Fecha de nacimiento: 01/03/1920
Lugar de nacimiento: Cogollo del Cengio Vi/I
Votos temporales: 07/10/1940
Votos perpetuos: 07/10/1945
Fecha de ordenación: 07/07/1946

Llegada a México: 1949
Fecha de fallecimiento: 18/12/2013
Lugar de fallecimiento: Negrar VR/V

P. Marcello Panozzo nació en Cogollo del Cengio, provincia de Vicenza, el 1 de marzo de 1920. En su «solicitud» para entrar en los combonianos, Marcello escribió cómo su primer deseo de ser misionero se había despertado en él leyendo la revista «Nigrizia» en quinto grado. Cuando entró en el seminario diocesano de Verona, en tercero, le dijo a su padre espiritual que el deseo de hacerse misionero estaba cada vez más vivo en él. Así que en 1935 pudo entrar en el seminario comboniano de Brescia. «Pienso en la elección de ser misionero comboniano. La llamada me llegó cuando estaba en el seminario diocesano, mientras estudiaba para ser sacerdote diocesano. Respondí que sí y me dejé llevar hacia horizontes lejanos. Seguir las inspiraciones de Dios es decir sí al plan que Él tiene para nosotros, cada día».

Ingresó en el noviciado de Venegono, emitió sus primeros votos en 1940 y fue ordenado sacerdote en Verona el 7 de julio de 1946. Después de tres años en Italia, fue enviado a Baja California (México) en 1949, donde trabajó durante 45 años.

La misión en México

El propio P. Marcello, con ocasión de su 25 aniversario de sacerdocio, recuerda así aquellos primeros años: «Con el inmenso deseo de pasar mi vida en el centro de África, pasé los tres primeros años en Troia y en el noviciado de Florencia, como profesor y propagandista, y un poco también como ecónomo. Como un relámpago, me llegó el destino de la Baja California. En cualquier caso, en cuanto llegué a mi destino, me involucré mucho en el apostolado.

Los primeros 6 sacerdotes y 3 hermanos combonianos habían llegado a Tijuana, Baja California, el 22 de enero de 1948. Mons. Felipe Torres Hurtado, administrador apostólico de aquel vicariato, en visita ad limina a Roma, había solicitado a la Santa Sede la presencia de un instituto misionero para su vasto territorio, casi totalmente desprovisto de asistencia religiosa por falta de sacerdotes. Dada la legislación anticlerical entonces vigente en México, los combonianos entraron en el país como miembros de una «asociación cultural» e iniciaron su labor en La Paz el 15 de febrero de 1948.

P. Marcello formó parte de los primeros grupos que llegaron a esta tierra, donde pasó casi cincuenta años de evangelización y sacrificio.

En Baja California, el P. Marcello trabajó en las parroquias de La Purísima, San Ignacio, Santa Rosalía, Ciudad Constitución, Bahía Tortugas, Loreto y Mulegé. «Muchas veces tuve que hacer largos viajes a caballo, y en esto creo que tengo un récord. También he viajado mucho en coche, muchas veces en coches viejos que a veces se negaban a seguir, y más de una vez he realizado mis viajes a caballo en los que iba despacio, pero seguro y puntual, salvo aquella vez que me perdí en la sierra…».

He aquí el relato de su primera Navidad en México. «Es 1949, en la misión de La Purísima, Baja California. Nochebuena. Debía ir a celebrar una boda en Comondú, a por lo menos ocho horas de camino en mula, si todo salía bien. Salimos al mediodía, pero yo no conocía el camino y mi acompañante tampoco. Se nos hizo de noche y las mulas no encontraban el camino. Lo único que podíamos hacer era parar y dormir allí, en medio del desierto, como los pastores de Belén. Hacía mucho frío y sólo tenía una manta tendida en el suelo. Aquella noche soñé recuerdos de Navidades pasadas, de mi infancia. También soñé con monseñor Timoteo Lugoboni, mi superior en el seminario de Verona, ¡que me recomendó que me ocupara de los villancicos! Cuando salió el sol, reanudamos el viaje. Como tenía que celebrar misa, había ayunado desde medianoche, así que llegué a mi destino con el estómago vacío, eran las cinco de la tarde del día de Navidad. Confesé a los novios, celebré la boda y la misa de Navidad, ¡en un español que todavía era medio italiano! Todo salió bien, incluso los cantos litúrgicos, ¡según la recomendación del obispo Lugoboni! Sin embargo, aprendí, a mi costa, que para llegar a Comondú era mejor salir temprano por la mañana, ¡no al mediodía!

