Fecha de nacimiento: 24/03/1909
Lugar de nacimiento: Fara Vicentina VI/I
Votos temporales: 29/06/1931
Votos perpetuos: 07/03/1934
Fecha de ordenación: 31/03/1934
Llegada a México: 1972
Fecha de fallecimiento: 06/03/1991

Lugar de fallecimiento: Ciudad de México/MEX

P. José Gasparotto entró con los Combonianos después de cursar filosofía en el seminario diocesano de Vicenza.

Su decisión encontró fuerte oposición no sólo de parte de la familia, sino también de parte del obispo quien veía marcharse, año tras año, a los mejores seminaristas.

El P. José conservó siempre profundo agradecimiento hacia un tío sacerdote que, para facilitarle el ingreso al noviciado, liquidó las cuentas que tenía pendientes con la administración del Seminario.

Una vez ordenado sacerdote no tardó en recibir la destinación para la misión más difícil del Sudán: el Bahr el Ghazal. Tenía 27 años y trabajó en aquella misión durante 23 años. No le resultó fácil aprender las lenguas del lugar. Él mismo confesará que nunca había tenido buena memoria.

De esa experiencia africana los superiores dieron de él un juicio halagador: es un buen misionero, con grandes dotes de organizador y no ahorra sacrificios. Es muy estimado por el Vicario Apostólico.

En Bahr el Ghazal los combonianos han llevado a cabo actos de verdadero heroísmo. Lástima que esa página de la historia de la Congregación sea tan poco conocida y no por no estar escrita, sino porque no se lee.

En 1959 el Padre tuvo que dejar el Sudán por enfermedad y llegó a Italia en un estado lastimoso.

Intervenido por cálculos biliares logró recuperarse. Pero habiendo empezado por aquellos años los casos de expulsión del Sudán, los superiores le pidieron un servicio como superior en el seminario de Thiene.

La casa estaba en tan mal estado que algunos sugerían deshacerse del inmueble. El P. José optó por restaurarlo y para hacer frente a los gastos durante ocho años se desgastó él en los días misionales con la abnegación y el entusiasmo que lo habían caracterizado en la Misión.

Tuvo menos éxito como formador. Eran los años del Concilio. Se abrían camino nuevas ideas que requerían un cambio profundo de mentalidad. De lo alto llegaban directrices ambiguas. Los nuevos métodos no dejaban de causar tensiones entre los formadores.  La crisis que se respiraba afectaba un poco a todos.

Al Padre que había pasado del ambiente africano a la dirección de un seminario en Italia, este fermento post conciliar lo hizo sufrir muchísimo. No dudó en manifestar a los superiores su disponibilidad para cualquier otro servicio. Pero como los superiores no tomaban decisiones, cuando la situación empezó a rebasar los límites de lo soportable, tomó una decisión penosa para él y para los demás: huyó a Nápoles.

Por ese tiempo los combonianos teníamos en Nápoles una parroquia. La esperanza del Padre era que allí no hubiera llegado todavía el clima de contestación que hervía en otras partes de Italia.

Efectivamente en el ministerio y entre gente sencilla empezó a sentirse mejor. Esto sugirió a los superiores la conveniencia de proponerle alguna experiencia nueva donde pudiera todavía realizarse en actividades de ministerio. El superior general exploró por carta su disponibilidad.

A vuelta de Correo el Padre manifestó disponibilidad plena: Tengo 62 años. Mi salud es buena. Ciertamente no podré desarrollar las actividades de un joven. Pero la buena voluntad no falta. Estoy incondicionalmente a disposición de los superiores.

Lo destinaron entonces a México. Se pensó que la lengua no seria problema y que, en las actividades de ministerio, en un ambiente sencillo, el Padre se sentirla realizado.

Así fue como a los 62 años tuvo el valor poco común de marchar a una misión nueva y enfrentarse a otra cultura. Pero Dios bendijo abundantemente su trabajo en México.

Durante 20 años, en la capilla Mártires de Uganda, de la colonia Moctezuma tuvo la alegría de sentirse plenamente sacerdote en múltiples actividades de ministerio.

Extendió su radio de actividades también fuera del ámbito de la capilla. Y es increíble el trabajo que se impuso, sobre todo los viernes primeros, subiendo y bajando escaleras para llevar la Comunión a los enfermos y decir una buena palabra de consejo a los familiares.

