Caminando con los pueblos originarios de la montaña de Guerrero
Unir fe y tradición: Presencia misionera en la montaña de Guerrero
Por: P. Ismael Piñón
Desde Metlatónoc, Guerrero
Después de ocho interminables horas de viaje nocturno en autobús, llegué a Tlapa de Comonfort, Guerrero, sede de la diócesis a la que pertenecen las misiones de Metlatónoc y Cochoapa, los dos pueblos más pobres de México según las estadísticas nacionales, y donde los combonianos están presentes desde hace ya 20 años. Me estaba esperando Cecilio, un taxista que hace el servicio entre Tlapa y Metlatónoc, puesto que no hay transporte público. Son unos 90 kilómetros a través de una carretera serpenteante que surca la montaña y en la que suele haber desprendimientos a causa de la lluvia y de los continuos temblores que afectan a esta región. Gracias a Dios llegamos sin problemas y me reci- bieron los padres Miguel Navarrete y Salvador Castillo, la comunidad comboniana que se ocupa de la pastoral en Metlatónoc y en los más de 50 pueblos que pertenecen a la parroquia.
La parroquia de San Miguel Arcángel de Metlatónoc fue fundada en el siglo XVII por los españoles. Una imagen del Arcángel situada detrás del altar indica claramente quién es el patrón de la parroquia. La iglesia está rebosante de flores desde la entrada hasta el último rincón, porque son las fiestas patronales. De hecho, quise aprovechar el momento de las fiestas para visitarla y conocer un poco más de cerca las tradiciones y la cultura de esta parte del México profundo, poco conocida para forasteros como yo.
Lo primero que me sorprendió fue la estructura social y comunitaria, ya no sólo del pueblo, sino también de la comunidad parroquial. Todo gira en torno a la figura de lo que llaman «los fiscales». Ellos organizan los festejos, las procesiones, el mantenimiento de la iglesia y las celebraciones. Cuando le pregunté al padre Miguel, el párroco: «entonces, ¿qué hace el cura?», me respondió con una sonrisa: «pues, la misa».
En este rincón del estado, como en buena parte de los pueblos de México, lo social, lo político, lo folclórico y lo religioso se mezclan de tal manera que es difícil saber dónde termina lo uno y dónde empieza lo otro. Los fiscales son elegidos cada año, durante las fiestas patronales. En la misa solemne de los Santos Arcángeles, celebrada el 29 de septiembre, se hace la ceremonia del traspaso de poderes. Ellos tienen las llaves de la parroquia, gestionan los recursos económicos y organizan todo lo que concierne a las grandes celebraciones, incluidas, por supuesto, las procesiones y los festejos del Santo Patrón San Miguel.
Pude visitar también, aunque muy brevemente, la parroquia de Cochoapa El Grande, apenas a ocho kilómetros de Metlatónoc. Ahí están los padres Rodolfo Valdez, Jesús Lobato y el comboniano polaco Wojciech Chwaliszewski. Fue creada en 2004, desmembrada de Metlatónoc y está dedicada a Santiago Apóstol, también con sus fiscales y sus ma- yordomos, divididos en dos grupos que no siempre se ponen de acuerdo: uno dedicado a Santiago caballero y el otro a Santiago peregrino.
Según me comentaba el padre Miguel, esta manera de hacer viene desde los tiempos de la conquista, en que los españoles decidieron respetar y mantener las tradiciones indígenas, permitiéndoles seguir sus usos y costumbres, incluso en lo que respecta a las autoridades locales, para así poderlos controlar mejor. «Si les quitas esto, el pueblo se muere, porque no tiene ninguna otra cosa a la que aferrarse para mantener su identidad», me dice el padre Miguel. Al ser zona de montaña, no hay trabajo campestre, tampoco hay ganadería; las únicas actividades económicas son el pequeño comercio y el poco trabajo de construcción o mantenimiento. El pueblo vive principalmente de las remesas que reciben de los emigrados a Estados Unidos y de las subvenciones del estado y del Gobierno Federal. Los habitantes viven por y para las fiestas: del Santo Patrón, Día de Muertos o Semana Santa, entre otras.
