Fecha de nacimiento: 15/08/1910
Lugar de nacimiento: Talamona SO/I
Votos temporales: 29/06/1938
Votos perpetuos: 10/07/1941
Fecha de ordenación: 15/04/1933

Llegada a México: 1948
Fecha de fallecimiento: 25/11/1970
Lugar de fallecimiento: Rebbio/I

La carta en que el P. Elio Sassella, joven sacerdote de la diócesis de Como, tomó contacto con el Instituto, lleva la fecha del 7 de julio de 1936 y está dirigida al superior del noviciado de Venegono:

Soy un sacerdote originario de Talamona (diócesis de Como). Tengo 26 años y tres de ordenado. El cargo que desempeño actualmente en la diócesis es el de impartir clases en el Seminario.

Hace tiempo que en mis reflexiones me siento atraído con insistencia por la nobleza del apostolado misionero. He rezado, he tomado consejo y cada día más me siento orientado hacia el Instituto comboniano.

Pero, antes de dar pasos concretos quisiera cerciorarme si tengo la salud necesaria para ser aceptado en un Instituto misionero. La razón es que en una consulta médica se me ha detectado cierta insuficiencia cardiaca con tendencia a la alta presión. Pero yo quisiera hablar con Usted y oír también el parecer de un médico de su confianza.

En estos días estoy haciendo los Ejercicios con los Oblatos de Rho. El próximo sábado quisiera ir a Venegono y encontrarme con Usted. Sólo después y de acuerdo a lo que Usted me diga, hablaría yo con mi obispo para solicitar el permiso.

Los informes que Usted necesite los puede proporcionar el rector del seminario de Como.

En Venegono el P. Elio tuvo la suerte de tratar el asunto de su vocación con aquel gran conocedor de hombres que era el P. Vianello. No sólo se le disiparon todas las dudas, sino que quedó vivamente impresionado de la bondad del Padre.

Sin preocuparse más por su salud fue a hablar con su obispo y el 14 de Julio estaba en grado de informar al Padre Maestro sobre el resultado de la entrevista:

Monseñor Macchi me recibió amablemente. Manifestó vivo interés por las misiones y grande aprecio por el Instituto. Incluso me ha leído una carta del comboniano P. Abbá.

Pero, llegando al grano, me dijo que en mi caso él no podía autorizarme a dejar la diócesis. Que los planes que él tenía para mi eran enviarme a Roma a preparar la tesis para el doctorado y que “mis Indias” serian la diócesis.

Insistiendo yo que si Dios me llamaba a las Misiones mi deber era seguir la llamada de Dios… el obispo en tono paternal me dijo que la voluntad de Dios para mi era escuchar la voz de mis superiores y atenerme a las disposiciones de ellos. Que él tomaba sobre si toda la responsabilidad de esa decisión y que me quedara yo en paz.

No le niego que estas palabras del obispo me dejaron desconcertado. No es que yo quiera irme a Misiones a como dé lugar. Por encima de todo está para mi la voluntad de Dios. Si Dios quiere que sea yo misionero estoy dispuesto a cualquier sacrificio por seguir mi vocación. Si la voluntad de Dios es que me quede al servicio de la diócesis estoy dispuesto a quedarme aquí.

Quisiera oír de Usted una palabra de orientación y que le tomara el parecer también al P. Vianello que ha sido tan bondadoso en escucharme.

Desde luego yo le dije al obispo que volvería a insistir con él. Pero por la manera como me habló tengo pocas esperanzas que vuelva sobre la decisión tomada. Me pareció irremovible.

La respuesta que llegó de Venegono debió de ser en el sentido que convenía insistir. Que ante esa insistencia el obispo no se mostraría tan irremovible como había sido la primera vez.

Sin perder tiempo el P. Elio redactó su petición por escrito. Pidió que la avalara su párroco de Talamona y la envió por correo.

Pocos días después tenía en sus manos la respuesta del obispo y podía informar al Padre Maestro: El obispo me ha otorgado por fin su consentimiento. Con la bendición de mi obispo puedo ahora presentar mi solicitud de ser aceptado en la Congregación.

La idea del noviciado no me asusta. Voy con la firme convicción de renunciar a mi propia voluntad y consciente de que me espera una vida de sacrificios. Pero la gracia de Dios me ayudará a superarlos.

Apenas cuatro días después, el 14 de agosto, el Padre Maestro le enviaba la carta de aceptación.

Se había comprometido el Padre a predicar la Novena de la Natividad que era la fiesta patronal de su parroquia. No había comunicado todavía su decisión a los familiares. Pero ahora se resolvió a hablar:

Ya se imaginará la sorpresa, el dolor, las resistencias… La reacción de mi familia fue tal que me hubiera removido de cualquier otro propósito. Pero tratándose de la vocación es la gracia de Dios que lo sostiene a uno y lo fortalece.

También mis familiares, no obstante, el dolor por la separación, han aceptado mi decisión.

El 10 de septiembre saldré para Como. El día 11 me ocuparé en arreglar algunos asuntos en el seminario y enviar mis libros a Venegono.