En este contacto capilar y constante llegó a ser conocido y muy querido en toda la colonia Moctezuma. Prueba de ello fue la generosidad con que muchísimas personas se ofrecieron para asistirlo día y noche en su última enfermedad.

El Padre era de pocas palabras. Dejaba hablar y le gustaba escuchar. Pero como era hombre recto y sin máscara, inspiraba confianza. Por eso la gente sencilla se acercaba a él. No era un intelectual, pero preparaba sus homilías con lecturas apropiadas ya sea para tener ideas ya sea para enriquecer su vocabulario castellano.

Se levantaba a las 4 de la mañana y rezaba hasta la llegada de los fieles. No dejó de rezar el oficio divino ni durante su estancia en el hospital.

Era hombre de comunidad. Siempre que se organizaba un paseo por los alrededores del Valle de México, fuera de la contaminación que intoxica la Capital, participaba con gusto y se mostraba de buen humor.

Solía fumar sus cigarros y tomaba un poco de vino de mesa. Cuando en su última enfermedad los médicos le prohibieron el cigarro y el vino obedeció sin la menor queja.

Falleció en la casa de la Moctezuma a las 11.45 del 6 de marzo de 1991.

P. Domingo Zugliani


La primera carta que se encuentra en la carpeta personal del P. Giuseppe Gasparotto está fechada el 24 de abril de 1925, pero del contexto se desprende claramente que las discusiones y las luchas, como diría más tarde su sobrino el P. Pietro Gasparotto, habían comenzado mucho antes. Este escrito, por tanto, sólo representa un punto de llegada. Está escrito por el rector del seminario de Vicenza. Aquí está:

“Reverendo Padre, acompaño con esta carta a nuestro alumno Gasparotto Giuseppe, estudiante de tercer año, que está a punto de entrar en el noviciado. En cuanto a la piedad, el estudio y la disciplina del aspirante, siempre hemos tenido motivos de elogio para presagiarle muy bien como sacerdote y como misionero. Sólo este año se ha mostrado un poco perezoso en el cumplimiento de sus deberes ordinarios, y ha parecido poco prudente a la hora de llevar a cabo su deseo de ingresar en el seminario de Misiones. Pero esto se explica por las dificultades que ha encontrado. Tengo buena fe en que se adaptará bien y tendrá éxito como santo misionero…”.

Monseñor Scaleo, rector, había interpretado bien la situación. José acababa de salir de una fuerte pelea con sus padres: padre Francisco José y madre María Simonato, que se habían endeudado para que su hijo estudiara, y ahora, casi en el umbral del sacerdocio, sacaba a relucir la historia de hacerse misionero. Como es fácil imaginar, en aquella época, un hijo sacerdote representaba una inversión para la familia y aseguraba un futuro digno a sus ancianos padres (entonces no existían las pensiones).

Por si fuera poco, también intervino el obispo, que había visto cómo el seminario se adelgazaba de los mejores elementos, todos los cuales se habían marchado a las misiones.

Pero escuchemos a su sobrino, el P. Pietro Gasparotto:

“La Providencia no me permitió vivir mucho tiempo con mi tío el P. José. Cuando celebró su primera misa, yo tenía cinco años y no recuerdo casi nada; jugábamos con estampas de recuerdo guardadas en un cajón. Le conocí personalmente a su regreso de África después de la guerra (1948). Durante su larga estancia en Italia (1960-72), siempre estuve lejos (Carraia, España, México). Estuvimos relativamente cerca durante los últimos 20 años de su vida terrenal, en México. Pero en realidad lejos, tanto porque vivíamos en dos casas separadas por 30 km en esta caótica ciudad de veinte millones de habitantes; como, sobre todo, porque nos dedicábamos a dos trabajos totalmente distintos.

Lo que permite comunicarse y conocerse bien es hacer el mismo trabajo, codo con codo, durante mucho tiempo… En cambio, entre él y yo sólo había un contacto de media hora, en la mesa, cada 10 o 15 días, con una pequeña charla mientras él se fumaba un cigarrillo. Encuentros breves y bastante superficiales. Digo todo esto porque en realidad, y a pesar de las apariencias, soy quizá el menos indicado para escribir sobre él. Sus compañeros de misión saben mucho más de sus virtudes y defectos”.

