Hno. Andrés Gaspar: «Mostrar a Cristo a través de nuestras obras»

El hermano Andrés Gaspar Abarca es un misionero comboniano originario de Chilpancingo, Guerrero, enfermero de profesión. Lleva más de 15 años en Sudán del Sur, trabajando en el hospital de Mapuordit, en el estado de Lagos, en el centro del país. Aprovechando sus vacaciones en México, le pedimos que nos hablara un poco de este pequeño país africano y nos compartiera su experiencia misionera.

Entrevistó: P. Ismael Piñón, mccj

–¿Cómo está ahora la situación en Sudán del Sur?

En este momento la situación política es estable, porque las dos etnias enfrentadas, los dinka y los nuer, llegaron a un acuerdo, pero siempre vivimos con incertidumbre, porque en cualquier momento puede estallar de nuevo el conflicto, ya que ninguno de los dos quiere ceder. Por otra parte, la guerra en Sudán nos ha afectado mucho; la gente que es del sur y estaba en el norte ha regresado. También nos afecta a nivel económico, porque mucha mercancía venía de Sudán, y ahora tenemos mucha escasez de suministros. Existe un acuerdo con China sobre el petróleo, pero ahora escasea y la devaluación de la moneda nacional es muy grande. En tiempos de la independencia, un dólar costaba dos libras sursudanesas, ahora un dólar cuesta mil 700 libras.

Yo trabajo en una región dinka. La situación conflictiva ahora está un poquito mejor, aunque entre ellos mismos sigue habiendo divisiones. Hace unos años aún era común ver a la gente con armas. En Mapuordit, donde estoy, salías a la calle y veías a toda la gente con armas. Los asaltos eran muy frecuentes, yo fui asaltado dos veces; una de ellas nos dispararon, pero gracias a Dios salimos vivos, aunque un padre fue herido. A veces me preguntaba, «¿qué hago aquí?». Hace unos dos años cambiaron al gobernador y llegó uno muy rígido que ordenó matar a los delincuentes. Eso hizo que haya menos asaltos. Para mí vivir esos momentos de conflicto fue bastante difícil. Al menos con la llegada del nuevo gobernador todos esos conflictos cesaron y ahora vivimos con cierta tranquilidad, aunque la gente sigue sufriendo por la situación económica.

¿Y en el campo sanitario?

–Todavía tenemos que trabajar mucho en la concientización de la gente en lo que se refiere a la prevención. Por ejemplo, no comprenden ni aceptan la cuestión de las vacunas, especialmente a los niños. Estamos intentando hacer una profilaxis contra la malaria, pero no lo entienden ni lo aceptan. A parte de eso, el gobierno invierte muy poco en sanidad y en educación. La mayor parte del dinero lo gasta en armamento.

En el hospital de Mapuordit se pide a la gente que pague sólo un dólar por la consulta, los análisis y las medicinas; pero evidentemente eso no cubre los gastos del hospital, que son cubiertos en su mayor parte por la diócesis y los combonianos. Hay un acuerdo con el gobierno por el que la diócesis cubre el 60 por ciento de los gastos y los combonianos contribuimos con un 30 por ciento gracias a las donaciones que recibimos. El gobierno debería cubrir el 25 por ciento de los salarios y contribuir también con medicinas, pero ahora, con la devaluación, apenas llega al 5 por ciento, el resto lo deben pagar la diócesis y los combonianos. Por eso la gente tiene muy poca confianza en las autoridades; ya no sólo en el campo de la salud, sino también en la educación, incluso los militares tienen salarios insuficientes. Por miedo, nadie protesta contra estas situaciones.

–Con todas estas dificultades, ¿dónde encuentras la fuerza y la motivación para aguantar y mantenerte ahí?

