Traducido y publicado por: Jpic-jp.org
No seamos ingenuos. “La violencia no es un fenómeno nuevo en Sudán. El régimen militar ha hecho estragos en el país desde la independencia, a pesar de que el pueblo derrocó pacíficamente a los regímenes militares en 1964, 1985 y 2019, y de que juró no volver a permitir más dictaduras”.
Desde la colonización, las zonas periféricas del País -en el sur, el oeste y el este- se han sentido marginadas y han continuamente exigido su parte de riqueza y poder. La represión violenta de las élites del Norte y del Centro ha, cada vez, provocado millones de muertos y desplazados. Lo nuevo es que hoy la periferia está llevando estos enfrentamientos continuos a Jartum. Es la primera vez que hay guerra en la capital desde que los mahdistas conquistaron la ciudad en 1884 contra los británicos y aparte de un ataque del Movimiento Darfur por la Justicia y la Igualdad.
Los enfrentamientos entre el jefe de las FAS (Fuerzas Armadas Sudanesas), el general Abdel Fattah al-Burhan, y su colega, el comandante de las FAR (Fuerzas de Apoyo Rápido), Mohamed Hamdan Dagalo -conocido como Hemedti-, tienen como objetivo controlar la autoproclamada junta militar, el Consejo Supremo de Transición (TSC), pero hunden sus raíces en el pasado.
Incluso hoy, detrás de lo que está sucediendo en la capital, Jartum, hay quejas políticas, sociales y económicas contra las élites del norte y centro de Sudán que todavía están en una posición de poder.
Además, hay las sombras del equilibrio de poder construido por Omar al-Bashir, dictador militar durante treinta años desde 1989 hasta su destitución en 2019. Junto a las FAS, al-Bashir había puesto a las FAR como componentes del mismo ejército sudanés, destinadas a controlarse mutuamente y a proteger al régimen de las reivindicaciones populares para mayor justicia, democracia y reparto de riqueza y poder.
El proceso hacia la democracia iniciado por la revuelta civil de 2019 se vio interrumpido por un nuevo golpe de Estado militar conjunto de las dos ramas del ejército el 25 de octubre de 2021 y por la instalación del TSC, aunque Hemedti afirma haber considerado este golpe de Estado un error y haber tenido la intención de poner el poder totalmente en manos de civiles.
El 5 de diciembre de 2022, el TSC y una cincuentena de partidos políticos, asociaciones y organizaciones de la sociedad civil firmaron un acuerdo para desbloquear la transición hacia la democracia. No toda la sociedad civil sudanesa estuvo de acuerdo, al considerar que la iniciativa legitimaba el golpe de 2021 y el TSC, dominado por el general al-Burhan. No obstante, las negociaciones comenzaron con el objetivo de instalar en dos fases – el 3 y el 11 abril- un gobierno dirigido por civiles. El 15 de abril, en Jartum, comenzaron los combates. El objeto de la disputa, se dijo, era la unificación de las FAS y las FAR bajo un único comando, a la que se oponía Hemedti.
Las fuerzas en juego
Bajo el régimen de al-Bashir, las FAS fueron purgadas de oficiales profesionales y reemplazadas por militares -incluido al-Burhan- leales a la ideología islamista y a la política estatal. Cuando al-Bashir cayó en 2019, el ejército permaneció intacto.
Las FAR, por su parte, son una transformación de la infame milicia yanyauid, creada en 2003 para reprimir la rebelión en Darfur. Formada por pastores árabes pertenecientes a la familia Baggara, establecidos en el oeste de Sudán y el este de Chad, arrasaron pueblos y mataron a agricultores no árabes en Darfur para hacerse con el control de las tierras de pastoreo: entre 200.000 y 450.000 personas murieron y millones fueron desplazadas por los yanyauid. Estos grupos armados estaban financiados por Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos.
Es bien sabido que, transformadas en FAR, las milicias yanyauid combatieron en Yemen, en el 2015, junto a las fuerzas saudíes y emiratíes, ganando mucho dinero y adquiriendo experiencia militar.
