Fecha de nacimiento: 24/05/1932
Lugar de nacimiento: Caspoggio/I
Votos temporales: 09/09/1952
Votos perpetuos: 09/09/1958
Fecha de ordenación: 02/04/1960
Llegada a México: 1970
Fecha de fallecimiento: 27/06/2018
Lugar de fallecimiento: Milano/I

P. Mario Negrini nació en Caspoggio (Sondrio) el 24 de mayo de 1932. Su vocación misionera tuvo un comienzo ocasional: “Una especie de desafío con mi primo Dino”, nos cuenta, “que quería ir al seminario, y entonces dije ‘¿por qué él sí y yo no?’ El 15 de octubre de 1944, cuando tenía doce años, después de un largo viaje de dos días, a pie hasta Sondrio acompañado por mi madre, luego en tren y en barco hasta Como, y finalmente en el camión del superior hasta Crema, comenzó mi vida en el seminario; un comienzo duro, debido también al período de guerra”. Así comienzan las páginas en las que el padre Mario Negrini quiso “contar su historia” en enero de 2015, mientras se encontraba en Como, y de las que nos nutrimos para este obituario.

Formación y primeros años de sacerdocio

Mario permaneció tres años en Crema, donde regía una “disciplina de hierro”. Después fue a Brescia, donde permaneció hasta 1950, y al noviciado de Florencia, donde profesó el 9 de septiembre de 1952. Desde ese año hasta 1956 estudió filosofía en Verona. En esa época tuvo que interrumpir sus estudios debido a una enfermedad pulmonar y fue hospitalizado en la casa comboniana de Arco (Trento).

Curado, completó los estudios de teología en Venegono Superiore (Varese), donde emitió la profesión perpetua el 9 de septiembre de 1958. El 2 de abril de 1960 recibió la ordenación sacerdotal de manos del Card. Giovanni Battista Montini (futuro Papa Pablo VI). Celebró su primera misa en Caspoggio, la tarde del 28 de junio de 1960, junto con el P. Pietro Bracelli, compatriota suyo, que acababa de llegar de Como, donde había sido ordenado el 26 de junio.

El primer destino del P. Mario fue Brescia, donde estuvo como animador misionero en las parroquias y como profesor de ciencias en el liceo comboniano, hasta 1963. Después fue enviado a España, a San Sebastián, en la redacción de la revista Aguiluchos (‘Piccolo Missionario’, edición española). Mientras tanto estudió el idioma. En esa época sufrió una recaída de la enfermedad y fue hospitalizado de nuevo en Arco. Tras el tratamiento, regresó a Brescia en 1968 como profesor.

En misión

Finalmente, en 1970 pudo hacer realidad su sueño de ir de misión: fue enviado a México, a la Baja California mexicana, concretamente a la capital, La Paz.

El primer año trabajó en el seminario como ecónomo. Luego fue a la parroquia de Santa Rosalía, y después de nuevo a La Paz, como coadjutor en la parroquia de Nuestra Señora. “Mientras tanto, mi madre había fallecido (1971). No pude volver a Italia para el funeral, porque la noticia de su muerte llegó días después. Finalmente, en 1975 vine a Italia de vacaciones y para un curso de actualización en Roma. Así pude reencontrarme con la familia y rezar ante la tumba de mi madre”.

Al final del curso, el P. Mario regresó a México y fue encargado de la administración económica de todas las comunidades combonianas de México (ecónomo provincial). Durante cinco años su residencia estuvo en la capital, la Ciudad de México; después, durante los cuatro años siguientes, ejerció su ministerio entre las parroquias de la periferia de la gran ciudad. En 1985 regresó a Baja California como párroco en Ciudad Constitución, donde permaneció once años. Durante ese tiempo, construyó y renovó varias iglesias y centros de catequesis.

En 1996, después de años de trabajo pastoral, de acuerdo con sus superiores, reanudó su labor como animador misionero y formador de seminaristas combonianos. Para estas tareas regresó a Ciudad de México, donde permaneció hasta el año 2000.

Regresó a Italia por tres años, como superior en el seminario de Thiene y, por otros dos, en la casa de Rebbio. Pero en 2005 regresó a Baja California, a las afueras de La Paz, en la parroquia de la Sagrada Familia.