Llegados a este punto, quisiera añadir que si esperara a los testimonios de los compañeros de un cohermano para escribir algo, tendría poco que decir. Incluso para los religiosos, y quizá más que para los laicos, se aplica el proverbio: “El que muere se acuesta y el que vive se da la paz”. Esto no es fraternal.

Continúa el P. Pietro: “De las pocas pistas que oímos en la familia, recuerdo que cuando decidió partir para las misiones hubo una tragedia por parte de su padre; y también en el seminario, monseñor Rodolfi, asustado porque cada año partían para las misiones varios seminaristas (generalmente partían los mejores, los más valientes y los más generosos), le hizo la vida difícil. Quien le ayudó, pagándole las deudas del seminario, fue su tío el P. Bortolo. El P. José aún recordaba con gratitud este apoyo de su tío pocos días antes de morir. De su época en el seminario quedaron en su vida varias amistades, la más hermosa de las cuales es, por lo que sé, la que mantuvo con Mons. Carlo Fanton, obispo auxiliar de Vicenza, con quien mantenía y recibía correspondencia varias veces al año, con exquisito afecto y amabilidad.

Card. Baggio era también amigo suyo: vino un año a México con Mons. Fanton y visitó al P. Giuseppe en Moctezuma, con gran asombro del delegado apostólico, que desde entonces puso al P. Gasparotto en la lista de personalidades merecedoras de invitaciones especiales en importantes actos diplomáticos’.

Entre los combonianos

El 25 de abril de 1929, Giuseppe Gasparotto ingresa en el noviciado de Venegono Superiore llevando consigo, además de los documentos habituales, una declaración del ecónomo del seminario de Vicenza en la que se afirma: “El abajo firmante declara que el joven Giuseppe Gasparotto ha cumplido todas sus obligaciones para con la administración de este seminario” y una declaración del médico, Dr. Luigi Ciriache, que garantizaba la “salud física, psíquica y mental de Giuseppe y de todos sus ascendientes de ambas ramas”.

Giuseppe tomó el hábito el 29 de junio de 1929 y la profesión exactamente dos años después, el 29 de junio de 1931. No existen documentos relativos al periodo de noviciado. Tampoco hay solicitud de votos. Existe la fórmula de votos, de la que se deduce que hizo los votos en manos del P. General Paolo Meroni, que tomó como segundo nombre el de Gabriel y que su superior era el P. Giuseppe Bini.

Una vez emitidos los votos, el neoprofeso fue enviado a Brescia como asistente de los muchachos. Allí permaneció de 1931 a 1934, año de su ordenación sacerdotal, que tuvo lugar en Verona el 31 de marzo. También había emitido los votos perpetuos en Verona el 7 de marzo de 1934, aprovechando una dispensa especial de la Santa Sede de cuatro meses y cinco días para completar el tiempo estipulado por el Derecho Canónico.

Un hecho inhumano

Los “papeles” no dicen dónde pasó el P. Gasparotto los dos años que van de 1934 a 1936, año de su partida para África, pero por un episodio que tiene algo de inhumano, podemos pensar que su destino era Padua. Lo deducimos de lo que el Padre dijo a un cohermano al que abrió su corazón para consolarse. Relatamos el episodio:

“Yo era un joven sacerdote y estaba en Padua como asistente de los muchachos. Un mal día recibí un telegrama diciéndome que mi madre se estaba muriendo e invocaba continuamente a su hijo sacerdote. Le pedí al superior, el P. Uberti, que me dejara ir a casa, viendo que el camino de Padua a mi pueblo no era tan largo. Me dijo que no era necesario y no me dio permiso para marcharme. Pocos días después, llegó otro telegrama diciéndome que mamá había muerto. Sólo entonces el superior me permitió salir para el funeral…”. Sabemos que el Padre llevó toda su vida en el corazón la amargura de este hecho.

La larga temporada africana

En diciembre de 1936 encontramos al Padre en Bahr el Ghazal, Sudán del Sur. Su primer destino fue la misión de Kuajok (’36-’40) como coadjutor, después Mbili (’40-’41) como superior, y de nuevo Kuajok (’41-’48) como superior. Fueron doce años de intensa actividad, vida dura, sacrificios y ataques, a menudo mortales, de fiebre negra.