Además, en Jartum se dice que Hemedti puede contar con la ayuda de mercenarios rusos y de hecho, la empresa rusa Wagner está presente en Sudán y opera con él en las regiones donde hay minas de oro. La guerra en Yemen y la implicación del grupo Wagner en la extracción de oro, en estrecha colaboración con la FAR, añaden una dimensión regional y mundial al conflicto. La Meroe Gold, la filial minera de Wagner en Sudán, ha sido sancionada por el Consejo de la Unión Europea porque sus actividades ponen en peligro la paz y la seguridad internacionales.
Desbordamientos que hay que temer
Al parecer, Rusia intentó persuadir a las Fuerzas Armadas Sudanesas para que se sentaran a la mesa de negociaciones con las Fuerzas de Apoyo Rápido, pero éstas se negaron, lo que hace temer una lucha a muerte entre al-Burhan y Hemedti, con el riesgo de incendiar toda la región, arrastrando a Egipto en el conflicto. Las FAR han publicado un vídeo en el que aparecían fuerzas egipcias capturadas durante unas maniobras en Sudán: aunque el vídeo fuera falso, avivó las tensiones.
Por otra parte, el flujo de refugiados sudaneses hacia Europa, el Golfo y los Estados africanos vecinos está abriendo puertas a los cleptócratas de toda África, atentos como son a las oportunidades de ventajas gratuitas en Sudán, un país rico en recursos y con una posición estratégica única.
Para empezar, Sudán del Sur, donde el fuego arde bajo las cenizas, comparte un pasado con los conflictos armados y los problemas que dividen a Sudán. Al igual que Sudán, Sudán del Sur tiene dos facciones principales fuertemente armadas, aliadas a numerosas milicias locales su base étnica, que se disputan el control de la riqueza y del Estado desde hace 20 años. Al igual que en Sudán, la corrupción es el sistema mediante el cual se explotan las instituciones estatales para enriquecerse sin tener que dar cuenta a nadie. Al igual que en Sudán, en Sudán del Sur se exhibe suficiente buena voluntad para engañar a la comunidad internacional, luego se socavan los acuerdos de paz y se pisotean las disposiciones del Consejo de Seguridad de la ONU. Sudán es un presagio de lo que le va a pasar a Sudán del Sur.
Sudán lleva mucho tiempo enviando mercenarios al extranjero: hoy se ha convertido en un campo de batalla para combatientes extranjeros, y a los que los apoyan en la sombra, atraídos los unos y los otros por el dinero y el oro: buscadores de fortuna armados que acuden en masa desde toda la región del Sahel, desde Malí, Chad y Níger, en cantidades significativas según el representante especial de la ONU.
Al-Burhan acusa a Hemedti de reclutar mercenarios de Chad, de Níger y de la República Centroafricana. Testigos en Jartum afirman haber oído a soldados de las FAR hablar francés, la lengua del vecino Chad. Washington y Bruselas acusan a las FAR de tener vínculos con el grupo mercenario ruso Wagner, lo que su jefe, Yevgeny Prigozhin, niega. Diplomáticos occidentales informan de que grupos de mercenarios pasan por el aeropuerto y los hoteles de Jartum.
También es bien sabido que la familia Dagalo del general Hemedti controla desde hace tiempo las minas de oro de Darfur y otros lugares de Sudán, que es el tercer productor africano del metal precioso. Según Andreas Krieg, profesor del King’s College de Londres, “el hecho de que Hemedti tenga acceso a una gran cantidad de riqueza aurífera y a los medios para ponerla en el mercado significa que puede pagar los salarios de una forma que nadie, en el África subsahariana o en el Sahel, puede hacer”.
Las dos milicias sudanesas han engrosado a menudo sus filas ofreciendo a los árabes chadianos el acceso a la ciudadanía sudanesa y a las tierras abandonadas por los no árabes desplazados. Si las FAR se sirve de combatientes mercenarios, significa también que reciben armas de Libia.