Yo siempre tengo esperanza. Cuando llegué a Mapuordit todavía era Sudán, aún no se había declarado la independencia de Sudán del Sur. Ya se había hecho el referéndum y la situación estaba bastante tranquila. Fue una época muy bonita para mí. Venían muchas personas al hospital y era muy gratificante ayudar y estar con la gente. Por desgracia todo cambió después de la independencia, cuando estalló el conflicto armado entre las dos etnias, especialmente en 2015. Todo el mundo andaba armado. En ese tiempo, me dije que ya me regresaría para México, pero aguanté. Ayudar a la gente es lo que me hacía sentir mejor. Ahí vivíamos con la esperanza de que algún día volvería la paz. Con la llegada del nuevo gobernador y sus métodos autoritarios, volvió la paz y la gente viene de muchas partes del país para ser curada en el hospital.

–¿Cómo vives tu vocación misionera de Hermano en este campo de la salud?

Trato de vivir con esperanza y dar buen ejemplo. La gente se da cuenta. En los tiempos de conflicto, muchos voluntarios se fueron porque no querían arriesgar sus vidas. Nosotros, sin embargo, decidimos quedarnos para seguir trabajando por la gente. Mostrar a Cristo a través de nuestras obras, de nuestro trabajo, a veces no es fácil, pero hacemos el esfuerzo de ayudar y decimos a la gente que no somos nosotros los que estamos ayudando, sino que es Cristo quien nos envía para ayudarles; eso es lo que nos ha dado la fuerza para trabajar como Hermanos.

–¿Qué le dirías a tus paisanos mexicanos?

En primer lugar, que sigan rezando por Sudán del Sur, porque estamos aún muy lejos de la paz y esperamos llegue pronto, además, que se estabilice la situación económica para que la gente ya no sufra más. Les diría también que sigan haciendo oración por nosotros y que no dejen de apoyar a la misión, también materialmente, porque cuando lo hacen están apoyando nuestro trabajo y ayudando a la gente. Y si hay alguno que es médico o enfermero y quiere venir como voluntario, el hospital está abierto y da la bienvenida a quien quiera venir a colaborar. Allá lo esperamos.

Fiesta de San Miguel y del Santo Cristo de Acebes

El padre José de Jesús nos habla sobre el nuevo obispo, monseñor Mikel Garciandía Goñi, que recibió la ordenación episcopal el pasado 20 de enero en la catedral de San Antolín, Palencia. También comparte su experiencia en la Unidad Pastoral de Frechilla y las parroquias que la constituyen: Frechilla, Guaza de Campos, Mazuecos de Valdeginate y Autillo de Campos.

Por: P. José de Jesús García
desde Palencia, España

El pasado 8 de mayo fue la fiesta patronal de San Miguel Arcángel, en Frechilla. Para iniciar la novena, monseñor Miguel nos honró con su presencia, presidiendo la misa en la ermita de San Miguel, a dos o tres kilómetros fuera del pueblo. Posteriormente se transportó en procesión la imagen de San Miguel hacia la parroquia. A petición de los habitantes del pueblo, el obispo bendijo los campos, en los que se sembró cebada y trigo. Nuestro nuevo obispo es devoto de san Miguel y también lleva su nombre. En casi todas las familias de Frechilla hay alguien que lleva ese nombre. El padre José Antonio Ovejero y su servidor acompañamos el novenario y conclusión de la fiesta con una misa solemne.

Continuando con las fiestas patronales, nos preparamos para Pentecostés, que coincide con la fiesta del Santo Cristo de Acebes, ermita ubicada a 3 kilómetros de distancia, en las afueras del poblado de Guaza de Campos. Dicha ermita es una construcción del siglo XVI. En su interior tiene un bonito retablo, obra del pintor español del renacimiento Pedro Berruguete, realizado en 1501. La ermita del Cristo de Acebes se encuentra en el campo, donde hoy no hay casas. Según cuentan los vecinos, tiempo atrás había un pueblo y, por alguna razón, la gente se fue a vivir a otro lugar.

La fiesta del Cristo de Acebes se celebra el día de Pentecostés. Nueve días antes comienza la novena. Suelen venir familiares de los vecinos de Guaza desde diferentes lugares de España para participar. El primer día los vecinos traen en procesión la imagen del Cristo de Acebes. Lo hacen en oración y silencio, trasladándola a la parroquia de Guaza. La procesión va acompañada por un grupo musical llamado Dulzaina, de música tradicional castellana, especial para estos momentos religiosos.

