Fecha de nacimiento: 19/08/1954
Lugar de nacimiento: Tarecuato (MEX)
Votos temporales: 26/05/1984
Votos perpetuos: 01/08/1989
Fecha de ordenación: 23/09/1989
Fecha de fallecimiento: 24/11/2002
Lugar de fallecimiento: Ciudad de México / MEX

Originario de Tarecuáto, un pequeño pueblo de la zona purépecha de Michoacán, el P. Alfredo provenía de una familia sencilla y profundamente religiosa. Después de asistir a la escuela obligatoria, ingresó por poco tiempo al seminario diocesano de Autlán. Posteriormente, trabajó en una fábrica de guitarras en el pueblo que lo vio crecer, Paracho. A los 26 ingresó al postulantado de Xochimilco. En 1984, lleno de entusiasmo, pide hacer la profesión religiosa “porque esta experiencia de fe profunda que estoy viviendo me ha impulsado a dejarlo todo en vista de mi labor misionera y dedicarme al servicio de mis hermanos, especialmente de los más necesitados”.

Con esfuerzo y dedicación terminó el escolasticado en Chicago donde, poco a poco, aprendió a vencer la timidez y a ser más abierto. Después de su ordenación sacerdotal en 1989, fue destinado por un año a trabajar entre los “indios” en México, cerca del lugar de su último destino misionero. Posteriormente, trabajó durante dos años en la parroquia de St. Albert en California, como miembro de la NAP. Fueron años difíciles en los que aprendió el valor de estar abierto a las diversas categorías de personas con las que se encontraba trabajando, siendo una parroquia con población española y afroamericana.

Luego trabajó durante 7 años en la sierra andina del Perú, en Cerro de Pasco, en la parroquia de San Juan Pampa, como responsable, en particular, de los asentamientos de los mineros de Chicrín y otros. En 1999 participó en el Año Comboniano de Formación Permanente. Los responsables del curso lo recuerdan por su empeño en desarrollar aquellos aspectos de su vida que más podían ayudarlo a vivir plenamente su servicio misionero. Al término de esta experiencia, fue destinado nuevamente a la provincia de México, donde pasó los últimos años de su vida en la parte alta de la Sierra de Chinantla, en la recién fundada parroquia de San Pedro Sochiapan.

Su antiguo compañero de trabajo, el P. Enrico Cordioli, ante la noticia de la muerte de Alfredo, expresa los sentimientos que surgieron en su corazón: “Me vino a la mente este pensamiento: Jesús murió a los 33 años, Comboni llegó a los 50 y tú, Alfredo, tenías 48. Estabas en el momento más importante de la vida, cuando una persona comienza a dar, a partir de la experiencia que ha acumulado a lo largo de su vida. Te fuiste, Sochiapan destrozó tu físico. Los veo felices ahora, entre los 144.000 que visten la túnica blanca y vienen de la gran tribulación; feliz, pero aquí dejaste un vacío. Recuerdo que eran las dos de la tarde cuando salíamos de Tuxtepec. Tuvieron que ayudarte a subir al camión porque ya te sentías mal. Estuvimos juntos una semana y escuchaste con mucha atención porque estabas a punto de asumir la responsabilidad de una misión muy dura. Pero en ese momento, dentro de ti, sólo sentiste el deseo de dedicarte a tus hermanos “indios”. Caminaste con dificultad por esta sierra temible, donde las distancias siempre se cuentan por horas: 5 horas para Zapotitlán, 4 para Soledad o Quetzalapa… La sierra no perdona, los caminos son difíciles y el cuerpo sufre mucho. Este esfuerzo, este amor por tus hermanos, esta entrega te han llevado a perder lo que más apreciabas: la vida. Alfredo, nos enseñaste que la vida es bella no por su duración, sino por la intensidad con que se vive. ¡Dios te reciba en su gloria!”. 

Los últimos cinco meses de su vida, Alfredo los pasó entre la parroquia y Tuxtepec, con frecuentes visitas médicas, análisis y escuchando los consejos de la gente con la esperanza de aliviar sus males: las repetidas infecciones minaron su salud causándole una severa insuficiencia renal. Durante una diálisis, Alfredo tuvo un primer infarto de miocardio y, una hora después, un paro cardíaco.

El P. Alfredo, “El Paracho”, como le llamábamos cariñosamente desde su ingreso al Instituto, se une a los tres combonianos mexicanos fallecidos accidentalmente en los últimos años. Su muerte nos entristeció a todos porque nadie piensa que puedes morir cuando eres tan joven.

De Familia Comboniana n. 594, enero de 2003, págs. 17-18