De mayo de 1948 a febrero de 1949 estuvo en Italia de vacaciones para recuperar la salud. Prefirió Brescia como lugar de residencia, donde se llevaba bien y tenía muchos amigos.

De 1949 a 1959 realizó otros diez años de trabajo misionero, siempre en Bahr el Ghazal, pasando por Thiet (’49-’52), Rumbek (’53-’56), Warap y Nyamlell (’56-’59) siempre como superior.

Quien desee rememorar el calvario de estas misiones, porque es un calvario real, invitamos a los lectores a leer la biografía del P. Antonio Vignato escrita por Fusero, o las notas históricas sobre las misiones de Bahr el Ghazal del propio P. Vignato. Se encuentran en el número 33 del Boletín de la Congregación, en la página 1233.

Un detalle interesante: entre los misioneros del P. Gasparotto se encontraba Mons. Ireneo Dud, primer obispo nativo de Sudán.

Las misiones de Rumbek, Kuajok y Thiet deben su existencia y su gran desarrollo al P. Gasparotto, siempre, por supuesto, en colaboración con otros cohermanos, padres y hermanos que, en aquellas zonas inhóspitas y asoladas por la malaria del “río de las Gacelas”, realizaron actos de auténtico heroísmo. En efecto, es una lástima que esta página de la historia de nuestra Congregación sea tan poco conocida, no porque no esté escrita, sino porque no se lee y se medita sobre ella.

Una vida tan dura se alegraba a veces con algunas pequeñas cosas que servían para despejar el aire y hacerlo más respirable. Entre las muchas, relatamos un episodio que muchos hermanos conocen.

P. Capovilla, visitó las misiones del sur de Sudán en nombre del P. General. Estando dentro de la misión, vio a la gente que pasaba por la calle vestida como Dios les había hecho. Esto era muy normal para la época y algo que a los misioneros no les importaba. Pero el recién llegado se sintió muy molesto y dijo que había que levantar una valla alrededor de la misión para que nadie pudiera ver quién pasaba por la calle.

“Padre”, le respondieron, “para hacer la valla hace falta dinero y no tenemos. Usted también nos dijo que ni siquiera la Congregación puede ayudarnos con las obras que nos quedan por construir”.

“Es cierto que no hay dinero, pero para esta obra tenemos que encontrarlo”. Y en cuanto llegó a Italia envió el equivalente a 15 libras para la valla.

Los Misioneros consultaron y luego decidieron gastarlo todo en cerveza para cuando volvieran cansados de sus visitas a las aldeas, seguros de que así alejarían mejor las tentaciones. En cuanto a la valla, para no faltar a la obediencia, plantaron algunas cañas de bambú aquí y allá.

En general, digamos que el P. Gasparotto, además de un hombre de gobierno, un gobierno sabio, prudente, atento a las posibilidades de los hermanos y un hombre de inmensa actividad, se mostró siempre como “el hombre de Dios”, “el hombre de oración”, “el hombre que no consideraba perdido el tiempo empleado en dialogar con la gente”.

De 1959 a 1960 estuvo de nuevo de vacaciones, esta vez en Pesaro y Bolonia para intentar poner fin al terrible cólico biliar que había empezado a torturarle en África, haciéndole la vida imposible. En Italia se sometió a una operación que por fin puso fin a sus ataques periódicos.

Mientras tanto, en Sudán habían sucedido grandes cosas, y otras mayores, ciertamente trágicas, estaban a las puertas. Tras levantamientos y batallas que enfrentaron al sur del país (habitado por negros) con el norte (habitado por árabes), y nunca hubo buena sangre entre ambos, Sudán obtuvo la independencia el 1 de enero de 1956, liberándose del condominio anglo-egipcio.

Para los misioneros comenzaron las restricciones, que se convirtieron en una persecución abierta que desembocó en la expulsión masiva en 1964.

Desde el momento de la independencia, las puertas de entrada de los misioneros en Sudán permanecieron herméticamente cerradas. E incluso el P. Gasparotto tuvo que resignarse a despedirse para siempre de sus misiones.

Los juicios que los superiores dieron del P. Gasparotto durante su vida africana pueden resumirse en estas palabras: “Es un buen misionero, con buenas cualidades organizativas y que no escatima sacrificios. El Vicario Apostólico le tiene en gran estima”.