Para revivir el tiempo pasado y hacerlo presente para las nuevas generaciones, se conserva una hermosa tradición. Se cuenta que cuando había más habitantes en Guaza, se daba pan, cebollas y queso, pero sólo a los niños que participaban en la misa. Es una tradición que nació de los pastores y agricultores, pues estos productos son de esta zona. Hoy, esta fiesta tiene un sentido más tradicional y de bendición para continuar reavivando la fe. Los vecinos participan para recordar a sus seres queridos, con la certeza de que, si estuvieran vivos, por ninguna razón faltarían a la fiesta del Santo Cristo de Acebes.

Hoy se da el pan, queso y cebolla a las personas que participan de la misa o que llegan a la fiesta. Al estar repartiendo esos alimentos, la gente nos dice: «deme para mi mamá que no pudo venir porque hoy no está bien de salud. Me dijo: “ve a la fiesta, haz oración por mí y si hay pan, queso y cebolla tráemelos porque son del Santo Cristo y están benditos, los comeré y me harán bien”».Dios escuche nuestras oraciones y nuestras plegarias por cada persona de cualquier parte del mundo que nos pide rezar por ellas, por sus necesidades materiales y espirituales.Doy gracias a Dios por cada testimonio de fe que he visto y veo en esta gente. Es una bendición de Dios, y da gran alegría conocer la religiosidad y las tradiciones populares de los pueblos que integran la milenaria diócesis de Palencia.

Me despido de los bienhechores, amigos y familiares, y les pido sus oraciones para continuar el trabajo misionero que se nos ha encomendado en esta diócesis.

La única universidad católica de Sudán reinicia su actividad formativa a pesar de la guerra

El pasado 20 de abril, los alumnos del Comboni College of Science and Technology (CCST), única universidad católica de Sudán, pudieron realizar los exámenes finales correspondientes al segundo semestre del curso 2022/2023, que había quedado interrumpido por el estallido de la guerra el 15 de abril del año pasado. La sede del CCST de Jartum fue abandonada y la inmensa mayoría de sus alumnos y profesores se dispersaron por todo Sudán y varios países. Contra toda lógica, el tesón del equipo directivo de la universidad, liderado por su rector, el misionero comboniano español P. Jorge Naranjo, ha conseguido el milagro de relanzar los estudios cuando el país sufre todavía la guerra y el número de personas desplazadas supera ya los nueve millones. En la imagen, un grupo de alumnos realiza los exámenes de fin de curso en un aula de la Universidad Católica de Yuba (Sudán del Sur. Fotografía: CCST

Por: P. Enrique Bayo, mccj
Mundo Negro Digital

El pasado 15 de octubre, el Ministerio de Educación sudanés autorizó reiniciar las clases allí donde fuera posible. Antes de esa fecha, el equipo directivo del Comboni College of Science and Technology (CCST) ya había empezado a intentar contactar con los 768 alumnos y alumnas matriculados. Unos 300 alumnos y 25 profesores pudieron ser localizados y la inmensa mayoría manifestaron su deseo de seguir la formación en los diferentes programas que ofrece la universidad. Se abrió la matriculación online y se aprovechó la plataforma de aprendizaje Moodle para impartir las clases. Dada la baja conectividad de la mayoría de los estudiantes y la carencia de ordenadores, todo fue pensado para seguir los cursos a través del teléfono móvil, con herramientas fundamentalmente asíncronas apoyadas por aplicaciones de mensajería instantánea como Whatsapp o Telegram.

Gracias al esfuerzo de muchas personas y la perseverancia de alumnos y profesores, un total de 206 alumnos pudieron hacer los exámenes finales el 20 de abril en tres sedes físicas: la sede provisional del CCST en Port Sudan (Sudán), la Universidad Católica de Yuba (Sudán del Sur) y la Escuela de la Sagrada Familia de Helwan (Egipto). Otros  estudiantes se examinaron a través de sus dispositivos móviles desde múltiples localizaciones gracias a cuestionarios adaptados a ese medio y un protocolo de supervisión para garantizar la legalidad de las pruebas.