El dinero y los combatientes son monedas intercambiables en el mercado político sudanés, y según se dice, Hemedti hace comercio de ambas. “Las FAR son un negocio privado de mercenarios transnacionales”, un comercio “de oro y de brazos armados” que Hemedti amplía constantemente.
¿Puede y como acabará este conflicto?
El conflicto sudanés está alimentando otro sector de actividad. Ex soldados profesionales ofrecen a los extranjeros desesperados, que no han podido entrar en las evacuaciones masivas, ayuda para abandonar el país al precio de hasta 20 000-50 000 dólares.
La sombra de que el país caiga en una nueva guerra civil total, la tercera desde la independencia en 1956, planea sobre Sudán porque no se vislumbra una solución pacífica.
Se habló de elevar en el ejército a Hemedti al rango de al-Burhan para calmar los ánimos. Los islamistas, a los que al-Burhan reincorporó tácticamente a su gobierno, se opusieron y, según Foreign Policy, en un decreto publicado recientemente al-Burhan destituyó a Hemedti y le sustituyó por el antiguo líder rebelde, miembro del Consejo Soberano de al-Bachir, Malik Agar.
Por tanto, hay mucha lena en el fogón. A Hemedti se le considera alineado con Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, mientras que a al-Burhan se le considera aliado de Egipto.
Si ganan las FAS, con la ayuda de la aviación egipcia, asistiríamos al regreso con fuerza del antiguo régimen islamista, con en mente planes de venganza. Si ganan las FAR, mejor equipadas y mejor entrenadas para la guerra urbana, que controlan la mayor parte de la capital, que están mejor establecidas entre la población civil y que controlan el comercio del oro, Sudán quedaría a merced de una guerra civil y de una milicia tribal y familiar. Nadie puede predecir el rumbo que tomaría entonces el país, aunque Hemedti afirme que quiere establecer un régimen civil.
Según Nigrizia, la revista comboniana italiana especializada en África, hay tres posibles llaves de lectura de este conflicto: rivalidades personales, intereses geopolíticos y la sociedad civil.
Primero. Al-Burhan y Hemedti: su alianza en octubre de 2021, fue un matrimonio de conveniencia, diseñado para hacer descarrilar la fase de transición y los dos generales representan dos polos económicos contrapuestos: al-Burhan controla unas 250 empresas vitales para la economía sudanesa; Hemedti controla las minas de oro.
Segundo. Los recursos y la posición geográfica: unas riquezas que convierten a Sudán en país estratégico. Rico en minerales, oro, gas natural y hierro, se encuentra en el centro de los conflictos de intereses de la región, bordeado como está por el Mar Rojo, el Sahel y el Cuerno de África, y ocupa una posición privilegiada para el comercio con los países de África Central y del Norte y con los Estados del Golfo. Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos son grandes inversores en Sudán; Israel mantiene estrechas relaciones diplomáticas con Jartum y Egipto es uno de los principales apoyos de las FAS.
Moscú, por el contrario, tiene un pie en dos estribos: negocia con el gobierno la construcción de una base naval en el Mar Rojo, mientras que su grupo paramilitar Wagner ayuda a Hemedti a extraer oro.
Hay por fin la sociedad civil. Es de una amplitud y profundidad considerables, y ha sido la protagonista de la primera revolución anti islamista y democrática en un país que es musulmán en un 90%, dando origen a las manifestaciones que iniciaron el 19 de diciembre de 2018 y condujeron a la caída de la dictadura de Omar al-Béchir el 11 de abril de 2019. Aunque desarmada, está sin embargo bien organizada y compuesta por ciudadanos -profesionales, mujeres, jóvenes- que reclaman un cambio de régimen y un nuevo orden social.
El deseo de democracia y participación del pueblo se ve hoy sofocado en Sudán por la fuerza de las armas, una página de violencia que se suma a las que siguen ensangrentando el mundo. Por miedo, la voz de la sociedad civil ha permanecido en silencio, pero podría representar una salida: los militares están demostrando una vez más su incapacidad para dirigir Sudán como tantos otros países. Una implícita invitación a buscar en otros esperanza y respuestas.
Foto. Desplazados de Juba, capital de Sudán del Sur