Formador en Thiene

En la casa de Thiene, donde se preparaba a los jóvenes que llegarían a ser hermanos, hacía falta un formador que fuera también superior. El P. General puso sus ojos en el P. Gasparotto, que siempre había mostrado equilibrio y amor por los hermanos, junto con notables dotes de liderazgo.

El Padre, que entretanto había recuperado la salud, se trasladó a Thiene y permaneció allí de 1960 a 1968. La sede de los misioneros se encontraba en un estado ruinoso, hasta el punto de que más de uno sugirió dejarlo todo y cambiar de zona.

Su sobrino, el P. Pietro, escribe: “Durante su estancia en Thiene como superior, recuerdo que tuvo mucho trabajo porque, en lugar de vender la casa, como algunos sugerían, decidió valientemente hacerla nueva por dentro y por fuera. Recuerdo el entusiasmo con el que se puso a hacer jornadas misioneras para hacer frente a esta empresa tan exigente en tiempo y dinero.

Mientras tanto, la casa cambió de finalidad. En lugar de preparar a los futuros “hermanos” que venían a Pordenone, se convirtió en un pequeño seminario misionero para sacerdotes.

P. Gasparotto tuvo mucho que sufrir a causa de las opiniones divergentes sobre los métodos educativos, con tensiones muy fuertes entre el propio personal de la casa. Al estar muy lejos, nunca pude conocer detalles de estas circunstancias; menos aún por parte del P. Joseph, que perdonó y no volvió a hablar de ello con nadie’.

Por una carta que el Padre escribió al General el 14 de octubre de 1964, podemos comprender algunas de estas dificultades. Leamos algunos extractos:

“Me da la impresión de que si el seminario de Thiene estaba mal montado el año pasado, como usted decía, este año está aún peor montado. Sólo hay dos padres permanentes con los que se puede contar para los seminaristas: el P. De Berti y el P. Minurri. Es cierto que el Provincial ha enviado a otros dos padres (Zanotelli y Pegoraro), pero están esperando para partir a la misión. También el P. Chesini, que era el único que sabía música, se marcha ahora a Roma. Con personal eventual, creo que es imposible formar seminaristas. Y hay más de cien seminaristas que hay que dividir en al menos tres grupos si se quiere controlarlos y educarlos. No se trata sólo de mantener la disciplina de alguna manera, sino de formar y conocer a los individuos. En estas condiciones, ¿cómo se hace un trabajo serio? Los asistentes teológicos ya no están porque así se estableció, pero ¿por quién son sustituidos? Si usted piensa que esto se debe a mi incapacidad, no tengo ninguna dificultad en hacer las maletas para tener más tiempo para dedicarme a mi propia formación que a la de los demás…”. El General, P. Briani, respondió que hacía lo que podía para arreglárselas con los dos padres porque no había más personal en ese momento. Y luego se justificó respecto a la falta de asistentes teólogos invocando al Capítulo General, que así lo había decidido. Y concluyó: “También debemos escuchar lo que se nos sugiere”.

En este punto recogemos el testimonio del Hermano Aldo Benetti, que era súbdito del Padre precisamente en aquella época:

“Estuve en Thiene con el P. Gasparotto de 1964 a 1968. Lo recuerdo como un hombre sencillo y bueno, aunque no siempre sabía cómo tratar a los muchachos. Esto, tal vez, era consecuencia de los largos años pasados en África con gente de mentalidad diferente. Se vio obligado por obediencia a llevar un mayor peso sobre sus hombros, dados los nuevos “vientos” que soplaban en aquella época. Estaba el problema de la reconstrucción de la casa, estaban, sobre todo, surgiendo nuevas ideas para las que no estaba preparado porque había llegado a encontrarse en la línea divisoria de dos mundos: aquel en el que se había formado y el que tenía por delante.

Vi varias veces al P. Gasparotto en la situación del polluelo entre la estopa. No sabía a qué santos invocar, ni de qué lado ponerse, por lo que a veces tomaba decisiones que se traducían en sufrimiento para él y para los demás. También fue quizá incomprendido y poco ayudado. Esto explica la “huida” que emprendió un día hacia nuestras casas del sur, donde le parecía que la ola de innovación que había en el norte aún no había llegado. Sus superiores se verían obligados a intervenir para calmar los ánimos y poner las cosas en su sitio”.