El 14 de mayo, 23 estudiantes de Enfermería iniciaron sus prácticas en el Prince Osman Digna Hospital de Port Sudan. Continúan las clases teóricas online de Informática, Tecnología de la Información, Inglés, Literatura, Italiano y el curso de Cuidados Paliativos. 

El Corazón de Cristo como fuente de un amor apostólico radical

Por: Fr. Louis Okot, mccj

En la mañana de mi partida de mi pueblo en julio de 1997 a Kenia y luego a Perú, mi primera misión, mi abuela, Tafeng Amafile, me tomó en su regazo, puso su mano sobre mi pecho (corazón) y me bendijo con estas palabras, “que tu corazón sea pacífico y bondadoso… (isiarah taji nohoi he liha – lengua lopit)” y luego molió carbón con sus dientes y escupió sobre mi cabeza y pecho (corazón) diciéndome “ve en paz y trabaja bien en tu misión”. Supe y comprendí que estas bendiciones salían del corazón de una mujer que gasta su vida por el bien de los demás.

El Sagrado Corazón de Jesús está bien demostrado en lo que Jesús dice y hace. Es un Corazón que pone las cosas patas arriba, y esto causó escándalo tanto a los de fuera como a sus seguidores. Declaró una tierra nueva para los pobres y desfavorecidos. Dichosos vosotros los pobres: vuestro es el Reino de Dios (Lc 6, 20.21.24.25; Mt 5, 3.6). Dichosos los misericordiosos, los limpios de corazón, los pacíficos: serán llamados hijos de Dios. El que quiera hacerse grande entre vosotros debe ser vuestro servidor. Ama a tu enemigo y reza por los que te persiguen (Mt 20, 25-26; 23, 29-36; 5, 5.9.38-44; 23, 4; Lc 10, 29-37).

¿Y qué hace Jesús? Para Jesús no hay nada más importante que estar presente donde hay un paralítico para rehabilitarlo, un leproso para reintegrarlo en la sociedad, un sordo o un ciego para curarlo (Mt 8, 1-17; Mc 5, 23.36). Parece que no tiene nada que hacer. Estaba tan inmerso con los pobres hasta el punto de que se lo reprocharon. “Está mal de la cabeza”, le decían (Mc 3,21; Jn 10,20). De hecho, ni siquiera tuvo tiempo de comer (Mc 6,31; 3,20). Más que predicar con palabras, Jesús nos revela con su comportamiento cómo es el reino de Dios (Lc 24,19). Dios seca personalmente las lágrimas de los que sufren (Lc 7,13), destruye las causas del llanto, se queja, devuelve la vida a los muertos y nos invita a unirnos a esta tarea (Lc 8,50; 12,13-15; 7,14; 8,54; 9,57-62 Jn 11,33-34).

P. Okot Ochermoi Louis Tony, en Chorillos (Perú). P. Okot es un misionero comboniano de Sudán del Sur. Hoy presta servicio en la parroquia St. Lucy en Newark, Nueva Jersey (EE.UU.).

A partir de aquí, presento algunos de los cambios fundamentales en la escala de valores: Aspirar siempre a una justicia superior y no justificarse (Mt 5,20). Los bienes materiales tienen valor si sirven a la humanidad (Lc 12, 15). Y trabajar por la civilización de “nosotros”. La tierra nueva hacia la que Jesús nos pide caminar, no debe ser la civilización del “yo”, sino una civilización del “nosotros” (Mt 6, 9-13). Y, por último, una jerarquía no de dominio, sino de servidores (Mt 9,36; 20,25; Lc 22,25; Mc 10,43-44).

Todo esto me ayuda a comprender que el Sagrado Corazón de Jesús es la fuente excesiva de la vocación misionera y evangelizadora de San Daniel Comboni. Este Sagrado Corazón de Jesús suscitó en muchos santos una profunda experiencia de “permanecer en” Jesús (Jn 15,4) y de ser enviados por Él al servicio de los pobres y de los más abandonados (Jn 20,21; 21,6.15-17.19; Mt 4,18-22).

