviso ni preparación, se despidieron de casi 200 combonianos presentes en la casa madre de Ve- rona. El padre Elio Sassella era superior del grupo, y venía acompañado de los padres Pedro Vignato, Antonio Piacentini, Amadeo Ziller, Luis Ruggera y Bruno Adami; y los hermanos Luis Garzotti, Francisco Di Domenico y Arsenio Ferarri, quien es el único sobreviviente de ese grupo.
¡Por fin en México!
El 15 de enero la nave atracó en el puerto de Nueva York, después de un viaje marítimo desastroso en la que los nueve misioneros se enfermaron. El 22 de enero, llegaron a Los Ángeles, California, por tren. Monseñor Torres, feliz, los recibió llevando dos autos y una pic-up para transportarlos. Lo acompañaban dos teólogos y el rector del seminario de Tijuana, que hablaba italiano.
Al padre Sassella se le encomendó dar clases de Teología Dogmática y de Derecho Canónico a los teólogos, y al padre Ruggera las de Moral. A los otros sacerdotes les asignó la parroquia de Mexicali para aprender el idioma y aprender las costumbres religiosas mexicanas. Mientras tanto, el padre Sassella había conseguido en el Consulado mexicano de San Diego, California, la visa de turista para los nueve misioneros, válida por 6 meses.
El 15 de febrero 1948, el obispo llegó a La Paz con los padres Vignato y Adami y el hermano Di Domenico. En el aeropuerto de La Paz los esperaba el párroco Agustín Álvarez y un grupo de guadalupanos. Jubilosos, se dirigieron a la «parroquia» (ahora Catedral), cuando de pronto, el obispo y el padre Agustín fueron trasladados a la cárcel por andar con sotana en la vía pública pues, en ese entonces, estaba prohibido. Los demás misioneros llegaron muy aturdidos y temerosos a la parroquia.
Julián Rivera, un ex combatiente cristero, agrupó unas 500 personas arremolinándolas frente a la comandancia, amenazó con levantar en armas a toda la ciudad si no liberaban inmediatamente al obispo y al párroco. Después de dos horas de negociaciones, soltaron a los presos, quienes llegaron a la parroquia ¡con sotanas! Tres días después, tomaron posesión de su parroquia-misión, cubriendo 150 kilómetros de brechas y arroyos. Así empezó su ministerio en Baja California.
Manos a la obra
Los misioneros comenzaron por arreglar la iglesia sin techo y la casa cural sin puertas ni ventanas. El padre Vignato, de 52 años de edad y veterano de las misiones africanas, hacía
Recorridos “safaris”, con breves regresos a la sede; realizando catequesis familiar así tuvo una visión completa de su parroquia (desde Santiago hasta Cabo San Luca) fijando los lugares para levantar capillas en la playa, en honor de San Pedro, pescador y patrono de su nombre Pedro; Cabo San Lucas; Santiago; La Ribera y Caduaño. Cuando daba la catequesis, contaba sus anécdotas en África, y en poco tiempo se ganó la confianza de los niños y adultos que lo escuchaban con gusto, a pesar de su escaso español.
Con el mismo entusiasmo y amor a la gente, el padre Bruno, de 27 años de edad, visitaba ranchos y familias viajando a caballo, ganándose el apodo de «El vaquero más vaquero de Baja California». El hermano Pancho, de 32 años, nunca logró dominar el español, pero fue muy querido y, con la ayuda de mucha gente, arregló la iglesia y la casa cural.
Poco a poco, los misioneros fueron ocupando las parroquias de Todos Santos, El Triunfo y Santa Rosalía. La dirección general siguió enviando misioneros y, a finales de 1948, ya había 11 combonianos. Un año después, eran 17 y, cinco años más tarde, 28. Actualmente, a 60 años de nuestra llegada, somos 15, y estaremos hasta que el obispo nos releve completamente con sacerdotes diocesanos. El misionero no es propietario, es sólo un refuerzo provisional para preparar Iglesias particulares bien formadas. Cuando se consigue, el misionero entrega la misión y se retira.
Haciendo adobes
Durante 60 años nos hemos dedicado al Seminario de la Prefectura (concediéndonos Dios la ordenación de dos sacerdotes); a construir templos y capillas con sus anexos (los primeros 10 años construimos 3 iglesias y 19 capillas); a realizar catequesis y misiones populares con predicadores especializados; a difundir la devoción de los primeros viernes y a rezar de Rosario; a organizar la Acción Católica y otros movimientos eclesiales.
También construimos un asilo, diversos hospitales, dispensarios, centros caritativos y colegios (escuelas de artes y oficios: carpintería, mecánica, mecanografía). Trabajamos con los Boy Scouts; realizamos salones para teatro, proyecciones y cine; colocamos cruces e imágenes sagradas (nichos); organizamos procesiones; conseguimos y colocamos campanas; editamos revistas como Adelante; Por Dios y por la Patria, de la Acción Católica de Jóvenes de México (ACJM); El Noticiero, boletín mensual de la Ciudad de los Niños y Niñas; y Anáhuac, boletín parroquial y órgano de la Comisión pro construcción del Santuario de Guadalupe. Organizamos kermeses; dimos asistencia a presos; colaboramos en la realización de campos deportivos y muchas actividades más, siempre en armonía con las autoridades civiles.
El orfanato llamado La Ciudad de los Niños, fue iniciado por padre Marigo en 1954. De esta obra, el gobernador Luciano Rebolledo dijo: «…es el orgullo de la región y de la Patria»; y en 1961, se complementó con la Ciudad de las Niñas. En estas ciudades se creó una imprenta, un taller para niquelar y otro para hacer escobas, único en el territorio. En otras misiones, compramos terrenos irrigables para el mantenimiento de la parroquia y abrimos academias para formar secretarias. Hasta el día de hoy, el pueblo aprecia todas estas obras. Sería imposible redactar tantas historias de entrega de más de 50 combonianos que han dado lo mejor de sí a lo largo de 60 años.
¡Muchas gracias!
En este ambiente religioso cálido y misionero, empezamos a trabajar los combonianos, aportando lo mejor de nosotros. Sesenta años después de los inicios, nos conmueve el amor y el respeto que todavía nos tienen los más ancianos que aún viven y nos recuerdan. El pueblo de Baja California es espléndido, magnífico y generoso. Actualmente, muchas zonas ya tienen sacerdotes diocesanos que la gente aprecia mucho.
P. Mario MENGHINI, Baja California Sur
Artículo publicado en Esquila Misional, marzo 2008, pp. 16-21. Con ocasión de los 60 años de presencia de los Misioneros Combonianos en Baja California Sur.