El aire funesto del “68”

Llegados a este punto hay que decir un par de cosas: la crisis que se respiraba no era tanto en los súbditos, sino en los superiores que no daban directivas unívocas. El general pensaba de una manera, el provincial de otra y los que tenían que tratar directamente con el pueblo, es decir los superiores locales, no sabían cómo comportarse. Además, ciertamente no fue un gesto de clarividencia por parte de los superiores mayores colocar como superiores de las casas de Italia, donde el Concilio hizo sentir sus innovaciones la mayoría de las veces malinterpretadas, de misioneros -aunque muy dignos- pero que habían vivió demasiado tiempo fuera del contexto italiano. No es seguro que uno, que fue muy bueno en Sudán, fuera igualmente bueno en Italia. En cuanto a la “fuga”, recordamos que el P. Gasparotto no fue el único. el p Maestro di Gozzano, por ejemplo, en 1969 hizo lo mismo, y con mucha razón. En fin, el aire del 68 provocó mucha neumonía por ahí.

Para agravar la situación del p. Gasparotto hubo también un hecho que hoy nos haría sonreír, pero que en su momento atrajo la ira sobre la cabeza del pobre Padre. Un vendedor de jabón fue tan convincente que indujo al Padre a comprar tal cantidad de jabón que tardó muchos años en agotarse. Con la inflación que entonces empezó a galopar esta colosal compra resultó ser una ganga, pero en su momento no fue considerada como tal.

Continúa el fr. Benetti: “Recuerdo al P. Gasparotto siempre alegre, sonriente, comprensivo, generoso, de buena compañía y con un profundo sentido del humor. En este sentido recuerdo un hecho. Cuando volvió de la jornada misionera nos dijo que le ayudáramos a contar el dinero: ‘Si encuentras una pieza de 50.000, te pago un trago.’Todos nos habríamos muerto de sed’, concluye fr. Benetti. Luego prosigue: “Tenía algunos pastores amigos, sus compañeros de seminario, que le regalaban la jornada misionera a cambio del ministerio dominical o con motivo de fiestas particulares. Nunca se echó atrás porque estaba contento con su vocación sacerdotal-misionera, siempre sereno y agradecido con quienes mostraban su disposición a hacer algo por las misiones”.

En este punto hay que decir un par de cosas: la crisis que se respiraba no estaba tanto en los súbditos como en los superiores que no daban directrices inequívocas. El general pensaba de una manera, el provincial de otra, y los que trataban directamente con el pueblo, es decir, los superiores locales, no sabían cómo actuar. Además, no era ciertamente clarividente por parte de los superiores mayores poner como superiores de las casas de Italia a misioneros -aunque muy dignos- pero que habían vivido demasiado tiempo fuera del contexto italiano, donde el Concilio hacía sentir sus innovaciones más a menudo mal interpretadas. No es seguro que quien era muy bueno en Sudán lo fuera igualmente en Italia. En cuanto a la “fuga”, recordemos que el P. Gasparotto no fue el único. El maestro de Gozzano, por ejemplo, hizo lo mismo en 1969, y con toda razón. En resumen, el aire del 68 provocó muchas pulmonías en los alrededores.

Para agravar la situación del P. Gasparotto hubo también un hecho que hoy haría sonreír, pero que entonces atrajo las iras de la cabeza del pobre Padre. Un vendedor de jabón fue tan convincente que indujo al Padre a comprar tal cantidad de jabón que tardaron muchos años en agotarse las existencias. Con la inflación que entonces empezó a galopar, esta colosal compra resultó ser una ganga, pero no se juzgó así en su momento.

El H. Benetti prosigue: “Recuerdo al P. Gasparotto siempre alegre, sonriente, comprensivo, generoso, buena compañía y con un profundo sentido del humor. A este respecto recuerdo un hecho. Cuando volvía de sus días de misionero nos decía a los que le ayudábamos a contar el dinero: ‘Si encontráis unas 50.000 piezas os invito a una copa’. Nos moríamos todos de sed”, concluye el H. Benetti. Y prosigue: “Tenía algunos amigos párrocos, compañeros suyos de seminario, que le daban la jornada misionera a cambio del ministerio dominical o en fiestas especiales. Nunca se echó atrás porque estaba contento con su vocación sacerdotal-misionera, siempre sereno y agradecido a los que estaban dispuestos a hacer algo por las misiones”.