El día 12 espero llegar al noviciado. Tengo mucha necesidad de sus oraciones y le agradeceré el que escriba unas palabras de consuelo a mis familiares.

El 12 de septiembre, fiesta del santo nombre de María, llegaba a Venegono para empezar el noviciado.

Los cargos de responsabilidad que el P. Elio desempeñó dentro de la Congregación y la visión clara y en cierto modo profética que tuvo de los problemas relacionados con la Misión, dan la talla del misionero que la diócesis de Como acababa de regalar al Instituto comboniano.

De la actuación del P. Elio como provincial de México sólo apuntaremos algunos de sus múltiples méritos.

Pudieron reprocharle al Padre que era exigente con los demás, pero nunca que se ahorrara él o que se hiciera para atrás. Era el primero en todo.

El primero cuando se trataba de abrir caminos. En octubre de 1951 dos cohermanos fueron enviados a abrir la misión de san Luis Gonzaga. Pero todos sabían que el P. Elio había recorrido ya en tres ocasiones todas las rancherías de la sierra prodigándose abnegadamente en el ministerio sacerdotal para atender a esa pobre gente que desde hacía años no veía a un sacerdote.

Él empezó las visitas periódicas a la Base Naval de Puerto Cortés en la Isla Margarita en Agosto de 1949 y volvió por segunda vez en Febrero de 1950 dejando el ambiente bien preparado.

Antes de destinar el personal a las misiones de Santa Rosalía y La Purísima, en 1949, había visitado ya la parte Norte del Territorio para darse cuenta personalmente de los lugares más necesitados de la presencia del sacerdote.

Cada llegada de los misioneros traía problemas ante las Autoridades de Migración y el P. Elio, tanto en noviembre de 1949 como en septiembre de 1950 fue personalmente a recibirlos hasta la frontera para facilitarles la entrada al país.

Resulta difícil hoy en día imaginar lo que significó entonces para el P. Elio en tiempo y paciencia el arreglo de los trámites migratorios para asegurar a los misioneros la permanencia en México.

Todo tenía que tramitarse en la capital, donde todavía no teníamos los Combonianos ningún punto de apoyo. Presentarse ante las Oficinas de Migración para un sacerdote extranjero era algo que fácilmente podía crear complicaciones. Pero el P. Elio no se arredraba ante ninguna dificultad. Volvía una y otra vez, esperaba pacientemente horas y horas para que lo atendieran.

Supo perseverar con tanta tenacidad y con tanto éxito que no se le cerró ninguna puerta. Él mismo, escribiendo al Superior General, le decía con satisfacción: Todo lo que nos propusimos alcanzar del Gobierno, gracias a Dios, lo hemos alcanzado.

Los mejores años de su actuación como misionero el P. Elio Sassella los pasó en México. Pero no fueron los únicos. Gastó más de diez años en las misiones de Uganda alternando la enseñanza de la teología moral en el seminario de Gulu con el trabajo directamente pastoral en varias misiones: Aliwang, Aber, Anaka y Ngeta-Lira.

No se puede negar que el primer impacto, al llegar nuevo él a las misiones de África, le causó desconcierto por el multiplicarse de construcciones, de escuelas, de dispensarios, de hospitales….

En carta al Superior General le decía: Le confieso que me resulta sumamente difícil acostumbrarme al volumen de trabajo que exige la organización de nuestras escuelas. La adquisición de los materiales para nuevas construcciones; la organización de las clases de acuerdo a los programas del Gobierno; el proveer de libros y útiles escolares y pagar el sueldo a los maestros… son actividades que nos absorben totalmente.

¿Por qué no librarnos de una vez de estos compromisos dejando las escuelas en manos de los seglares para nosotros atender directamente lo nuestro que es el ministerio sacerdotal?

El Superior General le contestaba: Comparto plenamente su punto de vista por lo que respecta las escuelas de la Misión. He escrito en este sentido también a Mons. Cesana. Pero tanto él como el P. Tupone me han contestado que las consideran de tal manera necesarias que no es posible todavía prescindir de ellas.

Ante estas resistencias el P. Elio no podía menos de añorar los años lejanos de Baja California, su primer campo de trabajo misionero, donde, desde un principio, los Combonianos habían instaurado el trabajo pastoral de tal manera que la población podía ver en ellos a los ministros de la religión, a los encargados de dispensar los misterios de Dios.

En el ministerio pastoral el Padre se había encontrado siempre bien y no lo dejó hasta que, por enfermedad empezó a darse cuenta de que le estaba llegando la hora de amainar las velas: Por muy a gusto que me encuentre yo en las actividades pastorales, pues es lo que más he deseado en mi vida, sin embargo, creo que ya no duraré mucho tiempo. Últimamente no he estado bien.

Murió el 25 de noviembre de 1970.