Comboni, poco a poco, se fue centrando en Jesús. Alimentó su vocación misionera a través de los que permanecieron en Jesús y de su visita a Tierra Santa; Santa Margarita María Alacoque fue una de las principales. Durante su beatificación se inspiró para escribir su “Plan de la Regeneración de África”. Creía firmemente que este Corazón también latía por África. Por eso, para él, ser misionero es predicar a Cristo y el amor incondicional de Dios por la humanidad, especialmente por los más abandonados. Este Corazón apasionado es el centro de su pasión apostólica de construir la “tierra nueva” – “Reino de Dios”. Comboni, en vida y ahora, invita a sus seguidores a fijar la mirada en Jesucristo amándolo tiernamente. Podemos comprender por qué el Sagrado Corazón de Jesús es importante para todo misionero comboniano. De este Corazón sacamos la energía y el espíritu del profetismo radical, haciendo causa común con los más abandonados, defendiendo y trabajando por el cuidado de la casa común y la pasión por la misión por la que vivimos y trabajamos.

Primavera vocacional: Esperanza y reto para nuestro instituto

A pesar de las dificultades, muchos jóvenes siguen respondiendo a la llamada del Señor. El pasado mes de mayo medio centenar de novicios consagraron su vida a las misiones en el Instituto de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús. De ellos 42 proceden del continente africano, siete de América y dos de Asia. Es una cifra que supera a la del año pasado, que alienta nuestra esperanza y que supone un gran reto para nuestro instituto (en la foto, profesión religiosa en el noviciado de Namugongo, Uganda, el pasado 11 de mayo).

Si el año pasado hablábamos de cifra récord al ser 50 novicios lo que habían hecho sus primeros votos, este año hemos superado esa cifra. Este 2024 han sido 51 los jóvenes que se han consagrado a la misión en el seno de nuestro Instituto. De ellos, la gran mayoría proceden del continente africano, que se confirma año tras año como el continente que más vocaciones está dando a la vida religiosa.

Las primeras profesiones tuvieron lugar el sábado 4 de mayo en Manila, Filipinas, sede del noviciado de Asia. Allí los jóvenes Hoang Van Viet Phap Joseph y Tran Dinh Phuc Joseph, ambos vietnamitas, hicieron sus primeros votos. El sábado siguiente, 11 de mayo, fue el turno de los novicios de Namugongo, en Uganda, y de Xochimilco, en México. En el noviciado ugandés profesaron en total 23 novicios, siendo el grupo más numeroso este año. De ellos, cinco son ugandeses, cinco de Malaui, cuatro de Kenia, tres de Etiopía, otros tres de Sudán del Sur, uno de Zambia y uno de Sudán. En México profesaron ese mismo día cinco novicios mexicanos, uno de Perú y uno de Colombia.

Los siete novicios que profesaron el pasado 11 de mayo en Xochimilco, México.

Al día siguiente, domingo 12 de mayo, profesaron los novicios de Isiro, en República Democrática del Congo. Fueron un total de 14: cinco de Togo, cinco de la República Democrática del Congo, dos de Benín, uno de Ghana y uno de la República Centroafricana. Y finalmente, el 25 de mayo, hicieron sus votos los cinco novicios de Nampula, en Mozambique; todos ellos mozambiqueños.

Estas cifras, que superan en uno las del año anterior, suponen un gran reto para nuestro instituto, no sólo por la cantidad, sino también por la necesidad de ofrecer una formación teológica y religiosa de calidad. De los 51 neoprofesos, 46 son candidatos al sacerdocio y cinco candidatos a hermanos. Todos ellos continuarán su formación en los diferentes centros internacionales que los Misioneros Combonianos tienen distribuidos por todo el mundo.