La breve experiencia brasileña

Dejando Thiene como un fugitivo, el P. Gasparotto, descorazonado pero no desanimado, desembarca en Nápoles donde se dedica al ministerio entre la gente. La gente de Nápoles es cordial, abierta a la amistad, sincera. Si uno se esfuerza por dar un poco de comprensión y simpatía, seguro que es correspondido al ciento por uno. Así pasó el Padre tres meses verdaderamente serenos.

Pero, mientras tanto, los superiores trazaron otros planes para él. En Thiene, había demostrado ser un genio cuando se trataba de reconstruir la casa. ¿Por qué no podía hacer el mismo trabajo en Brasil, donde hacía falta alguien dedicado a la construcción? El 1 de enero de 1969 partió para Mangabeira para trasladarse, al cabo de unos meses, a Balsas, donde permaneció hasta finales de 1970.

Se esforzó al máximo, pero tuvo dificultades con el idioma y la mentalidad brasileña, por lo que, en cuanto terminó sus compromisos, regresó de nuevo a Nápoles. Allí permaneció hasta 1972, cuando se marchó a México.

México

El P. Pietro Gasparotto escribe: “Lo que me pareció muy hermoso y heroico fue que, en cuanto terminó su servicio italiano, tuvo el valor fuera de lo común, a la edad de 62 años, de ponerse a disposición de sus superiores y partir para una nueva misión, enfrentándose a una nueva lengua y una nueva cultura. Vino a México, donde resultó que el Señor bendijo mucho su trabajo. Tuvo la dicha de ser un sacerdote eficaz y activo hasta los últimos días de su vida, en la capilla-rectoría de los Mártires de Uganda, en un barrio densamente poblado y más bien de clase baja. Aunque hablaba español con dificultad, tenía mucho trabajo: celebraciones, predicaciones, catequesis, confesiones, con un celo y una puntualidad admirables. También aquí algunos le criticaron por dedicarse demasiado a la sacramentalización y menos a la evangelización. Estas críticas le hirieron en sus convicciones más profundas de misionero que siempre había evangelizado administrando bien los sacramentos. Sin embargo, tengo la firme convicción de que los 20 años que pasó en México estuvieron llenos de amor a los fieles, de trabajo asiduo y de auténtica alegría al sentirse apreciado y querido por la gente. La gente tiene ojo y comprende rápidamente quién está verdaderamente a su lado y la quiere de verdad”.

los enfermos

Mientras trabajaba en la capilla de los mártires de Uganda, maduró una nueva actividad a la que el P. José se entregó con plena conciencia y generosidad: atender a los enfermos del barrio y de algunos hospitales cercanos.El primer viernes pasaba de 50 a 100, subiendo y bajando las escaleras, e intentando hacer un verdadero bien no sólo a los enfermos sino también a sus familias. Estaba convencido de que realizaba un gran ministerio, muy beneficioso para las almas y muy bendecido por el Señor. En esto se parecía completamente a monseñor Bortolo, que en Sandrigo y Montecchio Maggiore visitaba puntualmente todos los días el hospital; y lo imitaba muy bien también en su perenne y puntual asiduidad al confesionario, hasta los últimos días de su vida.

La gente del barrio de Moctezuma acabó conociéndole y apreciándole profundamente. Lo vieron durante los tres meses de su enfermedad: hombres y mujeres competían por asistirlo día y noche… y la noche de su muerte fue velado en la capilla con rezos y cantos. No cabe duda de que la gente sencilla le quería y había visto en él a un hombre de Dios.

Oración

El P. Pietro Gasparotto escribe: “Siempre he admirado en mi tío su austero horario “sudanés”: levantarse a las 4 de la mañana, dedicar a la oración (breviario, meditación, rosario, adoración) todo el tiempo disponible hasta la llegada de los fieles. En el último mes de su vida, en el hospital, aún intentaba recitar los salmos del breviario por la mañana y rezaba varios rosarios a lo largo del día. Hacía todo lo posible por no dejar nunca la Santa Misa, ni siquiera entre semana. No se daba aires de beato, pero en realidad rezaba mucho y enseñaba a rezar a sus enfermos y a los que se le acercaban al confesionario.

