El XIX Capítulo General, celebrado recientemente, ha escogido como texto referencial para guiar el camino del Instituto Comboniano en los próximos años, el pasaje del evangelio de JUAN 15,1-17

  • YO SOY la vid verdadera y mi Padre es el viñador…
  • Permanezcan en mí, como yo en ustedes…
  • El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto…
  • Separados de mí no pueden hacer nada…
  • Si permanecen en mí, pidan lo que quieran y lo conseguirán…
  • Para que mi gozo esté en ustedes…
  • No me han elegido ustedes a mí, yo los he elegido a ustedes…
  • Para que vayan y den fruto y que su fruto permanezca…
  • “En efecto, la misión —su fuente, su dinamismo y sus frutos— dependen totalmente de la unión con Cristo y de la fuerza del Espíritu Santo. Jesús lo dijo claramente a aquellos que había elegido como “apóstoles”, es decir “enviados”: “porque separados de mí no pueden hacer nada” (Jn 15,5)… ¿En qué sentido? Nosotros podemos hacer muchas cosas: iniciativas, programas, campañas… muchas cosas; pero si no estamos en Él, y si su Espíritu no pasa a través de nosotros, todo lo que hacemos es nada a sus ojos, es decir, no vale nada para el Reino de Dios…“ (Discurso del Papa Francisco durante la audiencia a los Capitulares).

Es dentro de este contexto – “vivir arraigados en Cristo junto a Comboni” – que se sitúa nuestra celebración del 75° aniversario de la llegada de los misioneros combonianos a México. Un evento de renovación – no anidándonos pasivamente en el baúl de los recuerdos – para un nuevo amanecer con mayor confianza en Dios y certeza en la vocación misionera que hemos heredado de nuestro Fundador.

En el corazón de estas fiestas colocamos un “gracias” por todo el bien realizado y un “perdón” por nuestras fragilidades, todo en vistas a disponernos a escribir una página nueva de “evangelización” llena de amor incondicional y donación de nosotros mismos en favor de los más pobres y abandonados. Dice el profeta Isaías: “…a los que esperan en el Señor, él les renovará el vigor, subirán con alas como de águila…” (40,31). Se trata pues de un “jubileo de vida nueva”.

Sin embargo, no hay renovación sin sacrificio. La renovación es un don de Dios que debemos pedir con humildad, pero al mismo tiempo requiere nuestro compromiso y esfuerzo serio, con sabiduría y profundidad. Para lograrlo, estamos invitados a colocar fuertemente las cuatro columnas que son la base de nuestra identidad y espiritualidad propias:

Cristo al centro de nuestra vida.

  • El seguimiento de Jesucristo, misionero del Padre, bajo la acción del Espíritu Santo. “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,20). La vida de oración, sincera y fiel, colocada como cimiento de todo. La Palabra de Dios como criterio iluminador de nuestras opciones apostólicas.

El carisma de san Daniel Comboni para los desafíos de hoy.

  • Para llevar el anuncio de la Buena Nueva a los que aún no la han recibido, entre los más pobres y abandonados (cf. Mt 9,36). En salida misionera hacia las periferias existenciales: los que han perdido el sentido de la vida, los más golpeados por el sufrimiento y los descartados por una ideología y economía de muerte … los más alejados en cualquier condición (cf. Evangelii Gaudium).

Como comunidad – “cenáculo de apóstoles” – que da testimonio de fraternidad.

  • El testimonio misionero comunitario contra toda forma de mundanización, clericalismo, machismo, discriminación, cobardía y encerramiento. Una comunión abierta a la conversión pastoral que incluye a todos(as) en una misión compartida de corresponsabilidad bautismal (en sinodalidad), en la construcción de una Iglesia samaritana y profética, donde las relaciones recíprocas importan más que las estructuras y se promueve la vida plena. Que pone al centro el diálogo y la escucha en procesos de verdadero discernimiento común en la búsqueda de la voluntad de Dios, aquí y ahora.

Un estilo de vida de sencillez evangélica.

  • Nuestra vocación radical a la santidad traducida en los detalles de cada día. No quedándonos en bonitas teorías o discursos de moda, sino en el trabajo y servicio concretos: pasando del afán por nuestro Ego (intereses, agenda, comodidad, títulos…) a la donación gratuita de sí; de un trato comunitario solamente formal a la amistad fraterna y al sentido de pertenencia entorno al ideal misionero comboniano, de la sobrevivencia mediocre a una configuración con Cristo que nos humaniza y hace crecer en paz y alegría.

La presencia maternal de Nuestra Señora de Guadalupe nos ha acompañado en estos primeros 75 años y, sin duda, lo seguirá haciendo. A ella encomendamos nuestro afán de continuar adelante con esperanza.

P. Rafael González Ponce MCCJ