El papel del sacerdote
En este contexto, el sacerdote, más que una autoridad religiosa, es un intermediario entre Dios y los hombres, cuya función principal es rezar e interceder por el pueblo y sus habitantes, tanto los vivos como los difuntos. De hecho, el número de intenciones de misa que se reciben diariamente en el despacho parroquial es enorme. Cada día, una hora antes de la celebración eucarística, el padre Miguel se presenta ante el altar y el Santo Patrón para leer la lista interminable de intenciones que la gente le ha entregado.
Visto superficialmente desde fuera, puede dar la impresión de que el papel del sacerdote o del párroco es meramente secundario y su trabajo, un mero servicio sacramentalista en el que lo mágico y lo supersticioso ocupan el lugar de lo que debería ser una verdadera fe en Dios. O, lo que es peor, puede interpretarse como un simple mercadeo de misas y sacramentos, fuente inagotable de recursos económicos. Pero cuando uno empieza a mirar más profundo, descubre que el sacerdote, el «padre», es una figura importante en el pueblo. A él acude mucha gente para confiarle sus problemas y preocupaciones, para pedirle oraciones o una bendición. Prácticamente, no tiene ninguna autoridad en lo que concierne a las actividades que se realizan en torno a la iglesia, pero es una persona respetada por todos y un referente para la fe de la gente sencilla.
A través de las catequesis, de las preparaciones a los sacramentos o de sus homilías en las misas o en los funerales, el padre Miguel trata de pasar el mensaje del Evangelio; de forma sencilla, pero con argumentos y buscando siempre la mejor manera de ayudar a los cristianos a fortalecer su fe en un Dios, que está siempre cerca de los pobres. Más que con grandes discursos, es con una presencia cercana y fraterna como va logrando poco a poco que el Evangelio de Jesús vaya penetrando ellos. Para él, el secreto es la presencia; estar siempre dispuesto a recibir a alguien, a escucharlo, a darle unas palabras de ánimo y de consuelo en los momentos difíciles, como la enfermedad o la muerte, o un consejo ante las muchas dificultades que la gente vive en su día a día.
Unos días antes de la fiesta patronal, la parroquia contó con la visita del obispo, que llegó para la celebración de las confirmaciones. Un grupo de 20 personas, entre niños, jóvenes y adultos, recibieron el sacramento de la confirmación de manos de monseñor Dagoberto Sosa, obispo de Tlapa, y una pareja celebró su matrimonio cristiano ante él. Incluso el primer pastor de esta parte del estado de Guerrero, tuvo que adaptarse a los horarios programados por los responsables de los festejos patronales. Hubo que esperar a que se terminara la procesión organizada por el pueblo para celebrar la misa de la confirmación, que fue alegre y festiva, y en la que no faltaron los mariachis para animar los cantos.
Las fiestas patronales de Metlatónoc duran una semana, entre cohetes, cantos y danzas tradicionales. El 28 de septiembre, víspera de la fiesta de los Santos Arcángeles, es el día grande, con procesiones, rezos, música y un ruidoso castillo de fuegos artificiales en la noche. El día 29 se celebra la misa solemne, con el traspaso de poderes de los fiscales, y concluye con una procesión hacia la casa del fiscal saliente quien, según la costumbre, ofrece una comida a todos los presentes.
No es fácil ser sacerdote y misionero en esta realidad, a la que hay que añadir la dificultad de la lengua (mixteco). Hace falta una buena dosis de humildad y, sobre todo, mucha paciencia. En Metlatónoc, como en Cochoapa, el misionero no es el protagonista ni el actor principal, es simplemente un instrumento que se esfuerza por buscar caminos para unir fe y tradición, dejándose guiar por Dios, convencido de que el Señor actúa siempre a su manera y penetra en el corazón de la gente sencilla como y cuando Él quiere.