Veamos lo que escribió en su recuerdo por los 25 años de sacerdocio: «En Villa Constitución (luego llamada Ciudad Constitución) donde estuve doce años, tuve que empezar de la nada y vi coronados mis sacrificios al terminar la iglesia más hermosa y grande de la Prefectura y también el hermoso colegio que alberga a más de 500 alumnos. Además, me consuela el intenso apostolado, tantos bautismos y confirmaciones administrados en tantos lugares».

Algunos aspectos de su personalidad

A mediados de 1995, el padre Marcelo tuvo que volver a Italia para recibir tratamiento, primero a Milán, luego a Rebbio, donde permaneció quince años, y finalmente a Verona. Falleció en Negrar el 18 de diciembre de 2013.

En Verona, pudo contar a sus hermanos un «milagro» que había experimentado: «Como sabéis, siempre he estado muy unido a la Virgen, y hoy quisiera contaros la gracia que recibí en Lourdes. Desde hacía algún tiempo me habían diagnosticado una ‘hermosa’ artrosis en las rodillas. Caminar y arrodillarme se había vuelto muy doloroso para mí. Entonces, me encontraba en Lourdes, cerca de la gruta. Mi mirada se detuvo en un cartel que decía «Mójate». Sentí que esa frase iba dirigida a mí en ese momento. Así que no me lo pensé dos veces y me lancé al agua de la gruta. Desde aquel día, ¡mis rodillas nunca volvieron a ser las mismas! Podía arrodillarme sin problemas, ¡ya no sentía ningún dolor! No necesitaba que me visitaran, sabía que la Virgen me había curado».

P. Marcello tenía un profundo celo apostólico y una gran disponibilidad hacia las personas a las que era enviado. A este respecto, en algunas de las cartas que escribió a sus superiores, encontramos expresada su angustia por la excesiva severidad que encontraba en algunos misioneros, debida tal vez a una interpretación estricta de las disposiciones conciliares sobre la administración de los sacramentos y la catequesis que necesariamente debe precederlos. Para él, estos misioneros un tanto intransigentes, jóvenes «espíritus inquietos» que preconizaban «menos sacramentos y más evangelización» conducían a «menos sacramentos y menos evangelización». De hecho, «utilizando el método duro, muchos pequeños se quedan sin Bautismo y muchos adultos sin Matrimonio, para gran tristeza de los rechazados y regocijo de las sectas protestantes» e insistió en la necesidad de «más amor y más paciencia, imitando a nuestro Fundador, de quien un mahometano dijo que era tan bueno como el profeta Jesús».

Su apego al Instituto y a su vocación era también grande. «Siempre he sentido un gran amor por el Instituto», leemos en otra carta, «y la crisis actual me ha dado muchas penas. Me gustaría mucho que se volviera a la piedad, al tiempo y al espíritu de sacrificio, para que nuestro Instituto creciera en méritos y en número». Y subrayó que algunos aspectos -que quizá puedan parecer detalles- como la retirada de la sotana, las capillas transformadas en salones, los cuadros de la Virgen y de los santos sustituidos por «bocetos» un tanto abstractos y excéntricos no sugieren belleza y no invitan a la piedad: «sentimos la necesidad de contemplar, la necesidad de Dios y de las cosas santas… recuerden que la felicidad del Paraíso consiste en contemplar a Dios cara a cara».

Del Mccj Bulletin nº 258 suppl. In Memoriam, enero de 2014, pp. 161-165.