Era un hombre de paz; no le gustaba iniciar peleas; prefería guardar silencio, dejando muy claro su desacuerdo. Era habitualmente silencioso; esto le permitía escuchar mucho a los demás que le hablaban. Al final daba su opinión, con mucha sencillez, rectitud y sentido común. El hecho de que nunca regañara a nadie permitía que la gente se acercara a él con mucha confianza, a pesar de su aspecto habitualmente serio y austero. No era un intelectual, ni nunca quiso serlo, pero me consta su diligente preparación del sermón dominical con lecturas apropiadas, tanto para sacar ideas como para enriquecer su vocabulario español. Siempre mantuvo vivo el deseo de dar algunos paseos por los bosques del Valle de México, lejos del terrible smog que intoxica a la capital. Eran momentos bastante raros pero profundamente disfrutados juntos, que terminaban con truchas frescas pescadas por el muy experimentado P. Pendín. Solía tomar vino y muchos cigarrillos. Para mi asombro, cuando el médico le prohibió todo esto, obedeció como un niño y no emitió ni un gemido durante tres meses. También por esto vi que sabía aceptar serenamente su cruz sin que pesara sobre nadie”.

La voluntad de Dios, sobre todo

Su sobrino el P. Pietro prosigue: “En cuanto a los rumores de un posible traslado mío, me repitió varias veces una regla que era habitual en él: no pedir nunca un traslado, pero si los superiores lo proponen por el bien de las misiones, no rechazarlo nunca. Era para él la manera más segura de cumplir la voluntad de Dios en medio de las incertidumbres de este mundo.

La Providencia quiso que yo no pudiera estar presente en el momento supremo de su encuentro con el Señor. Graves demoras del gobierno cubano en dar el permiso para un curso universitario en el seminario nacional de Cuba me obligaron a partir justo cuando mi tío comenzaba a deteriorarse. Me fui con la certeza de que tenía toda la asistencia que uno pudiera desear, tanto de los hermanos de la casa, como de médicos amigos, y de dos enfermeras muy buenas que lo cuidaban día y noche como si fuera su propio padre. Sin embargo, siempre me quedé con una profunda espina y angustia, sin saber si había hecho lo correcto al marcharme o si no habría sido mejor que me hubiera quedado junto a él.

Esta angustia terminó en Semana Santa, cuando me encontraba en una parroquia de La Paz para ayudar en el ministerio después de mi regreso de Cuba. Tuve un sueño (digo: “sueño” ni más ni menos) en el que vi al P. José muy guapo y muy sonriente entrando en el salón mientras yo estaba en la mesa con los otros dos padres. Se inclinó hacia mí, me dio un beso en la frente y desapareció. El sueño me pareció extraño, porque nunca le había pedido al Señor que me diera una señal de que el P. José estaba contento conmigo; y, por otra parte, nunca le había visto besarme de esa manera. Podéis pensar lo que queráis; yo lo tomé como una señal de que el P. José está vivo, feliz y preocupado por llevar la paz a nuestros pobres corazones. Recemos por él y recemos por nosotros mismos, bendiciendo su memoria y tratando de imitarle en el amor a Cristo y a su reino por encima de todo”.

Unos meses antes de su muerte, el P. Gasparotto empezó a sufrir fuertes dolores de estómago. Ingresado en el hospital, le diagnosticaron un cáncer de hígado. Aceptó su situación con la serenidad del siervo fiel que, consciente de haber hecho todo lo que podía por el Reino de Dios, sabe que su jornada terrena llega a su fin. Incluso aquella grave enfermedad fue leída por él como una manifestación de la voluntad de Dios “nada que pedir, nada que rehusar”. Y se preparó para encontrarse con el Señor en la oración y en la ofrenda de sus sufrimientos. Tras pedir y recibir los sacramentos, falleció, edificando a cuantos le rodeaban. Su cuerpo, después del solemne funeral que vio una extraordinaria multitud de fieles, descansa en tierra mexicana como fermento de nuevas vocaciones para la Iglesia y para nuestra Congregación a la que amó y por la que se entregó sin escatimar esfuerzos.

P. Lorenzo Gaiga
Del Boletín Mccj n. 171, julio de 1991, págs. 69-77