Algunas reflexiones sobre la misión mexicana

“Mi primer impacto con México y la Baja California fue, además del desierto geográfico, sobre todo el desierto espiritual, es decir, de una fe que se moría. Primero, porque los misioneros jesuitas, que habían llegado décadas antes, habían sido expulsados por el gobierno, que estaba en contra de la Iglesia. Esto dejó a los fieles sin guía. En segundo lugar, por la falta de comunidades cristianas formadas. Había cristianos bautizados, pero aislados, sin comunidades. Cristianos de nombre, no de hecho, sin haber recibido la Confirmación, sin Eucaristía y matrimonios sin sacramento. Los combonianos reevangelizamos según nuevos criterios. Más que preocuparnos de los bautismos, nos preocupábamos de reavivar la fe en la gente, de formar nuevas comunidades. Mis parroquias consistían en varias aldeas, con una iglesia, distantes entre sí hasta 100 o 200 km, y estaban conectadas por caminos de tierra, difíciles de transitar. El clima en verano era muy caluroso, mientras que en invierno era suave y agradable, aunque con fluctuaciones de temperatura.

Mi experiencia misionera fue positiva, a pesar de la indiferencia y la falta de ayuda de las autoridades civiles. El clima hostil fue revelado inmediatamente por un hecho muy triste, el asesinato de un misionero comboniano por un grupo masónico, que luego presentó el incidente como una desgracia, un ahogamiento, mientras que había signos visibles de estrangulamiento. Una experiencia positiva fue la de haber podido constatar un claro progreso en la Baja California, no sólo civil, sino sobre todo en la fe, hasta el punto de poder entregar a la Iglesia local las parroquias dirigidas por nosotros, los combonianos”.

Regreso a Italia

Para su 50 aniversario de ordenación sacerdotal, el P. Mario pidió volver a Italia. Así podría celebrar el importante aniversario en Caspoggio, el 4 de julio, con el P. Pietro Bracelli, párroco, varios sacerdotes, parientes, amigos y toda la comunidad. Por desgracia, escribió, “en todas estas últimas ocasiones he vivido sin la presencia de mis hermanos y hermanas, todos los cuales fallecieron sin que yo pudiera estar presente en el funeral. Pero desde la misión pude ofrecer este sacrificio al Señor y compartir el dolor con todas las familias’.

Después de 2010, el P. Mario seguía disponible para volver a la misión, pero los superiores le enviaron a Rebbio para realizar trabajos misioneros y jornadas misioneras en las parroquias.

“Ahora, en 2015, continúo mi papel de misionero comboniano en Rebbio, en compañía de otros hermanos y de mi compatriota el P. Pietro. Aquí puedo alternar el trabajo con el descanso y la oración. De vez en cuando sirvo en parroquias vecinas y a veces hago una escapada a Caspoggio para recordar la parroquia donde celebré mi Primera Misa y rezar ante la tumba de mis padres, hermanos y hermanas’.

A principios de 2017 fue trasladado para su tratamiento a Milán, donde falleció el 27 de junio de 2018.

Desde México recuerdan

El recuerdo que nos dejó el P. Mario en todos estos años de servicio a la misión comboniana en México, es el de un hombre sencillo dedicado a su trabajo, austero en su estilo de vida, sobrio y atento a las personas.

De pocas palabras, sereno, supo crear un clima de fraternidad en las comunidades donde vivió. Aunque no era amante de las fiestas, sabía aprovechar las ocasiones para estar junto a sus hermanos y a la gente de la comunidad.

En su trabajo pastoral, procuraba ayudar y acompañar a los laicos, y en las parroquias en las que servía, siempre estaba comprometido con la formación de líderes y catequistas. Se interesó por los movimientos y, especialmente en Baja California, fue uno de los misioneros que siguió con simpatía y dedicación a los miembros de los Cursillos, la Legión de María y la Renovación Carismática. Como pastor siempre estuvo cerca de las personas que le fueron confiadas con dedicación y ganándose el corazón de todos sus fieles.

Testimonio

P. Pietro Bracelli, que también pasó los últimos años con él en Rebbio, escribe: “Dos veces estuvo enfermo de los pulmones y dos veces superó la crisis… Con sus 83 años, muestra un estado de salud superior al normal. Por ello, siempre le oigo dar gracias al Señor, como si se tratara, según sus palabras, de un milagro”. El P. Mario ha sido siempre un misionero lleno de alegría y disponibilidad, sensible y capaz de ser amigo de todos y, por tanto, bien acogido en todas las comunidades y por cada uno de los hermanos. La salud espiritual y también la física han sido dos fuertes apoyos en su vida. Yo también, con él, doy gracias al Señor por todo lo que nos ha dado, llamándonos a la vida misionera”.

Del Boletín Mccj nº 278 Suppl. In Memoriam, enero 2019, pp. 63-67.