El próximo mes de julio se reunirán en Roma unos sesenta misioneros combonianos implicados en la formación de base a todos los niveles, desde la promoción vocacional a los escolaticados y centros internacionales de hermanos, pasando por los postulantados y noviciados. Con motivo de esta Asamblea General de la Formación, el P. José de Jesús Villaseñor Gálvez, Secretario general de la formación, ha escrito una carta en la que invita a todo el Instituto -y no sólo a las provincias que tienen vocaciones- a «un discernimiento serio y profundo en el acompañamiento de los jóvenes para que la Misión sea el sentido de su vida en vista de una consagración ad vitam». Es necesario contar con promotores vocacionales y formadores disponibles y preparados para este servicio tan delicado, porque en ello nos estamos jugando nuestro futuro.


Oración por las misiones y las vocaciones

¡Oh Padre!, tú quieres que todos los pueblos alcancen la salvación; despierta, pues, en todo creyente un nuevo fervor misionero, para que Cristo sea testimoniado y anunciado a los que aún no le conocen.
Por intercesión de San Daniel Comboni sostén y alienta a los misioneros en su obra evangelizadora y sigue suscitando nuevas vocaciones para las misiones.
Virgen María, Reina de los Apóstoles, que has ofrecido el Verbo encarnado al mundo, dirige la humanidad hacia Aquel que es la luz verdadera que ilumina a todo viviente, y haz de nosotros unos fervientes colaboradores suyos.
Por Cristo nuestro Señor. Amen.

Aceptar ser discípulo para crecer…

Una experiencia vivida en los llanos orientales de Colombia

Por: Hno. Joel Cruz, mccj

Muchas veces, uno piensa que la vida misionera tiene que ver con el hacer muchas cosas para que los más alejados y abandonados en el mundo, tengan las condiciones necesarias para una vida digna. Pero quiero contarte otra experiencia misionera que el Señor me permitió realizar durante el tiempo que estuve en Colombia.

Durante los tiempos largos que tenía de vacaciones, por los estudios en la universidad, me asignaron una comunidad indígena en los llanos orientales de este país. Las primeras veces que fui para establecer un primer contacto con este grupo indígena que aún no había escuchado hablar del Evangelio y de Jesucristo, los vi como unos seres primitivos que necesitaban ser “civilizados”. Pero una vez más el Señor me introdujo en una serie de circunstancias que me hicieron cambiar mi modo de pensar y de acercarme a un pueblo diferente al mío.

Al principio entré con muchas ideas buenas en esa comunidad indígena. Pensaba que era fundamental llevarles el agua al centro de la aldea para que no fueran a buscarla en los barrancos lejanos que eran – según yo – muy peligrosos para las mujeres y los niños. Mi instinto paternal afloraba frente a lo que yo consideraba que era un sufrimiento y cansancio para esta gente.  Y de hecho, mi perspectiva de desarrollo y de promoción humana occidental, hizo que obligara a que la gente se moviera para que trabajaran poniendo una bomba y la tubería, que había conseguido con personas de buena voluntad, para llevar el agua al pueblo. Lo cierto es que nadie de la comunidad se movió para eso. Por eso tomé la iniciativa de hacerlo con unos voluntarios que vinieron de la ciudad. Con mucho esfuerzo y gasto de dinero, logramos llevar el servicio que según yo, este pueblo estaba necesitando.

Mi sorpresa fue que las mujeres y los niños continuaron yendo al barranco lejano para traer el agua para su casa. La toma y la fuente que habíamos construido en el centro de aldea, sirvió solo para las vacas de los campesinos mestizos que vivían por ahí cerca. Ciertamente quedé decepcionado y enojado con esta gente mal agradecida. Ya en ese enojo, decidí no hacer nada por ellos, como una especie de venganza contra esta gente que no apreciaba el esfuerzo del misionero que venía de lejos para servirles.

Decidí solamente estar en una choza con otro hermano, observando, rezando entre nosotros, visitando y aprendiendo algunas palabras del idioma propio de ellos. Por las noches encendía una vela y me ponía a leer la Biblia un momento, y luego a poner por escrito las palabras y frases que aprendía durante el día. Podría decir que asumí una actitud de pasividad intencional para ver si esta gente reaccionaba. Pero sucedió lo contrario: fui yo quien fue tomando conciencia de un modo nuevo y diferente de anuncio del Evangelio que Dios me estaba proponiendo.