El autor de la necrología que apareció en el Boletín de la Congregación no ha aprovechado el copioso material que permitía elaborar una hermosa semblanza del P. Sassella, pero sí ha captado la característica esencial de ese misionero cuando lo define “un hombre de Dios que se ha entregado sin reservas al ministerio sacerdotal”.

P. Domingo Zugliani


P. Elio Sassella nació en Talamona (Sondrio) el día de la Asunción de 1910 y fue bautizado inmediatamente después. Pocos años después de la Primera Guerra Mundial, deseoso de consagrarse a Dios en el sacerdocio, ¡Talamona era un verdadero vivero de vocaciones! – realizó regularmente sus primeros estudios en el seminario diocesano de Como.
En 1930, monseñor Macchi, su obispo, encontrándolo de disposición inteligente y abierta, lo envió a Roma para que se especializara en estudios teológicos en la Universidad Gregoriana como estudiante del Colegio Lombardo. Tras obtener la licencia en teología, regresó a Como, donde fue ordenado sacerdote el 16 de abril de 1933. Inmediatamente después, el arzobispo Baranzini, arzobispo de Siracusa, que había conocido al padre Elio en el “Lombardo”, del que era entonces rector, le pidió que ejerciera de secretario. Permaneció en Siracusa durante dos años, y luego regresó a Como para enseñar en el Seminario de S. Abbondio.
Fue durante un curso de ejercicios espirituales en Rho (Milán), en julio de 1936, cuando maduró en el corazón del P. Sassella la idea de hacerse misionero, que rondaba desde hacía tiempo en su generoso espíritu. Y tras rezar y pedir consejo, decidió hacerse comboniano. Monseñor Macchi, tan favorable a las misiones, se mostraba reacio a concederle el permiso y hubiera querido que D. Elio completara antes sus estudios en Roma, coronándolos con un buen título. Pero a estas alturas al joven sacerdote le habían crecido alas en los pies y ya no podía resignarse a retrasos que consideraba innecesarios, y en septiembre, con la bendición del obispo, entró en el noviciado de Venegono.
El nuevo ambiente, a la vez que le ofrecía todas las oportunidades para atender a su formación apostólica, también cumplía con lo que era la característica de toda su vida, el celo por las almas.
El 29 de junio de 1938 se consagró al servicio de Dios y de sus hermanos con la profesión temporal y el 10 de junio de 1941 con la profesión perpetua. Pero entretanto había estallado la guerra y el P. Sassella se dedicó a una labor muy caritativa como teniente capellán de las tropas alpinas hasta mayo de 1942. Luego permaneció en nuestras casas hasta 1947, cuando la Dirección General asumió un nuevo campo de trabajo en Baja California (México) y pensó que nadie mejor que el P. Sassella podía ser puesto al frente de esa nueva misión. Partió a finales de 1947, parando unos meses en Inglaterra para aprender inglés, y en abril de 1948 estaba en La Paz para hacerse cargo de la misión.
Trabajó con gran entusiasmo y plena dedicación. No se contentó con luchar contra la opinión de muchos que no querían o no creían oportuno en aquel momento el inicio de nuestros trabajos en México; pero inteligente y perspicaz como era, intuyó las necesidades reales de aquel campo de trabajo y también vio claramente la oportunidad que México ofrecía tanto para la animación misionera como para el desarrollo de la Congregación. Abrió un centro en la ciudad de México, pensó en Sahuayo, donde se iba a construir nuestro primer seminario, fundó en Baja California un pequeño pero combativo periódico, “Adelante”, que le fue muy bien, y apoyó el inicio de nuestra revista “Esquila Misional”.
Siguió siendo párroco de La Paz, Vicario General, Superior Regional de México, hasta el Capítulo de 1953 en el que participó. Nunca regresó a México, pero una vez recuperada su salud enseñó teología moral en el escolasticado de Venegono, hasta que en 1957 partió a África, a Uganda, al seminario de Lacor. Profesor sí, lo hacía de buena gana, pero su verdadera pasión fue siempre el Sagrado Ministerio, sobre todo en la parte más agotadora: las confesiones y la predicación.
Esta es precisamente su nota dominante: ya sea como joven sacerdote en Como o en La Paz o en Lacor, luego como párroco en Aber o en Anaka, o como rector en la ciudad de Lira, o últimamente como coadjutor en Ngeta-Lira, esta es la llama que le impulsaba y le hacía seguir adelante: beneficiar al prójimo en la medida de lo posible.
Uno de sus colaboradores del principio de su misión en la Baja California escribió de él: “Un hombre sencillo como un niño, bueno como el pan, de inteligencia nada ordinaria. Bueno, pero cuando se trataba de la gloria de Dios, del bien de las almas, de su propia perfección religiosa y de la de sus hermanos, era inflexible, era un hombre que no bromeaba”.

Hasta el final, le preocupó el pensamiento de que siempre tuvo una idea clara de la figura del “Homo Dei”, que todo sacerdote y todo misionero debe encarnar y que siempre se esforzó por realizar en su propia persona con una tenacidad que resultaba sorprendente.

del Boletín nº 93, abril de 1971, pp. 79-80