Al dejar de hacer cosas, las miradas de los indígenas se centraron en lo que hacíamos, lo que vivíamos a diario, y comenzaron a vigilar de cerca todos nuestros movimientos, gestos, actitudes… nos convertimos en el centro de la atención y de los comentarios de ellos. En nuestras visitas me daba cuenta cuánto bien les hacía reírse de nosotros porque no hablábamos bien y no entendíamos su lenguaje. Me fui dando cuenta de lo orgullosos que se sentían enseñándonos cómo se hacía una flecha, un arco, y cómo se manejaban… cómo se sembraba la yuca, el plátano… era como si se sintieran los padres de un hijo que recién estaba aprendiendo a decir las primeras palabras y a dar los primeros pasos en un mundo desconocido.

Pude percibir que dejándome enseñar estaba levantando la autoestima y dignidad de un pueblo que no sabía lo que era ser respetado, reconocido, valorado… esto me hizo reconocer y aceptar la importancia del bajar de las nubes y poner la tienda en medio del pueblo (Jn 1, 14), así como Dios: nacer pequeñito, sin saber nada, débil, necesitado en todo sentido… para convertir al ser humano despreciado y humillado, en un maestro y forjador de profetas. Sí, con estos detalles, aprendí que es fundamental hacerse como niños para poder ser constructor del Reino de Dios en medio de los pueblos (Mt 18, 1-5).

Al ir aprendiendo el idioma, el significado del simbolismo y comportamientos de la gente, fui también entrando en el corazón de la religiosidad, la filosofía y teología propias de un pueblo que ya conocía a Dios. De hecho, durante las noches, cuando prendía la vela y sacaba la Biblia para leerla, se acercaban los ancianos a hacer preguntas, y eso se convertía en una conversación sobre nuestros Dioses. Era como si la Palabra de Dios se dejara escuchar desde el saber de este pueblo y desde el saber de la Biblia. Era un diálogo de saberes.

Así fui aprendiendo que la misión no es otra cosa que un encuentro de sabidurías que Dios quiere darnos a conocer, y quiere que el misionero ayude a los pueblos a descubrirlo en esa sabiduría que las circunstancias históricas han forjado y se mantienen en sus relatos tradicionales. Así aprendí que el misionero no lleva a Dios a los pueblos, sino que Dios lleva al misionero al encuentro de otros pueblos donde Él ya está y quiere que seamos hermanos.

Al final de esta experiencia, me di cuenta que en la misión, lo que cuenta no es tanto la obra material que tú puedas hacer. Más bien, comprender el corazón de los pueblos, escudriñar, conocer, revelar… el mensaje que el Señor ha escrito en el núcleo filosófico y teológico de estos pueblos, para que todos podamos decir: “ahí está”, “es el señor”, ánimo no tengan miedo.  Sí, a pesar de la violencia de la guerrilla, de los paramilitares, el ejército, del narcotráfico… ¡No tengan miedo! Yo estoy con ustedes hasta el final de los tiempos. Estar ahí, en medio de ellos, con ellos, para que los violentos puedan ver que Dios no abandona a su pueblo, que está ahí para que no los maten, para que los respeten, para que se les reconozca su dignidad.

Aprendí a considerar como primer paso para cambiar la realidad en cualquier lugar del mundo, la encarnación, esa actitud que nos hace no solamente accesibles a la gente, sino también humildes y sencillos, que nos hace discípulos y no maestros que creen saberlo todo (Jn 1, 14).

Creo que una figura bíblica que puede resumir esta experiencia es la del maestro Nicodemo, que va de noche a preguntar al Señor qué hacer para entrar en el Reino de Dios. La respuesta ya la conocemos: “hay que nacer de nuevo” (Jn 3, 1-9). Y esto implica, como todo nacimiento, comenzar desde la pequeñez en todo sentido. Y así, otra vez el Señor me desarmó y entendí que el misionero es grande precisamente porque acepta con gusto o con sufrimiento, ser pequeño para que los otros crezcan (Jn 3, 27-30) y alcancen la dignidad de hijos de Dios.